
Antonio García Regueiro Letrado del Tribunal de Cuentas
Hoy, 4 de enero de 2022, inicio este artículo, se cumplen 102 años del fallecimiento de Galdós. Nació en Las Palmas de Gran Canaria en 1843 y se despidió de nosotros en Madrid el año 1920, ciudad a la que llegó en 1862 y que nunca dejará, un total de 35 años que el propio Galdós definirá de “amor”, hasta el punto de integrarse en ella como ningún otro escritor ha llegado a hacerlo, si exceptuamos a Pío Baroja.

Sus novelas, con su indudable valor literario, nos permiten vivir el siglo XIX y los principios del XX, es decir, la España que conoció y que retrató con una especial sensibilidad plasmando las desigualdades sociales y la problemática política de su tiempo, con una mirada progresista y libre pensadora que le acercó cada vez más al socialismo, llegando incluso a presentarse a las elecciones como candidato republicano en coalición con el PSOE de Pablo Iglesias.
Se identificó con la filosofía regeneracionista y krausista, defendió el republicanismo después del fallido intento de una monarquía parlamentaria y se unió en su madurez a las políticas socialistas, con amistad y especial afecto por el fundador del PSOE Pablo Iglesias, que expresó con estas palabras: «Voy a irme con Pablo Iglesias. Él y su partido son lo único serio, disciplinado y admirable que hay en la España política».
Libre pensamiento que caracterizará a la Institución Libre de Enseñanza y al Ateneo de Madrid, esta última, la Docta Casa, donde compartirá Galdós con otros intelectuales su visión crítica frente al caciquismo y el clericalismo de la época, como fueron Emilia Pardo Bazán, Vicente Blasco Ibáñez y Leopoldo Alas, Clarín.
Contra el clericalismo escribirá varias obras como Casandra, Gloria, Doña perfecta y Electra. Precisamente su decidida lucha contra los sectores más retrógrados de la Iglesia le impedirá obtener el Premio Nobel. De su novela “Electra”, reconoce el propio Galdós en una entrevista en el Diario de las Palmas del 7 de febrero de 1901: “En Electra puede decirse que he condensado la obra de toda mi vida, mi amor a la verdad, mi lucha constante contra la superstición y el fanatismo, y la necesidad de que olvidando nuestro desgraciado país las rutinas, convencionalismos y mentiras, que nos deshonran y envilecen ante el mundo civilizado, pueda realizarse la transformación de una España nueva que, apoyada en la ciencia y la justicia, pueda resistir las violencias de la fuerza bruta y las sugestiones insidiosas y malvadas sobre las conciencias”.
En su primera novela, publicada en 1870 con el nombre de “La Fontana de Oro”, uno de los cafés madrileños que podemos definir como bulliciosos templos del libre pensamiento, como también lo fueron por ejemplo el Café Lorencini o la Cruz de Malta, fluyen discursos de las ilusiones constitucionalistas de 1812 recuperadas en el trienio liberal de 1820 a 1823 de la mano de actores como Riego, Argüelles o José Canga, y cuyas turbulencias recorrerán todo el siglo XIX.

En sus obras, junto a la política, otro hilo conductor es el uso de distintos lenguajes según el nivel cultural donde se ubica cada personaje y los distintos estímulos de cada clase social. Se aprecia así quienes están en posiciones de dominio y en inferioridad, una diferencia categorial muy marcada en la sociedad española de su época y que se prolongará, sin demasiados cambios, hasta la dictadura franquista y durante esta, tal y como plasmará Luis Martín-Santos en su entonces innovadora novela “Tiempo de Silencio” de 1962.
Nos familiariza Galdós con la dinámica social haciendo más inteligibles elementos como la mala conciencia, el egoísmo o la autosuficiencia, con matices según que el personaje sea un obrero, un burgués, un militar o un aristócrata, pues detrás de cada clase social consigue que percibamos unas estructuras mentales que se mantienen consciente o inconscientemente más allá de la individualidad. Así lo podemos observar en su obra Misericordia pues la “Señora”, venida a menos económica y socialmente, seguirá sintiéndose por encima de su criada incluso cuando come gracias a la “misericordia” de esta.

