
Entrevistas recogidas por Luis Antón del Olmet y Arturo García Carraffa en el libro Los grandes españoles: Galdós1
Madrid Imprenta de Alrededor del mundo, Calle de los caños nº 4, 1912
El insigne literato, cuenta su vida, enumera sus triunfos, recorre toda su obra literaria, expresa sus ideas políticas y religiosas, se asoma al público contando sus intimidades, hace una síntesis total de su existencia gloriosa.
Galdós político
Cuando don Benito Pérez dejó su representación en Cortes por el distrito Guayama (Puerto Rico), una vez terminada la legislatura de las Cortes de la Regencia, que se llamó el Parlamento largo, volvió a dedicar toda su actividad y toda su vida a la labor literaria.
Mejor dicho; dejó de asistir al Congreso, pues como sentía gran indiferencia hacia la política y era ésta para él una cosa muy secundaria, su elección de diputado a Cortes, no transformó en nada su vida, ni hizo que abandonara un instante sus trabajos literarios. Así pues, continuó don Benito en la misma situación en que se encontraba antes de ser investido con el cargo de representante de la nación, aumentando el prestigio de su pluma con nuevas y notabilísimas obras, y logrando para su nombre mayor admiración y más grandes respetos.
Los liberales no se volvieron a acordar de tan insigne hombre, porque en el campo político sólo se hacen visibles los que zascandilean y se agitan, y en las siguientes legislaturas el partido Sagasta no supo agregar a su minoría parlamentaria al ilustre literato.
En 1906 cuando ya don Benito se encontraba totalmente alejado de la política, hasta el punto de que muy pocas de sus palpitaciones le interesaban, recibió en su domicilio la visita de don Fernando Lozano, Demófilo, que pertenecía a la Junta municipal republicana.
Demófilo pidió a Galdós en nombre en nombre de sus correligionarios, que consintiera que los republicanos le presentaran diputado a Cortes e ingresase en el partido para robustecerlo con su prestigio y con los entusiasmos que su nombre despertaba en el pueblo.
Galdós se negó a satisfacer tal pretensión, apoyándose en que nunca había sido político y en los pocos encantos que pare él había tenido siempre la vida pública. Pero Demófilo no abandonó su empresa ante esta negativa. Volvió al poco tiempo a visitar de nuevo al insigne autor de los Episodios Nacionales con idénticos propósitos y obtuvo la misma negativa. Siguió insistiendo, y ya con la tercera entrevista logró convencer a don Benito, quien le dijo: “Bueno, me lanzaré a esa empresa a ver qué pasa”. Luego consultó Galdós su decisión a varios amigos y, por último, autorizó a los republicanos para incluir su nombre en la candidatura de diputados a Cortes, pero con la condición de que también figuraran en ella don Alfredo Vicenti y don Roberto Castrovido.
La indicación del gran literato fue atendida y esos dos nombres fueron entonces incluidos en la candidatura republicana, y en los cuales no había pensado el partido. Además de Galdós, Vicenti y Castrovido fueron designados candidatos, Morayta, Morote y Calzada. En aquellos días publicó e fecundo escritor una declaración en los periódicos, haciendo profesión de fe republicana.
La Prensa, nos manifestó don Benito, “recibió con benevolencia mis declaraciones, sin embargo, a muchos sorprendió mi decisión, sin duda porque no conocían mis ideas que siempre fueron democráticas y porque no se pararon a pensar que, aun cuando retraído y concretado a mi labor literaria, venía siendo casi republicano desde 1880. Y de algunos de mis actos y de mis escritos así se desprendió en diversas ocasiones. Comenzaron los trabajos electorales -siguió diciéndonos- y asistí por primera vez en mi vida a un mitin. Luego tomé parte en otros de propaganda que se verificaron en todos los distritos de Madrid. En ninguno de estos actos hice nunca uso de la palabra; me concretaba a leer cuartillas; algunas veces em las leían otros. A esos mitines -agregó- asistía Carlos Calzada en representación de su hermano Rafael que era el candidato y que entonces se encontraba en Buenos Aires. En aquellos años conocí a mi actual secretario Pablo Nougués, que pronunciaba casi siempre discursos y me fijé en él por lo bien que hablaba”.
