Fisispolonios

por Rosa Amor del Olmo

Aparece en escena Menéndez Pelayo

Galdós permanece dentro. Habla Menéndez Pelayo mientras se sirve un whisky

Menéndez Pelayo.- Querido amigo, don Benito, cuando ha escrito tanto con motivo de la entrada en la Academia y de asuntos de opinión con respecto a las letras españolas. ¿Buscaba usted la gloria?

Galdós caminando al tiempo que se dirige a su amigo

Galdós.- La gloria ¡para qué sirve! Absolutamente para nada, mientras que un afecto noble y sincero como el que usted me manifiesta le reconcilia a uno con la sociedad, le hace amar la vida, y le sirve para encubrir las hieles, que por una cara u otra está uno tragando cada día. Además, éste es un fenómeno nuevo en la vida de los literatos españoles, y es bueno que conste. De la Academia nada he de decirle. Siguen ellos empeñados en humillarme, llevándome allí y yo que no me dejo humillar. El elegirme, si lo consiguieran, serían una especie de venganza, porque yo quedaría lleno de m…y ellos triunfantes. Pero conmigo no juegan. Estaban sin saber qué hacer por aquellos días según me dijo usted, mi querido Marcelino. La cosa está hoy entre don Hermógenes y Manuel del Palacio. No pensé que se atrevieran a elegir al médico ese, pero…nunca se sabe. Si le eligen, creo que se podrá decir fisispolonio.

Menéndez Pelayo.- Usted no ha dado descanso a la pluma, no. Pero le hicieron académico con su famoso discurso Observaciones sobre la novela donde yo mismo le contesté. Recuerde, recuerde.

Galdós.- Cómo no recordar. En efecto sin descanso a la pluma, escribí Doña Perfecta, Gloria, Marianela, y la familia de León Roch, con mucha fruición. Alguna de estas obras coincidieron con la Restauración. Cuando Alfonso XII entró en Madrid estaba yo corrigiendo las pruebas de Gloria. De la Restauración, de la existencia relativamente corta del Rey Alfonso, nada diré en estas páginas. Refiriendo en otras los dos casamientos de este simpático soberano, he contado algo, y aun algos, que el curioso lector leerá donde lo hallare.

Menéndez Pelayo.- Sí, don Benito, pero no me sea huidizo, ¿qué pasó con sus colegas? Sus amigos protestaron con la publicación de Gloria o Doña Perfecta.

Galdós.- No fue la cosa para tanto y sé que se refiere a Pereda. Le contaré algo. Mi gran amigo Pereda y yo fuimos a Portugal acompañados de un rico comerciante santanderino. Del 72, el primer año que yo visité la capital cantábrica, data mi entrañable amistad con el insigne escritor montañés; amistad que permaneció inalterable, fraternal, hasta que acabaron los días del glorioso autor de Sotileza y Peñas arriba. Vuelvo a repetir que algunos creen que Pereda y yo vivíamos en continua rivalidad por cuestiones religiosas y políticas. Esto no es cierto. Pereda tenía sus ideas y yo las mías; en ocasiones nos enredábamos en donosas disputas, sin llegar al altercado displicente. En verdad, ni don José María de Pereda era tan clerical como alguien cree, ni yo tan furibundo librepensador como suponen otros. En mi copioso archivo epistolar conservo como un rico tesoro multitud de cartas de Pereda, escritas maravillosamente en aquella prosa fluida, galana, incomparable.

Menéndez Pelayo.- No huya del altercado con sus amigos por religión, o no se acuerda lo que le escribió a Pereda? ¿Sobre sacudir las hopalandas? Usted le contestó a su Pereda que no es cierto que haya desollado a los católicos. “Demasiado bien los trato –dijo usted- en cuanto a católicos. No crea usted que se me pudrirán dentro del cuerpo ciertas ideas relativas a nuestro singularísimo modo de practicar la religión, nosotros los perfectos, nosotros los únicos que poseemos la verdad. Después de todo he sido hasta mojigato en mi último librillo. Más adelante será preciso sacudir las hopalandas.” Y bien que lo hizo, bien.

Galdós.- Sí, yo estaba incomodado y más que incomodado, furioso y frenéticamente inconsolable por la interpretación falsa, torcida y violenta que se empeñó Pereda en hacer de mi Gloria. Eso de ver en las páginas de Gloria una apoteosis del judaísmo es (digámoslo una vez más) una especie de habilidad estratégica, un como movimiento envolvente, mediante el cual un ingenioso y hábil enemigo podría combatirme con aparente inferioridad y derrotarme, exponiéndome a la ira de los cristianos, que es todo lo malo que me podrá pasa. (Galdós fuma tranquilamente). Se aproximaba la época feliz de las canas al aire, y yo si no las echaba en Santander, me parecía que me faltaba algo indispensable en la vida. Le dije, eso sí: “mi querido amigo, una de las satisfacciones de mi vida es que a pesar de mi anticatolicismo y de mi rebeldía, no me retire usted su amistad, lo cual me prueba su benevolencia y verdadero espíritu cristiano”.

Menéndez Pelayo.- No, si usted es don Cuco….tiene usted sobre la mesa una gran lista de individuos de la Academia. En la sección de académicos de número dice así: “Don Benito Pérez Galdós, Electo (N)  12 de junio de 1889 tomó posesión el 7 de febrero de 1897. Tardó usted la friolera de 8 años en posesionarse…a su ritmo ¿no?

Galdós.- No era cosa que me corriese prisa, francamente.

Menéndez Pelayo.- Óigame usted don autor y académico (mirando hacia el cielo con ironía) responda a esta cuestión: ¿La Academia de la Lengua para qué sirve?

Galdós.- Hombre no haga usted preguntas comprometedoras o que me obliguen a discurrir mucho.

Menéndez Pelayo.- ¿Quién había ocupado la silla N que usted ocupa en la actualidad?

Galdós.- Lo ocupaba un señor que se llamaba…a ver…¡Ah sí!, Don León Galindo y de Vera.

Menéndez Pelayo.- ¿Don León Galindo y de Vera? ¿Y qué había hecho para que le diera la Academia aquel sillón? Porque a mi no me suena como literato, siquiera de la incapacidad mental de algunos académicos, ni como político…

Galdós.- Creo que escribió el prólogo de la Ley hipotecaria. (mirando al cielo con igual ironía).

