
Capítulo V
En el ciclorama se proyectan las figuras de José María de Pereda y de Pérez Galdós, en el silencio Galdós escribe cartas. La voz del subsconsciente de Galdós se alza en la sala mientras en el ciclorama se van viendo imágenes distintas. Paso a fondo interior de la casa de don Benito
La escena en el hotel de Galdós. Las puertas del precioso hotel de la calle de don Hilarión Eslava se abren francas y espontáneas cuando un buen deseo o una leal amistad llama a ellas, y el que penetra descubre en seguida cómo Galdós vive, no habiendo allí antesalas ni esperas, se llega recto a la presencia del insigne hombre y se le sorprende en su vida íntima. Galdós tiene una vida austera, sosegada, plácida, ejemplar. Una vida en la que el trabajo es una distracción y el cariño de la familia el compendio de todas las aspiraciones. Se levanta muy temprano cuando nace el sol y lanza sobre Madrid sus fulgores, inundándolo de luz.
A las cinco de la mañana en el verano, a las siete en el invierno, ya está en pie. Se desayuna y acto seguido, penetra en su despacho. En su muelle butaca se arrellana, enciende un cigarro puro, y, fumando, espera la llegada de Donato, un joven que acude siempre a leerle los periódicos por la mañana. Galdós es ya bastante mayor.
Mientras llega, se pone en actividad su portentosa inteligencia refrescando impresiones, redondeando ideas, planeando asuntos a los que ha de dar después forma en la labor literaria. Cuando Donato aparece comienza la lectura de periódicos El Liberal y El País que son los predilectos de don Benito, con los ojos cerrados bajo las negras gafas, y derrumbado en la butaca, escucha atento. De vez en cuando interrumpe la lectura para decir: adelante, adelante. Otra cosa.
Aparece en la escena doña Emilia Pardo Bazán va por detrás del ciego escritor que en su butacón recuerda en la voz de la escritora sus cartas
Emilia Pardo Bazán lee:
Mi querido amigo, no quería escribir a usted sin quitar antes de encima de mi conciencia el gran peso de la deuda que contraje con usted cuando le prometí escribir un artículo sobre los Bocetos al temple, para El Imparcial. En mal hora le prometí; no porque me hayan faltado ganas de hacerlo, sino porque después de hecho (y no me queda ya duda alguna de que está hecho) veo que usted quería mucho más de lo que puede ofrecerle hoy un numen fatigado como el mío, incapaz de toda idea feliz.
De la última cuartilla del artículo (y consta de 12) he pasado a esta carta sin interrupción. Debo decirle que de algún tiempo a esta parte me encuentro absolutamente incapaz de poner la mano en todo asunto tratado críticamente. Así es que los artículos críticos son para mí de una dificultad abrumadora. Me he acostumbrado a fantasear, y todo lo que no sea escribir fantaseando me cuesta más trabajo que escribir sin freno.
Ya tengo a Gloria casi acabada de imprimir. Contra lo que pensaba la he llevado adelante, como todas mis cosas…verá usted que los recuerdos adquiridos me han servido mucho para el fin. El pueblo en que pasa la acción es al mismo tiempo Simancas, Santillana, Comillas, San Vicente, sin ser ninguno de ellos en particular. Gloria estará como decía antes para Reyes. Tengo la seguridad de que el fondo de este libro no le ha de agradar a usted, verá sin embargo que no me ensañaré contra los neos, como que los trato con una consideración que no merecen. Siempre se equivoca uno juzgando lo que hace. Cuando hice este libro me parecía lo mejorcito que ha salido de mi cacumen. Ahora me parece lo peor. Verdad es que está en la época del empacho. Las pruebas por tercera vez. Ya sabe usted que en este periodo se le atragantan a uno sus obras y le dan mareos. De todas maneras, el asunto de Gloria tiene mucha enjundia como para tratarlo a la ligera. En la segunda parte que voy a empezar ahora seré más juicioso. No se desanime usted por la venta del libro, que ya se venderá. Se hará la propaganda en la prensa…para ocuparse usted de la reunificación de las escenas no aguarde usted a que me desocupe: 1º porque no me desocuparé en todo el invierno. Segundo porque mis quehaceres no me impiden dedicar algunos ratos a este asunto, puesto que sin cesar estoy ocupado de cosas referentes a papel, imprenta, etc. Díga lo que quiere y será servido. BPG.
