

Algunos periódicos de tendencia progresista glosaron la faceta política de Galdós dentro del conjunto de artículos y necrológicas que se publicaron cuando falleció. Para nuestro análisis hemos seguido a El País, el diario republicano por antonomasia en ese momento, al Heraldo de Madrid, más moderado y, por fin, al El Socialista, en el seno de la prensa obrera[i].
La primera etapa política de Galdós fue, como es sabido, la que desarrolló en el conocido como Parlamento Largo, a partir de 1886 y hasta 1890, en las filas del Partido Liberal de Sagasta, con el que tenía lazos de amistad. En esa época los liberales realizaron, sin lugar a dudas, su contribución más intensa al nuevo régimen de la Restauración, diseñado una década anterior por Cánovas. En este sentido, consiguieron aprobar la Ley de Asociaciones en 1887, que permitió la legalización de sindicatos, como la UGT. El Partido Liberal también sacó adelante la Ley del Jurado en 1888, una de sus reivindicaciones históricas, que tuvo la consecuencia de favorecer la libertad de imprenta, ya que se acabó la censura previa y, sobre todo, quitó a la jurisdicción militar la competencia en delitos de calumnia o difamación. Se aprobaron el Código Civil en 1889 y una legislación sobre el procedimiento administrativo. Por fin, en 1890, después de un intenso debate y la cerrada oposición de Cánovas, se aprobó en las Cortes el sufragio universal en 1890, que permitió integrar en el sistema a los republicanos posibilistas de Castelar y abrió más el sistema político, especialmente en el ámbito urbano, aunque la fuerza del caciquismo siguió siendo casi omnímoda en el mundo rural, manteniéndose el fraude electoral, por lo que no consiguió cerrar la brecha entra la España oficial y la España real.
Es en ese contexto en el que estuvo Galdós en el Palacio de la Carrera de San Jerónimo, aunque para El País se trataría de un episodio en la vida del escritor que no constituiría mas “que una prueba de su docilidad”. Sagasta habría hecho de él un “diputado cunero”, ya que, como sabemos, lo sería por el distrito de Guayama (Puerto Rico). Como bien sabemos, Galdós fue más un testigo de esta legislatura mas que un protagonista activo. Debió observar mucho, y debió reflexionar más. En todo caso, sí sabemos que participó en diversas comisiones, como en la de corrección de estilo, y en 1887 presentaría con otros diputados una proposición de ley para que se procediera a la reacuñación de la moneda circulante en Puerto Rico, a cuenta de un grave conflicto sobre la moneda en la colonia.
Este paso por el liberalismo de la Restauración parecía la única nota crítica del periódico hacia el insigne escritor, porque, en su opinión, Sagasta habría hecho lo que otros amigos con Galdós, es decir, abusar de su confianza, aunque también es cierto que el periódico recordaba que el escritor no había sido dócil, porque a pesar de esa fama de hombre bueno y complaciente cuando estaba convencido se rebelaba y mantenía con energía su decisión.
Ese podría haber sido el motivo, a nuestro entender, para que el diario republicano explicara que Galdós había entrado de forma espontánea y libremente, es decir, por su voluntad, en el campo republicano en 1906, manifestando sus razones en un manifiesto publicado el 6 de abril de 1907 en El Liberal y en el propio periódico El País, y que había sido una carta enviada a Alfredo Vicenti en apoyo de la candidatura republicana, leída en el mitin electoral de Cuatro Caminos de la tarde-noche del 5 de abril de ese año. Galdós fue elegido por todos los Comités republicanos de Madrid para ser candidato en una candidatura con Rafael Calzada, Luis Morote, Miguel Morayta y Sagrario, Alfredo Vicenti y Roberto Castrovido, aunque, al final, solamente salieran elegidos diputados Galdós, Calzada y Morote.
