Las diez tribus perdidas de Israel: perspectiva judía vs. académica

Jóvenes investigadores (Observatorio Galdós-Negrín)

Perspectiva dentro del Judaísmo Contemporáneo

Las Diez Tribus Perdidas se refiere a las diez tribus del antiguo Reino de Israel (el reino del norte) que fueron deportadas por los asirios alrededor del año 722 a.C. y cuyo destino posterior quedó envuelto en misterio. Fuera de la doctrina de la Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días, tanto la tradición judía como la investigación académica han desarrollado visiones distintas sobre estas tribus: su desaparición, posible retorno y significado contemporáneo.

Desaparición histórica y fuentes clásicas: En el judaísmo se acepta que las diez tribus del norte (como Efraím, Menashé, Dan, etc.) fueron exiliadas por Asiria, dispersándose más allá de las fronteras de Israel. Textos tradicionales reconocen esta pérdida: el historiador judío Flavio Josefo, en el siglo I, escribió que las diez tribus permanecían más allá del Éufrates, formando “una multitud inmensa”. El Talmud mismo discute el destino de las tribus perdidas y registra una disputa rabínica al respecto. En la Mishná (Sanedrín 10:3) el rabino Akiva sostiene que “las diez tribus no retornarán”, apoyándose en Deuteronomio 29:27 (“Dios los arrancó de su suelo… y los arrojó a otro país donde hoy están”) para enseñar que su exilio fue un castigo definitivo. Sin embargo, otros sabios –como el rabino Eliezer– interpretan las profecías de reunificación (p. ej. Ezequiel 37:22: “haré de ellos una sola nación… no volverán a estar divididos en dos reinos”) como indicio de que sí habrá un reencuentro futuro de las tribus con Judá. Una tercera opinión en el Talmud (rabí Shimón ben Yehudá) concilia ambas posturas diciendo que el retorno dependerá de la conducta de las tribus: si son justas, regresarán; si persisten en las faltas, no. En síntesis, el judaísmo clásico conservó tres visiones: (1) que las tribus no volverán, (2) que volverán al final de los días, o (3) que su retorno está supeditado a la teshuvá (arrepentimiento) de sus descendientes.

Creencias mesiánicas sobre su retorno: A lo largo de la historia judía, la idea de un retorno de las tribus perdidas ha estado ligada a la esperanza mesiánica. Muchas interpretaciones tradicionales sugieren que en los últimos días o tiempos mesiánicos, Dios reunirá a todo Israel. Maimónides (Rambam, s. XII) señala que en la era mesiánica un profeta (tradicionalmente Elías) o el propio Mesías revelará el linaje tribal de cada judío, esclareciendo de qué tribu proviene cada persona. Esto implica que, aunque hoy no sepamos quién desciende de qué tribu, en el futuro mesiánico se restaurará esa identidad. De hecho, Maimónides afirma que el Rey Mesías “hará que todos se identifiquen por sus linajes, diciendo: ‘Este pertenece a tal tribu y aquel a otra’”, unificando así de nuevo a Israel. Por su parte, numerosas fuentes midráshicas y legendarias alimentaron la expectativa de que las tribus perdidas sobreviven en algún lugar remoto, esperando la redención final. Un famoso Midrash relata que las tribus fueron exiliadas más allá del legendario río Sambatión, un torrente que arroja rocas con violencia seis días a la semana y descansa en sábado, lo que habría imposibilitado hasta ahora el regreso de esas tribus observantes del Shabat. Esta leyenda del río Sambatión aparece en textos rabínicos tardíos y en tradiciones orales: por ejemplo, el Midrash Bereshit Rabá 73:6 afirma explícitamente que las tribus “fueron exiliadas más allá del río Sambatión”. Asimismo, el Talmud recoge que el propio rabí Akiva aludía al Sambatión como prueba de la santidad del sábado. En conjunto, la literatura judía tradicional mantuvo viva la idea de que las tribus perdidas existen en algún lugar (aisladas por obstáculos milagrosos como el Sambatión) y que al fin de los tiempos se reunirán con el resto del pueblo judío.