Emilia Pardo Bazán.- Sabemos lo que es el género realista, naturalista…para ello hay que retratar con credibilidad, con gran observación. Con la publicación de la novela Gloria, donde se describen los amores y desventuras de una joven católica y un joven judío, usted tuvo los primeros problemas con su conservador y silente amigo José María de Pereda. Pero ahora usted continúe leyendo cartas maestro, no hay problema…es su voz.

Galdós.- (Con emoción) ¿Por qué ha sacado todas esas cartas? Ya veo que la cuestión gloriesca le interesa en sumo grado. Vamos a Gloria. Así le expresé a mi amigo Pereda en una carta del 10 de marzo a la sazón…1877 y lo recuerdo sin leer:
“Cuánto siento que no le haya gustado a usted este parto de mi ingenio. Y si he hablar a usted con franqueza, me llevé un chasco, un chasco soberano, porque se me figuró ¿a qué negarlo? Que no le desagradaría a usted tanto. Así es que cuando le escribí a usted que me sorprendía su juicio por lo benévolo, dije una de las mentiras perdonables que nos hace decir el despecho. La verdad es que me sorprendió su juicio por lo despiadado, causándome bastante pena. Esto le probará a usted lo mucho que aprecio su juicio. Me dio usted (no puedo menos de confesarlo) un malísimo rato con su carta, que recibí precisamente en días en que saboreaba con cierto sibaritismo el éxito de ese libro. En el acto pensé contestar a usted cuando tuviera tiempo respondiendo a los cargos, pero después reflexionando que es inútil, porque como usted no me convence a mí, tampoco yo podré convencer a usted. Sin embargo, no puedo menos de decir dos palabras, rectificando, propiamente rectificando, es decir oponiéndome a su interpretación de ideas y conceptos míos. Nunca creí hacer una obra antiirreligiosa, ni aun anticatólica, peor menos aún volteriana. ¿Qué hay de volterianismo en Gloria? Nada. Habrá todo menos eso. Precisamente me quejo allí (y todo el libro es una queja) de lo irreligiosos que son los españoles.
Emilia Pardo Bazán.- En efecto, amistad entre ustedes había y de la buena, así quedó demostrado cuando usted años más tarde en 1897 escribió para Pereda el prólogo donde podría haberse extralimitado, haberle tratado descortésmente, pero aunque (siempre usted tardío en este tipo de encargos) no recibió bien su Gloria, ni su Doña Perfecta, usted se limita a decir: “Nuestras sabrosas conversaciones terminaban a menudo con disputas, cuya viveza no traspasó jamás los límites de la cordialidad.” Gran ejemplo de convivialidad literaria, por decirlo de alguna manera.
Galdós.- Él con sus creencias, yo con mis opiniones. Y empleo con toda intención estos dos términos, creencias y opiniones, para indicar con ellos que Pereda me llevaba la ventaja de no tener dudas. Vea usted aquí también la diferencia capital entre nuestros caracteres considerados literariamente. Pereda no duda; yo, sí. Siempre he visto mis convicciones oscurecidas en alguna parte por sombras que venían no sé de dónde. Él es un espíritu sereno, yo un espíritu turbado, inquieto. Él sabe adónde va, parte de una base fija. Los que dudamos mientras él afirma, buscamos la verdad, y sin cesar corremos hacia donde creemos verla, hermosa y fugitiva. Él permanece quieto y confiado, viéndonos pasar, y se recrea en su tesoro de ideas, mientras nosotros, siempre descontentos de las que poseemos, y ambicionándolas mejores, corremos tras otras, y otras, que, una vez alcanzadas, tampoco nos satisfacen.
