
Francisco Cánovas Doctor en Historia y escritor
Benito Pérez Galdós es una de las grandes personalidades de la España contemporánea. Su fecundo trabajo literario, plasmado a través de numerosas novelas, obras teatrales y artículos periodísticos fue extraordinario. A diferencia de otros escritores de su tiempo, Galdós no fue un espectador neutral de la vida social y política, sino que se involucró en ella y se comprometió con la construcción de una España más libre, solidaria y justa.
El periodo histórico en el que transcurrió la vida de Galdós marcó de forma decisiva su personalidad, su comportamiento y su creación literaria. Durante su juventud observó en primera línea el derrumbe del régimen isabelino. Acogió la revolución de 1868 con la esperanza de superar el atraso y avanzar hacia la modernización y la democracia. El proyecto del general Prim, plasmado en la Constitución de 1869, siempre fue para él una referencia. La Restauración de los Borbones representó un giro conservador que derogó las conquistas alcanzadas. La crisis de fin de siglo extendió una profunda sensación de fracaso y planteó la necesidad de promover la regeneración de la vida pública. Galdós vivió con intensidad todo este proceso y, tras la crisis de fin de siglo, se comprometió activamente con la democracia y el republicanismo.
A finales de los años 90 Galdós dio un giro personal, político y literario. La muerte de Cánovas y de Sagasta, el agotamiento del régimen de la Restauración y la pérdida de las últimas colonias de Cuba, Puerto Rico y Filipinas causaron una profunda decepción. Surgió, entonces, la literatura del desastre que
reflexionó sobre las causas de la decadencia, sobre los males de la patria. Las voces críticas plantearon la necesidad del regeneracionismo, pero cada una lo concebía de una forma distinta. Los partidos liberales decían que había que dar mayor estabilidad y mejorar el funcionamiento del régimen. La izquierda republicana y socialista preconizó la educación de hombres nuevos, portadores de valores productivos, movilizadores y modernos. Galdós compartía las denuncias de la generación del 98, pero rechazó el pesimismo de algunos de sus portavoces. Así, en el prólogo que escribió en la segunda edición de La Regenta de Clarín, afirmó que se había realizado tanta crítica negativa “que por ella quizá hemos llegado a creernos un pueblo absolutamente inepto para todo”. Por eso insistió en la necesidad de alumbrar soluciones, propuestas de futuro, que a su juicio pasaban por el desarrollo educativo, el trabajo productivo, la apuesta por la ciencia y el avance tecnológico.

Otro vector de la ideología de Galdós fue la defensa de un Estado laico. Por ello denunció la presión del Vaticano sobre las instituciones españolas, la llegada de numerosas congregaciones religiosas expulsadas de Francia, que multiplicaron por diez el personal religioso, los privilegios anacrónicos que mantenía la Iglesia, su participación excesiva en el sistema educativo y su complacencia con los poderosos. Estas reflexiones le llevaron a escribir en 1901 la obra teatral Electra, cuyo estreno constituyó un acontecimiento cultural y político. En Electra el autor recrea el antiguo mito griego, a través de la pugna que mantienen un religioso y un científico para determinar el futuro de la joven Electra, recluyéndola en un convento o favoreciendo su emancipación y su libertad. Galdós se inspiró en el “caso Ubao”, un hecho real que había provocado unos meses atrás una gran polémica. La joven Adelaida Ubao abandonó su casa al fallecer su padre, siguiendo los consejos de su confesor, el jesuita Cermeño, para ingresar en la congregación de las Esclavas del Corazón de Jesús. La madre denunció en el juzgado al jesuita, acusándolo de arrancarle a su hija con el propósito espurio de
quitarle su herencia. El litigio se resolvió, finalmente, en el Tribunal Supremo, donde se enfrentaron dos pesos pesados del derecho y la política, Nicolás Salmerón, defendiendo a la familia, y Antonio Maura, a los jesuitas. Finalmente, el Tribunal Supremo decidió la exclaustración de Adelaida Ubao considerando que su minoría de edad le impedía tomar la decisión de “tomar los hábitos”. Así, el juez la sacó del convento y la llevó con su familia. Galdós salió a hombros del teatro y fue llevado en paseo triunfal hasta su casa por una multitud, convirtiéndose, desde entonces, en el símbolo de la regeneración y la denuncia de “la petrificación teocrática”.