Valor espiritual y simbólico en la actualidad: En el judaísmo contemporáneo, la noción de las tribus perdidas tiene sobre todo un significado simbólico de esperanza y unidad nacional. Las plegarias judías diarias incluyen la petición de reunir a los dispersos de Israel (Kibutz Galuyot), expresando el anhelo de que ningún sector del pueblo judío quede excluido. Muchos judíos observantes creen que, en el plano espiritual, las almas o descendientes de todas las tribus están presentes dentro del pueblo judío actual, aunque no sepamos distinguirlas. La imagen de la reunificación de las doce tribus suele entenderse como metáfora de la integridad del pueblo de Israel. Por ejemplo, líderes del judaísmo reformista han invocado la idea de las tribus perdidas para enfatizar la necesidad de ser inclusivos y “ensanchar la tienda” del judaísmo. El rabino Rick Jacobs, presidente de la Unión para el Judaísmo Reformista, reflexionó en 2019 que si las 10 tribus perdidas aparecieran hoy, la población judía mundial podría alcanzar 85 millones –una hipérbole para motivar a no “dar la espalda” a potenciales miembros del pueblo judío dispersos por el mundo. Esta perspectiva reformista emplea las tribus perdidas como símbolo de todas aquellas personas con alguna conexión judía que aún no forman parte plena de la comunidad, enfatizando una misión contemporánea de crecimiento e inclusión. En el judaísmo conservador y ortodoxo, en cambio, suele haber más cautela literal: se reconoce el concepto en la liturgia y en las fuentes clásicas, pero no se espera un “regreso mágico” inmediato de millones de descendientes identificables, sino que se deja ese asunto en manos de la providencia divina en la era mesiánica. En todos los casos, las tribus perdidas inspiran un sentido de completitud pendiente: el pueblo judío actual se percibe como incompleto hasta que todos sus miembros ancestrales puedan reunirse.

Referencias tradicionales (Talmud, Midrash, Rashi, Rambam): Ya mencionamos algunas referencias talmúdicas y midráshicas clave. Agreguemos que comentaristas bíblicos medievales también opinaron sobre las diez tribus. Rashi (R. Shlomó Yitzjaki, s. XI) comenta, por ejemplo, que versículos proféticos como Isaías 27:13 –“los perdidos en Asiria”– aluden a las tribus exiliadas más allá del Sambatión, señal de que conocía y aceptaba la tradición del río que separa a las tribus. Rashi también reconoció que algunos miembros de las tribus del norte no se perdieron del todo: comentando 2 Crónicas 30:6, notó que el rey Ezequías de Judá invitó a sobrevivientes de Efraín y Manasés a reunirse en Jerusalén, lo que prueba que había remanentes de las tribus incluso después del exilio asirio. De hecho, otros exégetas como Radak (R. David Kimji, s. XIII) y Abarbanel (s. XV) sostuvieron que un porcentaje de las tribus septentrionales huyó o quedó en el Reino de Judá, mezclándose con éste y regresando luego del exilio babilónico. Tales posturas implican que parte de las diez tribus en realidad se “encontraron” de nuevo en Judá, perdiendo su identidad separada pero no desapareciendo por completo. Por otro lado, Maimónides (Rambam) en su Epístola a Yemen advirtió contra falsos mesías que afirmaban provenir de las tribus perdidas, reflejando un escepticismo medieval hacia reportes sensacionalistas sobre su paradero. En su código legal (Mishné Torá, Hiljot Melajim 12:3), Maimónides deja claro que nadie sino hasta el tiempo mesiánico “sabrá cómo sucederán estos hechos”, sugiriendo que no conviene obsesionarse con las agadot (leyendas) de las tribus perdidas ni tratar de adivinar su retorno. En resumen, las fuentes judías clásicas oscilan entre tomar literalmente la existencia de tribus perdidas en tierras lejanas (como lo hace el Midrash y algunos comentaristas), y reinterpretar el tema en términos más prácticos (remanentes integrados en Judá, o un misterio a revelarse sólo al final de los días). Esta dualidad refleja que, si bien la idea de las diez tribus cautivó la imaginación judía, la vida religiosa diaria no gira en torno a ellas, sino que se les confina al terreno de la esperanza futura y la especulación erudita.