Emilia Pardo Bazán.- Sí, pero con todo y con eso, ustedes chocaban, bueno usted chocaba con una gran parte de la sociedad española por su digamos “anticlericalismo” y usted se lo reprochó. Esto del anticlericalismo de usted tiene “mandanga”, entre nosotros. ¡Qué país de etiquetas! En cuanto un escritor presenta la realidad o la crítica le tiene que caer el sofión del encasillamiento.
Galdós.- Si he presentado en muchas ocasiones la libertad de cultos como preferible aun en España a la unidad religiosa, no he necesitado romperme la cabeza para encontrar ejemplos sólo con llamar la atención sobre los países realmente civilizados, los cuales, por mucho que quieran decir son todos cultamente superiores al nuestro, a esta menguada España, corrupta, educada en la unidad católica, y que es en gran medida el país más irreligioso, más blasfemo, y más antisocial y más perdido del mundo. No hay nacionalidad, ni religión ni secta que no nos sea superior. Puede usted decir: “eso no es culpa de la unidad católica, sino del liberalismo que ha corrompido las costumbres. Antes éramos muy buenos, pero del año 12 para acá nos hemos echado a perder”.
Emilia Pardo Bazán.- Pero don Benito…
Galdós.- Le contestaré a eso que si el liberalismo ha destruido (sólo con la influencia de tres o cuatro mentecatos, según usted) este hermoso edificio moral, resultará que el tal edificio no valía gran cosa. Estoy cansado de oírle a usted hablar de los liberales, según usted son todos unos pillos. Raro, rarísimo es aquel a quien usted concede un poco de talento. Todos son y fueron tontos, ridículos. ¿Pues cómo tal caterva de idiotas ha podido con una cosa secular, una cosa tan santa, tan grande como la nacionalidad española, cuidadosamente formada por el absolutismo y la unidad católica? En fin; esto nos llevará demasiado lejos y en disputa. Yo abomino la unidad católica y adoro la libertad de cultos. Creo sinceramente que si en España existiera la libertad de cultos, se levantaría a prodigiosa altura el catolicismo, se depuraría la nación del fanatismo y ganaría muchísimo la moral pública, y las costumbres privadas, seríamos más religiosos, más creyentes, veríamos a Dios con más claridad, seríamos menos canallas, menos perdidos de lo que somos. En todo soy escéptico.
Emilia Pardo Bazán.- Ya sabe usted que con esta forma de hablar mi querido don Benito, se granjea usted buena suerte de enemigos, claro, si estas declaraciones fueron del 77 ya usted había metido el aguijón con un texto sobre Observaciones sobre la novela donde también destaca el problema religioso y la clase media ¿no?
Galdós.- Basta mirar con alguna atención el mundo que nos rodea para comprender esta verdad. Esa clase es la que determina el movimiento político, la que administra, la que enseña, la que discute, la que da al mundo los grandes innovadores y los grandes libertinos, los ambiciosos de genio y las ridículas vanidades. Ella -la clase media- determina el movimiento comercial, una de las grandes manifestaciones de nuestro siglo, y la que posee la clave de nuestros intereses, elemento poderoso de la vida actual, que da origen en las relaciones humanas a tantos dramas y tan raras peripecias.
Emilia Pardo Bazán.- Escribimos tanto del adulterio que era necesaria una ley de divorcio. Yo también lo hice en la vida y en la ficción.