A partir de entonces Galdós fue profundizando su compromiso con la democracia y el republicanismo. El movimiento republicano trataba de consolidar nuevos liderazgos y renovar su actuación política. En 1893 la tendencia progresista de Ruiz Zorrilla, la unitaria de Salmerón y la federalista de Pi y Margall constituyeron la Unión Republicana, formación que consiguió buenos resultados electorales en las grandes ciudades. Sin embargo, al poco tiempo rebrotaron los problemas de liderazgo y las discrepancias. En esta circunstancia, fue emergiendo una nueva generación republicana que promovió dos líneas políticas diferentes: A) El republicanismo moderado, de Melquíades Álvarez, que priorizaba la atención de los problemas políticos y sociales, el desarme del caciquismo, la renovación de la vía parlamentaria y el desarrollo educativo y cultural. B) El republicanismo radical, de Alejandro Lerroux, “el Emperador del Paralelo”, orientado hacia la acción revolucionaria y populista.
Algunos dirigentes republicanos consideraron que Galdós, por su popularidad y su significación democrática, podía ser una personalidad que favoreciera la unión del republicanismo y aumentara el tirón electoral. Así, el 6 de abril de 1907, el escritor dio un paso al frente, anunció su compromiso con el republicanismo y aceptó formar parte de la candidatura de la formación por Madrid al Congreso de los Diputados. En una carta abierta dirigida a Alfredo Vicenti, director de El Liberal,
Galdós explicó los motivos de su decisión: “A los que me preguntan la razón de haberme acogido al ideal republicano, les doy esta sincera contestación: tiempo hacía que mis sentimientos monárquicos estaban amortiguados; se extinguieron absolutamente cuando la Ley de Asociaciones planteó en pobres términos el capital problema español; cuando vimos claramente que el régimen se obstinaba en fundamentar su existencia en la petrificación teocrática. Después de esto, que implicaba la cesión parcial de la soberanía, no quedaba ya ninguna esperanza. ¡Adiós ensueños de regeneración, adiós anhelos de laicismo y cultura! El término de aquella controversia sobre la ley Dávila fue condenarnos a vivir adormecidos en el regazo frailuno, fue añadir a las innumerables tiranías que padecemos el aterrador caciquismo eclesiástico… Es una vergüenza no ser europeo más que por la geografía, por la ópera italiana y por el uso desenfrenado de los automóviles. Las deserciones del campo monárquico no tendrán fin: los desaciertos de la oligarquía serán acicate contra la timidez; sus provocaciones, latigazos contra la pereza”. Su paso a la política estaba motivado por un sentimiento patriótico, no por patriotismo retórico, sino por el patriotismo que “encontramos a todas horas en el corazón del pueblo”. Afirmó que no pretendía ser un político profesional, porque concebía la actividad política como un compromiso ciudadano y como el final de una vida abnegada, “sin más recompensa que el goce que nos produce el cumplimiento del deber”.
El 18 de abril, en la recta final de la campaña electoral, Galdós afirmó que los anhelos regeneracionistas a favor del laicismo, la democracia y la cultura no podían realizarse en un régimen monárquico que se había entregado a la reacción. Galdós planteó la existencia de dos Españas: la España del “triste rebaño monárquico”, empantanado en “el páramo de la oligarquía, la ruina y el marasmo” y la España del pueblo, que se ponía de nuevo en pie, “con todo el espíritu de libertad y reivindicación que palpita en nuestra historia desde Viriato hasta Prim”. Los obstáculos que tenían que vencer eran la herencia que habían
dejado los Borbones, que habían entorpecido todas las tentativas de progreso.