Posturas modernas de rabinos e instituciones: En la era contemporánea, la actitud judía hacia posibles descendientes de las tribus perdidas combina la apertura cautelosa con el rigor halájico. Cuando se han identificado comunidades alegando descender de Israel, las autoridades judías evalúan caso por caso. Un ejemplo notable son los Beta Israel de Etiopía: esta comunidad, aislada durante siglos, sostenía ser judía y según cierta tradición descendiente de la tribu de Dan (aunque la historia oral etíope los vinculaba con la reina de Saba). Tras mucho debate rabínico, en 1977 el rabino sefardí Ovadia Yosef emitió un fallo reconociendo a los Beta Israel como descendientes de Israel; y el gobierno de Israel decidió oficialmente que se les aplicaba la Ley del Retorno, abriendo las puertas a su inmigración y absorción en Israel. Este reconocimiento se basó en consideraciones tradicionales (la posibilidad de que fueran de Dan) y en la necesidad de ayudar a una comunidad que practicaba preceptos judíos. Más recientemente, grupos en el noreste de India conocidos como Bnei Menashé (hijos de Manasés) han declarado ser descendientes de la tribu de Menasés. Desde fines del siglo XX, algunas tribus de los estados indios de Mizoram y Manipur afirman un origen israelita y adoptaron costumbres judías, estudiando hebreo y Judaísmo para alinearse con el pueblo judío. Rabinos ortodoxos, a través de organizaciones como Shavei Israel, han investigado sus reclamos. Hasta la fecha, miles de Bnei Menashé han hecho aliá (emigrado a Israel) tras pasar por conversiones formales al judaísmo (ya que la postura oficial es que, aun si son descendientes lejanos, deben aceptar plenamente la fe judía). Esto muestra un enfoque balanceado: se les brinda la oportunidad de integrarse como parte del retorno de “perdidos de Israel”, pero bajo supervisión religiosa. Otras autoridades han sido más escépticas con ciertos grupos. Por ejemplo, los Bene Israel de la India (comunidad judía de Mumbai con orígenes legendarios en un naufragio antiguo) fueron vistos por algunos historiadores como posiblemente provenientes de una tribu perdida, pero nunca fueron declarados oficialmente “tribu perdida” por las instituciones judías. Aun así, un estudio de 2002 halló que los Bene Israel comparten marcadores genéticos con la línea sacerdotal (Cohanim), sugiriendo algún lazo ancestral con Israel. En cambio, comunidades como los igbo de Nigeria, que reivindican descender de varias tribus (Efraín, Neftalí, Gad, etc.), enfrentan escepticismo: investigadores descubrieron que la idea de un origen judío igbo fue introducida por misioneros coloniales, sin base en tradiciones propias antiguas. Hasta ahora ninguna autoridad rabínica mayor ha reconocido a los igbo como tribu perdida, aunque algunos igbos se han convertido al judaísmo de motu propio. En resumen, el judaísmo contemporáneo no descarta la posibilidad de que existan descendientes de las diez tribus entre diversos pueblos, pero aborda cada caso con prudencia. Espiritualmente, muchos rabinos ven en estos hallazgos el cumplimiento gradual de las profecías de Isaías y Ezequiel sobre reunir a Israel “desde los cuatro extremos de la tierra”. Prácticamente, la integración de tales grupos se hace mediante conversiones o comprobaciones genealógicas según la ley judía. Así, la visión judía actual combina la esperanza mesiánica (de que algún día todos los descendientes de Israel regresarán) con un realismo histórico (la mayoría de las tribus se asimilaron o integraron ya al pueblo judío existente).

