Galdós periodista político

EL 4 DE SEPTIEMBRE

Madrid, octubre 6 de 1885

I

Pasada la efervescencia de los primeros días, la cuestión de las Carolinas puede tratarse con frialdad y sus varios y dramáticos incidentes componer un capítulo de historia, que no será ciertamente de los menos instructivos. Los sucesos del 4 de septiembre en Madrid fueron tan sonados y produjeron impresión tan honda en toda la Europa, que no habrá, seguramente, quien de ellos no tuviera noticia. Al saberse en Madrid que nuestros buques habían llegado a Yap antes que el cañonero alemán, que la tripulación de este había enarbolado la bandera alemana en tierra tomando posesión de la isla en nombre del Imperio; que el gobernador Capriles y el comandante del San Quintín después de protestar contra este acto, se habían vuelto a Manila a pedir instrucciones, la agitación fue tan extraordinaria que pronto degenero en tumulto.

La multitud invadía las calles, los gritos patrióticos se sucedían sin tregua; repetíanse las escenas de la manifestación anti germánica y paisanos y militares se confundían en un solo sentimiento. El Gobierno, a quien esta clase de expansiones no podía ser grata, comprendió, sin embargo, que no podía sobreponerse a la producida por las noticias de Yap. La excitación de los ánimos era tan grande, que, si el Gobierno hubiera tratado de contenerla, seguramente habría sido arrollado. Vio que el huracán era demasiado fuerte y que no tenía más remedio que dejarse llevar por el impetuoso oleaje, so pena de perecer en él. Al hacer esto, se reservaba el propósito de ≪poner la proa al viento≫ cuando este se calmase.

Consecuencia de esta actitud pasiva y condescendiente del Gobierno fueron los lamentables excesos cometidos por el populacho frente a la legación de Alemania. Con esto la situación se complicó de tal modo, que parecían inminentes graves sucesos. La guerra se creyó tan inevitable que no se oía conversación ninguna que no se refiriese a buques de combate, a armamentos en corso y a las contingencias de la espantosa y desigual lucha. El Gobierno tardo algunos días en sobreponerse a los sucesos; su prestigio estuvo por los suelos durante un plazo no corto, los órganos oficiosos desentonaban horriblemente, y esto era un maremágnum, un guirigay. Ya parecía que el Gobierno superaba en chauvinismo a los más exaltados, ya que pecaba de prudente. Entretanto, los prohombres del partido liberal dinástico, reunidos en casa de su jefe, respondían al elevado diapasón de la ira popular con un eco de guerra.

Las declaraciones belicosas del partido liberal en aquella ocasión han sido muy comentadas, y alguien las ha tenido por imprudentes. Yo creo que fueron más bien un acto de habilidad política en circunstancias tan críticas, y que el partido liberal, llamado a sustituir en plazo breve a los conservadores, hizo bien en cubrir el flanco más débil de la Monarquía en aquellos días, pues si las cosas duran un poco más en la tesitura en que estaban y no se disipan ciertas sospechas de germanismo, las complicaciones habrían llegado a un punto difícil de resolver. Aquí entra ahora el aspecto político de la cuestión, y la primera de las fases, porque ha pasado el complejo asunto de las Carolinas.

No puede negarse que en los primeros momentos la excitación popular era sana y legítima, y que el patriotismo verdadero encendía los ánimos con exclusión de todo sentimiento bastardo. Después, por desgracia, no fue así. El interés político se dedicó a caldear las pasiones sacándolas de su cauce natural, y los partidos avanzados empezaron a explotar, el chauvinismo en provecho de sus respectivos ideales.

La acusación de germanismo lanzada contra el Gobierno y los altos poderes fue ya la más terrible de las armas y no hubo inconveniente en esgrimirla sin reparo. Al llegar aquí, el Gobierno empezó a salir de su aturdimiento, vio claramente la malísima situación de las cosas, los peligros enormes que se dibujaban en el horizonte, y en cuatro o cinco días de política resistente contra la prensa y las turbas puso un freno a la patriotería y afianzo el principio de autoridad que estaba muy quebrantado. Pero acalladas la voz tumultuaria y amordazada la prensa radical, aun subsistía sorda la cuestión. No había posibilidad de apartar de ciertas cabezas la idea de las complicidades germánicas.