El dinamismo de los grupos dominados deja entrever las aspiraciones de muchos de sus miembros por mejorar de condición social y la permisividad del grupo dirigente que no se cierra a que puedan incorporarse sujetos del primero, siempre que acepten que las cosas no deben cambiar. Por ello, cuando el dominado es aceptado por el dominante cambia su conciencia social y abandona cualquier esfuerzo reivindicativo favorable a los dominados.
Es una visión perfectamente coincidente con la conciencia de clase que explica el marxismo, esto es, que sin conciencia de clase el dominado acepta sin lucha su condición y, a lo sumo, sólo aspira a formar parte un día de la clase dominante o a servir a esta, renunciando a una igualación en los derechos y en las condiciones económicas entre clases sociales.
Es consciente Galdós de que la sociedad española poco evolucionada industrialmente, más rural que urbana, oligárquica y caciquil, no responde a una estructura competitiva generadora de un proletariado y una burguesía suficientemente fuertes. De ahí que destaque el que todavía sigan rigiendo las argumentaciones que emanan de los partidarios de una monarquía decadente y una Iglesia anclada en el medievo, como percibimos, por ejemplo, en la que fue su segunda novela, “El Audaz”, publicada en 1871 pero situada en 1804.
Se inició, pues, a escribir, impulsado por sus anhelos de regeneración de una España que hasta la Constitución de 1812 no se hizo suficiente eco de la Ilustración del siglo XVIII y de la Revolución Francesa de 1789, lo que se constata especialmente en las obras que conocemos como los Episodios Nacionales, un total de cuarenta y seis novelas escritas entre 1872 y 1912, divididas en cinco series con la historia de nuestro país desde 1805 hasta 1880, esto es, desde la guerra de la Independencia hasta la Restauración borbónica.

Con los Episodios da ejemplo de conciencia, de compromiso y deja a las generaciones posteriores un patrimonio intelectual de inestimable valor contra el fanatismo y la intolerancia, lo que le consagra como ejemplo por antonomasia de los escritores progresistas. Siguiendo su ejemplo de memoria histórica, debemos recordar a la escritora recientemente fallecida Almudena Grandes, que ha legado para las futuras generaciones el relato de los sufrimientos de los que han defendido los valores democráticos en la España del siglo XX. Obras como las de Benito Pérez Galdós y Almudena Grandes son esenciales para que no caiga en el olvido la lucha de tantos españoles y españolas contra la intolerancia.
Con sus obras en general y los Episodios en particular, nos permite Galdós emprender un camino rodeado por un sinfín de paisajes y sujetos, nos trasladamos a una experiencia vital rica en acontecimientos y a una de las cumbres de nuestra literatura social. Una obra titánica nacida de la observación constante, como él mismo reconocía en su discurso ante la Real Academia Española, con motivo de su recepción en 1897, titulado «La sociedad presente como materia novelable»:
«Imagen de la vida es la Novela, y el arte de componerla estriba en reproducir los caracteres humanos, las pasiones, las debilidades, lo grande y lo pequeño, las almas y las fisonomías, todo lo espiritual y lo físico que nos constituye y nos rodea, y el lenguaje, que es la marca de raza, y las viviendas, que son el signo de familia, y la vestidura, que diseña los últimos trazos externos de la personalidad: todo esto sin olvidar que debe existir perfecto fiel de balanza entre la exactitud y la belleza de la reproducción…».
Una fecha clave del mundo socio político galdosiano es la del 18 de septiembre de 1868 que trajo el pronunciamiento que inició la Revolución Gloriosa. Ese día desde la fragata Zaragoza, en Cádiz, el Almirante Topete, con el apoyo de los Generales Prim y Serrano, leía una proclama por la que, sin mencionarla expresamente, forzaba a la Reina Isabel II a abandonar el trono:
“…Queremos que el encargado de observar y hacer observar la Constitución no sea un enemigo irreconciliable… ¡Viva España con honra!”.
Por primera vez en varios siglos una sublevación interior forzaba a dejar el trono a los Borbones, por lo que no es de extrañar que se la bautizara como la Revolución Gloriosa. En los Episodios se constata que Galdós fue desde el primer momento consciente de la trascendencia de este momento pues se enlazaba así con el golpe militar que, también en Cádiz, dio el General Riego en 1820 proclamando la Constitución de 1812 que ponía fin a la monarquía absolutista y daba paso a una monarquía constitucional que no emanaba de la divinidad sino del pueblo.
