
Un catalán universal, pintor y escultor surrealista, comprometido con los valores republicanos
“La pintura debe ser fértil. Debe dar a luz un mundo… debe fertilizar la imaginación”
Joan Miró
Creo sinceramente que no se ha hecho justicia a Joan Miró. Ocupó un lugar destacado en el panorama pictórico y escultórico vanguardista; mas es mucho más que de lo que se dice. Quizás uno de los genios que ha dado a luz el siglo XX.
Puede ponerse a la altura de Gaudí y probablemente, debería ser el artista emblemático de Cataluña. En sus obras se aprecia un sincero interés por el subconsciente.
A través de sus distintas etapas fue fauvista, cubista, expresionista y surrealista. Muestra una insatisfacción que parece moverlo a buscar siempre más allá… a perseguir una especie de utopía. En sus lienzos está presente, con fuerza, lo onírico y un afán de transcender lo que tiene de plano y previsible la realidad.
Se trata de un artista insatisfecho que siempre intenta ir más allá de lo que se espera de él y que supera todo convencionalismo con su afán creativo y rompedor. Dio un giro muy original a lo que podríamos llamar el movimiento surrealista.

Sus abstracciones parecen estar enquistadas en el tiempo, quizás ese sea uno de los motivos por el que transmiten a un tiempo emoción y patetismo. Da forma a los mundos que crea y los sitúa más allá de las amarguras y de los triunfos. Sus lienzos reproducen miradas insomnes, donde más pronto o más temprano aparecerá el ladrido lastimero de un perro. La tristeza otoñal es ostensible en alguno de sus lienzos. Las hojas muertas así lo testifican, mas las más de las veces una afirmación de la vida se impone. La senectud cede el paso a impulsos vitales.
Lo cierto es que sus lienzos poseen una posibilidad germinal. Sus figuras y formas aguardan, con infinita paciencia, un impulso para visitar espacios inexplorados.
Con frecuencia sugieren un cierto panteísmo con una ostensible ruptura con el monoteísmo. Es constatable que algunas de sus figuras están sedientas de abrazos.
Cosmopolita, como fue siempre, aprendió de las vanguardias la dialéctica entre inmovilidad y movilidad. Sus sombras oscilantes son enigmáticas y están dotadas siempre de diversos significados. Por eso, quien mira sus cuadros los completa.
En otras ocasiones las lunas blandas dan una impresión de irrealidad. En puridad la noche no existe, es tan sólo el reverso de la luz. Sus figuraciones son estilizadas y menguantes. Todo es provisional. Sus trazos son vertiginosos. Quizás merece la pena afirmar que no están lejos del arte conceptual.
Las opiniones de Joan Miró sobre pintura y sobre su pintura son reveladoras. El artista debe adquirir una técnica, manejar con destreza los pinceles… pero toda obra que merezca la pena, está por hacer y debe darse rienda suelta a la imaginación creadora.
Dos ideas suyas me parecen relevantes: la primera “el cuadro surge de las pinceladas como un poema surge de las palabras. El significado viene después”. En la segunda, reconoce humilde y abiertamente, su modus operandi “cuando me pongo delante de un lienzo nunca sé lo que voy a hacer, y soy el primer sorprendido de lo que sale”, donde expresa con ironía y hasta cierto sarcasmo su proceso creativo.
Desconociendo como desconocemos nuestra reciente historia, a algunos sorprenderá que Joan Miró fuera un pintor comprometido con la República. Para apoyar al Gobierno Republicano diseñó un sello postal “Aidez l’Espagne” (Ayudad a España). Merece la pena recordar lo que representaba un campesino puño en alto y con barretina. Los colores rojo y amarillo aluden, con toda claridad, a la bandera catalana.
En la exposición internacional de Paris de 1937, colaboró activamente con una obra de grandes dimensiones “El Segador” que representaba a un payés catalán. Lamentablemente, esta obra se perdió aunque conservamos unas fotografías en blanco y negro de la misma.
