Renaciendo la lucha

IV-

El 23 de diciembre de 1896 estrenó Benito Pérez Galdós La fiera en La Comedia, un drama político en tres actos en el que se condenan los extravíos del fanatismo. Un texto que podríamos denominar hoy como premonitorio, claro. Dos Españas enfrentadas sin más, con el fanatismo como escenografía, el drama español de siempre. Galdós hizo en aquellas fechas diversos viajes por provincias para asistir a las muchas de las representaciones de sus obras. En marzo fue a Valencia para asistir al estreno de Doña Perfecta.  Después estuvo en Alicante. A su regreso a Valencia asistió a una fiesta popular, el 17 de dicho mes, dada en su honor en la Albufera por el Ayuntamiento y el Ateneo, en la que se quemaron tracas y hubo bailes populares. Fue a Zaragoza y asistió a una representación de Doña Perfecta el 14 de abril mas hizo un viaje a Barcelona y el Ayuntamiento le dedicó una brillantísima serenata. Aquella misma noche se representó en el teatro lírico Los Condenados. En Valladolid asistió a una representación de Realidad y en Oviedo presenció el estreno de La loca de la casa. Al día siguiente se celebró un banquete en su honor. Hubo un brindis muy entusiasta de Rivas Moreno, gobernador civil de la provincia, del rector de la universidad y de don Melquíades Álvarez. Ni qué decir tiene su presencia en otras ciudades como Santander, Bilbao, Vizcaya…tantas y tantas. De todo lugar le propinaban una cariñosísima despedida al genio de las letras hispánicas.

Aparece en escena la joven actriz judía Concha Morell

Concha.- Ya ve, maestro, que me toca hablar con usted de politiqueos y demás asuntos poco atractivos para mi…aunque haré el esfuerzo, claro. (mirándole fijamente) Volvamos a rememorar si le parece aquellos comienzos suyos en la corte…para empezar por alguna parte.

Galdós.- Como ya he dicho pero lo recuerdo otra vez, en el 63 o 64 mis padres me mandaron a Madrid a estudiar Derecho, y vine a esta Corte y entré en la Universidad, donde me distinguí por los frecuentes novillos que hacía, como he referido en otro lugar. Escapándome de las cátedras, ganduleaba por calles, plazas y callejuelas, gozando en observar la vida bulliciosa de esta ingente y abigarrada capital.

Concha.- Sé que aquellos años fueron muy controvertidos como obedece a un país como el nuestro y con ello usted no se dedicó en absoluto a la vida de estudiante de derecho. (Aparte. Claro que esto ya lo hemos visto bien en personajes como Juanito Santa Cruz, calco, calco de su persona)

Galdós.- En aquella época fecunda de graves sucesos políticos, precursores de la Revolución, presencié, confundido con la turba estudiantil, el escandaloso motín de la noche de San Daniel -10 de abril del 65- y en la Puerta del Sol me alcanzaron algunos linternazos de la Guardia Veterana, y en el año siguiente, el 22 de junio, mejorable por la sublevación de los sargentos en el cuartel de San Gil, desde la casa de huéspedes, calle del Olivo, en que yo moraba con otros amigos, pude apreciar los tremendos lances de aquella luctuosa jornada. Los cañonazos atronaban el aire; venían de las calles próximas gemidos de víctimas, imprecaciones rabiosas, vapores de sangre, acentos de odio…(en silencio y con emoción) Madrid era un infierno. A la caída de la tarde, cuando pudimos salir de casa, vimos los despojos de la hecatombe y el rastro sangriento de la revolución vencida (con grave acento).

Concha.- Todo el mundo conviene en pensar que estos acontecimientos decidieron directamente sobre su vocación y su implicación en la historia de nuestro país…pronto se hizo reportero impresionado por los sucesos ¿verdad?

Galdós.- Claro, como espectáculo tristísimo, el más trágico y siniestro que he visto en mi vida, mencionaré el paso de los sargentos de Artillería llevados al patíbulo en coche, de dos en dos, por la calle de Alcalá arriba, para fusilarlos en las tapias de la antigua Plaza de Toros. Transido de dolor, les vi pasar en compañía de otros amigos. No tuve valor para seguir la fúnebre traílla hasta el lugar del suplicio, y corrí a mi casa, tratando de buscar alivio a mi pena en mis amados libros y en los dramas imaginarios, que nos embelesan más que los reales.

Concha.- Se conoce que esos acontecimientos y otros más observados y vividos le abocaron pronto a la política.

Galdós.- Yo nunca había sentido gran vocación por la política, pero sin esperarlo y por obra y gracia de Ferreras, me encontré de pronto con la investidura de representante de la nación. El rey Alfonso XII, murió en septiembre del año 1885 y al año siguiente se convocaron las Cortes de la regencia. Ferreras habló a Sagasta de mí para que me eligiesen diputado; Sagasta hizo suyos los deseos del célebre periodista y, con tan eficaz ayuda, fui elegido diputado a Cortes por el distrito de Guayama (Puerto Rico).

Concha.- Gran episodio de su vida, sin duda.

Galdós.- (Mirando fijamente) y…¿cuántos votos dirá usted que obtuve?

Concha.- Pues….no sé.

Galdós.- ¡Diez y siete! Con eso bastó para erigirme en representante de la nación. Pero ahora he de contarle la forma en que eran elegidos los diputados de Puerto Rico y Cuba para que se expliquen esa votación. Días antes de ésta, el gobierno telegrafiaba a las autoridades de las citadas islas comunicándoles la lista de los candidatos que habían de ser elegidos diputados, y era seguro el triunfo de los que en ella figuraban. Sin embargo, en aquella ocasión la protesta de los americanos a elegir representantes a gusto del gobierno, se exteriorizó con mayor eficacia, y no todos los que en la lista figuraban salieron triunfantes. Entre ellos recuerdo a Perojo y a Sellés, que no fueron elegidos. Yo fui al Congreso y me senté en los escaños transformado, por arte del acta, en un perfecto sagastino, en un completo ministerial y voté todo lo que el Gobierno quiso.

