Notas sobre la psicología política o la política de la psicología

Rosa Amor del Olmo

La relación entre la psicología y la política se ha estudiado durante mucho tiempo (Grawitz, 1985; Hermann, 1986; Iyengar y Mc Guire, 1993; Kuklinski, 2002). Sin embargo, el politólogo sigue enfrentándose a dos dificultades para localizarlos.

La primera es que estas obras mezclan enfoques en los que la psicología y la política son a veces objetos y a veces disciplinas, y a veces ambas simultáneamente. Este es el caso de la psicología política, que ha sido plenamente aceptada en la ciencia política estadounidense. ¿Es la psicología política, en el sentido de una aproximación a la política con las herramientas de la psicología, o en el sentido de que los psicólogos profesionales politizan su disciplina? ¿O se trata de una ciencia política psicológica, hecha por politólogos que sienten curiosidad por los conceptos y métodos de otros lugares, abierta a un cierto individualismo metodológico y quizá reservada con respecto a la idea (¿corporativa?) de la irreductibilidad de la política?

Una fuente para mi de perplejidad proviene de la pluralidad de los tipos de psicologías que se manejan o más bien se manipulan, explícitamente o no, y sus objetos: la psicología política, la psicología social y la psicología cognitiva. Desde fuera, lo que parece dominar, basándose en el uso de manuales y tratados de referencia en estas especialidades, es la creciente transversalidad de estas disciplinas. Los estudios sobre la cognición social (Fiske y Taylor, 1991; Beauvois, Leyens y Deschamps, 1996 y 1997) nos parecen los más representativos de estas convergencias a nivel problemático, conceptual y metodológico.

La psicología social busca definir una «mirada» psicosocial que garantice su especificidad dentro de las ciencias psicológicas. La entenderemos aquí como la disciplina que se interesa «cualesquiera que sean los estímulos u objetos, por esos acontecimientos psicológicos fundamentales que son los comportamientos, juicios, afectos y actuaciones de los seres humanos en la medida en que estos seres humanos son miembros de colectivos sociales u ocupan posiciones sociales (en la medida en que sus comportamientos, juicios, afectos y actuaciones dependen en parte de estas pertenencias y posiciones)» (Beauvois, 1999, pp. 310-311).

En Francia o en EEUU, a principios de los años 50, los estudios se concentraban en unos pocos objetos: la vida política, los partidos políticos, las elecciones, la opinión, las ideologías, las ideas políticas y las relaciones internacionales. Una gran parte de la ciencia política adoptó entonces un enfoque institucionalista y funcionalista. El régimen político, el sistema de partidos, la opinión y sus modos de expresión son las principales variables consideradas determinantes en sus interrelaciones (Favre, 1985, p. 38). Con la década de 1980, se abrieron nuevos campos de investigación: la socialización política, el discurso político, las categorías dirigentes, las movilizaciones colectivas, las representaciones y su dinámica, y la historia y la epistemología de la ciencia política (Favre, 1985, p. 40). Como suele ocurrir, las dinámicas sociales dan lugar, o incluso imponen, nuevos objetos de investigación, y como suele ocurrir, con un buen desfase de quince años respecto a lo que se observa en Estados Unidos.

Los últimos treinta años han estado marcados por una creciente profesionalización y especialización de los politólogos, ligada a la institucionalización y autonomización de su disciplina. Estos nuevos participantes en el campo tratarán de desplazar a la anterior generación de politólogos de disciplinas más antiguas. Su estrategia, que es habitual, consistirá por tanto en crear nuevos objetos o pretender renovar los antiguos. Utilizarán una y otra vez un doble argumento: la ciencia política es demasiado sobresaliente, demasiado desconectada de las cuestiones centrales, vivas y contemporáneas (por su institucionalismo y normatividad). Es epistemológicamente ingenuo, cuando no es simplemente cómplice del orden político-simbólico dominante.

La ciencia política se está «cognitivizando», acercándose así a la psicología social, que está experimentando la misma evolución. Las transferencias nocionales han tenido lugar durante mucho tiempo. Pueden observarse ya en los trabajos sobre la personalidad política, y se acentuaron durante el periodo centrado en las actitudes y el comportamiento políticos. Las nociones de actitud, socialización o incluso representación fueron adoptadas muy pronto por los politólogos.

Esta lógica de transferencia conceptual, que ya es antigua como podemos ver, se ve hoy estimulada por la inclusión parcial de la ciencia política y la psicología social en la continua expansión del movimiento cognitivo que afecta a todas las ciencias sociales y humanidades desde los años 60 (Gardner, 1993 y Tiberghien, 2002). Tres ámbitos de la investigación en ciencias políticas ilustran esta evolución a su manera. Son los llamados enfoques «cognitivos» de las políticas públicas, los movimientos sociales y la opinión. Del primer al tercer campo, la relación con la ciencia cognitiva se refuerza. Nos parece que se pasa del simple préstamo de vocabulario a verdaderas transferencias metodológicas y paradigmáticas.

El análisis cognitivo de las políticas públicas está muy cerca de la cognición social. A veces puede plantear preguntas que no se alejan de las de la psicología cognitiva, por ejemplo sobre la memoria.

La creciente apertura de la ciencia política a la cognición social es motivo de optimismo. Lo que los politólogos deberían haber perdido en idealizaciones y determinaciones reductoras se compensa en gran medida con lo que su objeto gana en complejidad. Más allá de las transferencias conceptuales y metodológicas, ahora tienen potencialmente una antropología renovada. Los buenos autores lo saben desde hace tiempo, y las psicologías actuales lo miden: el Homo politicus es mucho más complejo y sutil de lo que hemos admitido durante mucho tiempo y con pereza. Es capaz de un razonamiento fino o rústico, según su motivación, calculador inteligente y sensible, innovador y apegado a su herencia, sigue ofreciendo muy buenas perspectivas de investigación a la ciencia política.

Hay no obstante, largo camino de investigación.

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