
El estreno de Electra
Por Rosa Amor del Olmo
Profesora doctora en U. Nebrija. UFV. UCAM
Directora de Isidora Revista de Estudios Galdosianos
A raíz del estreno de Electra, colocaron un petardo en una de las ventanas de la casa de la calle de Hortaleza donde don Benito tenía la administración de sus obras. El insigne novelista se encontraba en su despacho cuando el petardo hizo explosión, pero ni el estampido ni los desperfectos que el explosivo produjo, sobrecogieron al maestro. Por el contrario. Su serenidad sirvió para tranquilizar a los que con él estaban en la casa.
Será, sin embargo, dentro del teatro galdosiano (con más de 25 obras estrenadas) en la obra Electra, una de las que más éxito y controversia creó en el público y en la sociedad, donde el autor desarrollará por completo entre otras cosas la presencia de una figura fantástica o sobrenatural. En el estreno de Electra el 30 de enero de 1901 en el Teatro Español, Arturo Perera, entre otros, escribió para El Correo al día siguiente del estruendoso estreno:
Toda la habilidad escénica desplegada por éste en su obra resulta empequeñecida, si no anulada, ante el grandioso y profundo efecto que produjo en el ánimo del público la intención que impulsó a su autor al escribir, y el significado y la tendencia política religiosa y social que en la obra se encierran.
Es así porque el vehículo teatral siempre fue utilizado por Galdós como tribuna principal de disertación ideológica y escenario de su utópico “cambio social”, línea maestra de su pensamiento. La falta de libertad en cuanto a las creencias religiosas de los españoles y su peso específico en el concierto social constituyó el trasfondo ideológico de muchas de sus obras. Así lo demuestran estas frases del escritor en defensa de la libertad de cultos ausente por completo en España:
«Si he presentado la libertad de cultos como preferible aun en España a la unidad religiosa, no he necesitado romperme la cabeza para encontrar ejemplos sólo con llamar la atención sobre los países realmente civilizados, los cuales, por mucho que quieran decir son todos cultamente superiores al nuestro, a esta menguada España, educada en la unidad católica, y que es en gran medida el país más irreligioso, más blasfemo, y más antisocial y más perdido del mundo. No hay nacionalidad, ni religión ni secta que no nos sea superior. Puede Ud. decir: “eso no es culpa de la unidad católica, sino del liberalismo que ha corrompido las costumbres. Antes éramos muy buenos pero del año 12 para acá nos hemos echado a perder”. Le contestaré a eso que si el liberalismo ha destruido (sólo con la influencia de tres o cuatro mentecatos, según Ud.) este hermoso edificio moral, resultará que el tal edificio no valía gran cosa»[1].
El elemento divino en este caso es la madre de Electra quien aparece primero en su mente y después en la acción del drama en forma de Sombra, que, al igual que en Realidad, resuelve el conflicto catárquico. El caso de Electra, es el de una mujer joven normal que se tornará neurótica o trastornada por la índole particular de la misión que se le impone. Una vez más se repite el esquema que en tantas ocasiones Galdós ha presentado al lector y al espectador: la herencia genética y el medio ambiente. Estos elementos son de vital importancia si se tiene en cuenta que, aunque los resquicios realistas o naturalistas continúan influyendo en la propia caracterización del personaje del drama moderno. Es un recurso Shakesperiano completamente reconocible, aunque no por ello carente de modernidad al mezclar el elemento mágico con el realista.

Electra, estrenada por primera vez en Madrid y en 1901, vendió al mes y medio de su estreno en España veinte mil ejemplares, y la cifra queda corta si consideramos las reediciones en vida de Galdós, que acercan a los cien mil ejemplares, sin contar los fragmentos publicados en periódicos[2]. Ese mismo año de estreno 1901, Electra se publicaba en alemán, holandés y portugués, y en años sucesivos en tres traducciones en Estados Unidos, además de las ediciones de Argentina y México en español. Esta obra estrenada en París con ciento ochenta representaciones –como muestra de la actividad cultural y personal del autor- además tuvo sus secuelas enemigas en la ciudad de la luz, donde el periodista Luis Bonafoux, expulsado de Francia en 1915, se despacha a gusto en contra del escritor canario y del “abandono” que este hace de su amiga y/o querida Concha Morell. Bonafoux tuvo noticia de que Galdós se hospedaba en un hotel de la Rue Cambon con la artista y vuelca toda su bilis en el artículo “El anticlericalismo de Galdós o Concha Ruth Morell”, publicado por el Heraldo de París en su número del 5 de abril. Era claro que se había armado bastante revuelo por este artículo, por ello Galdós se traslada a París una vez más –en septiembre y octubre- para “controlar” al periodista ofensor y visitar junto al amigo y en ese momento Embajador de España Fernando León y Castillo a la reina exiliada, recordando con cierta desmemoria que visitó a la reina en 1893 o 1894 en el palacio Basileuski –el Palacio de Castilla- de la avenida Kleber, próximo a l’Etoile, en París.

[1] Pertenece a las cartas que dirigió Galdós a Pereda con motivo de la publicación de Gloria, VGP, pp. 18-19, reseñado por José Luis Mora en su libro Galdós (1843-1920) , Madrid, Orto, 1998, pág. 69.
[2] Según recoge Ortín Armengol en Vida de Galdós, Barcelona, Crítica, 1996.