Conviene retener en la memoria que Pablo Ruiz Picasso, pintó su “Guernica” para este pabellón y que Alberto Sánchez expuso su obra escultórica, “El pueblo español tiene un camino que conduce a una estrella”. Este pabellón, de una gran calidad artística, gracias al elenco de figuras señeras que colaboraron, supuso un gigantesco esfuerzo del Gobierno de la República por generar apoyos para su causa durante la Guerra Civil.
Por encima de las abstracciones, sus cuadros producen la impresión de un ronco quejido con un malabarismo que subyuga. A veces, se debate entre si los cipreses representan la inmortalidad o la muerte… mas siempre, predomina la idea de resurrección… de vida. Sus telarañas de hilo son fruto de la disciplina y de la autenticidad y están dotadas de una fuerte intensidad. Donde una puerta se cierra, otra parece abrirse. De una forma u otra sus lienzos acaban siendo un grito a favor de la libertad y contra el totalitarismo.
Iconoclasta, no respeta las convenciones establecidas. No se puede ir más deprisa que el tiempo. Nadie puede saber lo que está por venir. Tal vez por eso, nadie se atreve a adivinar lo que se puede inventar en el futuro, lo que aún no existe pero se puede imaginar… lo que cada pincelada puede descubrir. Para eso, hace falta ser audaz y temerario. Él lo fue.
Una y otra vez, vuelve sobre un tema recurrente: mujeres y pájaros, fondos abstractos e infinitos, cielos iluminados por la luna, figuras que parecen encadenadas unas a otras, juegos acrobáticos… con un aire y un vuelo primitivo.
Sus cuadros tienen magia. Una magia con algo de onírico y de subconsciente, colores vivos y elementales. Joan Miró analiza, interpreta y transciende el surrealismo. La realidad es una nebulosa que como un jeroglífico invita a ser descifrada. Los colores poseen una música muda y dan la impresión de que ansían despojarse de lo concreto hasta alcanzar lo esencial.
Para hacernos una idea de la importancia y transcendencia de Joan Miró bastará con que señalemos algunos de los museos que custodian sus obras. Conste que sólo voy a referirme a los más representativos y emblemáticos: National Gallery of Art, Museo de Arte Moderno de Nueva York o la Tate Gallery of London. Los anteriormente expuestos bastan como botón de muestra.
Permítaseme que relacione, asimismo, algunos de sus espléndidos murales cerámicos, como el de la sede de la Unesco en París, o el de la Universidad de Harvard. Por último y para no hacer más extensa esta relación, no puedo resistirme a citar una escultura de doce metros en Chicago o la magnífica Mujer y pájaro escultura de cemento, recubierta de cerámica, situada en el parque Joan Miró de Barcelona. Visitarla y admirarla es imprescindible.
Por si lo anteriormente expuesto no bastara, creó y dio vida a la Fundación Joan Miró en Barcelona, un centro para conservar y difundir las nuevas tendencias del arte contemporáneo. En Palma de Mallorca, uno de sus lugares de referencia puso en marcha la Fundación Pilar i Joan Miró. Es obligado, al menos, citar alguno de sus lugares emblemáticos: Barcelona, Paris, Mallorca, Montroig… algunos críticos han considerado, con toda razón, que es un catalán cosmopolita, universal y a un tiempo apegado a la tierra.
Viajó mucho y vivió mucho. Conoció a intelectuales y artistas de gran valía como Pablo Gargallo, Andrè Bretón, que le ayudó a introducirse en el movimiento surrealista o Pablo Picasso que le apoyó comprándole algunos cuadros.
Una faceta poco conocida es que colaboró con Max Ernst en los diseños para los ballets de Sergei Diaghilev. Únase a esto que también trató a Ernest Hemingway, que adquirió uno de sus cuadros y que actualmente puede visitarse en la National Gallery de Washington.
Sus sombras enigmáticas tienen una fuerza expresiva entre la seducción y el misterio, desprendiendo un magnetismo al que es difícil resistirse. Me ha llamado la atención el equilibrio inestable de muchas formas y figuras de sus cuadros que intentan asirse al espacio para no precipitarse en el abismo. Desprecia la ortodoxia en busca de ese más difícil todavía.