Concha.- Observo una ironía muy sutil…

Galdós.- La única cosa que hice en aquella legislatura fue la contestación al discurso de la Corona. En las sesiones me concreté a decir sí y no. Cuando nació Alfonso XIII me designaron para formar parte de la comisión del Congreso que había de acudir a Palacio, para asistir, representando a la Cámara, a la presentación del nuevo soberano. Constituyeron, conmigo, dicha comisión, Maura, Valderas, y don Pío Gullón, que era el presidente. El acto me pareció muy curioso. Vi a Sagasta aparecer con una gran bandeja que contenía el cuerpo del monarca recién nacido, envuelto en algodones y adornado con unos lazos de las insignias del Toisón de oro y las demás órdenes, en forma que parecía un corderillo. A aquel Parlamento se le llamó el Parlamento largo, porque duró la legislatura cerca de cinco años. Al principio marchamos bien, pero fueron solo unos meses, porque en seguida surgió la disidencia de Martos. Luego ocurrió la sublevación de Villalcampo y apareció el partido casolista. En aquellas Cortes, se sentó también por primera vez en el Congreso don Gumersindo de Azcárate.

Concha.- ¿Asistía con frecuencia al Congreso?

Galdós.- Todos los días pero porque me gustaba estar de tertulia con los amigos en el salón de conferencias.

Se escucha el vocerío y el ruido de un mitin

Concha.- Asiduo era de los mítines del 1º de mayo, cuando dijo: “Estamos sobre un volcán; más claro, estamos sobre el 1º de mayo, día tremendo, en el cual la huelga universal de obreros ha de plantear en el terreno práctico el problema más grave del siglo, la cuestión social, la lucha entre el capital y el trabajo. Meses hace que la gran algarada socialista se viene anunciando; las naciones todas se aprestan a la defensa. Precauciones más imponentes que las que cincuenta años ha tomaban los gobiernos absolutistas contra los revolucionarios, se toman hoy contra el colectivismo”.

Galdós.- ¡Cómo han cambiado los tiempos! Entonces una logia masónica, un club de carbonarios o de comuneros, donde oscuramente se reunían cuatro exaltados para entretenerse con grotescas ceremonias, ponía en conmoción a los Gobiernos y hacía danzar a la policía. Hoy todo eso ha pasado, ya no hay masones, ya no hay carbonarios más que en Rusia, con otro nombre y procedimientos más ejecutivos que los revolucionarios de Occidente. El movimiento político ha hecho un alto que parece definitivo; la misma controversia entre la forma monárquica y la republicana tiene caracteres pacíficos, sin conspiración de logias, sin barricadas, sin aquellos héroes barbudos ni aquellos mártires de la libertad que llenaban el mundo con sus proezas.

Concha.- Todo ha cambiado don Benito. La extinción de la raza de tiranos ha traído el acabamiento de la raza de libertadores. Hablo del tirano en el concepto antiguo, pues ahora resulta que la tiranía subsiste, sólo que los tiranos somos nosotros, los que antes éramos víctimas y mártires, la clase media, la burguesía, que antaño luchó con el clero y la aristocracia hasta destruir al uno y a la otra con la desamortización y la desvinculación.

Galdós.- ¡Evolución misteriosa de las cosas humanas! El pueblo se apodera de las riquezas acumuladas durante siglos por las clases privilegiadas. Con estas riquezas se crean los capitales burgueses, las industrias, las grandes empresas ferroviarias y de navegación. Y resulta que los desheredados de entonces se truecan en privilegiados. Renace la lucha, variando los nombres de los combatientes, pero subsistiendo en esencia la misma. ¿Qué quiere decir esto? Que los que no poseen, que son siempre los más, atacan a los que tienen, que son los menos, pero se hallan robustecidos por el amparo del Estado. El Estado defiende la propiedad adquirida por los medios legales, con absoluta preterición de la ley moral. El pueblo no se resigna. La Iglesia no se atreve a amparar a los desvalidos, temiendo salir perdiendo si éstos alcanzan el triunfo. Pónese, pues, de parte de los poderes y de la propiedad constituidos. En el fondo hay, pues, gran semejanza con la situación de hace cincuenta años.

Concha.- Meses hace que la prensa de todos los países no se ocupa más que de la cuestión social. En todo abril los preparativos de la función anúncianse con el estruendo vocinglero de los meetings y reuniones. En España, Barcelona y Bilbao, como centro febril la primera, y región minera de gran importancia la segunda, atraen principalmente la atención del poder público y del país entero. Como ciertos ejemplos cunden con pasmosa facilidad, ya no hay pueblo, ya no hay región donde no se preparen a la huelga todos los trabajadores de cualquier clase que sean. Oficios que parecen refractarios a estas manifestaciones ruidosas de la idea socialista, quieren también echar su cuarto a espadas, y ya se habla de la huelga de enterradores y sepultureros, de las criadas de servir y hasta de las amas de cría.

Galdós.- Resulta bastante cómico ese furor huelguista; pero hay que tomar precauciones contra la moda socialista, so pena de ver terriblemente perturbado el hogar doméstico. (se ríe.)

Concha.- Si es verdad lo que se dice, y por algunos se teme, muchas señoras de las más encopetadas tendrán que ir a la compra el 1º, 2º y el 3 de mayo. Otras, no tendrán más remedio que abandonar por unos días las ociosas galas que inventó la vanidad, ponerse el mandil, y meterse en la cocina, so pena de que el buen burgués se quede en ayunas los tres días terribles. Y si se confirma la desbandada de las nodrizas, ya pueden muchos, señoras y caballeros, dedicarse al manejo del biberón para que los chiquitines, burgueses del provenir, no sean víctimas, en tan temprana edad, de la tremenda lucha entre el capital y el trabajo.

Galdós.- Bromas aparte, no cabe duda que durante unos días no tendremos pan, que tampoco tendremos carbón si no vamos a buscarlo nosotros mismos a la carbonería, o si no nos proveemos con anticipación de tan precioso combustible.

Concha.- Así son las huelgas, don Benito. Dicho se está que todos los oficios de taller, así grandes como pequeños, dejarán de funcionar, y es probable que los coches y tranvías dejen las calles y plazas en soledad tan austera como las de los Jueves y Viernes Santo.

