Política menuda, por Pérez Galdós

Madrid, diciembre de 1885

I

Contra las previsiones, la tranquilidad más completa reina en el país, y por el momento no hay ni siquiera síntomas de que esta dichosa tranquilidad se turbe. Continua el Gobierno de la Reina Regente luchando con las pequeñas contrariedades que acompañan a todo cambio de situación, y que consisten en ver que empleados se quedan y cuales se van a sus casas para dejar el puesto a los que han estado mucho tiempo alejados del presupuesto. Lo que esto da que hacer a los ministros, lo que los agobia y aburre, no es para contado. Los hombres políticos de uno y otro bando reconocen el mal; pero no se atreven a ponerle remedio. El que se atreviera a cortar por lo sano y a dar a los amigos con la puerta del Ministerio en los hocicos, sufriría tales amarguras que más le valiera no haber nacido. Hay que hacer justicia a los actuales ministros y

reconocer la sinceridad de sus esfuerzos para dar al mal de la empleomanía las menores proporciones posibles.

Nótase hoy en las esferas gubernamentales una resistencia, que en algunos casos llega a ser heroica, a remover completamente el personal administrativo. Las dificultades que esto produce no son insignificantes, porque el Gabinete se ve asediado de pretensiones que le estorban y le quitan tiempo para cosas de más importancia. Las menudencias de nuestra política interior no tienen seguramente interés fuera de aquí. Pero ha ocurrido estos días una de esas menudencias de la cual quiero enterar a mis lectores. Refiéreme al grave cisma del partido conservador, hasta aquí el más compacto y homogéneo de los partidos bajo el cetro inteligente del señor Cánovas del Castillo. La escisión, a más de inesperada, ha sido incongruente, por ocurrir cuando el partido estaba alejado del Poder. El rebelde ha sido el señor Romero Robledo, considerado en tiempos no lejanos como el brazo derecho de Cánovas, su lugarteniente y su sucesor probable. Grandísimo escándalo ha producido este cisma, por ser el partido conservador el que más presumía de disciplinado, y porque siempre exploto, valido de su admirable unidad, las divisiones de los demás.

II

Es el señor Romero Robledo, un hombre inquieto, de conciencia política muy ancha, de palabra fácil, de carácter simpático, atrevido como él solo, dispuesto a todas las travesuras con tal de avanzar un paso en el camino que se traza. No repara en medios para llegar a su fin, que es ganar amigos y formarse una corte, o, mejor dicho, un escuadrón, que le sigue incondicionalmente. La política de este aventurero, a quien no se pueden negar dotes de jefe de pandilla, consiste en saltar por encima de todas las conveniencias y atropellar las leyes por favorecer a un amigo. Para el amigo es la razón suprema. He aquí porque sus partidarios, que son bastantes en número, si bien de dudosa valía, le siguen ciegos adonde él los quiera llevar. Más que amigos son frenéticos y apasionados secuaces. Como aquí se pone motes a todo, a estos los llaman los húsares, sin duda porque su decisión para combatir y el entusiasmo

con que responden a la voz del jefe les asemeja a un cuerpo de caballería ligera, ansioso del ruido y de la pelea. La especialidad del gran húsar ha sido siempre el manejo de la maquina electoral, y hay que reconocer que en él ha tenido el señor Cánovas un auxiliar hasta ahora fidelísimo. El señor Cánovas no se cuidaba de las elecciones, porque Romero le daba la mayoría hecha, fresquecita, sacada Dios sabe cómo de las urnas. Es curioso el sistema de Romero Robledo para fabricar diputados; el los hacía para todos los gustos. En sus manos, el sistema parlamentario ha sido un acto de prestidigitación.

El secreto del cariño que le tienen sus partidarios consiste en que para él no había imposibles, tratándose de llevar al Congreso a un individuo a quien los electores no conocían ni de nombre, o bien de servirle en cualquier asunto, aunque para ello fuera preciso dar con el pie a todas las leyes y prácticas del Reino. Pues bien, este hombre singular, activo como pocos, travieso cual ninguno, de incomparables artes para la intriga política y dotado, en fin, de cualidades personales que le hacen amable en su trato, este hombre que tanto ha trabajado, en la esfera de sus artimañas políticas en pro del partido conservador, se ha cansado al fin de ser segundo en la gran agrupación a que pertenecía y ha resuelto establecerse por su cuenta, alzándose de la noche a la mañana con bandera de jefe. No puede formarse idea del estupor que semejante conducta ha producido en todo el país. Hay quien ve en esto el castigo de ciertos yerros cometidos por el señor Cánovas durante su dominación pasada.