Perspectiva Académica, Histórica y Secular

La conquista asiria y la desaparición histórica: Los historiadores bíblicos y arqueólogos tratan el asunto de las diez tribus en términos de eventos históricos comprobables. La conquista del Reino de Israel por Asiria (~722 a.C.) está bien documentada tanto en la Biblia (2 Reyes 17) como en fuentes asirias. Según el relato bíblico, el rey asirio Salmanasar V (y su sucesor Sargón II) capturó Samaria y deportó a los israelitas a Asiria, asentándolos en regiones como Halah, el río Habor (Gozán) y las ciudades de Media. Esta política de exilio masivo era común en las conquistas asirias, buscando dispersar y mezclar poblaciones para evitar rebeliones. La evidencia arqueológica (inscripciones reales asirias) confirma que decenas de miles de habitantes de Israel fueron desplazados en esa época. ¿Qué sucedió con ellos? Desde una óptica secular, no hay indicios de que mantuvieran una identidad tribal separada durante mucho tiempo. La mayoría de académicos sostiene que esas poblaciones israelitas exiliadas fueron asimiladas gradualmente por las culturas circundantes en Mesopotamia y otras regiones del Imperio Asirio. De hecho, la “desaparición” de las diez tribus se entiende como un proceso histórico de pérdida de identidad: privados de su territorio y de sus instituciones, probablemente adoptaron las lenguas y costumbres locales con el paso de las generaciones. Algunos israelitas del norte pudieron haber huido al reino hermano de Judá antes o durante la invasión –lo que explicaría por qué, en épocas posteriores, había individuos de Efraín, Manasés u otras tribus viviendo en Judea–, pero como entidades tribales distintas dejaron de existir. A diferencia del exilio babilónico de Judá en 586 a.C. (del cual los judíos sí retornaron manteniendo su identidad), el exilio asirio del norte parece haber resultado en la disolución de las tribus en el tejido de otras sociedades. En palabras de la Nueva Enciclopedia Judía Estándar: “Como hecho histórico, algunos miembros de las Diez Tribus permanecieron en Palestina… otros fueron asimilados, mientras que otros fueron absorbidos por los exiliados de Judá… A diferencia de los habitantes del Reino de Judá, que sobrevivieron un destino similar, [las tribus del norte] fueron asimiladas”. Por tanto, la hipótesis más aceptada por historiadores es que el destino de las tribus fue la asimilación y mezcla con otras poblaciones del cercano oriente, perdiendo su identidad israelita en uno o dos siglos.

Hipótesis alternativas (migración, supervivencia): A pesar del consenso sobre la asimilación, ha habido otras hipótesis sobre posibles destinos de las tribus perdidas. Una teoría sugiere que grupos de israelitas exiliados pudieron haber migrado más al este o al sur tras la caída de Asiria, llegando a lugares remotos de Asia o África. Por ejemplo, se ha especulado que algunos exiliados se desplazaron hacia Persia, la península Arábiga o el Cáucaso. Desde el siglo XIX, ciertos autores relacionaron a las tribus perdidas con pueblos históricos conocidos: una teoría popular identificaba a los israelitas deportados con los cimerios o escitas, pueblos nómadas que aparecieron en el siglo VII a.C. en las fronteras de Asiria. Defensores de esta idea, como el erudito George Rawlinson (s. XIX), veían coincidencias nominales (los israelitas llamados “House of Omri (Khumri)” por Asiria podrían ser los Gimirri/Cimmerios mencionados después). Según esta línea, los descendientes de las tribus habrían migrado hacia Europa integrados en esas migraciones cimerias/escitas, lo que en el extremo dio pie a teorías como el british israelism (la creencia de que pueblos anglosajones provienen de las tribus perdidas). No obstante, la academia contemporánea refuta estas teorías: las evidencias lingüísticas, culturales y arqueológicas muestran diferencias sustanciales entre los antiguos israelitas y, por ejemplo, los escitas o celtas europeos. La mayoría de esas conexiones se consideran hoy pseudocientíficas, resultado de especulaciones nacionalistas decimonónicas más que de datos fiables. Otra hipótesis histórica sugiere una reinterpretación más que una migración física: se trata de la noción de que las “diez tribus perdidas” se convirtieron en un mito funcional dentro de la literatura posterior. Algunos expertos, como el profesor Tudor Parfitt, argumentan que la persistente búsqueda de las tribus fue en realidad un fenómeno cultural –especialmente activo durante la era de exploración colonial– más que una realidad histórica concreta. Parfitt señala que la idea de las tribus perdidas fue “un mito” que inspiró una vasta literatura de ficción y aventura desde el siglo XVI en adelante. En efecto, durante la Edad Moderna muchas expediciones y relatos fantásticos surgieron con la esperanza de encontrar tribus israelitas en lugares lejanos, pero ninguna prueba sólida emergió de ellas. Por tanto, académicamente se suele ver las tribus perdidas como un legado legendario de la antigüedad: un recuerdo de las deportaciones asirias que con el tiempo se mythificó, más que una realidad tangible que pueda rastrearse.