Galdós.- Entre las curiosidades de estos días, la más señalada es el meeting de mujeres celebrado hace dos días en Barcelona. ¡Las mujeres también en huelga! La cosa se complica. En dicha reunión hubo de todo. Algunas oradoras, que por cierto manifestaron grandes disposiciones parlamentarias, picaron alto, tratando al hombre como a fabricante, como a capitalista y burgués empedernido. Otras, se concretaron a expresar sus pretensiones en calidad de obreras, pidiendo aumento de salario y disminución de horas de trabajo. Todas tuvieron alguna palabra dura para el hombre, y de ello hay que tomar cuenta. En los descansos dicho hombre se va al casino o a la taberna a derrochar el jornal, mientras ellas cuidan la casa, y propusieron asociarse para defender sus derechos, excluyendo totalmente a los hombres, lo cual me parece muy bien.

Concha.- Vamos que andaba usted metido pero bien en la vida social. Porque después de La familia de León Roch y sin respiro, La desheredada, en seguida se puso con El amigo Manso, El doctor Centeno, Tormento, La de Bringas y Lo prohibido…hallábase usted por entonces en una grandísima plenitud de la fiebre novelesca.

Galdós.- Del arte escénico no me ocupaba ni poco ni mucho. No frecuentaba yo los teatros. Desde mi aislamiento sentía el rumor entusiasta de los grandes éxitos de don José Echegaray, único a mi modo de entender capaz de encabezar una renovación en el teatro español. Aquel portento iba de gloria en gloria, fascinando a todos los públicos. Conocía yo las obras de Echegaray por la lectura, no por la representación. Pasaron años antes de que yo viera sobre las tablas las obras del gran maestro. De este modo corría el tiempo hasta llegar el 85. El 25 de noviembre de aquel año murió Alfonso XII, de cruel enfermedad, en la flor de los años. Ocurrió en el Pardo este suceso, no por previsto menos lastimoso. Al día siguiente falleció el general Serrano. Proclamada la Regencia de Doña María Cristina, subió Sagasta al poder, y su primer acto fue convocar Cortes para el año siguiente. Un amigo mío, indicó a Sagasta que me sacara diputado por las Antillas. En aquellos tiempos las elecciones en Cuba y Puerto Rico se hacían por telegramas que el Gobierno enviaba a las autoridades de las dos islas. A mí me incluyeron en el telegrama de Puerto Rico; ya lo he dicho y un día me encontré con la noticia de que era representante en Cortes con un número enteramente fantástico de votos. Así suceden muchas cosas de la política que pocos imaginan. Con estas y otras arbitrariedades llegamos años después a la pérdida de las colonias. En la primavera del 86 se abrieron las Cortes.

Concha.- Recuerdo cómo reflejó el aspecto de un español venido de allá en unas líneas, al final de Fortunata y “presentando” usted a don Ramón de Villaamil: “El clima de Cuba y Filipinas le había dejado en los huesos, y como era todo él una pura mojama, relumbraban en su cara las miradas de tal modo que parecía que se iba a comer a la gente. A un guasón se le ocurrió llamarle Ramsés II, y cayó tan en gracia el mote, que Ramsés II se quedó. Pasando con desdén por junto a los espiritistas, se sentaba en el círculo de los empleados, oyendo más bien que hablando, y permitiéndose hacer tal cual observación con voz de ultratumba, que salía de su garganta como un eco de las frías cavernas de una pirámide egipcia. «Dos meses, nada más que dos meses me faltan, y todo se vuelve promesas, que hoy, que mañana, que veremos, que no hay vacante…” ¡Qué gran genio es usted maestro!

Galdós.- Gracias, no lo merezco.

Concha.- Pero sigo. Usted dejó su representación en Cortes por el distrito de Guayama, una vez terminada la legislatura de las Cortes de la Regencia, que se llamó el “Parlamento largo” volvió a dedicar toda su actividad y toda su vida a la labor literaria. Dejó de asistir usted al Congreso, pues como sentía gran indiferencia hacia la política y era ésta para usted una cosa muy secundaria, su elección de diputado a Cortes, no transformó en nada su vida, ni hizo que abandonara un instante sus trabajos literarios. Eso está bien. Recuérdeme usted, cuando fueron a su casa –se presentó allí mismo Fernando Lozano, Demófilo- que pertenecía a la junta municipal republicana a convencerle, a que usted consintiera que los republicanos le presentaran diputado a Cortes e ingresase en el partido para robustecerlo con su prestigio y con los entusiasmos que su nombre despertaba en el pueblo.

Galdós.- Al principio me negué a satisfacer tal pretensión puesto que la política en mi había provocado pocos encantos. Pero ahí que siguieron insistiendo…varias entrevistas se dieron hasta que después de consultar la decisión con varios amigos, autoricé a que los republicanos incluyeran mi nombre en la candidatura de diputados a Cortes, pero con la contradicción de que también figuraran en ella don Alfredo Vicent y don Roberto Castrovido.

Concha.- Sus indicaciones fueron atendidas y esos dos nombres dieron entonces incluidos en la candidatura republicana, y en los cuales no había pensado el partido. Además de Galdós, Vicente y Castrovido fueron designados candidatos, Morayta, Morote y Calzada. En aquellos días publicó usted diversas declaraciones en los periódicos, haciendo profesión de fe republicana.

Galdós.- La Prensa recibió con benevolencia mis declaraciones. Sin embargo, a muchos sorprendió mi decisión, sin duda porque no conocían mis ideas que siempre fueron democráticas y porque no se pararon a pensar que, aun cuando retraído y concretado a mi labor literaria, venía siendo casi republicano desde 1880. Y de algunos de mis actos, y de mis escritos así se desprendió en diversas ocasiones. Comenzaron los trabajos electorales y asistí por primera vez en mi vida a un mitin. Luego tomé parte en otros de propaganda que se verificaron en todos los distritos de Madrid. En ninguno de estos actos hice nunca uso de la palabra; me concretaba a leer cuartillas; algunas veces me las leían otros. A esos mitines asistía Carlos Calzada en representación de su hermano Rafael que era el candidato y que entonces se encontraba en Buenos Aires. En aquellos actos conocí a mi actual secretario Pablo Nougués, que pronunciaba casi siempre discursos y me fijé en él por lo bien que hablaba.