El señor Cánovas había permitido a su lugarteniente toda clase de travesuras y hacer mangas y capirotes de la administración por servir a media docena de compadres, y aquí están las consecuencias. Era Romero, como suele decirse, el niño mimado de Cánovas. Las consecuencias de una educación viciosa no podían hacerse esperar. El partido conservador, tan fuerte, tan disciplinado, muere por do más pecado había. Admirable enseñanza para los pueblos y para las parcialidades políticas. En cuanto se determinó el cisma hubo gran marejada y escenas cómicas y

tumultuosas, que no describiré porque ciertas cosas deben quedar en el secreto de la familia. Toda la gente, que los romeristas llaman seria con cierta sorna, los exministros, las personalidades más doctas y de más alta posición, se han quedado al lado del señor Cánovas. En cambio, la gente moza, los bullangueros, aquellos que no eran, ni son, ni serán nunca nada, Y que todo lo deben a la amistad del gran húsar, se han ido con este. Pero lo más particular de todo, lo que raya en absurdo, es que el heresiarca, al explanar los móviles, de su conducta en un discurso pronunciado hace pocas noches, no ha expuesto un criterio político distinto del de su antiguo pontífice. Las ideas de la agrupación romerista continúan siendo las mismas del antiguo partido acaudillado por el señor Cánovas. ¿Hase visto un disparate mayor? En todos tiempos, las escisiones o herejías políticas han tenido por móvil, o siquiera por un pretexto, una diferencia de ideales o de apreciación, o de oportunidad, o de conducta. Ahora, no; el húsar ni aun se ha tomado el trabajo de justificar su cisma con algo que remotamente se derive de las ideas. La causa de este gran rompimiento es—el mismo lo ha dicho -incompatibilidad de caracteres, resentimientos de carácter personal. Tenemos, pues, dos partidos conservadores con las mismas ideas y la propia bandera. ¿Puede darse absurdo mayor?

III

Como todo absurdo engendra disparates, desde que el señor Romero levanto su bandera empezaron las suposiciones y los cálculos más o menos aventurados; quien vaticinaba que se iba con don Carlos; quien que se metía de rondón en la Republica, y alguien le veía camino de la izquierda. Estos señores de la izquierda son los cismáticos del partido liberal, también gente inquieta y que no está bien en ninguna parte. Pero el conservador disidente ha declarado que ni se hace carlista, ni republicano, ni menos izquierdista, sino que continua en su prístino ser y estado. Verdaderamente, estas cosas tan cómicas no pasan más que aquí. Por eso el país, extraño por punto general a estos enredos, los mira con indiferencia y hasta con odio y repugnancia.

Hay dos políticas: la del país, sufrida, oscura, jabonosa, pecando quizá de pasiva; y la de estos caballeros, puramente artificial, ruidosa, intrigante y Personal. ¿Qué le importa a la nación que los señores Cánovas y Romero Robledo, después de haber sido una y carne salgan ahora con su incompatibilidad de humores y aparezcan tirándose los trastos a la cabeza, declarando, no obstante, que sus ideas son las mismas, ¿y que gobernaran de la propia manera? Por fortuna, todo lo que vale en el partido conservador sigue al primitivo jefe, y reconoce su incontestable autoridad política.

El hombre que tan eminentes servicios ha prestado a su Patria no puede ser abandonado, ni su jefatura puesta en duda por las genialidades de un demente. La flamante secta ha de vivir poco si hay en los demás partidos la rectitud suficiente para no admitirla en su seno, y en el país la cordura bastante para matarla por asfixia. Y aquí pongo punto en cuestión tan enojosa. He hablado de esto para que se vea lo que son nuestros partidos y lo distante que estamos de la perfección en esto como en otras cosas; y al hacerlo, no puedo ocultar la molestia que me causa el que estas miserias nuestras salgan a relucir. Pero estando sobre todas las cosas el fuero de la verdad, preciso es no hacer un misterio de nuestra corrupción política.

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