Menéndez Pelayo.- ¡Diablos! Sería un prólogo archidivino…

Galdós.- No se lo puedo decir a usted porque no lo he leído.

Menéndez Pelayo.- ¿Y va mucho usted por allí? ¿Por esa casa de sabios?

Galdós.- Poco, muy poco….lo mismo que usted, querido amigo.

Menéndez Pelayo.- (mirando la lista de asistencia que tiene en la mesa) el que bate el record es Don Mariano Catalina, que veo que aparece 1245, osea, mil ciento ochenta y tres más que usted, señor Galdós….que tiene solo apuntadas 62. El padre Coloma tiene solo 2 y ninguna Don Segismundo Moret y Prendergats, Don José Canalejas y Méndez, Don Santiago Ramón y Cajal, Don Armando Palacio Valdés, don Francisco Zaidin y Codera, Don Juan Vázquez de Mella y Don Leopoldo Cano. La silla N que ocupa don Benito es una de las veinticuatro históricas creadas al fundarse la Real Academia de España en 1713 a iniciativa del marqués de Villena, fundación que fue aprobada por real cédula de Felipe V, el 3 de octubre de 1714.

Galdós.- Pues hágase una idea de las estadísticas que a mi no me sirven.

Menéndez Pelayo.- (Con sorna) y cuente cuénteme algo de su vida parlamentaria…

Galdós.- No, si ya le veo a usted. Asistía yo puntualmente al Congreso sin despegar los labios. Oía, sí, con profunda atención cuanto allí se hablaba. De los debates no me ocupo, pues todo eso ha perdido interés en el vago curso de los tiempos. Trataré con preferencia de las amistades que en el parlamento hice. Por el cristal de mi memoria, que muy a menudo se empaña, pasan amigos de la política, de la literatura, de la prensa: Maura, Puigcerver, Canalejas, Villaverde. Gamazo, Balaguer, Núñez de Arce, Manuel Reina, Ramón Correa, Ferreras, el marqués de Castroserna…De los que cito a bulto solo vive Maura, actual director de la Academia Española, y aún conservamos la vieja amistad.

Menéndez Pelayo.- El señor Maura le apreciaba y admiraba a usted muchísimo y escribirá enormes alabanzas cargadas de sabiduría y atino con respecto a usted y a su magna obra. Le pondrá en el pedestal que sin duda usted merece. Maura me lo ha confesado.

Galdós.- Los demás pasaron, ¡ay! El que más perdura en mis recuerdos es el llamado Maestro Ferreras, el hombre de mayor agudeza política, el más sincero y consecuente, el que siempre fue la misma modestia, el que, habiendo podido ocupar puestos más altos, no quiso salir de su condición humilde y laboriosa, el leal amigo y en mil ocasiones consejero de Sagasta, pues Ferreras poseía como nadie el arte de expresar fielmente la opinión.

Menéndez Pelayo.- Cuénteme por favor alguna anécdota…otra quiero decir.

Galdós.- En la primavera del 88 Ferreras y nuestro amigo el marqués de Castroserna me catequizaron para ir con ellos a la Exposición de Barcelona -creo que en alguna parte he hablado de esto-. Castroserna era un prócer opulento y generoso, primer contribuyente por territorial de dos o tres provincias, liberal de corazón y muy adicto a don Práxedes. Poseía una galería de cuadros notabilísima que heredó de su hermano el conde de Adanero. Solía comer en el Casino, y casi siempre enganchaba en el Congreso a algún amigo para que le acompañase a la mesa. Llevaba consigo descomunal petaca llena de riquísimos habanos. Fumador empedernido, con exquisita urbanidad contagiaba del vicio del tabaco a sus amigos y comensales.

Menéndez Pelayo.- Siga, siga.

Galdós.- De acuerdo los tres amigos, partimos en el expreso para Barcelona; nos alojamos en un magnífico hotel improvisado que, si no me engaño, se llamaba Internacional. Visitamos la Exposición, maravilla en la cual se revelaban los altos pensamientos y la tenacidad del inolvidable ciudadano Rius y Taulet. A nuestro Sagasta le veíamos diariamente en el hotel Arnús, donde residía, y a la Reina Cristina ofrecimos nuestros respetos en el ayuntamiento, convertido en residencia palatina. En aquellos alegres días todas las naciones del mundo estaban presentadas en el puerto de Barcelona con lo mejor de sus escuadras. Cuando la reina salía de paseo en la lancha real, mandada por el general Antequera, estallaba el cañoneo de las salvas. El estruendo formidable, el humo, el griterío de los hurras de la marinería, daban la sensación de una colosal batalla entre los cielos y la tierra. Quien tal presenció nunca podrá olvidarlo. Pero pasemos a esta otra sala, venga usted don Marcelino a mi biblioteca.

Menéndez Pelayo.- Veo que está usted bien provisto y de cosa reciente, de clásicos griegos y latinos…

Galdós.- Esos tomos no los he comprado. Yo soy el hombre que menos libros tiene que comprar, porque raro es el escritor o el editor que no me envía sus publicaciones…Esta colección de griegos y latinos me la mandan de la casa de los Sucesores de Hernando, que fue la administradora de mis obras…Me vendrán bien, para consultar lagunas. ¡Bueno! En Santander, en Santander sí que tengo una magnífica biblioteca: ya la verá usted.

Menéndez Pelayo.- ¿Y lee usted todos los libros que le mandan?