Concha.- Las elecciones fueron muy empeñadas. Los conservadores presentaban en frente de nuestra candidatura otra en la que figuraban los señores Prast, Garay y Gutiérrez.

Galdós.- Me acuerdo que entonces se preguntaba; ¿Quién es ese Gutiérrez? Y Gutiérrez era un hombre excelente, de gran caballerosidad, a quien yo tenía y tengo en gran aprecio. La votación fue un triunfo completo para los republicanos. Al principio creímos que habríamos salido los seis candidatos, pero en el Ayuntamiento se hicieron no sé qué componendas y sólo resultamos elegidos tres, Morote, Calzada y yo. El alcalde era Dato, pero no he de hablar mal de él por lo que ocurrió entonces, porque conmigo se ha portado siempre bien. Fue al parlamento y a los pocos días surgió el bloque, por el cual hice cuanto pude. Asistí a un mitin en Barcelona y luego a otro en San Sebastián con Sol y Ortega. Después continué la propaganda con Melquíades Álvarez en otros mitines que se celebraron en Santander y Almería. Al mitin que se celebró en Madrid en el teatro de la Princesa para acordar la formación del bloque, no asistí por encontrarme enfermo.

Concha.- Dura vida la de escritor, autor, ensayista, político…dura, dura de verdad. De la soledad nace la fuerza como usted dice, como dijo en Amor y ciencia. Pero siga, siga.

Galdós.- Deshecho ya el bloque, estallaron el Barcelona los sucesos de julio de 1909. Estos graves desórdenes y la política seguida por Maura –aunque gran amigo mío- que ocupaba la presidencia del Consejo de ministros, determinaron la formación de la conjunción republicano-socialista.

Concha.- ¿Y cómo es que no fue usted directamente con los socialistas?

Galdós.- Yo no conocía a Pablo Iglesias ni siquiera de vista, pero con motivo de las gestiones que se hacían para formar la conjunción, fui un día a verle con Azcárate. El leader de los socialistas no estaba en un principio dispuesto a unir a su partido con los republicanos, pero después entró ya en inteligencia y se formó la conjunción, pero únicamente para fines electorales. A fines del verano publicamos Soriano, Romero, Llorente y yo y algún otro caracterizado republicano de los que nos encontrábamos en Madrid, un manifiesto en el que pedíamos, entre otras cosas, el cambio de régimen, pero La Cierva, que era el ministro de la gobernación, no lo dejó circular. En los primeros días de otoño comenzamos las gestiones para lograr que se reunieran las Cortes. Entonces funcionaba ya la Conjunción y la formábamos, Tomás Romero y yo, como diputados de la minoría republicana; Pablo Iglesias y Mora por los socialistas; dos amigos del Dr. Esquerdo, Garande y Cabañas, por los progresistas; Pí y Arsuaga y Félix de la Torre, en representación de los federales, y Joaquín Dicenta por la minoría republicana del ayuntamiento. Las reuniones las celebrábamos unas veces en la casa de Tomás Romero y otras en la mía. Los lerrouxistas no estaban entonces en la conjunción ni tampoco los de la Unión Republicana.

Concha.- Vino la caída de Maura y ocupó Moret el poder. Entonces en el tiempo que este hombre público fue presidente del consejo de ministros, es decir, desde fines de octubre a principios de febrero, la conjunción republicano-socialista continuó en la misma forma, pero constituyendo también parte de ella Rodrigo Soriano.

Galdós.- Subió Canalejas al poder, y al convocarse las Cortes, comenzamos los trabajos para la formación de la candidatura. Estando yo en Barcelona, adonde marché para asistir al estreno de mi obra Casandra, hablé con Lerroux, y conseguí al fin que entrara a formar parte de la Conjunción, lo cual determinó que se incluyera a Salillas en la candidatura que habíamos formado para diputados a Cortes y se eliminara de ella a Sol y Ortega, que rompió entonces casi violentamente con nosotros y se presentó candidato por Málaga. Esta disidencia de Sol y Ortega era ya esperada. Nunca había estado con nosotros de una manera sincera, sino reservado, distanciado. En aquella ocasión y en otras varias, me asqueó un poco la forma en que se hace la política en España.

Concha.- Lo mismo en los partidos monárquicos que en los republicanos hay muchos criterios opuestos, y algunos actos y pensamientos no obedecen siempre al ideal sino que se acomodan a la conveniencia propia.

Galdós.- La candidatura de la Conjunción Republicano Socialista la formaban en aquellas elecciones Esquerdo, Pi Arsuaga, Soriano, Salillas, Iglesias y yo. El triunfo que obtuvimos fue redondo, completo. Todos los republicanos votaron nuestra candidatura, sin hacer caso de disidencias. Yo obtuve la enorme cifra de 42.419 votos, y pocos menos los demás candidatos. La candidatura ministerial logró sólo dos puestos para el conde de Santa Engracia y don Bruno Zaldo, pero con una diferencia de más de diez mil votos entre el que mayor votación tuvo de ellos y el que menos de nosotros. Y ostentando la representación que el pueblo de Madrid me otorgó entonces, continúo sentándome en el Congreso en los momentos actuales.

Concha.- En efecto, después de los toros, creo que no hay otra cosa que más vigorosamente interese más a los españoles que la política. ¿Qué concepto tiene usted de la política española actual?

Galdós.- Pasado el tiempo le diré que creo poco, nada en ella. Nuestros partidos políticos no tienen ideal. Se va a ellos buscando medros personales. Romanticismo, amor al país…esos son conceptos arcaicos en los que nuestra política no cree…. desgraciadamente.

Concha .- ¿Y Maura? ¿Qué le parece a usted don Benito?

Galdós.- Bueno ya he dicho aquí y allá, que me parece un hombre de gran talento, y sobre todo, un hombre de indiscutible sinceridad. Acaso sea de los hombres más sinceros de la política española.

Concha .- ¿Y esto lo dice usted,  don Benito?