En las elecciones celebradas el 21 de abril de 1907 Galdós obtuvo en la circunscripción de Madrid 16.790 votos, la mayoría de los votos contabilizados en el escrutinio auténtico, aunque el oficial le situó por debajo del candidato conservador. Republicanos y liberales se quejaron del fraude perpetrado por La Cierva, ministro de la Gobernación, para amañar los resultados. Unos días después, con motivo de las movilizaciones del 1 de mayo, en los que participaron más de 20.000 trabajadores, Galdós tomó la palabra para afirmar que las cuestiones sociales tenían preeminencia sobre las políticas y para elogiar el progreso organizativo y movilizador de los trabajadores. Galdós propugnó la alianza interclasista los trabajadores, los profesionales de la cultura y la burguesía progresista para avanzar hacia un porvenir en el que estuvieran “armónicamente conectadas las tres ruedas de la actividad humana: Arte, Capital, Trabajo”.
Galdós participó en las iniciativas llevadas a cabo por el grupo parlamentario republicano, dejando, dada su limitada capacidad oratoria, que diputados de mayor oficio político asumieran el protagonismo. Su capacidad como escritor se plasmó en la palabra escrita, en la tribuna y los medios de comunicación, en los que reiteró las ideas nucleares de su discurso de regeneración política. En esta etapa, estrechó su relación con políticos, escritores y periodistas republicanos como Gumersindo de Azcárate, Melquiades Álvarez, Vicente Blasco Ibáñez, Jacinto Picón, Nicolás Estévanez, Miguel Moya, Joaquín Dicenta, Roberto Castrovido, Hermenegildo Giner de los Ríos, Eusebio Blasco y Juan Macías.
Durante estos años, Galdós prosiguió con lucidez la continuación de los Episodios Nacionales con la publicación de La de los tristes destinos, Prim, Amadeo I y la Primera República. Es estos episodios narró las conspiraciones políticas del final del reinado de Isabel II, las acciones de los exiliados en París y en Londres, las idas y venidas del general Prim y, finalmente, el triunfo a la
revolución Gloriosa. El proyecto político del general Prim, plasmado en la Constitución de 1869, la más progresista de todo el siglo, entusiasmó al joven Galdós. Su asesinato frustró una oportunidad para modernizar España. En el episodio La Primera República narra el accidentado desarrollo de aquella experiencia, desestabilizada por las guerras cubana y carlista y la rebelión cantonal, que concluirá en apenas un año. Galdós criticó la falta de realismo de los dirigentes republicanos, las injustificadas rivalidades personales y la tendencia a la retórica efectista y hueca. Entre 1908 y 1912 Galdós desarrolló una intensa actividad política, vivida con pasión y compromiso. Cuando participaba en los mítines solía ocupar la presidencia, siendo distinguido con los calificativos de “respetado” escritor, que “en la edad madura y cubierto de gloria” se había lanzado a “la vida política, soportando las fatigas de la lucha con el brío de la juventud”. En sus intervenciones en los mítines, Galdós solía comenzar haciendo un elogio de la ciudad, después relataba la historia de la lucha de los principios democráticos contra el conservadurismo, y a continuación desarrollaba sus ideas prioritarias: el agotamiento del régimen de la Restauración, el alejamiento de las Cortes del pueblo, la denuncia de los privilegios de la Iglesia, el rechazo de la guerra, el desarrollo económico, educativo y cultural y la necesidad de acometer el cambio democrático, fundamentado en valores cívicos y éticos. Galdós utilizaba en sus discursos un lenguaje directo, efectista, con rasgos retóricos, a veces, populistas, como cuando se refería al valiente “león español” que se alzaba de nuevo ante las injusticias, al “triste rebaño monárquico”, a la denuncia de la alianza entre la Iglesia y la oligarquía, “ a quien no sabremos cómo nombrar, pues no podríamos decir si es española o papal, si es un sindicato jesuítico o una cofradía financiera”, a la disyuntiva de “arrollar al clericalismo o perecer bajo sus pisadas”, a la “España que pide agua y le dan hiel y vinagre”, a la prioridad de “la escuela y el taller”, a “las dos Españas, la de la muerte y la vida” y a “la mano justiciera de la República”.