Galdós.- Hombre, crea usted que me sería imposible. No tendría tiempo…Por de pronto, yo no corto sus páginas…Siempre las corta cualquier curioso que llega…Pero leo todas las que puedo, de autores nuestros, sobre todo de la gente nueva…

Menéndez Pelayo.- Gente nueva que luego serán discípulos de otro contexto de las claves de su profesión y creación en la literatura. Valle Inclán con su esperpento nacido del suyo de tantas y tantas obras, Unamuno con su nivola proyección de El amigo Manso, Lorca con su Bernarda proyección de Doña Perfecta…y así- A mi me han dicho –y me guardaré bien de decir que sea verdad- que Pérez Galdós, lee muy pocos de los libros que se le dedican: completos, poquísimos. Lo más que suele hacer usted –porque me lo dijo en su día y ahora no se acuerda- con la mayoría de los libros que recibe es leer unas cuantas páginas del principio, otras tantas del medio, y las mismas, poco más o menos del final. Esta es una pregunta algo descarada pensará usted, pero entienda que el público lo quiere saber todo. En realidad, ¿para qué obligarle a confesar lo contrario? Esta es cosa, señor Galdós, pero no se me disguste usted. Si son embustes, lo serán. La cuestión es que todos los autores le piden y le piden prólogos, reseñas, informes…

Galdós.- Bueno sí, (como rebuscando en un cajón) ahora mismo estoy escribiendo un prólogo para una obra de Bobadilla, Fray Candil…Debí haberlo hecho hace unos meses. El libro está impreso desde el verano pasado, y para salir a la calle no le falta sino mi prólogo…Y conste que lo hago con mucho gusto, por tratarse de Bobadilla a quien quiero mucho y cuyo talento admiro de veras, y por tratarse de una obra de viaje por España, materia de toda mi devoción y muy bien desarrollada, por cierto. Fray Candil se llama el libro. Y a pesar de mis propósitos y mi deseo aún está el prólogo por hacer…Lo concluiré un día de estos. 

Menéndez Pelayo.- Su papel desempeñado como editor no ha dejado indemne a cualquier lector o curioso de su obra. Es usted verdaderamente prolífico, un autor traducido en vida a muchos, muchísimos idiomas…¿cómo es que usted pasa penurias económicas?.

Galdós.- Algo debo decir de la traducción francesa de Misericordia. Un caballero parisién de alta posición en los negocios y en la banca, Maurice Vixio, consejero del Comité Central de los Ferrocarriles del Norte de España, que había residido en Madrid años anteriores y conocía muy bien nuestro idioma, me hizo el honor de verter al francés las páginas de esta obra. Afligido de una irreparable desgracia de familia, Vixio abandonó los negocios, trasladándose a una casa de campo que poseía en Versalles, y en aquella soledad apacible, sin otra sociedad que la de Ernesto Renan, que en una casita próxima moraba, entretenía sus ocios leyendo libros españoles. Entre ellos cayó en sus manos la novela Misericordia; la leyó, fue muy de su agrado, y no halló mejor esparcimiento para su soledad que traducirla. Por cierto, que en el curso de su trabajo muy a menudo me escribía, consultándome las dificultades del léxico que a cada paso encontraba, porque en esta obra, como verá el que leyere, prodigó sin tasa el lenguaje popular salpicado de idiotismo, elipsis y solecismos, tan donosos como pintorescos. Contestábale yo satisfaciendo sus dudas en lo posible, no en todos los casos, pues yo mismo ignoro el sentir de algunos decires que de continuo inventan y ponen en circulación las bocas madrileñas. La traducción de Misericordia fue acogida por el gran periódico parisién Le Temps, que la publicó en su folletín, dándole la difusión propia de un periódico de circulación mundial. Después de Le Temps pasó a la casa Hachette, que la editó con prólogo de Morel-Fatio, el más famoso y grande de los hispanófilos de Francia.

Menéndez Pelayo.- ¡Bien!!! Muy bien señor Galdós….yo que leo el francés de maravilla, procuraré ir siempre a esa primera traducción de Hachette donde usted aconsejó al traductor.

Galdós aparece buscando documentos manuscritos en su bureau de los antiguos con tapa para levantar, remueve y remueve resoplando y poniendo expresión de escepticismo…el escritor desordena más si cabe el papeleo que tiene delante de si

Galdós.- Tengo que arreglar esto, que está muy desordenado.

Menéndez Pelayo.- Siente usted –todo hay que decirlo- debilidad por los hombres sanos de corazón, por los humildes, por los buenos, los que se han labrado una posición honradamente y por su propio esfuerzo; por aquellos que sintieron siempre con sinceridad un ideal y no lo abandonaron jamás ni en horas de adversidad ni en horas de fortuna. Tomás Romero es de estos (Galdós asiente con la cabeza) y por serlo le profesa grande estimación don Benito…bueno como muchos otros, claro.

Galdós.- Ahora, espero que salga diputado, hombre, ¡sentiría mucho que no saliera diputado! Es, digan lo que quieran sus envidiosos, un hombre muy útil al partido y que se desvive por su distrito…Es de los que ejercen su investidura con la mejor buena fe…yo le quiero mucho…es muy bueno y muy inteligente…

Galdós sigue hojeando aquí y allá sus papeles casi frenéticamente

Menéndez Pelayo.- (Observando cierto caos) ¿Quiere usted que le ayude? Compadecido de verle tan atareado, y en parte, sea dicho en honor a la verdad, para descargarle pronto de su trabajo y aprovechar el tiempo en beneficio de mi encuesta.

Galdós.- Bien, bien…arregle usted lo que quiera.

Galdós.- A esta desventura hay que añadir otra. Así como un organismo debilitado y anémico es terreno apropiado para cualquier invasión morbosa, así el cuerpo de España, extenuado por el caciquismo y por el desuso de toda acción política saludable, viene a ser presa del morbo clerical, que desde los tiempos primeros de la Regencia comenzó a extenderse, y ya se corre formidable de la epidermis a las entrañas de la nación. Y no es el clericalismo, como la máquina política, un artificio de pintadas telas o dorados cartones, sino una organización de notoria eficacia, manejada por personas que van impávidas y perseverantes hacia un fin positivo, con la rigidez de principios y la sagacidad de medios que dan tanta fuerza a la institución sacerdotal.

Menéndez Pelayo.- Instituciones y más instituciones. Un viajante como usted, don Benito, es previsible que tenga una mentalidad, digamos diferente a como enfrenta la crítica social de su partido. Parece increíble que yo pueda escucharle don Benito.

Galdós.- Si usted lo dice. Por causa de la debilitación del cuerpo social, es más grave aquí que en Francia la cuestión mal llamada religiosa, pues no se trata ahora de dogmas ni cosa tal. En Francia, la robustez de las instituciones y el grande influjo de la opinión en el Gobierno, facilitan el problema. Allí se puede discutir en las Cámaras, si deben ser o no suprimidas las Congregaciones y sometido a prudente limitación el ya inmenso rebaño de clérigos, frailes, y beatas. Aquí tal debate sería peligrosísimo, quizás imposible, y los Gobiernos tímidos y de compadrazgo que en España se suceden no sabrían dar al problema más que una solución figurada, aplicando a los excelsos del clericalismo, freno y correctivo más aparentes que reales.

