El secreto masónico en México en el XIX

Eduardo Montagut

Desde siempre el secreto ha sido un caballo de batalla contra la Masonería al considerar que era una clave de una supuesta actividad conspirativa contra la religión y el Estado. Pero también es cierto que muchos masones han contestado a esta crítica a lo largo de los siglos XIX y XX. Queremos recoger una de estas aportaciones. Se trata de la opinión de Emilio G. Cantón, un destacado masón mexicano de la época del Porfiriato.

Escribió un artículo titulado, precisamente, “El secreto de la Masonería” y que se publicó en España a través de Las Dominicales del Libre Pensamiento, en su número del 3 de agosto de 1894.

Cantón era consciente de que los enemigos de la masonería empleaban el argumento del secretismo contra la misma. Si no había nada malo en la masonería no se entendían las razones por las que se ocultaban. Había mucha libertad en países como Estados Unidos, Francia, Inglaterra o Bélgica, entre otros, y por lo tanto, se preguntaban qué temían los masones para hacer públicas sus reuniones.

Para nuestro autor era preciso antes realizar una serie de consideraciones sobre la libertad, ya que se invocaba para obligar a los masones a que prescindieran de la suya, haciendo en público lo que la misma libertad les facultaba para hacerlo en secreto.

Cierto era que existía libertad en algunos países, pero la pregunta era, ¿esa libertad se debía a los enemigos de la masonería, a algún papa? Pero eso no era lo que enseñaba la Historia. Había habido un tiempo de oscuridad que se había superado, en que los papas ejercieron un poder ilimitado. Cantón señalaba que podían haber hecho mucho bien con ese poder, librando a los pueblos de los yugos de la opresión. No parece que lo hubieran hecho porque cuando alentaron a algunos pueblos a librarse del juramento prestado a su rey no era para que mejorasen su suerte librándoles de un tirano, no, lo hacían para “regalar” el reino a otro mayor tirano, que prometía con el regalo que recibía, conducir al pueblo por la senda de la Iglesia, una senda que se iluminaba por las “fogatas que se hacían con los cuerpos de los herejes”, esto es, contra los enemigos de la tiranía papal.

Cierto era, insistía, en que había libertad en determinados países, como en los que había aludido, pero sus fundadores no “habían llevado la tiara en sus sienes”, ni buscaron su inspiración en la religión, es decir, el autor estaba insistiendo en que el principal enemigo de la libertad era la Iglesia. En relación sobre si los masones se ocultaban, nuestro protagonista consideraba que eso no era así porque en los países que había libertades los templos masónicos estaban accesibles a todas las miradas y se podía ver como entraban en ellos los masones. Entre ellos, además, habría personas de distinta nacionalidad, de todas las creencias religiosas, de todos los principios políticos, de distinta condición social, de diferentes profesiones, “buenos hermanos, buenos amigos, en general”.

Pero los enemigos de la masonería no se conformaban con saber quiénes eran masones, sino que querían conocer lo que hacían en el interior de sus logias porque estarían acostumbrados a “las malas mañas del confesionario y no pueden prescindir de ellas”. Si querían conocer el “secreto” de la masonería podían iniciarse conforme al uso establecido por la misma y nada ni nadie se lo impediría porque la puerta de los templos estaba abierta “para todos los hombres buenos y honrados”. Y el secreto de la masonería no estaría cubierto con un velo, ni dentro de la logia, sino en todas partes, pero solamente el que estudiaba, meditaba y observaba, como hacia el masón podía llegar a conocerlo. Divulgarlo era empequeñecerlo.

Así pues, en conclusión, G. Cantón partiría en su razonamiento del hecho de que la existencia de la libertad amparaba el trabajo masónico, que los enemigos de la masonería, especialmente la Iglesia, no tenían autoridad moral para la crítica por el daño que habría hecho a libertad, que los masones trabajaban en templos masónicos conocidos por toda la comunidad en países con libertades, que nada impedía poder ingresar en masonería, y que el secreto masónico estaba en todas partes, y los masones se dedicaban a conocerlo con su trabajo.

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