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La profesora y ensayista canaria María Rosa Alonso Rodríguez (1909-2011) destacó como una de las primeras mujeres universitarias del archipiélago y como una voz intelectual rebelde e inconformista de las letras españolas. A lo largo de más de un siglo de vida, Alonso forjó una trayectoria pionera en la crítica literaria y la docencia, marcada por su rigor filológico, su defensa de la cultura canaria y su firme independencia de pensamiento incluso frente a la censura franquista. Su memoria prodigiosa y lucidez la acompañaron hasta el final de sus días, legando una obra esencial para entender la literatura y la identidad de las Islas Canarias en el siglo XX.
Primeros años y formación
María Rosa Alonso nació el 28 de diciembre de 1909 en Tacoronte (Tenerife), en el seno de una familia dedicada a la enseñanza. Cursó el bachillerato en La Laguna, donde finalizó sus estudios secundarios en 1927, y pronto comenzó a mostrar su vocación intelectual: desde 1930 colaboró en la prensa tinerfeña bajo el seudónimo María Luisa Villalba, publicando sus primeros artículos en diarios como La Tarde. En 1932, con solo 22 años, fue promotora y miembro fundadora del Instituto de Estudios Canarios, entidad cultural dedicada a la investigación histórica y antropológica del archipiélago. Gracias a sus excelentes calificaciones, obtuvo en 1933 una beca del Cabildo de Tenerife para cursar estudios superiores en la Universidad Central de Madrid (hoy Complutense), donde se matriculó en la carrera de Filosofía y Letras (Filología Moderna).
La Guerra Civil Española (1936-1939) interrumpió bruscamente la prometedora etapa formativa de Alonso. El conflicto estalló mientras ella pasaba sus vacaciones de verano en Tenerife, impidiéndole regresar a Madrid y dejando sus estudios en suspenso. Tras la guerra, el nuevo régimen franquista le retiró la beca por discrepancias ideológicas, dado que Alonso —al igual que su familia— simpatizaba con los valores de la República derrotada. Lejos de abandonar sus metas, buscó trabajo en su isla natal para poder costearse la continuación de sus estudios por cuenta propia. Finalmente logró regresar a Madrid, donde se licenció en Filología Española en 1941. Fue discípula de destacados intelectuales de la época, entre ellos el filósofo José Ortega y Gasset y el filólogo Américo Castro, cuyas lecciones marcaron su formación. En 1948 alcanzó el grado de doctora por la Universidad Central de Madrid, tras defender una rigurosa tesis titulada El Poema de Viana: estudio histórico-literario de un poema épico del siglo XVII, dedicada a una de las obras cumbre de la lírica canaria barroca. Durante sus años de estudiante, María Rosa Alonso también participó activamente en la vida cultural: fue redactora de revistas universitarias madrileñas como Cuadernos de la Facultad y colaboró con el Museo Canario de Las Palmas, llegando a publicar estudios sobre clásicos isleños como José de Viera y Clavijo. Desde esa temprana etapa despuntó como una voz crítica prometedora, con una sólida vocación filológica y un apego profundo por su tierra.
Trayectoria académica y exilio en Venezuela
Concluida la Segunda Guerra Mundial, Alonso regresó definitivamente a Tenerife e ingresó en el cuerpo docente de la Universidad de La Laguna. Entre 1942 y 1953 ejerció como profesora adjunta de Literatura Española en la Facultad de Filosofía y Letras de La Laguna, convirtiéndose en una de las pocas mujeres académicas en Canarias por aquel entonces. Paralelamente, continuó publicando ensayos y críticas literarias en revistas especializadas y periódicos locales, consolidando su reputación intelectual. Sin embargo, su independencia de criterio y los antecedentes republicanos de su familia le granjearon la desconfianza del régimen franquista. Su hermano mayor, Elfidio Alonso, había sido diputado del Frente Popular y se hallaba exiliado y condenado en rebeldía por la dictadura, lo que repercutió negativamente en la carrera de María Rosa. A comienzos de los años 50, cuando intentó opositar a una cátedra universitaria, se le comunicó extraoficialmente que «jamás conseguiría ser catedrática» bajo el régimen imperante. Ante este veto político a su ascenso académico, en 1953 renunció a su plaza docente y decidió marcharse al exilio en América.
La etapa americana de Alonso transcurrió en Venezuela, país que le ofreció nuevos ámbitos de desarrollo profesional y personal. Desde 1953 se estableció allí, integrándose en círculos culturales de la floreciente academia venezolana. En 1958 ganó por concurso la cátedra de Filología Española de la Universidad de Los Andes, en la ciudad andina de Mérida. En esta institución ejerció como profesora titular durante casi una década, llegando incluso a organizar y dirigir la revista Humanidades de la Facultad de Letras, de la cual fue fundadora y alma mater entre 1959 y 1964. Alonso prosiguió en Venezuela su prolífica labor de escritora y crítica: colaboró asiduamente en la prensa cultural (por ejemplo, en los suplementos literarios de El Nacional y El Universal de Caracas) y publicó obras donde volcaba sus estudios y vivencias americanas. Entre sus títulos de esos años destacan Residente en Venezuela (1960), un volumen de crónicas y ensayos sobre la realidad venezolana, y Sobre el español que se escribe en Venezuela (1967), dedicado al análisis del lenguaje periodístico local. También continuó investigando temas canarios desde la distancia, demostrando que su vínculo intelectual con las islas permanecía intacto. Su excelencia fue reconocida oficialmente en el país de acogida: el Ministerio de Educación venezolano le concedió la Medalla de Bronce de la Orden “27 de Junio” en 1968, por su mérito docente, y en 1969 la Universidad de Los Andes le otorgó un Diploma de Honor y Medalla de Plata por sus servicios académicos. Este prestigio internacional reafirmó a María Rosa Alonso como una intelectual de talla transatlántica, respetada tanto en Canarias como en Latinoamérica.