“Las elecciones -continuó diciendo- fueron muy empeñadas. Los conservadores presentaban en frente de nuestra candidatura otra en la que figuraban los Srs. Prast, Garay y Gutiérrez. Me acuerdo que entonces se preguntaba: “¿Quién es Gutiérrez?” Y Gutiérrez era un hombre excelente, de gran caballerosidad, a quien yo tenía y tengo en gran aprecio. La votación fue un triunfo completo para los republicanos. Al principio creímos que habríamos salido los seis candidatos, pero en el Ayuntamiento se hicieron no sé qué componendas y solo resultamos elegidos tres, Morote, Calzada y yo. El alcalde era Dato, pero no he de hablar mal de él por lo que ocurrió entonces, porque conmigo se ha portado siempre bien.
Fui al Parlamento -añadió- y a los pocos días surgió el bloque, por el cual hice cuanto puede. Asistí a un mitin en Barcelona y luego a otro en San Sebastián con Sol y Ortega. Después continué la propaganda con Melquiades Álvarez en otros mitines que se celebraron en Santander y Almería. Al mitin que se celebró en Madrid en el teatro de la Princesa para acordar la formación del bloque, no asistí por encontrarme enfermo”.
La conjunción republicano-socialista

Deshecho ya el bloque, estallaron en Barcelona lo sucesos de Julio de 1909. Estos graves desórdenes y la política seguida por Maura, que ocupaba la presidencia del Consejo de ministros, determinaron la formación de la conjunción republicano-socialista.
-Yo no conocía a Pablo Iglesias ni siquiera de vista- dijo don Benito, pero con motivo de las gestiones que se hacían para formar la conjunción, fui un día a verle con Azcárate. El leader de los socialistas no estaba en un principio dispuesto a unir a su partido con los republicanos, pero después entró en inteligencia con nosotros y se formó la conjunción, pero únicamente para fines electorales. A fines del verano publicamos Soriano, romero, Llorente y yo y algún otro caracterizado republicano de los que nos encontrábamos en Madrid, un manifiesto en el que pedíamos, entre otras cosas, el cambio de régimen, pero La Cierva, que era el ministro de la Gobernación, no lo dejó circular.
En los primeros días de otoño, -siguió diciendo- comenzamos las gestiones para lograr que se reunieran las Cortes. Entonces funcionaba ya la Conjunción y la formábamos, Tomás Romero y yo, como diputados de la minoría republicana; Pablo Iglesias y Mora por los socialistas; dos amigos del doctor Esquerdo, Garande y Cabañas, por los progresistas; Pi y Arsuaga y Félix de la Torre, en representación de los federales, y Joaquín Dicenta por la minoría republicana del Ayuntamiento. Las reuniones las celebrábamos unas veces en la casa de Tomás Romero y otras en la mía. Los lerrouxistas no estaban entonces en la Conjunción ni tampoco los de la unión republicana.
Vino la caída de Maura -añadió y ocupó Moret el poder. En el tiempo que este hombre público fue presidente del Consejo de Ministros, es decir, desde fines de octubre a principios de febrero, la conjunción republicano-socialista continuó en la misma forma, pero constituyendo también parte de ella Rodrigo Soriano. Subió Canalejas al poder, y, al convocarse las Cortes, comenzamos los trabajos para la formación de la candidatura.
Estando yo en Barcelona, adonde marché para asistir al estreno de Casandra, hablé con Lerroux, y conseguí al fin que entrara a formar parte de la Conjunción, lo cual determinó que se incluyera a Salillas en la candidatura que habíamos formado para diputados a Cortes y se eliminara de ella a Sol y Ortega, que rompió entonces casi violentamente con nosotros y se presentí candidato por Málaga. Esta disidencia de Sol y Ortega era ya esperada. Nunca había estado con nosotros de una manera sincera, sino reservado, distanciado. En aquella ocasión y en otras varias, me asqueó un poco la forma en que se hace la política en España. Lo mismo en los partidos monárquicos que en los republicanos hay muchos criterios opuestos, y algunos actos y pensamientos no obedecen siempre al ideal, sino que se acomodan a la conveniencia propia.