Investigaciones modernas (lingüísticas, genéticas, etnográficas): En las últimas décadas, diversos investigadores han intentado rastrear posibles huellas de descendientes de las tribus perdidas mediante análisis genéticos, estudios de linajes, antropología cultural y lingüística comparada. Los resultados han sido en su mayoría inconclusos o negativos en cuanto a confirmar un origen israelita antiguo:

  • Genética: Varios estudios de ADN han examinado grupos étnicos que reivindican ser tribus perdidas. En general, no se han hallado vínculos genéticos contundentes con el pueblo judío. Por ejemplo, un estudio genético publicado sobre el origen de los japoneses no encontró ninguna relación que apoye la teoría de un ancestro israelita para ese pueblo, desmontando especulaciones populares que habían intentado encontrar paralelismos entre la cultura japonesa y la hebrea. De modo similar, investigaciones genéticas en la población pashtún (Afganistán/Pakistán) –donde existe un antiguo mito local de descender de Israel– no han encontrado marcadores consistentes con ascendencia del Medio Oriente lejano, refutando la idea de un origen en las tribus perdidas. (Cabe mencionar que en 2010 incluso se anunció un estudio apoyado por el Estado de Israel para analizar genéticamente a los pashtunes; algunos antropólogos israelíes consideraban que, de entre los grupos con esta reivindicación, los pashtunes tenían el caso más convincente por ciertas evidencias culturales, aunque los resultados genéticos definitivos siguen sin demostrar un lazo concreto). Por otro lado, en ciertos grupos sí han aparecido indicios menores de conexión: los Beta Israel de Etiopía, cuyo ADN es mayoritariamente etíope (subsahariano), mostraron en estudios de los años 2000 algún componente genético procedente de poblaciones semíticas, lo cual es compatible con la llegada de un número pequeño de inmigrantes judíos a Etiopía en la antigüedad. En la comunidad Bene Israel de la India (no exactamente “perdida” pues mantuvo contacto parcial con otros judíos), se detectó en un estudio de 2002 una proporción del llamado haplogrupo Cohen Modal (asociado a los kohanim judíos), lo que sugiere que sus antepasados incluían miembros de la tribu de Leví. En resumen, la genética ha sido útil para confirmar cierto origen medio-oriental en grupos como los lemba de África Austral (que portan ADN típicamente semita en su linaje masculino sacerdotal) o los citados Bene Israel, pero no ha validado muchas de las atribuciones legendarias de las diez tribus a diversos pueblos lejanos.
  • Lingüística y cultura: Los estudios etnográficos han buscado identificar rastros lingüísticos o culturales de origen israelita en comunidades supuestamente descendientes. En algunos casos se han encontrado curiosas coincidencias culturales: por ejemplo, entre los pashtunes se señalan tradiciones de pureza ritual, hospitalidad y códigos legales que ciertos autores compararon con leyes del antiguo Israel, o nombres de tribus pashtunes (como “Yusuzai” que recuerda a Yosef-zai, hijos de José) parecidos a nombres hebreos. Sin embargo, los especialistas advierten que tales similitudes pueden ser fortuitas o fruto de influencias posteriores (por ejemplo, por contacto con comerciantes judíos o musulmanes). En Nigeria, los igbo que se proclaman de origen israelita han incorporado recientemente prácticas como encender menorás o celebrar fiestas hebreas, pero los historiadores señalan que esto es resultado de un sincretismo moderno más que prueba de un origen antiguo. Es decir, muchas comunidades que hoy claman ascendencia de las tribus perdidas adoptaron costumbres judías en tiempos recientes para reforzar esa identidad reclamada. La lingüística comparada tampoco ha respaldado estas teorías: no se han hallado lenguas derivadas del hebreo antiguo fuera del contexto geográfico conocido (aunque sí se han encontrado algunas inscripciones o palabras hebreas en lugares inesperados, generalmente explicables por la presencia de comerciantes o migrantes judíos históricos, no necesariamente de las tribus perdidas).
  • Etnografía y migraciones: Arqueólogos e historiadores han rastreado migraciones antiguas en Asia y África en busca de grupos que pudieran ser restos de los israelitas del norte. Se han estudiado comunidades aisladas de Oriente Medio y Asia Central –como los judíos de Bujará o de Persia–, pero estos resultaron ser ramas de la diáspora judía posterior (de la época persa o romana), no supervivientes directos del siglo VIII a.C. En China, la famosa comunidad de Kaifeng data del siglo XII d.C. y se originó por mercaderes judíos persas, no por tribus bíblicas. En Afganistán y Pakistán, se ha explorado la leyenda pashtún con expediciones antropológicas, pero sin hallar una comunidad practicante del judaísmo antiguo. A veces, la búsqueda ha rozado lo fantástico: exploradores desde la Edad Media reportaron haber encontrado reinos judíos perdidos –como Eldad el Danita en el s. IX, que decía venir de la tribu de Dan más allá del Sambatión, o Benjamín de Tudela en el s. XII, que describió judíos viviendo independientes en Arabia y Persia– pero sus relatos se consideran hoy en parte legendarios o exagerados. En síntesis, la investigación secular concluye que no existen indicios verificables de que las diez tribus subsistan como un bloque separado en alguna región oculta; más bien, sus descendientes se habrían diluido en otras poblaciones o integrado en las comunidades judías conocidas.

