
por Eduardo Montagut
El marxismo-leninismo es la adaptación del marxismo realizada por Lenin. Consideraba que el capitalismo había pasado de una etapa casi exclusivamente industrial a otra financiera, por lo que a la lucha de clases se había añadido la lucha entre los Estados por las materias primas, las colonias y el mercado. Por eso, pensó que debía modificar algunas de las ideas del marxismo.
La primera gran modificación tiene que ver con los protagonistas de la Revolución. Ya no serían los proletarios de la Europa occidental o del mundo rico los que portarían la bandera del cambio revolucionario porque habían alcanzado un nivel de vida que les impedía llevar a cabo esa tarea. A un capitalismo podrido le correspondía un socialismo podrido, de ahí las críticas a los socialistas alemanes y europeos, en general, por aceptar las reglas del juego del capitalismo y participar en las instituciones. El testigo de la Revolución pasaría al proletariado de los países atrasados. La Revolución ya no estallaría en un país rico e industrializado como presuponía Marx, sino en un país pobre, en un país proletario en la división de países del mundo. Pero no sería un país paupérrimo, sino que tendría que tener algún grado de desarrollo industrial y, por lo tanto, contar con obreros. Ese país sería, sin lugar a dudas, una Rusia atrasada, pero con núcleos de fuerte desarrollo industrial. Por otro lado, Lenin se dedicó a explicar lo que era una Revolución y la estrategia revolucionaria.
La Revolución no llegaría sola, no era un proceso fatal como se había interpretado a Marx. Había que trabajar para prepararla. Para conseguirlo eran necesarias varias condiciones. En primer lugar, era fundamental el papel del partido, considerado como la vanguardia del proletariado, reelaborando algunas de las ideas que decenios antes había tenido Blanqui. El partido debía estar cohesionado y ser disciplinado. Si Marx y Engels habían hablado del movimiento obrero en general, ahora era el partido el gran instrumento y protagonista. En segundo lugar, era necesario el concurso de los intelectuales. Eran los únicos con formación dialéctica para captar el momento oportuno para que triunfase la Revolución.