Menéndez Pelayo.- No si ahora arremeterá usted con sus ultramontanismos y demás.

Galdós.- En efecto, debo consignar los caracteres singulares del ultramontanismo español, para que se comprenda mejor su poder y la enormidad de los esfuerzos que habrá que emplear contra tal enemigo. Fuerte es, principalmente en España, el brazo clerical, por su carácter histórico, y acerca de esto conviene recordar fechas y sucesos del pasado siglo. Aunque los orígenes del absolutismo con bandera religiosa deben ser buscados en la política de los primeros soberanos de la Casa de Austria y en las guerras promovidas por éstos contra la Reforma y la Herejía, hasta el primer tercio del siglo XIX no aparece el formidable partido con organización militar y política, disputando el solio español a la hija de Fernando VII.

Menéndez Pelayo.- Al igual que ahora ¿verdad?

Galdós.- La espantosa guerra dinástica entre las dos legitimidades desde 1833 hasta 1840 fue una de las más encarnizadas y sangrientas. Unos y otros desgarraron cruelmente a la nación y la hicieron trizas. No pueden ser leídas sin horror las páginas de aquella trágica historia, que nos ofrece el sacrificio de una raza ante ideales que no merecían tan grande holocausto y ante personas que no valían ni con mucho la sangre derramada. No menos odioso que su hermano, don Carlos no supo implantar con la guerra un absolutismo práctico, como tampoco Fernando establecerlo en la paz. Fueron, cada cual en su esfera y en su tiempo, dos seres de siniestra memoria, que parecían instrumento de las iras celestiales, algo como ejecutores de una divina venganza contra nuestro desgraciado país. Creyérase que España, dejada de la mano del verdadero Dios, caía en poder de deidades maléficas, infernales. En los pueblos que por uno y otro ideal combatieron hubo grandeza, virtudes, heroísmo. En los que personificaron la contienda no se ve más que orgullo, fanatismo, sequedad del corazón y una incapacidad absoluta para regir soldados y pueblos. 

Menéndez Pelayo.- Cuán razón lleva. Durante el reinado de Isabel, el carlismo repitió su tentativa, pretendiendo ser el único representante de la verdad religiosa, y una nueva guerra organizada ensangrentó los días del período revolucionario, del reinado de don Amadeo de Saboya y de la Restauración, hasta que fue sofocada por el joven rey Alfonso XII.

Galdós.- Digo que fue sofocada, porque el carlismo no ha sido nunca destruido de un modo eficaz y éste es el error del país liberal en todo el siglo precedente, pues siempre puso fin a las campañas facciosas por medio de esfuerzos parciales y por convenios, arreglos y componendas. Lleva siempre la causa carlista tras sí a un poderoso encantador, el fanatismo eclesiástico, el cual no le abandona en sus caídas ni en sus más desastrosos vencimientos; va de continuo en pos de él, y si le encuentra roto en dos pedazos.

Menéndez Pelayo.- Le recoge cuidadosamente, uniendo las partes separadas; le da a beber el bálsamo de Fierabrás, y ya está el hombre resucitado y dispuesto a batallar de nuevo.

Galdós.- Las debilidades del liberalismo, motivadas en un excesivo temor a la autoridad romana, las estamos pagando ahora, y henos en pleno siglo XX con el mal en aterrador aumento, la muchedumbre eclesiástica cada día más dominadora y absorbente, el carlismo amenazando con nuevas tentativas. ¡Triste situación la de España por no decidirse a poner mano varonil en este conflicto, afrontando las amenazas del absolutismo con el firme propósito de tenerlo a raya, que medios le sobran para ello, y de enterrar definitivamente ese espantable muerto en forma tal que sea su resurrección imposible!

Menéndez Pelayo.- (Con gran ironía) Explique, explique usted el problema que le ha llevado a que le tachen a usted de anticlerical.

Galdós.- Falta exponer el carácter social del clericalismo que con formas modernizadas nos invade ahora, y que nos ahogará si no ponemos toda nuestra energía en la empresa de contenerlo, ya que no de destruirlo. Desde los primeros años de la Regencia, la invasión de Congregaciones religiosas con fines, más que contemplativos, prácticos y experimentales, ya en la educación, ya en la caridad, ha ido creciendo por días, y hoy son tantos los institutos de esta clase, que es difícil contarlos designando a cada uno por su nombre canónico o por los que ellos mismos se han dado, con espontánea creación, en el seno de la Iglesia.

Menéndez Pelayo.- En Barcelona, la ciudad más populosa y rica de nuestra Península, la que en todas las iniciativas marcha a la vanguardia de nuestra cultura, cuenta con 180 casas de religión, edificadas en el centro o en las afueras de la ciudad, como un plan estratégico de baluartes fortificados que custodian y oprimen al vecindario. En Madrid también es enorme el número de establecimientos de esta clase, y en Bilbao, Málaga y Sevilla los hay de importancia y número correspondiente a la riqueza de estas poblaciones.

Galdós.- Una variada muchedumbre de frailes y monjas pueblan estas casas, siendo pocas las personas que viven en reclusión; la gran mayoría de religiosos de uno y otro sexo hacen vida urbana y callejera, metidos en el vértigo de la vida social, ya movidos del afán de sus petitorios, ya por sostener por el visiteo constante sus relaciones con damas y caballeros de alta posición, clave de su poder espiritual y de los resortes materiales con que lo hacen más eficaz y más duro. Al propio tiempo, la enseñanza secundaria y superior está en manos religiosas. Sería largo de referir por qué serie de concesiones, verdaderas inocentadas del Poder Público, hemos llegado a este predominio eclesiástico en la dirección de una parte muy principal de la juventud. Los jesuitas, hombres de tenaz ambición, maestros en el arte de introducirse y arraigarse, han sabido implantar dentro del Estado un Estadillo Escolar con todos los organismos docentes, desde las enseñanzas elementales, hasta las universitarias, y en ellas reparten el pan de la Ciencia, que, según dicen los que lo han catado, y son muchos, ¡ay! No es sabroso ni nutritivo.

Menéndez Pelayo.- (Con gran pesadumbre) Algún día este problema, el problema según afirma usted, estallará.