Comunidades que se autodeclaran descendientes de las tribus perdidas: A pesar de las conclusiones escépticas de los académicos, numerosos pueblos y grupos alrededor del mundo se han identificado a sí mismos (o han sido identificados por otros) como descendientes de las tribus de Israel. Algunos ejemplos prominentes incluyen:

  • Beta Israel (Falashas) – Etiopía: Comunidad judía etíope que durante siglos creyó ser parte del pueblo de Israel. Muchos de sus miembros, así como rabinos israelíes, sostienen que descienden de la tribu de Dan, una de las diez tribus del norte. Esta identificación los ayudó a ser reconocidos bajo la Ley del Retorno de Israel en 1977, posibilitando su traslado masivo a Israel en las décadas de 1980-90. Estudios genéticos muestran mayormente ancestros etíopes locales, aunque con posible aporte de linajes semitas antiguos, lo que sugiere una combinación de orígenes (mito de Dan + convertidos locales). En cualquier caso, hoy los Beta Israel son parte del mosaico del pueblo judío tras su “retorno”.
  • Bnei Menashé – India (estados de Manipur y Mizoram): Varias tribus del noreste de la India declararon a fines del siglo XX ser descendientes de la tribu de Menasés (Mənašše, hijo de José) exiliada por Asiria. Adoptaron prácticas similares al judaísmo e incluso legaron mitos de un ancestro llamado Manmási (posible corrupción de Menasés). Desde los años 1990, miles de Bnei Menashé han emigrado a Israel tras procesos de conversión y verificación, convencidos de su origen israelita. Estas comunidades aprendieron hebreo y observancias judías para alinearse con su identidad proclamada. Si bien carecen de confirmación histórica concluyente, su caso es singular por la aceptación parcial que recibieron en Israel, viéndolos como “simiente de Israel” que retorna.
  • Judíos Igbo – Nigeria: Algunos clanes igbo (etnia del sureste de Nigeria) desde el siglo XX han afirmado descender de varias tribus perdidas (Efraín, Neftalí, Gad, etc.) basándose en similitudes percibidas en costumbres tradicionales y en leyendas locales reinterpretadas. Sin embargo, investigaciones históricas revelan que la idea de un origen judío fue sugerida por misioneros cristianos en el siglo XIX y adoptada por intelectuales igbo posteriormente. Hoy día existe una pequeña comunidad igbo que practica el judaísmo, pero los antropólogos la consideran un fenómeno de “judaización” reciente más que la supervivencia de una tribu perdida genuina. La teoría igbo como israelitas no ha resistido el escrutinio histórico riguroso.
  • Pashtunes – Afganistán y Pakistán: Entre los pashtunes (pueblo mayoritario en Afganistán y noroeste de Pakistán) circula desde antiguo la tradición de ser Bani Israel (hijos de Israel). Se apunta a parecidos entre nombres de subtribus pashtunes y nombres hebreos (p. ej. Yusufzai ~ “hijos de José”) y relatos tribales que los hacen venir de la Tierra Santa. Esta noción fue acogida incluso por algunos occidentales en el s. XIX. No obstante, ninguna evidencia documenta que los deportados de Israel viajaron a la región afgana; los historiadores ven más probable que sea un mito surgido para prestigiar el origen de ciertas tribus locales. Estudios genéticos recientes no avalan un vínculo especial entre pashtunes y judíos, aunque la cuestión sigue en investigación. Pese a ello, el mito está tan arraigado que incluso miembros del Talibán pashtún en años recientes mencionaban con orgullo una posible ascendencia israelita ancestral.