La candidatura de la conjunción republicano-socialista -siguió diciendo Galdós- la formaban en aquellas elecciones Esquerdo, Pi Arsuaga, Soriano, Salillas, Iglesias y yo. El triunfo que obtuvimos fue redondo, completo. Todos los republicanos votaron nuestra candidatura, sin caso de disidencias. Yo obtuve la enorme cifra de
42.419 votos y pocos menos los demás candidatos. La candidatura ministerial logró solo dos puestos para el conde de Santa engracia y don Bruno Zaldo, pero con una diferencia de más de diez mil votos entre el que mayor votación tuvo de ellos y el que menos nosotros. Y ostentando la representación que el pueblo de Madrid me otorgó entonces, continuó sentándome en el Congreso en los momentos actuales.
El concepto político
Y aquí entramos en el capítulo quizás más interesante del presente libro. ¡La política! ¿Habrá algo, después de los toros, que le interese tan vigorosamente al público español?
-¿Qué concepto tiene usted de la política actual española?- le preguntamos al jefe de la conjunción republicano-socialista. Y nos respondió:
-Creo poco, nada en ella. Nuestros partidos políticos no tienen ideal. Se va a ellos buscando medros personales. Romanticismo, amor al país…esos son conceptos arcaicos en los que nuestra política no cree…desgraciadamente.
-Y Maura, ¿qué le parece a usted, don Benito?
-Ya les indiqué a ustedes en otra conferencia que me parece un hombre de gran talento, y sobre todo, un hombre de indiscutible sinceridad. Acaso sea de los hombres más sinceros de la política española.
-¿Y esto lo dice usted, don Benito?
-Eso lo digo yo porque es verdad y porque no sé mentir. Claro que sus procedimientos reaccionarios no me gustan. Pero el hombre…El hombre es admirable en Maura. Es preciso hacerle justicia.
Hicimos una pausa en la que saboreamos con delicia aquél súbito, noble y hermoso entusiasmo, propio de un grande hombre más alto que todos los prejuicios y que todas las bajas miserias.
Después con cierta vacilación, inquirimos:
-Ahora, don Benito, hablemos de los republicanos.
Don Benito sonrió. Y después, irguiéndose un poco en el sillón, exclamó:
-Que se ocupan con excesivo ardor de cosas pequeñas y no responden a un mismo criterio.
Don Pablo Nougués, este simpático escritor que vive casi todo el día con don Benito y que conoce todos sus secretos intervino, terció por primera vez en la conversación.
-Pero es no se puede decir, don Benito. Y Galdós, enérgico, viril, exclamó.
-Ya lo creo que se puede decir. Díganlo ustedes. Esta sincera y noble actitud nos impresionó.
-Y ese partido gubernamental de don Melquíades Álvarez, ¿qué le parece a usted?
Don Benito sonrió de nuevo.
-Que no entiendo eso. Que no me importa, además, entenderlo. Pero me parece bien siempre y cuando que sea para robustecer la conjunción republicano-socialista.
-entonces ¿qué predice usted para el porvenir?
-¿Qué preveo? Que todo seguirá lo mismo. Que volverá Maura, y Canalejas, que los republicanos no podrán hacer lo que sinceramente desean, y que así seguiremos viviendo hasta…
-¡Hasta cuándo, don Benito?
-Hasta que del campo socialista sobrevengan acontecimientos hondos, imprevistos, extraordinarios.
-Entonces, ¿cree usted en el socialismo?
-Sí. Sobre todo, en la idea. Me parece sincera, sincerísima. Es la última palabra en la cuestión social.
Hizo una pausa el gran escritor. Luego, extendiendo profética una de sus manos venerables, dijo en voz baja:
-¡El socialismo! Por ahí es por donde llega la aurora. Consideramos que ya nos había dicho bastantes cosas acerca de la política el insigne literato, y nos despedimos respetuosos. Luz de sinceridad oscilaba en sus pupilas ciegas.