Entre tanto, la guerra de Marruecos pasó al primer plano de la actualidad. El 9 de junio un ataque de rifeños causó seis muertos. El Gobierno envió refuerzos militares para proteger Melilla y asegurar “la policía de frontera”. Los socialistas organizaron una campaña contra la guerra, que movilizaba tan solo a soldados de la clase trabajadora, ya que los que tenían dinero podían liberarse mediante el pago de una tasa, y en la que, además, se ventilaban los intereses económicos de los propietarios de las minas y las ambiciones de los mandos militares. A partir del 14 de julio comenzaron en el puerto de Barcelona los incidentes contra el embarque de tropas, que se reprodujeron en las estaciones de tren de las principales ciudades. Las noticias que llegaban de Marruecos demostraban que el conflicto era mayor de lo que oficialmente se reconocía.
El día 27 se produjo la masacre del Barranco del Lobo: una columna española fue rodeada por tropas enemigas, causando 150 muertos y más de 1.000 heridos. El PSOE y la UGT convocaron una huelga general para el 2 de agosto, pero a partir del 26 de julio los acontecimientos se precipitaron en Barcelona, comenzando la Semana Trágica. Las calles se llenaron de barricadas y se multiplicaron los motines, los enfrentamientos armados, los asaltos de tranvías y de comercios, así como los incendios de iglesias, conventos y colegios católicos. El ejército recuperó el control de la situación al cabo de cinco días, practicando una dura represión que se saldó con 108 muertos y varios centenares de heridos. Los incidentes de Barcelona se extendieron por otras provincias. El día 28 el Gobierno declaró el estado de excepción en toda España y arrestó a más de mil líderes políticos y sindicales, abrió procesos jurídicos militares, clausuró las Casas del Pueblo y estableció la censura de prensa. Diecisiete procesos sumarísimos decretaron la pena de muerte a los acusados, de los que fueron ejecutados cinco.
El principal símbolo de la represión fue Francisco Ferrer, pedagogo anarquista, fundador de La Escuela Moderna. Cuando el 13 de octubre Ferrer fue ejecutado en Montjüich, el
clamor de ¡Maura no! se entendió por toda España y los países europeos.
Ante estos acontecimientos, Galdós desplegó una intensa actividad política y periodística. El 6 de octubre publicó una alocución “Al pueblo español”, en la que afirmó que había llegado “el momento de que los sordos oigan, que los distraídos atiendan y que los mudos hablen”. Incitó al pueblo a contener los desmanes del Gobierno, a denunciar “las insensateces de los que trajeron la guerra del Rif… Que la Nación hable, que la Nación se levante, en el sentido de vigorosa erección de su autoridad… No estorbaremos a la justicia, sino a la desenfrenada arbitrariedad y al furor vengativo. No temamos que nos llamen anarquistas o anarquizantes, que esta resucitada inquisición ha descubierto el ardid de tostar a los hombres en la llamarada de la calumnia”. Concluyó reclamando la formación de un Gobierno democrático que pusiera fin a la dictadura que conduce a España hacia al abismo. Las palabras de Galdós tuvieron un gran eco. Según Federico García Lorca, su voz era “la más verdadera y profunda de España”. El 21 de octubre Alfonso XIII forzó la dimisión de Maura y encargó a Segismundo Moret la formación de un nuevo gobierno liberal.
Galdós defendió la necesidad de articular la alianza de los republicanos y los socialistas, aunque era consciente de las reticencias que existían en ambos sectores. La oposición al Gobierno Maura y las consecuencias de la Semana Trágica acercaron las posiciones. Así, tras el verano de 1909, una comisión negociadora integrada por Galdós, Azcárate, Iglesias, Tomás Romero y Aniceto Llorente estableció las bases de la Conjunción Republicano-Socialista. Galdós, principal figura intelectual, fue designado presidente. El 7 de noviembre se presentó la Conjunción en el frontón Jai-Alai de Madrid, en un mitin al que asistieron más 12.000 participantes. Las intervenciones tuvieron un tono moderado. Galdós manifestó su satisfacción por el concierto de republicanos y socialistas y el inicio de su acción conjunta: “Reunidos en un solo haz, la fuerza resultante hará
retemblar de alegría el suelo de la Patria”. La Conjunción era una alianza abierta a la incorporación gradual de las “clases neutras”, como se llamaba a la mayoría alejada de la política. Pablo Iglesias, por su parte, pidió una República que garantizase la “libertad y el derecho”.