Galdós.- No circunscribe la Compañía su acción tutelar a la enseñanza, y pretende hacer maravillas en la educación. Los chicos adquieren bajo su gobierno buenos modales y una frialdad tónica que, cuando sean hombres hechos y derechos, les servirá de preservativo contra las pasiones. No agrada a los Padres que gocen de libertad en sus recreos, y han fundado para ellos una Hermandad medio divina y medio humana, bajo el rótulo y patrocinio de San Luis Gonzaga.

Entre los llamados Luises hay jóvenes de gran talento, ¿quién lo duda? Hijos de los hombres más ilustres de la nación; a la aristocracia del dinero pertenecen muchos; otros, a la de la inteligencia. En estos institutos, al modo de piadosos casinos, pasan largas horas del día y aún de la noche, alternando los devotos ejercicios con los pasatiempos más honestos y con la lectura de los libros más insípidos que se han escrito en el mundo. Pero no puede dudarse que el ambiente de sosería y aburrimiento que allí se respira, y el trato frío de la Comunidad que dirige a los muchachos en tales casas o limbos, les hace mártires de su propia virtud y de la glacial insensibilidad jesuítica, tras de la cual abdica todos sus fueros la personalidad humana. ¡Juventud sin pasiones, sin arranques, sin delirios, sin ensueños de amor y aventuras, qué cosa tan triste! Hay entre los tales luises jóvenes muy simpáticos, que se ven forzados a disimular su talento y no pueden conseguirlo: en el trato social son unos ángeles elegantísimos; pero bien dejan comprender, con la tristeza de su mirar, que detestan el compromiso que han contraído de ser ángeles, llevando las alas escondidas dentro del frac o del smoking.

Menéndez Pelayo.- Vamos que la crianza de generaciones suele salirles fallida a los obreros de Loyola.

Galdós.- Pero como no hay cosa mala ni buena que cien años dure, y las organizaciones contrarias al orden natural, rara vez prevalecen, el mejor día vendrá la repentina emancipación de toda la graciosa cohorte infantil, y la patria recobrará esas preciosas inteligencias secuestradas. Ellos serán librepensadores, quizá volterianos, que hartos estamos de ver la evolución de corderos a lobos en la psicología religiosa. Cuando menos se piensa, ven éstos malogradas sus laboriosas jornadas, resultando que los hijos salen a sus padres verdaderos y son hombres como lo fueron éstos, no al modo de los padres empolladotes, que quieren formar Humanidad nueva, moldeada en una falsa perfección, tan antipática y absurda como las comedias que representan los chicos en sus ratos de ocio. La Humanidad que quieren traernos los ignacianos es como su fría arquitectura, como su arte, como su música, como sus sermones, como en su ciencia: una Humanidad sin gracia, sin femenino.

Menéndez Pelayo.- Sin femenino, don Benito, sin femenino. A usted le han influido sin duda corrientes religiosas de fuera de España, europeas, y aún americanas con tanto viaje como ha hecho usted.

Galdós.- No será irreverente decir que el mal gusto y la sosería de la Orden, su falta absoluta de sentimiento poético, se manifiesta hasta en la advocación, que prefiere para el culto mariano la Virgen sin niño, la que por la propia elevación y sutileza del dogma que representa es la que menos expresa la armonía entre lo divino y lo humano. El Carmelo, el Rosario, las Angustias, la Soledad, ¡cuánta mayor belleza encarnan y cuán ardorosamente mueven la ternura en las almas cristianas, principalmente en el alma española! En esos admirables símbolos de la piedad hallan consuelo las desdichas y el dolor, inherentes a la humana naturaleza; son la luz que señala a los pecadores, a los afligidos, a los que padecen hambre o persecuciones; los caminos de la esperanza.

Menéndez Pelayo.- En ello denota usted su experiencia aprendida en colegio religioso, agustino, y en la observación, claro. Cada cosa en su sitio.

Galdós.- Lo que se dice del culto de la Virgen puede extenderse al culto de los corazones, característico de la Compañía, y a la desdichada iconografía que lo representa. A cambio del sentimiento estético de que carecen los jesuitas han establecido en sus templos comodidades casi suntuarias y no pocos refinamientos de orden y limpieza. Todo su sistema tiene al dominio sobre las lamas de los ricos, a quienes halagan con la higiene del local eclesiástico, seguros de que las personas regulares no lo frecuentarían si en él no hallaran el ambiente grato y el confort de sus propios domicilios. No aspiran los jesuitas al dominio de los pueblos por la sumisión de las muchedumbres, en las cuales siempre han encontrado indiferencia u hostilidad; aplican toda su acción sectaria a las clases pudientes, principalmente a la burguesía, enriquecida en los negocios; a la fuerte clase social, donde más abundan las conciencias turbadas, por ser la clase de las improvisaciones de riqueza, de las luchas pasionales, de los extravíos de la vanidad y el lujo. Con admirable sentido, los de Loyola han sabido escoger el terreno más adecuado a sus ambiciones de imperio, y es forzoso reconocer que han hecho maravillas, y que, dentro de la expresada clase, han construido un monstruoso nidal, eminente, donde puedan clamar muy alto y medirse con el Estado y las instituciones.

Menéndez Pelayo.- Lo que es el sentido de adaptación a la realidad y tacto exquisito para pulsar la masa humana sobre la que operan y entenderse con ella, no puede negárseles; son en esto consumados maestros.

Galdós.- Tal poder ha logrado que arrancárselo sería obra no menos dedicada que peligrosa. Como no podía ser tarea fácil conquistar la conciencia y la voluntad de los hombres, dígase en este caso señores o caballeros, se han apoderado de las almas de las mujeres, entiéndase señoras o damas, llegando en esta captación a resultados increíbles. Han dominado a las madres por las devociones de buen tono y sin austeridad, así como por le arte de armonizar la moral con la vida regalada y el usufructo de los bienes terrenos; a las señoritas, por la falaz idealidad religiosa, insípido manjar que se les administra en los colegios elegantes, y que las pobres niñas inocentes ingieren sin conocimiento del mundo ni de la sociedad. Las mujeres que se dejan entontecer permiten y fomentan la labor jesuítica, hasta que les arrancan a sus hijas para hacerlas ángeles en algún convento de los de flamante creación.

Menéndez Pelayo.- En efecto, ha escrito usted mucho sobre esta singular situación tan característica de la educación  y formas de nuestro país.