Galdós explicó en ese texto la razón de haberse “acogido al ideal republicano”, basándose en que ya llevaba bastante tiempo alejado de los sentimientos monárquicos, que se habrían extinguido por la obstinación del régimen en basar su existencia en la “petrificación teocrática”, por lo que ya no quedaba esperanza alguna dentro del sistema, ni de su regeneración por su adiós al laicismo y la cultura. España ya no era europea más que por la geografía, por lo que no había más remedio que echarse fuera en busca de “aire libre”. En todo caso, habiendo ingresado en la “falange republicana”, se reservaba su independencia en todo lo que “no fuera incompatible con las ideas esenciales de la forma de gobierno que defendemos”.
El siguiente hito del republicanismo de Galdós fue, como es bien sabido, el que dio en 1909, cuando un grupo de jóvenes asturianos, regresando a la glosa de El País, se dirigieron al escritor canario con el fin de que rompiera el silencio “en el que la nación se hundía cobardemente”, refiriéndose a la desatada represión de Maura a raíz de los sucesos de la Semana Trágica de Barcelona. Galdós rompería ese silencio, dirigiéndose a los españoles el 5 de octubre, y, siempre según el periódico, reanimando al pueblo español, condenando la represión. Ese documento tendría un carácter histórico porque habría constituido el pilar de la Conjunción Republicano-Socialista, presidida por el propio Galdós, logrando un éxito sin precedentes en Madrid en las elecciones de marzo de 1910.
La situación generada por la Semana Trágica en el verano de 1909, y la durísima represión emprendida por Antonio Maura, así como sus maniobras para unir a la derecha, provocaron que las fuerzas políticas republicanas y los socialistas decidieran converger con el objetivo inmediato de hacer caer al político conservador. El segundo propósito era trabajar para conseguir el cambio del régimen político monárquico. El resultado fue, como sabemos, la constitución de la Conjunción Republicano-Socialista, aunque la confluencia no fue tarea fácil por varias razones.
El socialismo llegaba a este momento histórico dividido sobre la relación con el republicanismo, aunque manteniendo su tradicional obrerismo. Amplios sectores de la familia socialista eran muy reacios a colaborar con formaciones políticas que desde su óptica representaban los intereses burgueses. La postura oficial del Partido siempre había sido muy beligerante contra los republicanos a pesar de los intentos en el pasado de figuras, como Jaime Vera, de promover ese acercamiento. Al final, se optaría por colaborar a finales de septiembre de 1909, por superar la tradicional política aislacionista, aunque muy poco antes de que se decidiese el cambio de posición el propio Pablo Iglesias había seguido siendo reacio a la colaboración, como lo demostrarían unas declaraciones suyas contrarias a crear un Bloque de Izquierdas, en enero de ese mismo año. El cambio fue provocado, lógicamente, por la nueva situación política, pero se justificó ideológicamente tomando como base una resolución del Congreso de 1908 que permitía la alianza con lo que se denominaba en esos momentos los “partidos burgueses avanzados”.
Del lado republicano hay que destacar la intensa división en su seno. En 1908 se había conseguido crear un Bloque de Izquierdas con los liberales de Segismundo Moret. La represión de Maura y el fusilamiento de Ferrer i Guardia provocaron que los republicanos abandonasen la alianza con los liberales para optar por el acercamiento hacia los socialistas, que estaban completamente al margen del sistema político y no contaban con representación parlamentaria.
Celebradas las elecciones, y regresando a El País, Galdós habría sido el diputado por la capital de España con más votos, calificados de “verdaderos”, en clara alusión a la tradicional manipulación electoral de la Restauración. Habían sido 42.000 sufragios. Con Galdós triunfaron Pablo Iglesias, recordando el artículo que había sido elegido diputado por vez primera, e insistiendo en el cariño que el escritor sentía por el padre del socialismo español, José Esquerdo, Francisco Pi y Arsuaga, Constantino Rodríguez y Rodrigo Soriano.
Galdós presidiría la Conjunción hasta que conservó la vista, y tomó parte en innumerables reuniones públicas en Madrid y provincias.
Influyó, con Giner, Sol y Ortega, Simarro, Sorolla, Benlliure y otros personajes en el indulto de los condenados a muerte por los sucesos de Cullera.