Galdós.- Afortunadamente, querida. En la vida exterior, la clase media, se muestra con estos caracteres marcadísimos, por que es ella el alma de la política y el comercio, elementos de progreso, que no por serlo en sumo grado han dejado de fomentar dos grandes vicios en la sociedad, la ambición desmedida y el positivismo. Al mismo tiempo, en la vida doméstica, ¡qué vasto cuadro ofrece esta clase, constantemente preocupada por la organización de la familia! Descuella en primer lugar el problema religioso que perturba los hogares y ofrece contradicciones que asustan; porque mientras en una parte la falta de creencias afloja o rompe los lazos morales y civiles que forman la familia, en otras produce los mismos efectos el fanatismo y las costumbres devotas. Al mismo tiempo se observan con pavor los estragos del vicio esencialmente desorganizador de la familia, el adulterio y se duda si esto ha de ser remediado por la solución religiosa, la moral pura o simplemente por una reforma civil. Sabemos que no es el novelista el que ha de decidir directamente estas graves cuestiones, pero sí tiene la misión de reflejar esta turbación honda, esta lucha incesante de principios y hechos que constituye el maravilloso drama de la vida actual.
Emilia Pardo Bazán.- Pereda le escribió varias cartas expresando su disconformidad con la obra, temática y exposición de su novela Gloria, pero prosiga con las cartas y sus recuerdos…
Galdós.- En parte, el juicio que hace de Gloria mi amigo Pereda me ha sorprendido por lo benévolo. Con todo, hay en él una aseveración que creo injusta, y es que yo hago novelas volterianas. Precisamente lo que quería combatir es la indiferencia religiosa (peste principal de España, donde nadie cree en nada, empezando por los neocatólicos). Ya le dije lo que pienso sobre el particular. Su juicio con ser algo contundente, me pareció en realidad benévolo. Todas son ideas, por lo cual deduzco que la amistad habrá dejado algunas cosillas en el tintero, y que no me habla con verdadera franqueza.
No sé por qué creo que la segunda parte de Gloria ha de modificar con algún tanto ese juicio, produciendo si no una reconciliación, al menos una transacción. Allá veremos. Me supongo que así ha de suceder.
Después asentí: Su carta no me ha sabido a Gloria, pero el amargor de ella no es tanto como yo esperaba, y aunque igualara al acíbar, siempre la recelaría con el mayor gusto.
Hay una parada, se hace el silencio…
Señorita Pardo Bazán, créame que le digo señorita porque siempre lo será para mi, una mujer libre y resuelta. Me encuentro hoy con la cabeza recién salida de uno de esos horribles huracanes de jaqueca que me dan cada cierto tiempo. El último ha sido de los más tremendos y puede usted creer que me ha dejado idiota.
Emilia Pardo Bazán.- Y qué más le escribió…ya veo que estaba usted pero bien herido…cuente maestro.
Galdós.- Proseguí: “Yo no he querido probar en dicha novela y vuelvo a Gloria, ninguna tesis filosófica ni religiosa, porque para eso no se escriben las novelas. He querido simplemente presentar un hecho dramático verosímil y posible, nada más. Tacho en su juicio otra apreciación que declaro fundada en una ilusión literaria, que usted debe tener mejor que nadie. ¿De dónde saca que en estos tiempos de crítica pueda haber escritor alguno que agrade a tirios y troyanos? Yo no encuentro ninguno ni creo que lo haya. Desde luego declaro que aquel escritor que aspiró a agradar a todo el mundo no agradó a nadie. Amigo mío, el siglo este en que hemos tenido la desgracia de nacer, nos impone la obligación de ser o tirios o troyanos. No hay más remedio. Y un ejemplo de lo que digo. Someta a los hombres de pro a un tribunal tirio o troyano. A ver si es posible que sea aceptado por unanimidad. Y lo mismo digo de otras obras, así que habrá que decidirse.