Nos relata cómo tras el exilio de Isabel II a Francia, las Cortes Constituyentes de 1869 no querían proclamar la República, por lo que redactarán una Constitución monárquica, en sesión extraordinaria de junio de 1869, nombrando Regente a Serrano, con el tratamiento de Alteza y con todas las atribuciones, menos la de sancionar las leyes y suspender y disolver las Cortes.
Se conocerán estos años como el Sexenio democrático, en el cual se celebrarán cinco procesos electorales (1869, 1871, 1872 (abril y agosto) y 1873); con siete legislaturas, dos de ellas constituyentes, las de 1869-1871 y 1873-1874, período donde destaca la progresista Constitución de 1869 y esperanzadores proyectos que decidirán a Galdós a posicionarse activamente en política, fundamentalmente el del General Prim.

En la sesión de Cortes, de 16 de noviembre de 1870, Amadeo de Saboya obtendrá 191 votos frente a los 60 de la República federal, 27 del Duque de Montpensier, 8 de Espartero, 2 de Alfonso de Borbón, 2 de la República unitaria y 19 en blanco. El presidente de las Cortes, Ruiz Zorrilla, declarará en consecuencia al duque de Aosta como Rey de los españoles. A su llegada a Madrid, el 2 de enero de 1871, acudirá a la basílica de Atocha en la que se halla el asesinado General Prim, su gran valedor, por un atentado, el 27 de diciembre anterior, en la calle del Turco. Después, en las Cortes, prestará juramento a la Constitución como Rey de España.
Será un reinado breve, dos años y dos meses, e inestable por el cambio constante de gobiernos, con algunos proyectos liberales como la abolición de la esclavitud en la isla de Puerto Rico, presentado el 24 de diciembre de 1872 por el Ministro de Ultramar. El 11 de febrero de 1873 tendrá lugar la renuncia de Amadeo de Saboya a la corona de España, dando comienzo la Primera República.
La I República comprenderá del 11 de febrero de 1873 al 29 de diciembre de 1874. Fue breve pues, al igual que Amadeo, herederá los graves problemas que arrastraba la monarquía borbónica, a los que se añadirá la insurrección cantonal. De especial relevancia son sus primeros once meses, la etapa llamada Federalista, en la que se sucederán cuatro presidentes más intelectuales que políticos: Estanislao Figueras, Francisco Pi y Margall, Nicolás Salmerón y Emilio Castelar.
Sus inicios dejaron claro su espíritu de modernización como el proyecto de ley aboliendo la pena de muerte, de 20 febrero de 1873 o el proyecto de Constitución Federal de la República española, que fue redactado por Castelar, con 117 artículos divididos en 18 títulos, que proclama una república federal integrada por varios Estados: Andalucía Alta, Andalucía Baja, Aragón, Asturias, Baleares, Canarias, Castilla la Nueva, Castilla la Vieja, Cataluña, Cuba, Extremadura, Galicia, Murcia, Navarra, Puerto Rico, Valencia y Regiones Vascongadas.
La etapa federal llegará a su fin el 3 de enero de 1874 con el golpe de estado del General Pavía. La I República termina definitivamente con el pronunciamiento del General Martínez Campos, el 29 de diciembre de ese mismo año, que permitirá la vuelta de la dinastía de los Borbones con Alfonso XII, hijo de Isabel II, y de esta forma un período conocido como la Restauración que se irá deteriorando paulatinamente hasta que el 14 de abril de 1931 se proclame la II República, con el exilio de Alfonso XIII.
Con los Episodios Nacionales podemos emprender, en consecuencia, un viaje en el tiempo de más de cien años, pero es un salto a días no tan lejanos si tenemos en cuenta que las claves políticas, económicas y sociales de nuestra actualidad no se pueden entender sin conocer lo que aconteció entonces: Trafalgar, Bailén, los cien mil hijos de San Luis, un faccioso más y algunos frailes menos, Vergara, las tormentas del 48, Amadeo I, la I República, Cánovas, ….