Galdós.- No faltan maridos y padres que, perdido el seso, como sus hijas y mujeres, asienten a todo y se dejan llevar por los caminos angelicales, en cuyo término suele estar el trasiego parcial o total de los bienes de la familia al acervo de la Orden; pero los hay que no se conforman, y aunque ostensiblemente no se atreven a protestar y aún aceptan su misión al fraile o jesuita que domina la casa como país conquistado, hacen por distraerse de las melancolías en que tal situación les pone. En la casa, por no chocar con las señoras y señoritas, se muestran piadosos, en la calle y en los casinos, que por causa de los rozamientos domésticos frecuentan más de lo regular, ponen el grito en el cielo y claman porque de alguna parte salga el remedio pronto y radical de esta grave perturbación. En Madrid y en las capitales ricas, donde operan los ignacianos, hay multitud de maridos viejos y jóvenes que ya refunfuñan de llevar sobre sí la masa del jesuitismo, y no pueden ocultar la tristeza y hastío que en la vida de la familia encuentran.

Menéndez Pelayo.- ¡Uf!, don Benito, es usted un orador social. (con sorna.)

Galdós.- La de los clubs ha tomado un vuelo extraordinario en los años últimos. Difícil es la solución de este problema para los hombres de mediana energía que a todo se resignan antes que promover domésticas algaradas en que salgan vergonzosamente derrotados por el fanatismo de las hembras. Alguno ha sabido ya rebelarse valeroso; mas la fuerza del bello sexo fanatizado es tal, que no bastará el valor, y se necesitará el heroísmo de padres y esposos para romper el encantamiento y reconstruir la familia cristiana. Rara es hoy la casa de personas acomodadas que no tenga en su seno la guerra civil. Forzoso será que intervenga al fin el Poder público, obligado a poner su mano en el grave trastorno de la sociedad española; pero el Poder público se encontrará con una espantosa trinchera, defendida por señoras que son las más fieras combatientes en guerras de conciencias. ¡Triste destino el de un Gobierno que obligado se vea a plantear batalla con mujeres! Valientes son ellas, y ocupan formidable posición. A sus espaldas hállanse muy al cubierto los santos varones que suministran a las combatientes la divina pólvora con que abrasan a todo el que se aproxima. El Poder civil no puede desalojar de su posición a las enemigas, sino aplicándose previamente a desalojar a los de retaguardia, a quitarles la pólvora, a mojársela por lo menos.

Menéndez Pelayo.- Queda clara su fama de anticlerical, querido amigo.

Galdós.- Sojuzgando el contingente femenino de las clases inferiores, el clero ignaciano ha labrado todo lo que ha podido en las capas populares, conquistando para sus fines a las muchachas trabajadoras, y echando una red extensísima, en que han cogido a las criadas de servir, con lo cual se ha provisto de un admirable instrumento para fisgonear en el interior de las casas ricas. Y aunque la conquista de este femenino de clase baja no significa el dominio del pueblo, es por el pronto, una posición ventajosa y una nueva base de operaciones para futuras campañas. A todo el mujerío alto y bajo lo condenan con devociones prolijas y no tan fastidiosas como las del ordinario ritual, y combinan las horas de modo que no puedan las niñas concurrir a bailes ni a teatros, ni aún al inocente pasear por calles o alamedas.

Menéndez Pelayo.- Doña Perfecta, Casandra, Electra…entre otras han reflejado divinamente esta cuestión.

Galdós.- Y es que lo que saca de quicio a los llamados compañeros de Jesús es que las hembras se diviertan y anden entre hombres. Si ellos pudieran, encerrarían en los Seminarios a todos los varones, y en beaterios a todas las muchachas y señoritas. De este modo no habría pecados. ¡Qué Humanidad tan hermosa obtendrían por este medio! Cierto que la juventud peca, y, si la dejan, pecará enormemente; pero también es probado que la juventud aburrida se lanza con locura febril a mayores infracciones de la ley moral. Esto no lo comprenden, o afectan no comprenderlo, los hombres que, con más ciencia de los libros de la realidad propagan un ideal de virtud espantosa y lúgubre, que seca las fuentes de la vida y no puede dar otro fruto que la epilepsia o la imbecilidad.

Menéndez Pelayo.- En esto sí que le doy la razón.

Galdós.- Lo grave de esta dolencia social es que ha cogido el cuerpo político debilitado por el caciquismo. España carece hoy casi por completo de fuerza fisiológica que la preserve contra las invasiones que atacan su epidermis, y luego su tejido, sus entrañas, su organismo todo; la nación ha desmayado en el uso de sus facultades directivas, abdicándolas en unos cuantos caballeros cuyo interés político constituye  una oligarquía que finge el movimiento vital. Por este desmayo, por esa parálisis lenta de la vida propiamente orgánica, por esa renuncia indolente de todos los derechos y de su expresión, ya no sabemos dónde está la parte de soberanía que nos corresponde, y hay que pensar que se ha extinguido o que ha pasado del pueblo a los oligarcas en cuyas manos está la poca acción política que aquí se ejerce.

Menéndez Pelayo.- Oligarquía…

Galdós.- Que el caciquismo, nuestro señor, es impotente para poner coto a la invasión clerical, no hay para qué decirlo: bien quisiera él destruir tan formidable enemigo; pero no puede, no tiene sangre, no tiene alientos, no tiene fuerza anímica, por carecer de ideales y vista para mirar más allá de su particular conveniencia. Y siendo tan débil la oligarquía reinante, lo más seguro es que se la tragará el clericalismo, recogiendo de su víctima la soberanía, para transmitirla al Papa, que vendrá pronto a ser, si Dios no lo remedia, nuestro indiscutible soberano temporal. No es esto un sueño, sino realidad al alcance de los observadores menos atentos. Veremos, pues, redivivos en nuestro suelo los Estados Pontificios, por cuyo restablecimiento suspiran algunos católicos con más fervor religioso que patriotismo.

Menéndez Pelayo.- Los que por tales caminos llevan o dejan llevar a esta nación, no se hacen cargo de la injusticia de semejante campaña, cuyo término podrá ser la transmutación insidiosa de la nacionalidad; pues si España abomina del clericalismo y rechaza el ser convertida en territorio temporal del Papa, no disputa a éste su jurisdicción espiritual, ni le regatea la más pequeña porción de su autoridad en el terreno dogmático. En este inmenso pleito entre una nación y el jesuitismo insaciable no se pone en tela de juicio ningún principio religioso de los que son base de nuestras creencias; lo que se litiga es el dominio social y el régimen de los pueblos.