Galdós.- Eso lo digo yo porque es verdad, y porque no sé mentir. Claro que sus procedimientos reaccionarios no me gustan. Pero el hombre…el hombre es admirable en Maura. Es preciso hacerle justicia.

Concha .- Hábleme usted entonces de los republicanos.

Galdós.- Pues mire usted, se ocupan con excesivo ardor de cosas pequeñas y no responden a un mismo criterio. Y en ello me reafirmo claramente.

Concha .- Y ese partido gubernamental de don Melquíades Álvarez, ¿qué le parece a usted?

Galdós.- Que no entiendo eso. Que no me importa, además, entenderlo. Pero me parece bien siempre y cuando sea para robustecer la Conjunción Republicano-Socialista.

Concha .- Entonces ¿qué predice usted para el porvenir?

Galdós.- ¿Qué preveo? Que todo seguirá lo mismo. Que volverá Maura, y Canalejas, que los republicanos no podrán hacer lo que sinceramente desean, y que así seguiremos viviendo hasta… hasta que del campo socialista sobrevengan acontecimientos hondos, imprevistos, extraordinarios.

Concha.- Entonces, ¿cree usted en el socialismo?

Galdós.- Sí, sobre todo en la idea. Me parece sincera, sincerísima. Es la última palabra en la cuestión social. ¡El socialismo! Por ahí es por donde llega la aurora.

Concha.- Usted escribió un mensaje explicando su ingreso en el partido republicano en 1907, al director de El Liberal don Alfredo Vicente, se lo leo y tenga paciencia (lee en voz alta):

“Teniendo que ausentarme de Madrid, espero de su buena amistad que me preste su voz y su corazón para expresar a los republicanos de ese distrito lo que mi voz y el corazón mío no pueden hoy manifestarles. Lo primero es que de mi amor entrañable al pueblo de Madrid dan testimonio treinta y cinco años de trato espiritual con este noble vecindario. No necesito decir cuanto me enorgullece ostentar un lazo de parentesco ideal con el estado llano matritense, en quien, desde principios del pasado siglo, se vincularon el sentimiento liberal y la función directiva; lazo de parentesco también con las muchedumbres desvalidas y trabajadoras. La acción de éstas se ha manifestado en la historia como acreditan páginas inmortales; se manifiesta siempre en la vida común del pueblo, como atestiguan su tenaz lucha por la existencia y su constancia en el sufrimiento. Diga usted también que he pasado del recogimiento del taller al libre ambiente de la plaza pública, no por gusto de la ociosidad, sino por todo lo contrario.

Abandono los caminos llanos y me lanzo a la cuesta penosa, movido de un sentimiento que en nuestra edad miserable y femenil es considerado como ridícula antigualla, el patriotismo. Hemos llegado a unos tiempos en que al hablar de patriotismo parece que sacamos de los museos o de los archivos históricos un arma vieja y enmohecida. No es así: ese sentimiento soberano lo encontramos a todas horas en el corazón del pueblo, donde para bien nuestro existe y existirá siempre en toda su pujanza. Despreciemos las vanas modas que quieren mantenernos en una indolencia fatalista; restablezcamos los sublimes conceptos de fe nacional, amor patrio, conciencia pública, y sean nuevamente bandera de los seres viriles frente a los anémicos y encanijados.

Jamás iría adonde la política ha venido a ser, no ya un oficio, sino una carrerita de las más cómodas, fáciles, y lucrativas, constituyendo una clase, o más bien un familión vivaracho y de buen apetito que nos conduce y pastorea como a un dócil rebaño.

Voy adonde la política es función elemental del ciudadano con austeras obligaciones y ningún provecho, vida de abnegación sin más recompensa que los serenos goces que nos produce el cumplimiento del deber. A los que me preguntan la razón de haberme acogido al ideal republicano les doy esta sincera contestación: tiempo hacía que mis sentimientos monárquicos estaban amortiguados; se extinguieron absolutamente cuando la ley de Asociaciones planteó en pobres términos el capital problema español; cunado vimos claramente que el régimen se obstinaba en fundamentar su existencia en la petrificación teocrática. Después de esto, que implicaba la cesión parcial de la soberanía, no quedaba ya ninguna esperanza!. El término de aquella controversia sobre la ley Dávila, fue condenarnos a vivir adormecidos en el regazo frailuno, fue añadir a las innumerables tiranías que padecemos el aterrador caciquismo eclesiástico. En aquella ocasión crítica sentí el horror al vacío, horror a la asfixia nacional, dentro del viejo castillo en que se nos quiere tapiar y encerrar para siempre, sin respiro ni horizonte. No había más remedio que echarse fuera en busca de aire libre, del derecho moderno, de la absoluta libertad de conciencia con sus naturales derivaciones, principio vital de los pueblos civilizados. Es ya una vergüenza no ser europeos más que por la geografía, por la ópera italiana y por el uso desenfrenado de los automóviles.

Al abandonar, ávido de aire y luz el ahogado castillo, veo en toda la extensión del campo circundante las tiendas republicanas. Entro en ellas; soy recibido por sus moradores con simpatía, como un combatiente más, y al mostrarles mi gratitud por su fraternal acogimiento, les digo: “Sitiadores, agrandad vuestras tiendas, que tras de mi han de venir muchos más. Muchos vendrán conforme se vayan recobrando de la pereza y timidez que entumecen los ánimos. Las deserciones del campo monárquico no tendrán fin: los desaciertos de la oligarquía serán acicate contra la timidez; sus provocaciones, latigazos contra la pereza. Vuestra legión, ya muy crecida, será tan grande que para rendir el castillo no necesitará emplear las armas. Triunfará con un arma más fuerte que la fuerza misma, con la lógica formidable, que siempre, en la debida sazón, engendra los hechos históricos.

Para concluir, recomiendo al amigo otra manifestación que debe hacer en mi nombre. Ingreso en la falange republicana, reservándome la independencia en todo lo que no sea incompatible con las ideas esenciales de la forma de gobierno que defendemos. Coadyuvaré en la magna obra con toda mi voluntad. No me arredra el trabajo. Cada cual tiene su forma personal de transmitir las ideas. La forma mía no es la palabra pronunciada, sino la palabra escrita, medio de corta eficacia, sin duda, en estas lides. Pero como no tengo otras armas, éstas ofrezco, y éstas pongo al servicio de nuestro país.