La palabra traición sonaba como la cosa más natural del mundo. Ahora que estamos serenos podernos apreciar claramente los sucesos de aquellos días, y afirmar de un modo categórico que, si Alemania no ceja en sus pretensiones, no habría sido posible evitar en España una catástrofe política. Al llegar a esta parte del drama hay una escena o lance que no por ser privado deja de influir poderosamente en el desarrollo de la acción. Me refiero a la carta escrita por don Alfonso a su venerable amigo el emperador Guillermo.

La prensa oficiosa aquí, lo mismo que la extranjera, ha negado la existencia de tal carta; pero es indudable que en una forma u otra ha habido comunicaciones entre las dos Cortes. Es indudable también que, en caso de un rompimiento, don Alfonso habría corrido el temporal iniciado por el patriotismo español, poniéndose a su cabeza. Evitar el rompimiento era, pues, la política más sabia, más discreta y práctica, ya desde el punto de vista dinástico, ya desde el nacional.

II

Es cosa sabida que las noticias de España produjeron en la corte de Berlín un efecto tal, que persona bien informada y que se hallaba presente no vacila en denominarlas ≪efecto de consternación≫. Verdaderamente los individuos de la familia imperial no podían consentir que por disputar a España unas islas sin valor se comprometieran a una monarquía. Resultaba estúpido que de esta contienda y por satisfacer Alemania su amor propio, resultase en Europa una república más, y una república que no tardaría en ser amiga y quizás aliada de la poderosa y vecina república francesa. En la corte de Berlín hay dos corrientes o partidos que ha tiempo luchan sordamente.

Uno de estos partidos es el de Bismarck, otro es el del Príncipe imperial. Este se puso resueltamente al lado de España y de don Alfonso. Toda la familia de Hohenzollern opino que las Carolinas no valían una guerra ni siquiera una disputa, y la idea de que el rompimiento pusiese en peligro la dinastía reinante en España se sobrepuso en Berlín prontamente a los planes coloniales del canciller de hierro. También debemos considerar que la guerra era antipática a la casa de Prusia por otros motivos.

El imperio no ha probado aun sus fuerzas por mar. La marina es nuevecita, y si su material de guerra es superior al nuestro, no puede decirse lo mismo respecto al personal. De modo que no debían ocultarse a los individuos de la familia imperial las contingencias peligrosas del estreno de su marina de guerra.

Además, el rompimiento con España podría ser la señal de una conflagración europea porque, ya se sabe, en estas cosas todo es empezar, y el imperio está rodeado de enemigos que aprovecharían la menor ocasión para hacerle daño. Todas estas razones, y además la poderosísima de las complicaciones y riesgos que se anunciaban en la política interior de España, determinaron al Imperio alemán a ceder en sus propósitos. Puede desde luego asegurarse que, a los pocos días de los sucesos de Madrid, ya mediaron entre los palacios

de Berlín y Madrid comunicaciones cariñosas en las cuales se daba resolución cumplida al conflicto. Desde que estas comunicaciones se cruzaron, la cuestión estaba resuelta, aunque sus términos no han trascendido ni probablemente transcenderán al público. Pero como la forma es esencial en las relaciones internacionales, desde aquellos días se empezó a representar una comedia diplomática que todavía no ha concluido ni es fácil concluya pronto. Esta comedia es indispensable para la dignidad de ambas naciones. No sería digno para Alemania cantar palinodia y retirarse de un territorio solemnemente ocupado, desmintiéndose a sí misma y dando por nulas las jurisprudencias establecidas por ella misma de un modo categórico. No sería digno tampoco para España ver reconocido su derecho por consideraciones de política interior o por miramientos personales entre soberano y soberano.

