La expansión imperialista por Asia

por Eduardo Montagut

En el siglo XIX, las principales potencias colonialistas europeas occidentales, especialmente, Gran Bretaña y Francia, pero también Estados Unidos y Japón, intervinieron activamente en el continente asiático.


Gran Bretaña se concentró en la India, la denominada “joya de la Corona”. En el siglo XVIII, la Compañía Inglesa de las Indias controlaba los puertos de Madrás, Calcuta y Bombay. Tras las revueltas de los cipayos –soldados indígenas del ejército británico- en 1857, el gobierno británico asumió directamente el control de la India, estableciendo una administración gobernada por un virrey. La India fue el más acabado ejemplo del imperialismo británico. La reina Victoria fue proclamada emperatriz de la India en 1877. Para garantizar una zona de seguridad alrededor de la colonia los británicos se enfrentaron a los franceses para controlar Birmania (1886).


Francia se centró en Indochina. En primer lugar, los franceses comenzaron a adueñarse de la Conchinchina desde finales de la década de los años cincuenta. Entre 1860 y 1880 se anexionaron toda la región del Mekong y establecieron un protectorado sobre Camboya. Después de vencer a los chinos, Francia implantó sendos protectorados sobre Annam y Tonquín. Todos estos territorios conformaron, a partir de 1887, la Unión Indochina, a la que se unió, en 1893 el reino de Laos. Aunque esta zona fue de presencia eminentemente francesa, los británicos ocuparon Birmania, los Estados Malayos y Singapur. Para asegurar la paz, las dos potencias europeas decidieron mantener libre y neutral el Estado de Siam, que funcionaría como una especie de frontera o Estado-tapón entre los dos imperios coloniales. Los holandeses establecieron un imperio colonial en Indonesia.


El imperio ruso aceleró, durante el siglo XIX, su tradicional expansión hacia Siberia. En la segunda mitad del siglo más de cinco millones de rusos emigraron a las nuevas tierras. Uno de los motores de la expansión por Siberia fue la construcción del ferrocarril transiberiano. Los rusos intentaron, además, expandirse hacia el sur. Por esta zona llegaron hasta los límites de la India, generando un largo litigio con los británicos por el control de Persia y Afganistán, así como por el Tíbet. La otra gran rivalidad colonial de los rusos fue con los japoneses. En 1904-1905 se dio la guerra ruso-japonesa, en la que el gigante ruso fue vencido por un Japón en plena expansión imperial en el continente, después de los profundos cambios que supuso la Era Meiji.


La intervención en China se convirtió en un territorio conflictivo durante el siglo XIX. El país no fue ocupado por ninguna potencia aunque algunos países europeos consiguieron establecer algunos enclaves comerciales. Los británicos deseaban equilibrar sus compras de té y seda chinos con la venta de opio que traían de la India. El gobierno chino prohibió en el año 1839 la entrada de opio pero los ingleses decidieron seguir vendiéndolo. Este hecho desembocó en las conocidas guerras del opio, que finalizaron con el Tratado de Nanking de 1842. Este tratado proporcionó a la Gran Bretaña el enclave de Hong Kong y la apertura de doce puertos al comercio. Pero este tratado tuvo otra consecuencia: la demostración de la debilidad del Imperio chino ante Occidente. En el último tercio del siglo XIX y primeros años del XX se produjo un verdadero acoso occidental y japonés sobre China. Francia consiguió una zona de influencia en el sur. En el nordeste, en la región de Manchuria entraron rusos y japoneses. Los alemanes y británicos se situaron en la península de Shandong. Éstos últimos también controlaron zonas en el sudeste y en el Yangtsé. Los británicos deseaban controlar la economía china, especialmente en la explotación de las minas, los ferrocarriles y el comercio. Todas estas injerencias provocaron reacciones de signo nacionalista, destacando la protagonizada por reformadores radicales en el levantamiento de los Cien Días (1898) y la revuelta popular de los boxers (1900-1901), duramente reprimidas. Pero la situación de China desembocó en 1911 en una revolución que terminó con el imperio e instauró una república. Las nuevas autoridades buscaron liberar a China de las injerencias extranjeras, además de reconstruir el país.

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