Identificando con mis dignísimos compañeros de candidatura, iré con ellos y con toda la inteligencia y entusiasta masa del partido, a las batallas que hemos de sostener para levantar a esta nación sin ventura de la postración en que ha caído. Sin tregua combatiremos la barbarie clerical hasta desarmarla de sus viejas argucias; no descansaremos hasta desbravar y allanar el terreno en que debe cimentarse la enseñanza luminosa, con base científica, indispensable para la crianza de generaciones fecundas; haremos frente a los desafueros del ya desvergonzado caciquismo, a los desmanes de la arbitrariedad enmascarada de justicia, a las burlas que diariamente se hacen de nuestros derechos y franquicias a costa de tanta sangre arrebatadas al absolutismo. Y por fin acudiremos al socorro de la nacionalidad, si, como parecen anunciar los nubarrones internacionales, se viera en peligro de naufragio total o parcial, que nada está seguro en estos tiempos turbados, y en los más obscuros y tempestuosos que asoman por el horizonte”.

Esta es la misiva, se la he leído porque de viva voz y por una actriz suena diferente… no tiene desperdicio.

Galdós.- Ha llegado el momento de que los sordos oigan, de que los distraídos atiendan, de que los mudos hablen. El que esto escribe, teniéndose por el más mudo de los hombres, se atreve a sacar del pecho una voz, y arrojarla, como piedra en el charco, en la dormida superficie de la nación española, para que ésta rompa el estupor medroso con que contempla los desatinos de política y guerra que la llevan a insondables precipicios.

Concha.- Además usted protestó fuertemente contra el gobierno presidido por Maura en 1909…en un discurso titulado Al pueblo español. Lea usted por favor. Vaya don Benito, una timidez de espada.

Galdós.- (Mira a la actriz con resignación.) De acuerdo, leo: “Hablo sin que nadie me lo mande, y respondo sin que nadie me lo pregunte, por irresistible impulso de mi conciencia y exaltación de mi fe en el porvenir de la patria, sin evocar otro título ni otro fuero que el fuero y título español, porque esto basta y sobra para opinar públicamente en días de peligro. Ni aún tomaré el nombre y razones del partido político a que pertenezco. Quiero subirme adonde pueda encontrar la máxima extensión de auditorio.

Bien sé que no tengo autoridad; sé también que en este caso no la necesito. Un sentimiento inefable, la grave aflicción ante los males presentes y ante los que dejan entrever sombríos horizontes me habilitan para decir a mis conciudadanos lo que estimo verdadero y saludable, y lo digo sin temor y sin reserva. Mi patriotismo es de puro manantial de roca, intenso, desinteresado y con él no se mezcla ningún móvil de ambición.

Ya es hora de que afrontemos las calamidades de estos tiempos, los más azarosos que he visto en cuarenta años, o más, de presenciar la corriente viva de la Historia. Ya es hora de oponer a los atrevimientos de nuestros gobernantes algo más que el asombro seguido de resignación fatalista, algo más que las maldiciones murmuradas, algo más que las protestas, semejantes a cohetes que estallan con luces y ruido, apagándose al punto en cobarde silencio. Forzoso es que alguien, sea quien fuere, clame ante la faz atónita del pueblo español incitándole a contener enérgicamente las insensateces de los que trajeron la guerra del Rif, sin saber lo que traían, que la desarrollaron y extendieron atropelladamente, tropezando en la tragedia y levantándose con arrestos heroicos, que un día proclaman alegrías de paz y al siguiente nos llaman a mayor guerra, y ahora, arrastrados de la fatalidad, se ven en el forzoso compromiso de agrandar la acción ofensiva con amplitudes desproporcionadas, que no tendrán cabida en el marco modestísimo de nuestro estado financiero y militar. Los inventores de estas descomunales aventuras no cuentan con el agotamiento del acervo nacional en sangre y recursos, y comprometen gravemente al ejército de la patria, animoso, sufrido, dotado de un extraordinario vigor físico y moral, ejército que funda su tradicional prestigio en la historia, no en los libros de caballerías. Si sobreviene un apretado caso de honor, ejército y patria darán cuanto se les pida, pero con su correspondiente cuenta y razón. Para una campaña de honor con finalidad conocida y a la luz del sol, cuanto se quiera; para campañas de vanagloria infecunda en las tinieblas, nada.

Me determino a lanzar estas voces para dulcificar el amargor de la pasividad en que vivimos, condenando y sufriendo, maldiciendo y callando. A este limbo de estúpida somnolencia nos ha traído la acción jesuítica, que de algunos años acá viene depositando sobre el alma española el plomo de la indiferencia, de la inhibición y del egoísmo.

Es el nirvana gris que entumece los cerebros y paraliza las voluntades. Hace poco, al presentarse los primeros síntomas agudos de la grave dolencia hispana, he visto las caras de las esfinges políticas, jefes de partidos y subpartidos. El quietismo y el ojalá funesto dominan en las respetables facciones de los llamados prohombres. De su boca sale un gemido lastimero, pero nada más que el gemido, y sus cuatro garras permanecen sin el menor movimiento, clavadas en sus marmóreos pedestales. Todo lo fían, todo lo esperan de la función parlamentaria, sin considerar que el Gobierno, ya en estado de delirio furioso, tratará de sustraer a las minorías la función parlamentaria, siempre que aquellas no le lleven al Congreso y Senado los precisos acomodos para asegurarle la irresponsabilidad y un año más por lo menos, de orgía dictatorial. Tiempo tendrán, pues, las esfinges de echar otra larga siesta junto al lecho de España moribunda.