Para cubrir las apariencias se viene sosteniendo un cambio de notas que no parece tener fin. Pero el pleito esta ya sentenciado. Las partes, de acuerdo ya en lo sustancial, sostienen una querella aparente para dar a su arreglo las indispensables formas del derecho internacional. Las negociaciones, la mediación del Papa y todo lo demás que venga es pura exterioridad. La cuestión esta arreglada hace tiempo, podemos asegurarlo. Más adelante expondremos los términos precisos del arreglo.

III

Ahora me toca dar a conocer algo de los innumerables conflictos incidentales que del gran conflicto se- han derivado, algunos mal resueltos todavía, otros pendientes de solución. El primero y más grave es la llamada cuestión de los marinos, de la cual daré sumaria noticia a mis lectores. Cuando se supo en Madrid lo de Yap, los periódicos ministeriales, aturdidos y sin saber el camino que habían de tomar, cometieron la imprevisión de echar la culpa de todo a los marinos. El órgano más importante del Gobierno no tuvo inconveniente en calificar de vergonzosa la conducta del gobernador Capriles y del comandante del San Quintín señor España, abandonando la isla en presencia de los alemanes. Estas impresiones debieron partir de centros oficiales, porque se mandó

instruir sumaria y se anunció la destitución de Capriles. Pero he aquí que los marinos que residen en Madrid creyeron que se juzgaba con demasiada ligereza a sus compañeros. Personalidades muy altas del Cuerpo de la Armada defendían la conducta de los señores España y Capoles, y excitaban al Gobierno a hacer luz sobre el asunto, publicando las instrucciones que a ambos jefes se dieron al salir de Manila. Pero el Gobierno se obstinaba en callar. Gran marejada en el Ministerio del ramo, cuyo subsecretario, que lleva un nombre ilustre en nuestros fastos navales, se obstinaba en dimitir, llevando tras sí a lo más granado de los diferentes Institutos de la Armada. Y, verdaderamente, los marinos procedían con rigurosa lógica. “Sepamos—decían—-que instrucciones llevaban Capriles y España para poder juzgar si su conducta se acomodaba o no a tales instrucciones.” Y el Gobierno, callado, procurando ganar tiempo con su mutismo, y tratando ya de echar la culpa al capitán general de Filipinas, general Terreros.

Esta es la hora en que el Gobierno no ha dicho una palabra. Oficialmente, nada se sabe; pero por conducto privado, la verdad de estos sucesos ha cundido entre nosotros, y ya no hay lugar a dudas. El gobernador de Yap, señor Capriles, y el comandante del San Quintín llevaban orden de evitar “todo choque con cualquier bandera extranjera”.

Y se sabe también que los dos distinguidos marinos no interpretaron del mismo modo el sentido de las instrucciones, pues Capriles, de cuyo carácter fogoso se ha hablado mucho aquí en estos días, quiso emprenderla por la tremenda con el cañonero alemán litis, mientras que España, más prudente y sesudo, se obstinaba en regresar a Manila para pedir instrucciones al Gobierno español. Se ha dicho que entre los dos jefes mediaron escenas violentas, lo cual no es cierto. Hubo algún altercado y mida más.

La declaración de Alemania dando por nulo el acto realizado por su buque y reconociendo la precedencia de nuestra ocupación, quita ya a aquellos sucesos parte de su importancia. Por fin, los marinos se han aplacado, y en el Ministerio se dedican con

preferencia a los aumentos y mejora de nuestro material flotante, que, en verdad, deja mucho que desear. La reforma de nuestra Marina no es para un día, y hay cosas que no caben dentro de la improvisación como algunos ilusos creen.

El gran acorazado que estamos construyendo, y del cual se dice que no habrá ninguno mejor, no estará concluido hasta dentro de dos años, y los cruceros de primera y segunda clase, cuya construcción se sacó a concurso, tardaran aun tres años en ser una realidad. Nuestro Gobierno ha tratado de adquirir dos magníficos cruceros acorazados del tipo Esmeralda, que están casi concluidos en Inglaterra por encargo del Japón. Pero hay dificultades para esta compra, porque el Gobierno japonés, que al principio se mostró propicio a ceder ambos buques, ahora parece que los quiere para sí.