Desde entonces, Galdós desarrolló una labor de representación y de coordinación de la Conjunción. “Entonces funcionaba ya la Conjunción –afirmó- y la formábamos Tomás Romero y yo, como diputados de la minoría republicana; Pablo Iglesias y Mora por los socialistas; dos amigos del doctor Esquerdo, Carande y Cabañas, por los progresistas; Pi y Arsuaga y Félix de la Torre, en representación de los federales; y Joaquín Dicenta, por la minoría republicana del Ayuntamiento. Las reuniones las celebrábamos unas veces en la casa de Tomás Romero y otras en la mía” Su autoridad moral propició el diálogo y la cohesión de las diversas fuerzas políticas, amplió el núcleo dirigente con la incorporación de políticos valiosos, como el periodista Rodrigo Soriano, líder de los radicales madrileños, y suavizó las tensiones con Lerroux, Sol y Ortega y otros líderes. Las elecciones municipales del 12 de diciembre mostraron las ventajas de la constitución de la Conjunción: republicanos y socialistas vencieron en las principales ciudades, accediendo al poder de los Ayuntamientos.
Durante el verano Galdós comenzó a escribir El caballero encantado, una “sátira social y política”, como él mismo la calificó. Tarsis, aristócrata y diputado, se enamora de Cintia, mujer que practica las ciencias ocultas. Por un fenómeno mágico Tarsis se transforma en Gil, un jornalero que trabaja de sol a sol para ganarse la vida. En sus andanzas por los pueblos, Gil-Tarsis sufre las penosas condiciones de los trabajadores, como “enseñanza o castigo de mis enormes desaciertos”. En Matalebreras conoce a Pascuala, la maestra de escuela, en la que por arte de la magia se ha transformado Cintia. Gil y Pascuala se casan y viven numerosas peripecias vitales, administrativas y penales, hasta que aprenden la lección deparada por el destino y vuelven a recuperar
su identidad. Galdós proyecta en la novela la necesidad de impulsar el desarrollo económico y la reforma agraria, la importancia de la labor de los maestros y la prioridad de la justicia social.
El 28 de febrero de 1910 Galdós estrenó en el Teatro Español de Madrid la obra Casandra, adaptación en cuatro actos de la novela que había escrito unos años antes. En la obra, Casandra defiende los derechos de su familia dando muerte a Juana de Samaniego, encarnación de la hipocresía y el fanatismo, que modifica el testamento de su marido para entregar la fortuna a una congregación católica, privando a los sobrinos de su legítima herencia. “Chillaré, alborotaré contra los dioses ricos y pobres… Reclutaré todos los desesperados que encuentre, y han de ser muchos porque estamos en la tierra de la desesperación… Me declaro revolucionario callejero entre tantos que lo son y no se atreven a mostrarlo fuera de sus casas; soy rebelde que chilla, por ejemplo, de los miles de rebeldes solapados que callan. Yo gritaré: ¡Abajo las fortalezas de injusticia y opresión, llámense leyes, tronos o altares! ¡Arriba nosotros, la turba, los desesperados, los desengañados!”
El estreno de Casandra constituyó un acontecimiento cultural y político. El público aplaudió con entusiasmo las escenas más relevantes de la obra, obligando a Galdós a salir varias veces al escenario. Cuando finalizó la representación, varios centenares de actores, periodistas y aficionados vitorearon al escritor y lo acompañaron por las calles de Madrid hasta su casa, expresando la adhesión a su labor literaria y política.