Temo alargarme y marearle a usted si no le diría que no ha interpretado bien mi pensamiento al creer que yo intento presentar al judío como más perfecto en absoluto ni en particular, que los católicos. Nada de eso hay en Gloria. Por le contrario los católicos se llevan la palma. Pues qué, ¿los dos hermanos Lantigua no son tipos de perfección innata? Es verdad que tiene prevenciones, pero el judío también las tiene y en mayor grado como verá usted en la segunda parte. Mi imparcialidad, a falta de otras virtudes, es notoria, de modo que no creo con lo que me dice que pueda influir en un hombre de pro. En fin, mucho más se me ocurre, pero estoy siendo pesado y he llenado 3 pliegos…concluyo diciendo con toda sinceridad que daría cuanto tengo, es decir mis 20 tomos (que no es tampoco muchísimo dar) por verle a usted libre de las garras neocatólicas que le tienen preso. Es una cosa abrumadora, un contrasentido horrible querer comulgar con semejante gente y que su talento, que tiene todo el corte liberal (créalo) no deslucido porque eso no puede ser sino mal empleado en tal orden de ideas. Pocos ingenios conozco que sean de medula tan liberal como el de usted, ¡qué lástima! Lo malo es que no veo síntomas de que usted abandone el campo troyano para venir al tirio. Ahora empiezo la segunda parte de Gloria que no sé si le desagradará a usted más o menos. Su juicio cruel me ha desorientado, francamente. No sé. Veo que mi manera de lamentar la profunda irreligiosidad de este país no puede ser de su agrado. Contésteme usted, aunque me parece que es mucho pedir. En esta carta me he salido de mis casillas y he escrito para un año. No puedo más. Sucumbo…con que no deje de escribir, aunque no me convenga, siempre tengo mucho gusto en charlar con usted, aunque sea por escrito. (pensativo y emocionado guarda la carta en el bolsillo de su gabán.)”
Emilia Pardo Bazán.- Bueno don Benito, aquello debió molestarle bastante, pues su amigo Pereda 20 años mayor que usted y por lo que intuyo un viejo zorro, culto pero zorrete, le había escrito a algún amigo como Menéndez Pelayo que usted estaba rabioso y que se había despachado con 5 cuartillas, algo insólito en usted. ¡Qué le dijo hombre de dios!
Galdós.- Así fue mi carta: Mi querido amigo: estoy incomodado con usted y más que incomodado y frenéticamente inconsolable por la interpretación a mi juicio falsa, torcida y violenta que se ha empeñado usted en dar a esa desdichada novela. ¿De dónde saca usted que yo trato de enaltecer a los judíos, presentado la religión de Moisés como preferible a la nuestra? Por Dios y María Santísima. Si en mi libro hay eso, juro por la laguna Estigia que no lo he escrito. Al contrario, muy al contrario es el sentido del libro. ¿Pues hay nada más brutal que el fanatismo y el neísmo (digásmolo así) de los dos sectarios israelitas (madre e hijo)? ¿No aparece en todas las páginas del libro marcada y palpable la inferioridad moral de los hebreos con respecto a la católica protagonista de la obra?
Emilia Pardo Bazán.- Vaya don Benito, comprendo perfectamente lo que duelen las malas interpretaciones y sin duda la de su amigo Pereda, lo fue.
Galdós.- En dos palabras sintetizaré a usted lo que pienso en este triste asunto de la conciencia, y esto lo digo con convicción profunda y verdadera fe, es a saber: el catolicismo es la más perfecta de las religiones positivas, pero ninguna religión positiva, ni aun el catolicismo, satisface el pensamiento ni el corazón del hombre en nuestros días. No hay quien me arranque esta idea ni con tenazas. El catolicismo no puede seguir rigiendo en absoluto la vida. Convengo en que marchamos rápidamente al caos; pero este desconsolador hecho no puede ser un argumento en contra de aquella idea. Esto es a mi juicio lo que puede hallar en mi desdichado libro el ojo del observador. Si allí no hay esto, no hay nada, absolutamente nada más que palabras sin sentido. Eso de ver en las páginas de Gloria una apoteosis del judaísmo es -digámoslo así otra vez- una especie de habilidad estratégica, un a modo de movimiento envolvente, mediante el cual un ingenioso y hábil enemigo podría combatirme con aparente inferioridad y derrotarme, exponiéndome a las iras de los cristianos, que es todo lo malo que me podrá pasar.
Emilia Pardo Bazán.- Claro, luego se extraña de que le tachen de anticlerical….don Benito. Lo cierto es que se ha creado una especie de bulo que en realidad y tal y como usted va explicando no es para tanto. Lleva usted razón.
