El cesante, por Pérez Galdós


Bajo la denominación de «El cesante» se comprende una clase social que se extiende desde las más altas hasta las más humildes categorías. Todos sus miembros comparten rasgos comunes trazados por la desgracia, como el sello de una inmensa familia. Aunque este tipo fue engendrado por la política y ha tomado mayor desarrollo en nuestro siglo exclusivamente político, también existió en épocas pasadas. Antes, el problema de los cesantes se presentaba de forma esporádica y no adquirió un carácter epidémico y asolador hasta que las luchas políticas del siglo en que vivimos comenzaron con estruendo y saña.

Al describir al cesante, debo recorrer toda la escala social. Desde el ex ministro, personaje de altas pretensiones, hasta el vigilante de consumos expulsado por capricho gubernativo, todos comparten un aire de familia, desesperación e inquietud. Se parecen en la ansiedad febril que les produce el recuerdo del bien perdido y en sus esfuerzos por recobrarlo.

La borrascosa vida política de este siglo ha sido la verdadera generadora del cesante. Cada cambio político se traducía por un cataclismo social con estruendo de gemidos e imprecaciones. Cambiaba todo el personal de la administración, y esto era conocido como «racha». Nadie se libraba. Los clamores de las enormes masas de cesantes entristecían la vida social.

Sin embargo, los tiempos han suavizado las costumbres políticas y ya no hay «rachas» como antes. Liberales y conservadores respetan a muchos empleados, y el cambio inevitable es para los de carácter político. El número de cesantes ha disminuido notablemente.

El cesante es un individuo que se cree desposeído de algo que le pertenecía por derecho. Un hombre que cuenta sus cuitas, creyendo interesar en su favor a la humanidad entera, y que no vacila en procurarse el apoyo de cuantos pudieran favorecerle de cerca o de lejos.

La prensa era en otros tiempos un alivio para el pobre cesante. Si bien no podía matarle el hambre, le proporcionaba contacto con personalidades importantes de su bando y prestaba servicios que serían remunerados el día del triunfo.

Un cambio político radical produce en todas las clases sociales movimiento y perturbación grandes. Para unos el cambio es la muerte, para otros la vida. Los que gozaban sueldos y distinciones pasan a una oscuridad que en muchos casos va acompañada de penuria, y los que se comían los codos de hambre se encaraman a las alturas, rodeándose de prosperidades.

Entre los diversos tipos de cesantes, destaco a un individuo del Cuerpo diplomático que, pese a su caída en desgracia, lleva su situación con dignidad. Trabaja diez o doce horas cada día y mantiene correspondencia con todos los ministros de Estado de todas las naciones, en su esfuerzo por establecer el arbitraje universal y traer una era de paz.

Fin de «Fisonomías sociales»


versión resumida (redacción Isidora)

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