El 31 de abril, se celebró en Madrid el mitin de presentación de la candidatura de la Conjunción al Congreso de los Diputados, integrada por Galdós, en primer lugar, Pablo Iglesias, el doctor José María Esquerdo, Rodrigo Soriano, Joaquín Pi y Arsuaga y Moreno Salillas. Galdós exaltó la unidad de acción, indispensable para vencer a la derecha y enumeró las líneas del programa electoral suscrito por republicanos y socialistas: la amnistía de los presos políticos y sociales, con la correspondiente
revisión de los procesos de la Semana Trágica, la libertad de enseñanza, el servicio militar obligatorio y la afirmación del poder civil derogando la Ley de Jurisdicciones. Las elecciones del 8 de mayo constituyeron un éxito, deparando la victoria de la candidatura de la conjunción en Madrid, Barcelona, Bilbao, Sevilla, Oviedo y otras ciudades importantes. Galdós fue respaldado en Madrid por 42.247 votos y Pablo Iglesias por 40.696. El Ministerio de la Gobernación, siguiendo la práctica habitual, manipuló los resultados y concedió la mayoría de los diputados al partido del Gobierno, asignándole tan solo a la Conjunción 41 diputados. El socialismo accedía por primera vez al Congreso de los Diputados: “con Pablo Iglesias –afirmó Galdós- entrará en el Congreso el espíritu de solidaridad internacional que labora por la dignidad y el bienestar de los trabajadores”.
Durante la primavera y el verano de 1911 el ambiente político volvió a caldearse. El retorno de la guerra de Marruecos, las manifestaciones clericales y anticlericales, a propósito de la Ley del Candado, y las huelgas obreras de Vizcaya, Asturias, Zaragoza, Valencia y Málaga dificultaron la actuación del Gobierno Canalejas. La huelga general, apoyada por el PSOE y la UGT, alentó las protestas, produciéndose incidentes que culminaron en Cullera con muerte de tres funcionarios a manos de los huelguistas. La Conjunción endureció su oposición al Gobierno, tratando de sobrepasarlo por la izquierda, organizando numerosos mítines de protesta, iniciados en el Frontón Jai-Alai de Madrid, el 25 de junio. Galdós, convaleciente de su reciente operación de la vista, denunció la aventura bélica, “que sólo sirve para dilapidar sin freno y para derrochar sin fruto visible la sangre de nuestro proletariado, el primero en el sacrificio, el último en la recompensa”. Poco después en el mitin de Santander afirmó que lo que España necesita verdaderamente es la paz, no la guerra, “para reconstruirse interiormente por el trabajo”. El progreso de las naciones en el siglo XX no puede surgir de la lucha armada, sino de la escuela, el taller, el pensamiento y la ciencia. A finales
de diciembre, Galdós enunció las propuestas de la Conjunción que debían votarse en los mítines: 1) Finalización honrosa de la guerra y regreso de las tropas a las plazas españolas. 2) Condena de la política de expansión territorial en Marruecos. 3) Reducción de los presupuestos de los ministerios de Guerra y Marina. 4) Cumplimiento del servicio militar obligatorio. 5) Política efectiva de desarrollo económico y cultural de España.
El proceso de bifurcación que se estaba produciendo desde 1908 en las filas del republicanismo fracturó el 12 de junio el grupo parlamentario de la Conjunción Republicano-Socialista, creándose una minoría reformista independiente liderada por Gumersindo de Azcárate y Melquíades Álvarez. La ruptura de la Conjunción, la división de los dirigentes republicanos y los problemas de salud hicieron que Galdós tomara la decisión el 23 de octubre de 1911 de abandonar la política activa. En la primavera de 1912 el republicanismo moderado configuró el Partido Reformista. Galdós, que tenía una elevada consideración política de Melquiades Álvarez y de Gumersindo de Azcárate, colaboró en la gestación de los que podía ser un nuevo movimiento democrático moderno. Además, apreció la atracción que ejercía la nueva formación entre jóvenes intelectuales, científicos y artistas como Ortega y Gasset, Azaña, Fernando de los Ríos, Zulueta, García Morente, Gustavo Pittaluga, Pedro Salinas y Américo Castro. El programa del Partido Reformista se articuló en cuatro puntos: el desarrollo cultural, de acuerdo con los postulados de la Institución Libre de Enseñanza, la secularización del Estado y la libertad de cultos, la independencia y la soberanía del poder civil y la intervención del Estado en cuestiones económicas, fiscales y sociales. Un planteamiento doctrinal regeneracionista y modernizador que coincidía con la ideología y las prioridades que Galdós había defendido siempre. El acto de presentación del Partido Reformista tuvo lugar el 7 de abril de 1912 en el Palacio de las Industrias y las Artes del Retiro madrileño. Galdós envió un mensaje de apoyo, al considerar que el nuevo partido podía conseguir un amplio consenso nacional,
pero afirmó que no acompañaría a la nueva formación política “en la gestión directa de los asuntos públicos”. La dedicación a la política activa que había iniciado en 1907 llegaba a su fin. “Por mi parte, en conciencia debo deciros, que pienso seguir hoy y mañana consagrado por entero a mi labor literaria”. Obviamente, concluyó, siempre se podría contar con él para defender los derechos humanos y los principios democráticos.