Por fin, se recordaba que Galdós se terminó afiliando al reformismo en 1913, pero que no quiso volver a ser diputado, pero sabemos que, realmente Galdós sería elegido por Las Palmas en 1914.
El País recordaba también su defensa de la causa aliadófila en la Gran Guerra, explicando que ya en 1903 en un banquete que le ofrecieron en Cartagena había hablado de la posición internacional de España y en relación con Francia e Inglaterra.
Su último servicio político había sido firmar, ya casi al final de su vida, el mensaje que destacados miembros de la cultura española habían presentado al Gobierno pidiendo que no se expulsase del Ejército a 23 jóvenes “víctimas de un Tribunal de honor”.
El periódico republicano consideraba que el Galdós político “siempre puesto todo lo que era al servicio de la justicia, de la libertad, de la democracia, del respeto a la vida humana, del bien de los humildes.”
Por su parte, el Heraldo de Madrid fue más breve en el análisis político de la figura de Pérez Galdós, haciendo hincapié en la cuestión del anticlericalismo. El periódico consideraba que, a pesar de que solamente había hablado dos veces en público, había influido de un modo extraordinario en la política española. Su espíritu liberal le había hecho ponerse siempre al frente de los movimientos democráticos organizados para protestar contra los avances clericales o las “demasías reaccionarias”. Por eso, se recordaba en este medio su estreno en 1901 de Electra, al convertirse en una especie de bandera de combate contra el clericalismo. Galdós se había hecho intérprete de la opinión liberal española, de la misma manera que al constituirse en 1908 el bloque de las izquierdas, y actuar contra Maura, puso al servicio de la campaña el “prestigio glorioso de su nombre”.
Galdós habría sido un convencido de la necesidad de secularizar la vida civil española, víctima del fanatismo religioso. Si había entrado en el campo republicano fue porque, como exponía en su carta a El Liberal, veía al régimen obstinado en fundamentar su existencia en la “petrificación teocrática”.
Y cuando en 1909 ya todo el “país liberal” se alzó contra Maura, Galdós se dirigió al pueblo español en un ejercicio que el periódico comparaba con el famoso “J’acuse” de Zola. Su voz había sido estímulo para los débiles.
Aquel gobierno de Maura caería, y cuando en las elecciones siguientes Galdós había ido al Congreso de los Diputados elegido por los madrileños, al sentarse en los escaños de la izquierda hacia él iban las miradas de cuantos consideraban al escritor como el “patriarca venerable de las libertades españolas”.
Por fin, El Socialista recordaba que Galdós no había sido solamente un genio en la literatura, no había sido solo el novelista y el dramaturgo, sino un gran corazón, un alma siempre dispuesta a acoger los ideales de la justicia y la libertad.
Pero, a pesar sus actuaciones circunstanciales en la política, los socialistas no consideraban que Galdós hubiera sido un político. Su gran corazón, su cariño por la libertad y por la elevación moral del pueblo le había llevado, según se expresaba en el diario obrero, a anunciar su paso al socialismo si fracasaban los ideales republicanos en la alianza de las izquierdas, nacida en 1909. Su falta de convicción, se reconocía, le habría hecho olvidar aquella promesa y al separarse del terreno republicano se habría inclinado al lado liberal, aunque se afirmaba que ya era un hombre en el que se había iniciado su decadencia. Galdós, como hemos expresado y sabemos, se acercó al reformismo que, aunque inicialmente republicano, terminó siendo un ejercicio político posibilista.
Los socialistas también se hicieron eco del interés del escritor por la libertad de pensamiento y contra la influencia de la Iglesia, aludiendo sus dramas Electra y Casandra.
El periódico obrero no quería olvidar que Galdós había sido un gran trabajador que había puesto siempre sus facultades al servicio de la “elevación moral del pueblo”.
[i] Hemos consultado los números 11.772 de El País (lunes, 5 de enero de 1920), 10.627 del Heraldo de Madrid, (domingo, 4 de enero de 1920) y 3.397 de El Socialista (domingo, 4 de enero).