Galdós.- Desembarazada España de la turba-multa de frailes y jesuitas, quedaría bajo su tradicional constitución religiosa, gobernada espiritualmente por sus obispos y su clero secular, que, actuando solo y libre, sin la diabólica inspiración del jesuitismo, reinaría pacíficamente, respetuoso y respetado.

Por esto, el buen arte político aconseja que no se complique el problema confundiendo en un solo anatema a las dos familias sacerdotales, y si en otro tiempo dijo alguien “no toquéis a la Marina”, ahora todos debemos decir a los gobernantes: “no toquéis al clero secular”.

Menéndez Pelayo.- Y si es sincero el propósito de combatir al clericalismo, a la anterior receta ¿debe agregarse otra de segura eficacia?

Galdós.- No temer la guerra civil, no ver el fantasma del carlismo en proporciones mayores que las que realmente tiene. Si la guerra se presentara, lo que no es muy dudoso, deber de todos, Gobierno y país, es afrontarla con valor, vencer al faccioso y enterrarlo tan hondo que no pueda resucitar. ¿Podrán dar solución al temido problema el país anémico y los debilitados oligarcas? No perdamos la esperanza de que así sea, porque en las naciones se corrige la anemia más fácil y prontamente que en los individuos: se cura con una fiebre que España padece ahora en altísimo grado, y en el ansia de vivir.

Menéndez Pelayo toma un respiro abriendo la ventana de al lado, corre las cortinas, observa el exterior con cierta angustia derivada de la intensidad de la conversación y del ímpetu arrasador del gran escritor de las letras españolas

Menéndez Pelayo.- Retomemos nuestra conversación don Benito. Por aquellos años de intensa actividad dramática –recuerdo ahora la Semana Trágica de 1909- con la muerte del pedagogo Ferrer i Guardia usted se revolvió, se hizo revolucionario con comentarios como este de Cánovas: Ya nuestra España es de ustedes. Aquí no reina Alfonso XII, sino el bendito San Ignacio, que a mi parecer está en el cielo a la izquierda del Dios Padre…Los españoles somos católicos borregos, y sólo aspiramos a ser conducidos por el cayado jesuítico hacia los feraces campos de la ignorancia…Nos postramos, pues, ante el negro cíngulo y rendimos acatamiento al dulcísimo yugo con que se nos oprime Ad majorem Dei gloriam.

Galdós.- Sí, también se hicieron muy famosas estas otras palabras que con buen tino afirmé en una de las declaraciones que siguieron al estreno de Casandra: «Ya se ha visto la verdad de lo de Barcelona. Total varios tumultos y 40 conventos quemados. En buena hora sea. Ya se les reedificarán las casas a las monjitas y frailecitos y todo volverá a lo que fue. Pero ha sido una lección, un primer aviso».

Menéndez Pelayo.- Puede comprender que para mi, sea esto de gran ejercicio de resignación escucharle a usted…casi me convence. Cree que España está dividida en dos, ¿verdad?

Galdós.- Sí, esto afirmé en muchas ocasiones en mis obras, en mi último episodio sobre Cánovas: Fortalecerán su poder educando a las generaciones nuevas, interviniendo la vida doméstica y organizando sus ejércitos de damas necias y santurronas, paulatinamente dotadas con el armamento piadoso que les llevará a una fácil conquista… Cuando salgamos de paseo y nos encontremos con un ignaciano, yo me quitaré el sombrero y tú darás una discretísima cabezada en señal de aparente sumisión, rezongando para nuestro sayo: “Adiós, reverendo; vive y triunfa, que ya te llegará tu hora”.

Menéndez Pelayo.- Bien, por Electra, bien por los innumerables comentarios aquí y allá, sus escritos…que no es fácil saber de qué lado está usted realmente, sobre todo si pensamos en lo contradictorio de sus ideas, como todo escritor, creando personajes como Nazarín, Benina, Halma, Guillermina Pacheco…todos muy piadosos. Claro que no es igual cosa la fe, el ser bueno, con el clero.

Galdós.- Efectivamente. 

Menéndez Pelayo.- Pero quizás un escritor no debería significarse tanto ¿o sí?

Galdós.- Voy adonde la política es función elemental del ciudadano…A los que me preguntan la razón de haberme acogido al ideal republicano les doy esta sincera contestación: tiempo hacía que mis sentimientos monárquicos, estaban amortiguados; se extinguieron absolutamente cuando la ley de Asociaciones se planteó, en pobres términos el capital problema español, cuando vimos claramente que el régimen se obstinaba en fundamentar su existencia en la petrificación teocrática….¡Adiós ensueños de regeneración, adiós anhelos de laicismo cultura!…ingreso en la falange republicana, reservándome la independencia en todo lo que no sea compatible con las ideas esenciales de la forma de gobierno que defendemos. Coadyuvaré en la magna obra con toda mi voluntad. No me arredra el trabajo. Cada cual tiene su forma personal de trasmitir las ideas. La forma mía no es la palabra pronunciada, sino la palabra escrita, medio de corta eficacia, sin duda, en estas lides. Pero como no tengo otras armas, éstas ofrezco, y éstas pongo al servicio de nuestro país.

Menéndez Pelayo. ¿Cómo se relaciona ese pensamiento con el patriotismo, por ejemplo? También se dice que Galdós es el más patriota, es el escritor nacional.

Galdós.- Mi patriotismo es de puro manantial de roca…los que en una larga vida hemos presenciado los fragorosos triunfos y caídas del Principio Liberal en el último medio siglo, podemos decir con seguro conocimiento que la reacción por que ahora se nos encamina es de las más tenebrosas y deprimentes. La labor ha sido lenta y taimada, disimulada en largos años de fariseísmo mansurrón, y catequesis mañosa de las voluntades débiles. Poco a poco, con suave gesto y voces blandas, se nos ha ido conduciendo y acorralando; quieren llevarnos al limbo de la tristeza, del pesimismo y de la imbecilidad, y en este limbo nos estancaríamos formando una masa servil y pecuaria, si no nos sublevásemos contra estos nuevos pastores, en los cuales hay de todo: lo español y lo extranjero, lo divino y lo humano…al pueblo español, que de ellos los republicanos espera la conservación de los bienes existente y la restitución de los sustraídos, libertad de pensamiento y de la conciencia, cultura, trabajo, equilibrio económico, sólo les diría: “Poned fuego en vuestros corazones”. Ninguno de los que aquí estén presentes, en estas palabras, dejará de sentir en su alma una secreta voz que reproduzca, sin ninguna variante, un concepto del primer estadista español del siglo XIX, del glorioso, del inmortal Prim: ¡Radicales, a defenderse!