Cánovas fue la última novela de los Episodios Nacionales. La acción narrativa transcurre entre 1874 y 1880, desde el pronunciamiento del general Martínez Campos, que dio paso el régimen de la Restauración, hasta el Pacto del Pardo, que permitió la alternancia en el poder de los conservadores de Cánovas y los progresistas de Sagasta. La trama literaria está protagonizada por los mismos personajes de los últimos episodios. Tito Liviano, periodista, tenorio y testigo de la Historia española, y Mariclío, musa de la Historia, ninfa que a veces se presenta como una mujer de carne y hueso. Tito, como el propio Galdós, está afectado por una semiceguera que acentúa su dependencia. Al final, el escritor cede la palabra al mítico personaje de la Madre-patria para pedir la movilización de los españoles en defensa de los derechos ciudadanos: “Los políticos se constituirán en casta, dividiéndose hipócritas en dos bandos igualmente dinásticos e igualmente estériles, sin otro móvil que tejer y destejer la jerga de sus provechos particulares en el telar burocrático. No harán nada fecundo; no crearán una Nación; no remediarán la esterilidad de las estepas castellanas y extremeñas; no suavizarán el malestar de las clases proletarias. Fomentarán la artillería antes que las escuelas, las pompas regias antes que las vías comerciales y los menesteres de la grande y pequeña industria. Y por último, hijo mío, verás si vives que acabarán por poner la enseñanza, la riqueza, el poder civil, y hasta la independencia nacional, en manos de lo que llamáis vuestra Santa Madre Iglesia. Alarmante es la palabra Revolución. Pero si no inventáis otra menos aterradora, no tendréis más remedio que usarla los que no queráis morir de la honda caquexia que invade el cansado cuerpo de tu
Nación. Declaraos revolucionarios, díscolos si os parece mejor esta palabra, contumaces en la rebeldía. En la situación a que llegaréis andando los años, el ideal revolucionario, la actitud indómita si queréis, constituirán el único síntoma de vida. Siga el lenguaje de los bobos llamando paz a lo que en realidad es consunción y acabamiento… Sed constantes en la protesta…”.
Con una salud cada vez más deteriorada, Galdós falleció en Madrid el 4 de enero de 1920. Una manifestación multitudinaria le acompañó por las calles de Madrid hasta el cementerio de la Almudena, donde se depositaron sus restos. Las expresiones de duelo y de reconocimiento se multiplicaron en los días siguientes. “Galdós –afirmó Azorín- ha contribuido a crear una conciencia nacional: ha hecho vivir España con sus ciudades, sus pueblos, sus monumentos y sus paisajes”. Por su parte, Ortega y Gasset destacó en el periódico El Sol la frialdad manifestada por la España oficial en el entierro del “glorioso maestro”, que contrastaba con la multitudinaria participación del pueblo, reflejada en las listas de pésame, “donde han firmado ya los hijos espirituales de don Benito, los legítimos descendientes de la duquesa de Amaranta, de Gabrielillo Araceli, de Solita, de Misericordia y el Doctor Centeno. Estos hombres y estas mujeres de España no podían faltar en el homenaje al patriarca”.
25/9/2024
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