Galdós.- Tampoco es cierto que haya desollado a los católicos. Demasiado bien los trato en cuanto a católicos. No crea usted que se me pudrirán dentro del cuerpo ciertas ideas relativas a nuestro singularísimo modo de practicar la religión nosotros los perfectos, nosotros los únicos que poseemos la verdad. Después de todo he sido hasta mojigato en mi último librillo. Más adelante será preciso sacudir las hopalandas. Una de las satisfacciones de mi vida es que a pesar de mi anticatolicismo y de mi rebeldía, no me retire usted su amistad, lo cual me prueba su benevolencia y verdadero espíritu cristiano. No disputemos más y dejemos estas cuestiones ácidas y fastidiosas que a nada conducen. Se aproxima la época feliz de las canas al aire, y yo si no las echo en Santander, me parece que me falta algo indispensable en la vida. Echo de menos en los almanaques un renglón que diga: Sol en Leo. Viaje a Santander.
Emilia Pardo Bazán.- Y seguro que habrá escrito usted mucho sobre su Pereda.
Galdós.- Por supuesto, le leeré la semblanza que escribí, porque lo de la contestación al discurso de entrada a la Academia, es muy largo. Le leeré lo que llamé Epístola literaria: Hablaré hoy de literatura, materia muy grata para mi. No siempre hay asunto en que fundar una epístola literaria, pues las obras notables escasean algo más que los actos y los discursos políticos. Es preciso resignarse a que los temas literarios vengan sólo de tarde en tarde y cuando ellos quieran venir, y es preciso también aprovecharlos sin pérdida de tiempo, antes que la vulgaridad de las cosas políticas se imponga y la chismografía reclame la preferencia que, por razones propiamente humanas, tiene en la información periodística.
Emilia Pardo Bazán.- ¿Y a quién se refiere usted? (Con ironía)
Galdós.- Hablaré hoy y siempre que se tercie, de Pereda, el gran novelista y escritor montañés, con quien desde hace muchos años me une una amistad fraternal, que jamás han entibiado las diferencias profundas entre sus ideas políticas y las mías. Como, tratándose de los artistas afamados, la noticia biográfica no puede circunscribirse a la vida literaria sino que es preciso extenderla a la fisonomía moral y a lo que es y representa la persona en la vida social. Diré que este compañero de letras es uno de esos hombres cuya amistad es orgullo de quien la posee, un hombre de cualidades excepcionales, tan inflexible en los principios que no conozco a nadie que en esto se le iguale, y al propio tiempo amenísimo en su trato, sencillo en sus costumbres, cariñoso con sus amigos, consagrado exclusivamente a su familia y al cultivo de las letras, por devoción sincera, más que por lucro, hombre, en fin, como no hay pocos, y seguramente no es nuestra época la más abundante en personas de esta calidad.
Emilia Pardo Bazán.- No, esta época no es la más numerosa en personas de calidad, en esto lleva usted razón, también.
Galdós.- En su larga carrera literaria se ha conservado siempre extraño a las corrientes que de una y otra parte vienen a agitar el campo de las letras, por lo cual siempre ha sido y es semejante a sí mismo, inconmovible y hasta huraño. Conserva en la forma tradición castiza y el donaire de la prosa novelesca, sin transigir con ninguna influencia extraña. Es por esto el más español de los escritores modernos, y entre su dicción pura y elegante y su manera de tratar los asuntos, poniendo en ellos la rectitud inflexible y los rasgos tradicionales del carácter español, hay una relación directa. Sus obras están cinceladas en el bronce de la tradición literaria castellana, lo que les garantiza duradera existencia.
Emilia Pardo Bazán.- Es usted igualmente de gran humanismo y muy sensible con sus amigos de verdad. Hábleme de Sotileza una de las grandes obras de Pereda.