  • Bene Israel – India (Costa de Konkan): Comunidad de la India occidental que, según su propia tradición, proviene de siete familias de naufragos judíos que llegaron a la India hace siglos (a veces lo sitúan en época de la destrucción del Primer Templo, lo que implicaría tribus del sur, pero otras versiones los vinculan con Israel del norte). Durante mucho tiempo estuvieron aislados hasta ser “redescubiertos” por otros judíos en el s. XVIII. Algunos historiadores han conjeturado que los antepasados de los Bene Israel podrían haber sido de las diez tribus. Sin embargo, las autoridades rabínicas nunca los proclamaron oficialmente tribu perdida, considerándolos más bien descendientes de judíos de la antigüedad tardía ya integrados al judaísmo conocido. Interesantemente, como se mencionó, análisis genéticos revelaron que muchos Bene Israel comparten ascendencia con la casta sacerdotal judía (Cohanim), lo que apoya una conexión judía antigua aunque no necesariamente con las tribus del norte.
  • Otros grupos autodenominados: La lista de pretendidos descendientes es extensa. Los lemba de Zimbabue y Sudáfrica se consideran hijos de ancestros judíos (posiblemente de la tribu de Leví) que habrían migrado vía Yemen; esta afirmación ganó crédito cuando se halló entre ellos el mencionado marcador genético de los Cohanim. En Asia oriental, ha habido quienes teorizaron que los japoneses provienen en parte de las tribus perdidas, señalando parecidos en símbolos o palabras; esta teoría es ampliamente descartada por historiadores y geneticistas. En China, además de los judíos de Kaifeng (de origen posterior conocido), leyendas hablaban de tribus perdidas en regiones remotas, pero sin pruebas sólidas. En las Américas, desde la llegada de los europeos surgió la conjetura de que algunos pueblos nativos pudieran ser descendientes de Israel (por ejemplo, ciertas tribus nativo-americanas). Un rabino del siglo XVII, Menasseh ben Israel, llegó a publicar en 1650 La Esperanza de Israel proponiendo que los indígenas de América del Sur eran restos de las tribus perdidas –teoría alineada con su anhelo de acelerar la redención mesiánica reuniendo a Israel de todos los continentes–; aunque inspiradora, esta idea fue producto de su tiempo y no tiene apoyo histórico real. Incluso en la literatura mormona (por ejemplo, en el Libro de Mormón, 1830) aparece la noción de antiguos migrantes israelitas a América, mostrando cómo el mito de las tribus perdidas permeó también fuera del judaísmo. Finalmente, movimientos esotéricos o identitarios como el británico-israelismo (que afirmaba que los anglosajones e incluso la realeza británica descienden de las diez tribus) tuvieron cierto auge en los siglos XIX-XX, pero son rechazados por la historiografía seria.

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