Es este un momento adecuado para señalar la intensidad de sus colores, hasta tal punto que puede decirse que la intensidad del color es mironiana. Citemos, sin ir más lejos, el verde manzana o el naranja oscuro.
Puede intuirse que al difícil momento de optar, prefiere cambiar la vida por medio de la poesía como preconizaba Rimbaud, a transformar el mundo por medio de la política.
Cuando el desengaño y la frustración llaman a su puerta, pinta Mujer y perro frente a la luna, que es un buen ejemplo del desgarro que le causaron la Guerra Civil española y posteriormente la Guerra Civil europea.
Sé que es difícil mencionar algunas obras emblemáticas de Joan Miró ¡hay tanto y tan bueno donde elegir! Voy a atreverme, no obstante, con La casa de la palmera, que puede contemplarse en el Museo Reina Sofía, Bailarina española en el Centro Georges Pompidou, Mujer desnuda subiendo la escalera y La esperanza del condenado a muerte, en la Fundación Joan Miró.
Pocos artistas como él han sabido fundir su variedad cromática con lo real, lo imaginado y lo soñado. Quizás por eso, producen una impresión hipnótica e impactante.
En Joan Miró puede apreciarse la sed que nunca se apaga, del agua que nunca se bebió. La geometría de las formas ofrece una impresión a la vista de los distintos itinerarios a que puede conducir el lienzo, donde no está del todo resuelto el viejo problema filosófico de si el “ser” es uno o múltiple. Nada tan cerebral y a un tiempo tan enigmático y susceptible de interpretaciones diversas como la geometría.
Su pulsión artística es pura pasión y pura entrega. Él mismo nos lo dejó dicho, “la poesía y la pintura se hacen de la misma manera que se hace el amor, es un intercambio de sangre, un abrazo total, sin precaución, sin pensar en protegerse”.
Se trata probablemente del representante más genuino del surrealismo español. Quizás esté más pronunciado que en otros el afán por volar, por despegar de la realidad y buscar otros espacios.
La razón ejerce una tiranía de la que hay que liberarse, abandonando cualquier preocupación estética o moral. Por eso, ofrece una impresión a la vista entre el ensueño y la realidad… no está lejos del psicoanálisis freudiano creando un arte combinatoria de imágenes sorprendentes.
En Joan Miró son una constante la luna y las estrellas. En no pocas ocasiones la identificación de las figuras queda abierta a la interpretación de quien mira el cuadro desde diversos puntos de vista.
En la próxima visita a Barcelona que realice quien lea estas atropelladas líneas, debe encontrar un hueco para visitar la Fundación Joan Miró, que custodia más de diez mil piezas entre pinturas, esculturas, tapices… Siguiendo su deseo había de ser un lugar de encuentro y de difusión del arte actual en sus diversas vertientes. Lo consiguió.
Restan muchos aspectos que comentar de Joan Miró, mas no quiero dar por finalizado este ensayo, entre descriptivo y motivador, sin explicitar su admiración por Antoni Gaudí, otro catalán universal.
Estimo que es absolutamente justo reivindicar a Miró porque al hacerlo se pone en valor el vanguardismo cultural de este catalán cosmopolita.
Antes de poner punto final, me gustaría reproducir otro pensamiento de Joan Miró en el que funde palabras poéticas, sinfonías musicales y lienzos pictóricos “intento aplicar los colores como las palabras que dan forma a los poemas, como las notas que dan forma a la música”.
Obvio es señalar que algunos de sus lienzos se aproximan a las tonalidades insuperables de Vincent van Gogh o a los paisajes de Paul Cézanne.
En 1978, recién inaugurada la etapa democrática en nuestro país, fue galardonado con la Medalla de Oro de la Generalitat de Catalunya. Esta distinción lo llenó de legítimo orgullo.
Cada vez que miro detenidamente algunos de sus lienzos o de sus murales, me siguen sorprendiendo sus destellos de luz o las lunas negras que dudan entre ocultarse o afirmarse con asertividad.
El equilibrio de sus figuras en el espacio es inestable y las dota de irrealidad, suspendidas en el aire sin asidero. Quizás y ese sea otro de sus méritos, porque los contornos y las formas les brindan protección para que no se derrumben.