Galdós.- Como ha pintado Pereda en Sotileza la vida de la gente de mar, es cosa imposible de apreciar sin conocer la obra. Desde el pescador de costa hasta el curtido capitán de altura, desde el niño aprendiz que navega en los charcos hasta el viejo mareante que casi ha llegado a perder la figura humana en aquella vida de peligros, todas las variedades de la interesante familia marinera figuran en el grandioso cuadro de Pereda. De las escenas cómicas más chistosas, elévase el inspirado autor a los episodios más dramáticos y terribles, como el de la galerna y la entrada de las lanchas en el puerto, que, por el sentimiento de la situación y la gallardía de la forma, es un trozo de magistral e imperecedera hechura. Y hay en toda la obra un picor salobre, un ambiente de mar tan vivo que parece que las hijas del libro se vuelven a impulso de brisa que corre desde la primera a la última página, brisa que les da frescura, aroma de sal y alegría. Una maravillosa representación pictórica de una realidad literaria realizada con arte de maestro.
Emilia Pardo Bazán.- Pereda es uno de sus amigos de Santander. Una tierra que siempre estará también en deuda con usted. Todavía recuerdo sus Cuarenta leguas por Cantabria, el libro que huele a mar.
Galdós.- Los santanderinos consideran Sotileza como la expresión más exacta e inspirada de la vida de aquel pueblo en su calidad de puerto comercial y pescadero. La han leído allí hasta los que no saben leer, y entienden y sienten sus bellezas, lo mismo las personas ilustradas que las que carecen de toda cultura. Tal es el toque, por el que podemos conocer la perfecta obra de arte. Sus paisanos regalaron a Pereda, como homenaje de admiración y agradecimiento, un magnífico cuadro que representa la entrada de las lanchas en el puerto de Santander, después de la galerna.
Emilia Pardo Bazán.- Claro, Pereda es uno de los grandes en todos los sentidos.
Galdós.- Mi propósito en esta y en cualquier epístola o semblanza de mi amigo cántabro es hablar, más que de las obras de Pereda, del mismo Pereda, porque sus libros por el mundo van y son conocidos de sinnúmero de personas; pero el gran escritor montañés aquí lo tenemos, y no es fácil que le conozca y aprecie quien personalmente no ha tenido la dicha de tratarle. Yo le trato hace muchos años, y le veo todos los veranos, porque Pereda no viene nunca a Madrid. Tiene verdadera adoración a su país, y pocas simpatías por la Villa Y Corte. Los que lo hayan leído habrán visto que no disimula en sus obras esta inquina. Vive parte del año en su casa de Polanco, que es una residencia admirable. Allí escribe sus obras; y allí recibe y agasaja a los amigos que van a verle. Ofrece Pereda un ejemplo raro entre los habitantes de esta agitada república de las letras; es hombre acaudalado, que no ha sabido jamás lo que es el arte por el pan, situación venturosa que pocos disfrutan. La naturaleza ha sido con él benigna en todos los órdenes, pues le ha rodeado de bienes, no siendo lo más importantes los de la fortuna. Y aun no teniendo en cuenta su peregrino ingenio, bien podemos decir que todo se lo merece, porque si admirable es como escritor, no lo es menos como hombre.
Emilia Pardo Bazán.- Que así conste maestro.
Llega Pablo Nougués, el joven escritor, secretario de don Benito, y se reanuda a la labor literaria que quedó interrumpida el día anterior. El secretario se sienta a la mesa de trabajo, una mesa memorable en la que escribió Galdós durante muchos años y sobre cuyo tablero quedaron esparcidas, conforme iban siendo grabadas por la pluma insigne, páginas de Gloria, de Marianela, y de otras muchas célebres obras.
Don Benito, dicta arrellanado en su butaca y fumando cigarros puros de veinte céntimos, uno tras otro. De vez en vez hace pausas y en el silencio en que se queda la estancia, parece oírse el aleteo de aquella soberana inteligencia que medita. Pablo Nougués escribe lento, dejando en las cuartillas una letra clara, redonda, de rasgos vigorosos. En una página y en otra y en muchas, ya había adquirido Cánovas, un nuevo Episodio Nacional. Este sería el último.

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