Solo podemos contar por ahora con lo que se construye en nuestros arsenales, varios cruceros de tercera clase y algún torpedero. En lo que hemos ganado considerablemente, con motivo de estos sucesos, es en el astillado y defensas de nuestras costas. Las importantes obras lanzadas en Mahón, Ceuta y Cádiz han recibido gran impulso. Es posible que sin el incidente de Las Carolinas no hubieran llegado aquellas obras a su terminación completa por efecto de esa incuria española que tan cara nos ha salido siempre. “No nos acordamos de Santa Bárbara hasta, que truena”.

Las grandes piezas que se encargaron a Krupp para el astillado de Ceuta estaban sin montar. Muchas de estas piezas, concluidas hace tiempo, no habían venido aun de Alemania. Ha sido preciso traerlas con gran urgencia y precipitadamente del mismo país que iba a ser nuestro enemigo, y a estas horas deben estar en su sitio. Se asegura que terminadas las obras de Ceuta esta plaza queda en admirable estado de defensa. Melilla y las Chafarinas no se quedan atrás, y por el Norte, San Sebastián refuerza sus defensas; Vigo, que estaba completamente inerme, ve emplazar en la embocadura de  su  puerto  poderosas  baterías,  y  El  Ferrol,  astillando convenientemente los fuertes de San Felipe y Las Palmas, sostiene su posición inexpugnable.

Algo hemos adelantado, pues, con estas cuestiones. Sin este incidente hispano alemán, la confianza nos habría llegado al abandono, y está visto que no se puede vivir desprevenido en estos tiempos de rapiñas coloniales. Fuera de Inglaterra, todas las naciones coloniales son débiles. Apresúrense, pues, a hacer menos patente su debilidad o a defenderse en la medida de lo posible, porque si no, los imperios poderosos que ahora han dado en la flor de poseer territorios lejanos, las despojaran el mejor día; bien por la fuerza, como en Zanzíbar, bien por la diplomacia, como en el Congo.

IV

Lo característico de esta temporada en que bruscamente ha sido lanzado nuestro país a- una política internacional harto activa, ha sido el furor de construcción de buques, que se manifiesta aun en diferentes clases sociales. Esto es un buen síntoma, y aunque muchos de estos propósitos revelan tanta inocencia como patriotismo, siempre es de gran precio la intención, y sirve para probar que el país respondería enérgicamente a cualquier llamamiento que se le hiciera en momentos de peligro. Casi todas las provincias han tenido su proyecto de regalar a la nación un barco. Algunas clases e institutos han pretendido que surcase pronto los mares un orgulloso bajel adquirido por suscripción. Tendríamos, pues, el torpedero de los Notarios, el ‘ de los Registradores de la propiedad, el de las Clases pasivas, el de los Maestros de Instrucción primaria y otros muchos más. Desgraciadamente estos nobles proyectos no pasan de ilusión, la cual se desvanece en cuanto una inteligencia práctica hace ver a los patriotas lo que cuesta el más insignificante buque de combate. Los constantes inventos de la industria naval, anulando hoy los progresos de ayer, e ideando cada día nuevos tipos de máquinas ofensivas y defensivas han elevado fabulosamente el precio de las construcciones navales.

No sabemos adónde irán a parar las naciones europea-, si continúan gravando sus presupuestos con las enormes y crecientes sumas que la marina exige. Creo que una gran guerra marítima, sometiendo a prueba los distintos elementos de la táctica naval moderna, sería muy útil, porque tal vez de esta prueba suprema resultara el desecho de los tipos más costosos, y la adopción definitiva del torpedero como unidad táctica marítima.

De todos los arbitrios para adquirir buques, los únicos que llegaran a ser realidad son la suscripción de las clases militares para el buque Ejército, y la de El Liberal para el buque Patria. Las colectas locales frustradas pasaran a engrosar l0- cifra de estas dos suscripciones, y se lograra alcanzar la respetable suma que un barco de combate exige. No ha dejado de encontrar entorpecimientos la suscripción de los militares, mayormente nacidos en las regiones oficiales. Alguien intentó ahogar en flor el noble pensamiento; pero al fin la constancia y tesón de los iniciadores ha podido más que todo, y el buque Ejército se hará, y se hará bien. Dícese que será un torpedero del sistema Scott, el más perfecto que se conoce, y su coste no bajará de cien mil duros.