Que la Nación hable, que la Nación actúe, que la Nación se levante, en el sentido de vigorosa erección de su autoridad; que no pida al Gobierno lo que éste, enredado en la maraña de sus desaciertos, no puede dar ya: verdad en las informaciones de la guerra; orden, serenidad y juicio de sus acuerdos políticos y militares. Juzgando con benevolencia las intenciones, puede decirse que el Gobierno quiere hacer las cosas derechas y le salen torcidas. En él hay un caso de epilepsia larvada. Lo que España debe pedir a sus actuales gobernantes es que se ausenten del trajín de los asuntos públicos y tras los daños causados, reparen sus yerros, que si lo hicieran con el rosario no habrá ninguno con número bastante de cuentas para llegar al fin.

Si se viera a la Nación en el duro trance de mayores sacrificios, líbrela Dios de dar a estos hombres ni el valor de una gota de sangre y de una triste peseta. Póngase estos preciosos dones en manos distintas de las que nos han tejido esta envoltura funeraria. La desaforada aventura de la guerra del Rif y las enormidades de Barcelona, reclaman enmienda urgente. La paz en una y otra parte no puede venir sino por la labor prudente de otras cabezas y de otras manos. ¡Ay de España si no tuviera entre sus hijos cabezas y manos que sepan poner fin a males tan fieros!

Me lanzo a esta temeraria invocación esperando que a ella respondan todos los españoles de juicio sereno y gallarda voluntad, sin distinción de partidos, sin distinción de doctrinas y afectos, siempre que entre éstos resplandezca el amor de la patria, así los que hacen vida pública como los que viven apartados de ella, lo mismo los que saborean todos los goces de la vida que los que sólo han conocido penas y sufrimientos, los que sirven a la nación en esferas civiles y militares, o en los extensísimos campos del arte y las letras de la ciencia, del comercio y de la industria. Revístanse de la invulnerable personalidad de ciudadanos españoles, proclamen su derecho al sentir político, al opinar y al pedir imperiosamente las reparaciones del derecho, la paz honrosa, el despejo de las horrendas nubes que cierran el camino a nuestras ansias de buen gobierno, de bienestar y de cultura.

Unidos todos, encaminemos hacia su término la guerra del Rif, añadiendo al fulgor de las armas la lucidez de los entendimientos en cuanto se relacione con la política internacional. Apaguemos de un soplo los cirios verdes que alumbran el siniestro Santo Oficio, llamado por mal nombre Defensa Social, vergüenza de España y escándalo del siglo, y pongamos fin a las persecuciones inicuas, al enjuiciamiento caprichoso, a los destierros y vejámenes, con ultraje a la humanidad y desprecio de los derechos más sagrados. No estorbemos a la justicia, sino a la desenfrenada arbitrariedad y al furor vengativo. No temamos que nos llamen anarquistas o anarquizantes, que esta resucitada Inquisición ha descubierto el ardid de tostar a los hombres en las llamaradas de la calumnia. Ya nos han dividido en dos castas: buenos y malos. No nos turbemos ante esta inmensa ironía. Rellenemos las filas de los malos que burla burlando, a la ida contra el enemigo, seremos los más y a la vuelta los mejores.

Ya es tiempo de que se acabe tanta degradación y el infamante imperio de la mayor barbarie política que hemos sufrido desde el aborrecido Fernando VII. Aunque sólo hablo como español, entiendo que mis últimas palabras han de ser para mis correligionarios, que de ninguna excitación necesitan para demostrar en todo caso su acendrado patriotismo. Los republicanos serán los primeros que acudan a levantar un fuerte muro entre España y el abismo.”

Concha.- (Aplaudiendo.) Pues ya está todo dicho. Respire hondo don Benito. Yo no tengo alegato. Leyó un texto en un mitting de la constitución del “bloque”, aunque sea largo léalo, maestro, que ya usted mismo es historia.

Galdós.- Está bien, si usted cree que aliviará las ansiedades de los lectores por mi pensamiento. Ahí va:

“Ni por ocupaciones ni por enfermedades dejé yo de acudir, en aquellas circunstancias, al llamamiento de mis ilustres compañeros. No quiero ser el último que forme en el séquito de la España Liberal, que ahora, tras larga y sombría somnolencia, se nos presenta de nuevo en su ser majestuoso, avanzando a cortar el paso a las demasías del despotismo. Tanto hacía que no contemplábamos esta gallarda figura, artífice insuperable de nuestra Historia en el pasado siglo, que su reaparición nos conforta, nos enardece, y en nuestras almas infunde júbilo y esperanza: ella desacredita con sólo una mirada la moda pesimista. Ella, con sólo un gesto invierte otras modas impuestas por la cobardía y la necedad. Muchas actitudes que se tenían por elegantes dejan de serlo, y a poco más perderá su engañoso prestigio la inmensa cursilería reaccionaria y clerical. En compañía de la excelsa matrona vamos todos: junto a ella, los que poseen el divino verbo; detrás, en la caravana de los creyentes silenciosos, los que formamos la gran muchedumbre democrática. Los oradores esclarecen y guían; los demás acaloramos la acción con nuestra fe y el constante ardimiento de nuestros corazones.

En todas las imágenes de la madre española, los siglos la representaron siempre acompañada de un soberbio león, símbolo heráldico de nobleza, símbolo del heroísmo, del orgullo fiero, de la virtud, del honor, de la dignidad, del derecho; símbolo también de las majestades real y popular que constituyen la Soberanía.

Mi patriotismo ardiente, quizás por demasiado ardiente algo candoroso, me encariña con el amaneramiento artístico del león furibundo, arrimado a las faldas de la gloriosa divinidad patria. Me encantan estas cosas viejas, representativas de sentimientos que laten en nosotros desde la infancia. La presencia del arrogante escudero de nuestra Madre nos embelesa de admiración y fortifica el amor inmenso que le profesamos. A él nos dirigimos, y con voces de emoción fraternal le decimos: conserva en todo momento, león mío, tu dignidad y tu fiereza. Cuídate de inspirar respeto siempre y el santo miedo cuando sea menester. Tú que fuiste siempre el emblema del valor, de la realizad, de la gloria militar y de la gloria artística; tú que fuiste el Cid, el Fuero Juzgo, la Reconquista, Cervantes, la espada y las letras, no olvides que en el giro de los tiempos has venido a ser la ciudadanía, los derechos del pueblo, el equilibrio de los poderes que constituyen la Nación. No te resignes en ningún caso a ser león de circo, ni te dejes someter por el hambre y los golpes, dentro de una jaula, a ejercicios de mentirosa fiereza que sólo conducen al aplauso y provecho de tus audaces domadores. Considera, león mío, que no sólo eres hoy emblema de la ciudadanía, sino del trabajo. Eres fuerza creadora de riqueza, colaborador en la grande faena del bienestar universal, eres la cultura de todos, la vida fácil de los humildes, la serenidad de las conciencias, y bien penetrado de tu misión presente, destroza sin piedad a los que quieren apartarte del cumplimiento de tus altos fines.