Los Episodios se inician con Trafalgar, publicado el mismo año en que se proclamó la I República, 1873. Pero será muchos años después, en 1911, cuando escriba el Episodio titulado “La Primera República”. Debe recordarse que en 1911 gobernaba Canalejas, se sufría la guerra de Marruecos, la tensión religiosa se vivía en las calles, el PSOE y la UGT declaraban la huelga general, Galdós daba un mitin en el frontón Jai Alai de Madrid contra la guerra y en Cullera se proclamaba la República.
En los Episodios vivimos como la I República se encontró, como hemos dicho, con los mismos problemas que en tan poco tiempo tumbaron al reinado de Amadeo: las fuerzas progresistas dividas, las conservadoras obstaculizando cada intento de modernización del país, movimientos independentistas en Cuba y guerras carlistas, a los que se añadieron las insurrecciones cantonalistas de Andalucía y Levante, lideradas por el cantón de Cartagena, que propugnaban una república federal más allá del proyecto constitucional de Castelar.
De la mano de don Tito (el periodista Tito Liviano, que para algunos críticos es el propio Galdós por su carácter conciliador y analítico) y de Mariclío (la personificación de Marina, símbolo de la libertad y la República), conocemos estos días en Madrid, en un cuartel carlista del norte, en la Cuenca ocupada fugazmente por los carlistas y en el cantón de Cartagena. Acontecimientos que cercarán a la República y que permitirán a las fuerzas reaccionarias (nobleza, alta burguesía y clero) estrangularla en apenas un año.
Aparecerá de manera reiterada su paisano canario y militar Nicolás Estévanez, que fue diputado republicano federal, gobernador civil de Madrid y hasta ministro de la Guerra durante la República nombrado por Pi y Margal. Relatará el propio Estévanez sus días de guerra en Andalucía al mando de un pequeño ejército con el que proclamó la República en Linares poco antes de la abdicación de Amadeo. Una campaña que tuvo que abandonar por falta de apoyos.

Para que el lector perciba desde el principio el ambiente revolucionario y conspirativo capitalino durante la República, se encontrará varias veces Don Tito con masones; en primer lugar, reivindicando a su vez el papel de la mujer, conocerá en un café a una masona de nombre simbólico Penélope, en la realidad Candelaria salvo cuando escribía artículos revolucionarios en la Ilustración Federal que firmaba como Rosa Patria; por supuesto de una logia de adopción (que Galdós denomina rito de adopción) pues las féminas entonces solo podían constituir logias tuteladas por los hombres; después, cruzándose, por la noche, con varios hombres embozados que se dirigen a una Tenida; e incluso hablará con Nicolás Díaz Pérez, “calificado como una de las más altas dignidades entre “Los Hijos de la Viuda”.
También subraya como la inestabilidad del sistema se percibe de forma permanente, como denota la jornada del 23 de abril en que 4000 milicianos monárquicos, la flor juvenil del alfonsismo, también conocidos por pollos líquidos, silbantes o el batallón ligero…de pies, perfectamente uniformados y armados, situados cerca de la Puerta de Alcalá, amenazan a la República. Se disolverán cuando las milicias republicanas, recalca Galdós que de paisano en su mayoría con apenas un gorrito distintivo, van llegando de los barrios más populares. Destaca el civismo de las milicias republicanas que no atropellaron ni insultaron a los vencidos, de forma que no se derramó sangre.
La conspiración, nos relata, no estaba sólo en las calles, también, y sobre todo, en las altas esferas, en las propias Cortes, y, sin embargo, no se hizo nada para desarticularla a este nivel, donde era más peligrosa. De esta falta de contundencia a la hora de desarticular a las poderosas fuerzas antirrepublicanas, reflexiona D. Tito que “Así no se pasa de un régimen de mentiras, de arbitrariedades, de desprecio de la ley, de caciquismo y nepotismo, a un régimen que pretende encarnar la verdad, la pureza y abrir ancho cauce a las corrientes de vida gloriosa y feliz”.
Galdós se atreve a profetizar, a través de Mariclío, que habrá una Segunda y una Tercera República, y que será la Tercera la definitiva, la que pondrá fin a la monarquía:
“…Ya llegará la ocasión. Ello será cuando estos caballeros, todavía un poco inocentes, den el segundo golpe…; más seguro será cuando den el tercero”.
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