Varias suscripciones, abiertas fuera de España para el fomento de nuestra marina de guerra, vendrán a robustecer la ya respetable suma allegada por el ejército español. Gran extrañeza ha causado en Europa que el pleito de las Carolinas haya sido sometido al criterio del Papa. Tiempo hacía que el Sumo Pontífice no ejercía de árbitro o mediador entre las potencias, y lo más raro aquí es que la idea partiera de un imperio protestante. Pero hace tiempo que se habla de las ojeadas amistosas que Alemania dirige al Vaticano.

No siendo del dominio público los móviles de esta política, muchos se dan a imaginar estupendos planes, y hasta se ha hablado del restablecimiento del poder temporal, fijando la sede o metrópoli de el en Constantinopla, que, por las trazas, pronto dejara de estar en manos de turcos. Esto parece una novela, pero no lo es, que la Santa Sede vuelva a ser componedora de las diferencias entre las naciones europeas. Por lo que-respecta al negocio de las Carolinas, si, como se dice, está resuelto entre ambas

partes interesadas, a que la mediación del Papa- Responden a esto que al Papa se somete tan solo la cuestión de derecho, quedando los términos de la de hecho a cargo de las cancillerías de Alemania y España. Como quiera que sea, esto de la mediación pontificia permanece aún bastante oscuro.

  • Related Posts

    Caquexias

    Capítulo VI de Diálogos biográficos con Galdós, por Rosa Amor del Olmo Ha sido Galdós siempre caritativo y amante del prójimo. Ha socorrido y socorre a los necesitados en la medida de sus fuerzas; pero de esta buena cualidad del…

    América y España, por P. Galdós

    Madrid, diciembre 25 de 1886 De algún tiempo acá, todo lo que sea estrechar las relaciones de España con América despierta aquí un interés que pronto se convierte en entusiasmo. La Sociedad llamada Unión Ibero-Americana, formada con el objeto de…

    Deja una respuesta

    Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

    ARTÍCULOS

    Castelar y la monarquía constitucional, por Pérez Galdós

    Castelar y la monarquía constitucional, por Pérez Galdós

    Coloquio Internacional: reconceptualizar el bienestar: exploraciones literarias y artísticas. Instituto Universitario de Estudios Africanos, Euro-Mediterráneos e Iberoamericanos

    Coloquio Internacional: reconceptualizar el bienestar: exploraciones literarias y artísticas. Instituto Universitario de Estudios Africanos, Euro-Mediterráneos e Iberoamericanos

    Del colonialismo al imperialismo

    Del colonialismo al imperialismo

    Mujeres por el desarme en 1930

    Mujeres por el desarme en 1930

    Diwan Mayrit: puente cultural entre España y el Magreb, traducción de Mostapha ZIAN

    Diwan Mayrit: puente cultural entre España y el Magreb, traducción de Mostapha ZIAN

    El periódico “La Solidaridad”

    El periódico “La Solidaridad”

    La IA en la educación: oportunidades y desafíos en un mundo en cambio

    La IA en la educación: oportunidades y desafíos en un mundo en cambio

    “El Clamor Público”: un periódico progresista

    “El Clamor Público”: un periódico progresista

    Galdós en el mitin del Jai-Alai del primero de mayo de 1910

    Galdós en el mitin del Jai-Alai del primero de mayo de 1910

    Cuando el integrismo cargó contra el monumento madrileño de Juan Valera

    Cuando el integrismo cargó contra el monumento madrileño de Juan Valera

    Entrevista a Rosa Amor, directora de Isidora revistas

    Entrevista a Rosa Amor, directora de Isidora revistas

    Las mujeres en su sitio

    Las mujeres en su sitio