Los que una larga vida hemos presenciado los fragorosos triunfos y caídas del principio liberal en el último medio siglo, podemos decir con seguro conocimiento que la reacción por que ahora se nos encamina es de las mas tenebrosas y deprimentes. La labor ha sido lenta y taimada, disimulada en largos años de fariseísmo mansurrón y catequesis en masa de las voluntades débiles. Poco a poco, con suave gesto y voces blandas, se nos ha ido conduciendo y acorralando; quieren llevarnos al limbo de la tristeza, del pasivismo y de la imbecilidad, y en este limbo nos estancaríamos formado una masa servil y pecuaria, si no nos sublevásemos contra estos nuevos pastores, en los cuales hay de todo: lo español y lo extranjero, lo divino y lo humano.

En angustiosa zozobra hemos vivido durante algún tiempo, viendo aletargado el brío de la raza, y apagado en nuestro pueblo el amor santo a la vida sosegada dentro del organismo constitucional. Pero, al fin, cuando nuestro desaliento tocaba ya en la desesperación, hemos visto que un resoplido harto imprudente ha levantado de las brasas mortecinas, esta llama que nos alienta nos alumbra y nos vivifica. Ya vuelven el alma y la vida a nuestros cuerpos desmayados; ya tenemos fe, ya tenemos coraje, ya reluce ante nuestros ojos el ideal, que más que luz extinguida, era estrella eclipsada.

Los hombres insignes que encarnan las aspiraciones democráticas en sus diferentes grados de intensidad demuestran con su sola presencia en este sitio, con su aproximación fraternal que los sacrosantos derechos de la personalidad humana no perecerán en la celada torpemente armada contra ellos. Sus elevadas inteligencias no necesitan ningún estímulo: harto conocen todos, la técnica y la historia de estos clarísimos problemas. El pueblo español, que de ellos espera la conservación de los bienes existentes y la restitución de los sustraídos, libertad de pensamiento y de la conciencia, cultura, trabajo, equilibrio económico, sólo les diría: “poned fuego en vuestros corazones”.

Ninguno de los aquí presentes dejará de sentir en su alma una secreta voz que reproduzca, sin ninguna variante, un concepto del primer estadista español del siglo XIX, del glorioso, del inmortal Prim: ¡¡¡radicales a defenderse!!!

Galdós no había tenido nunca secretario, y el primero que tuvo fue un perro. En algunas postales está retratado con él. Era un can parecido a los Terranovas, pero más pequeño. Le puso el nombre de “Secretario” y cuando lo llamaba en su casa, en presencia de personas que no conocían este detalle, experimentaban aquéllas la natural sorpresa al ver que, en lugar de un hombre, aparecía un perro. Lo tuvo en su poder muchos años, y cuando murió lo enterró en la huerta de su quinta de Santander, junto a un laurel soberbio que allí se eleva, procedente de la huerta de Pereda, y regalo del novelista montañés. Este dato revela el cariño que siente don Benito por los perros. Ahora tiene uno en su finca de Santander, que atiende por Tito, y otro en su casa de Madrid, al que llama Verdrines. Es cosa corriente verlos tumbados a los pies de Galdós mientras éste trabaja.

  • Related Posts

    Política menuda, por Pérez Galdós

    Madrid, diciembre de 1885 I Contra las previsiones, la tranquilidad más completa reina en el país, y por el momento no hay ni siquiera síntomas de que esta dichosa tranquilidad se turbe. Continua el Gobierno de la Reina Regente luchando…

    Diálogos biográficos, por Rosa Amor del Olmo

    Capítulo V En el ciclorama se proyectan las figuras de José María de Pereda y de Pérez Galdós, en el silencio Galdós escribe cartas. La voz del subsconsciente de Galdós se alza en la sala mientras en el ciclorama se…

    Deja una respuesta

    Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

    ARTÍCULOS

    Coloquio Internacional: reconceptualizar el bienestar: exploraciones literarias y artísticas. Instituto Universitario de Estudios Africanos, Euro-Mediterráneos e Iberoamericanos

    Coloquio Internacional: reconceptualizar el bienestar: exploraciones literarias y artísticas. Instituto Universitario de Estudios Africanos, Euro-Mediterráneos e Iberoamericanos

    Del colonialismo al imperialismo

    Del colonialismo al imperialismo

    Mujeres por el desarme en 1930

    Mujeres por el desarme en 1930

    Diwan Mayrit: puente cultural entre España y el Magreb, traducción de Mostapha ZIAN

    Diwan Mayrit: puente cultural entre España y el Magreb, traducción de Mostapha ZIAN

    El periódico “La Solidaridad”

    El periódico “La Solidaridad”

    La IA en la educación: oportunidades y desafíos en un mundo en cambio

    La IA en la educación: oportunidades y desafíos en un mundo en cambio

    “El Clamor Público”: un periódico progresista

    “El Clamor Público”: un periódico progresista

    Galdós en el mitin del Jai-Alai del primero de mayo de 1910

    Galdós en el mitin del Jai-Alai del primero de mayo de 1910

    Cuando el integrismo cargó contra el monumento madrileño de Juan Valera

    Cuando el integrismo cargó contra el monumento madrileño de Juan Valera

    Entrevista a Rosa Amor, directora de Isidora revistas

    Entrevista a Rosa Amor, directora de Isidora revistas

    Las mujeres en su sitio

    Las mujeres en su sitio

    Hommage à Mohamed Sektawi : gardien de secrets et poète de la résistance

    Hommage à Mohamed Sektawi : gardien de secrets et poète de la résistance