Regreso a Canarias y legado

Tras jubilarse en Venezuela, María Rosa Alonso regresó a España a finales de los años 1960, instalándose inicialmente en Madrid y retomando contacto con el ambiente intelectual español en pleno tardofranquismo. Pronto se incorporó de nuevo a la vida cultural de las islas: colaboró con la prensa canaria (especialmente con el diario El Día de Tenerife) y continuó publicando estudios y artículos de temática insular y universal. En 1972 vio la luz Papeles tinerfeños, recopilación de setenta de sus artículos sobre historia y costumbres isleñas, y ya en democracia siguieron otros títulos relevantes como La ciudad y sus habitantes (1989) y Las generaciones (1990), reflejo de su reflexión continua sobre el pasado y presente de Canarias. Alonso también incursionó en la narrativa: su novela Otra vez… (1951), escrita poco antes del exilio, sería revalorizada con los años como una emotiva obra de evocación lírica, reeditada y estudiada por nuevas generaciones de escritores e investigadores. Con el paso del tiempo, su figura se erigió en referente moral e intelectual; sus colegas la describían como una mujer de «temible lucidez» y prosa elegante, que nunca se refugió en la torre de marfil académica sino que bajó al debate público sobre la cultura y la sociedad. En palabras del profesor Rafael Fernández, María Rosa Alonso «fue la primera en defender que la universidad, además de ocuparse de conocimientos universales, debía atender también a las raíces, a lo que sucede dentro de la sociedad a la que sirve», síntesis de la filosofía educativa y vital que ella practicó.
Ya octogenaria, Alonso decidió regresar definitivamente a su isla natal en 1999, fijando su residencia en La Laguna. Su vuelta coincidió con un amplio reconocimiento público a su trayectoria. A sus 90 años aún colaboraba esporádicamente con la prensa, aunque sus problemas de visión le impedían la misma asiduidad de antaño. En 2009, al cumplir María Rosa Alonso los 100 años, la sociedad canaria celebró por todo lo alto su centenario: se organizó una exposición sobre su vida y obra, y se emprendió la reedición de muchos de sus libros bajo la coordinación de la investigadora Olga Álvarez de Armas. El Gobierno Autónomo, por su parte, acordó dedicarle el Día de las Letras Canarias de 2010, máxima distinción honorífica que la comunidad brinda a sus grandes autores, rindiendo así tributo a su «siglo de integridad» intelectual. En ese marco se estrenó el documental María Rosa Alonso, un siglo de integridad (dirigido por Olga Álvarez y Domingo Luis), que retrata su personalidad libre, su defensa de los ideales republicanos y su incansable labor por dar proyección universal a los estudios canarios.
Los últimos años de María Rosa Alonso fueron colmados de homenajes y galardones que reconocieron una vida entera dedicada a la cultura. Entre otros honores, recibió la Medalla de Oro de la Isla de Tenerife (1982) otorgada por el Cabildo Insular, fue nombrada Hija Adoptiva de La Laguna y Miembro de Honor de entidades como la Real Sociedad Económica de Amigos del País y la Asociación de la Prensa de Tenerife, y en 1987 se alzó con el Premio Canarias de Literatura (compartido), el más importante premio literario de la región. La Universidad de La Laguna le concedió el doctorado honoris causa en 1994, reconociendo su condición de antigua alumna ilustre y precursora para las mujeres en la academia. Asimismo, su nombre quedó inmortalizado en la toponimia y la educación: un instituto de enseñanza secundaria en Añaza (Tenerife) fue bautizado IES María Rosa Alonso en su honor, y varias calles en Santa Cruz de Tenerife, San Cristóbal de La Laguna y Güímar llevan también su nombre. Estas distinciones reflejan la huella indeleble que dejó en la sociedad canaria, donde es reverenciada como referente cultural y modelo de integridad intelectual.
María Rosa Alonso falleció en Puerto de la Cruz el 27 de mayo de 2011, a la edad de 101 años. Su despedida causó hondo pesar en el mundo de las letras isleñas, pero también reafirmó la vigencia de su ejemplo. Alonso había “mirado al pasado para ver mejor el presente” con una constante lógica del inconformismo, relacionándose con los grandes pensadores de su tiempo pero sin dejar de atender la realidad de su pueblo. Sus colegas y alumnos la recuerdan como una maestra brillante y una conciencia crítica infatigable. En palabras de la crítica, su trayectoria supuso una “extraordinaria y valiosísima aportación” a los estudios humanísticos y al acervo cultural de Canarias, legado que pervive en sus numerosas obras, en las instituciones que contribuyó a fundar y en todos aquellos a quienes inspiró con su saber y su valentía intelectual.