Menéndez Pelayo.- La conjunción republicano-socialista estaba formada por Tomás Romero y usted mismo, como diputados de la minoría republicana, Pablo Iglesias y Mora por los socialistas. Garande y Cabañas por los progresistas; Pi y Arsuaga y Féliz de la Torre, de los federales, Joaquín Dicenta por la minoría republicana del ayuntamiento. Sé que las reuniones se desarrollaban en su casa o en la de Romero y que por aquel entonces no estaba todavía Lerroux. Cuando usted iba camino de Barcelona al estreno de Casandra su obra sin duda más anticlerical, más intelectual que Electra, logró convencer a Lerroux, pero no a todos sus compañeros como Sol y Ortega que se mostraban disidentes. La decepción llegaría.

Galdós. En aquella ocasión me asqueó un poco la forma en que se hace la política en España. Lo mismo en los partidos monárquicos que en los republicanos hay muchos criterios opuestos, y algunos actos y pensamientos no obedecen siempre al ideal, sino que se acomodan a la conveniencia propia.

Menéndez Pelayo.- Usted siempre se adelantó a su tiempo.

Galdós. Sí, es posible solo con pensar se puede apercibir lo que sucede en el país en que uno vive. El absentismo político es la muerte de los pueblos…el que por asco se aleja de la política no merece ser hombre ni libre…prefiero y admiro a un carlista, a un clerical rabioso, mejor que a un indiferente político. Cada día estoy más descorazonado…ha habido día que pensé meterme en casa y no ocuparme de política. Pero lo he pensado mejor. Voy a irme con Pablo Iglesias. El y su partido son lo único serio, disciplinado, admirable que hay en la España política.

Menéndez Pelayo.- Con todo, los historiadores han señalado con rigor las diferencias existentes entre el anticlericalismo del Partido Socialista y el anticlericalismo de los partidos radicales burgueses, y sin duda su participación en los sucesos anticlericales de 1901, fue mucho más suave, a pesar de que exigían el laicismo en la enseñanza y en las leyes, así como la supresión del presupuesto del clero y la confiscación de sus bienes. Sonado fue el discurso de Pablo Iglesias en el Congreso del Partido celebrado en Gijón en 1902, cuando dijo: Nos piden los socialistas que se arrastre a los frailes y se quemen los conventos; respetamos los hombres y combatimos las ideas. Vamos más lejos que los radicales burgueses. Queremos la muerte de la Iglesia cooperadora de la explotación de la burguesía; para ello le quitamos los hombres y así le quitamos conciencias. Pretendemos confiscarles los bienes.

Galdós.- No combatimos a los frailes para ensalzar a los curas. Nada de medias tintas. Queremos que desaparezcan los unos y los otros.

Menéndez Pelayo.- Y los musulmanes, ¿qué piensa usted de ellos? La guerra con Marruecos…Aita Tetauen…tantas cosas de la Historia.

Galdós.- Fue muy grata, enormemente grata mi visita a Tetuán y mi estancia en Tánger. Conozco bien el carácter de nuestros vecinos.

Menéndez Pelayo.- Tengo yo cierta envidia de sus viajes y conocimientos.

Galdós.- Digo lo que siempre he dicho. Incorporé una de mis mejores creaciones a Misericordia en la figura del marroquí sefardí, el ciego Almudena. En cuanto a los musulmanes diré lo que ya expuse en Aita Tetauen: No es el moro enemigo de poca cuenta, y en su tierra cada hombre vale por cuatro… Otra cosa les digo para que se pongan en lo cierto al entender de guerras africanas, y es que el moro y el español son más hermanos de lo que parece. Quiten un poco de religión, quiten otro poco de lengua, y el parentesco y aire de familia saltan a los ojos. ¿Qué es el moro más que un español mahometano? ¿Y cuántos españoles vemos que son moros con disfraz de cristianos?

Menéndez Pelayo.- ¿Y en lo del celo por las mujeres y en tenerlas al por mayor?

 Galdós.- Pues que allá se van unos con otros; que aquí el que más y el que menos no se contenta con la suya, y corre tras la del vecino. Los harenes de aquí se distinguen de los de allá en que están abiertos, y así nuestras moras salen y entran cuando les da la gana, y hacen su santo gusto. No hay cosa más fácil que venir acá un moro, aprender el habla en poco tiempo y hacerse pasar por español neto. Yo he conocido un moro de Larache, que aquí se llamaba Pablo Torres, y ni el diablo conocía el engaño. Las caras y los modos de accionar son los mismos acá y allá; y si se pudiera cambiar fácilmente de lengua como de vestidos, vendría la confusión de pueblos…Si gana Tetuán a Tánger por el misterioso laberinto de sus calles y por la grandeza y frescura de los montes y vegas que la circundan, ventaja lleva este pueblo al otro por la majestad del mar, en cuya orilla está edificado y por la diligencia de tanto comercio y del entrar y salir de mercancías. Incansable y curioso recorrí toda la población, dominándola de un extremo al otro. Yo no tiraría piedras sobre mi propio tejado pero…allá cada cuál.

En las páginas de Galdós quedan animados de vida imperecedera las clases populares, en toda la gradación de sus penalidades, desvalimientos y miserias, y las clases medias en la dilatadísima serie de sus angustias, de sus anhelos, de sus desniveles resbaladizos, de sus vergonzosas estrecheces, y también de sus bríos emprendedores; alumbrado queda y acopiado, a propósito de las gentes de toda condición, el raudal de sufrimientos, de virtudes, de heroísmos y también de bellaquerías, claudicaciones y abominaciones, que pasa, como corriente subálvea, entre los revueltos yacimientos sociales.

https://www.fnac.es/a4402725/Galdos-Dialogos-biograficos

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