La pena de muerte y el verdugo en «La piedra angular» (Emilia Pardo Bazán) y «Entre dos oscuridades» (Carmen Kurtz). Análisis identitario comparativo

Santiago Sevilla-Vallejo (Universidad de Salamanca) Y Jesús Guzmán Mora (Universidad Internacional de La Rioja)

En este trabajo se realiza un estudio comparado de la pena de muerte y la figura del verdugo en La piedra angular (1891) de Emilia Pardo Bazán (1851-1921) y Entre dos oscuridades (1969) de Carmen Kurtz (1911-1999). Para ello, estructuramos nuestro trabajo de la siguiente manera: en primer lugar, realizamos un acercamiento a las dos autoras. En segundo lugar, nos aproximamos, brevemente, al tema en las letras españolas. En tercer lugar, aportamos el análisis. Y, en cuarto lugar, ofrecemos las conclusiones. Ambas novelas realizan la crítica de la pena de muerte como una práctica legal cargada de ambivalencia y de la imagen igualmente paradójica del verdugo. Los verdugos son personajes solitarios que sufren por el aislamiento en el que viven debido a su profesión. No obstante, el acercamiento es muy diferente entre ambos textos. La pena de muerte y el verdugo de la obra de Emilia Pardo Bazán generan una polémica social pública, mientras que en la obra de Carmen Kurtz el conflicto se traslada a la mala conciencia del verdugo. El análisis de este trabajo compara la construcción identitaria de los verdugos de acuerdo con la teoría de Paul Ricoeur. Si bien ambos personajes resultan necesarios para la sociedad, son, al mismo tiempo, despreciados. No obstante, la identidad de los protagonistas de La piedra angular y Entre dos oscuridades se conforman de formas muy diferentes.

Palabras clave: Emilia Pardo Bazán, Carmen Kurtz, pena de muerte, verdugo, identidad.

En las obras de Emilia Pardo Bazán (1851-1921) y Carmen Kurtz (1911-1999) observamos la presencia del tema de la pena de muerte, respectivamente, en sus novelas La piedra angular (1891) y Entre dos oscuridades (1969). En ellas, es especialmente interesante la figura del verdugo y el tratamiento que recibe al ser integrado dentro del victimario del proceso capital. Este, además, crea una serie de problemas de orden moral en el ejecutor que posibilita a las dos escritoras la huida de visiones simplistas sobre su figura. El objetivo de este artículo es realizar un análisis de la pena capital y el personaje del verdugo en las dos novelas mencionadas. No consideramos que la narración de Kurtz tome como hipotexto (Genette, 1989: 13-14) a la de Pardo Bazán, pero sí creemos que existe entre ellas una relación intertextual (Kristeva, 1981: 190) que nos permite reflexionar sobre ambas acerca de la literatura española acerca de la pena de muerte. Para ello, estructuramos nuestro artículo de la siguiente manera: en primer lugar, realizamos un breve acercamiento a las dos autoras para situar estas ficciones dentro de la producción literaria de cada una. En segundo lugar, ofrecemos algunas notas acerca del tema que nos ocupa. En tercer lugar, estudiamos las dos obras desde una perspectiva comparatista. Y, en último lugar, ofrecemos las conclusiones de nuestro estudio. Con él, ponemos en perspectiva a dos autoras contemporáneas y renovamos los estudios acerca de Carmen Kurtz, autora sobre la que hemos publicado varias investigaciones y cuya recuperación se hace imprescindible para mejor entendimiento de la literatura española escrita en la segunda mitad del siglo XX.

1. EMILIA PARDO BAZÁN Y CARMEN KURTZ

Emilia Pardo Bazán publica La piedra angular en 1891, cuando los lectores ya han recibido textos fundamentales para la comprensión de su proyecto narrativo en los planos ensayístico (la colección de artículos La cuestión palpitante, 1883) y ficcional (el díptico Los Pazos de Ulloa, 1886, y La madre naturaleza, 1887). En esta obra, el doctor Moragas atiende a un hombre que le inquieta y después descubre con desagrado que se trataba del verdugo. Después, el hijo del verdugo es herido y su padre lo lleva al médico que, a regañadientes, acaba por curarlo. Al mismo tiempo, se produce un asesinato que lleva a la condena de una mujer. Pese a que el doctor Moragas no quería volver a tener relación con el verdugo, Moragas ofrece hacerse cargo de su hijo para que tenga un futuro a cambio de que no ajusticie a la mujer condenada. Mercedes Etreros ha señalado el influyo de la novela rusa del momento en esta obra, especialmente en la creación del personaje de Moragas, en el que se observa “eco dostoievskiano” (1993: 39). Esto se debe, en gran parte, a los estudios que realizó la autora sobre los grandes autores rusos y que mostró en varias conferencias en el Ateneo de Madrid, impresas bajo el título La novela y la revolución en Rusia (1888). Podría pensarse, en un principio, que se trata de una novela que la autora utiliza para realizar una denuncia social acerca de la pena de muerte, pero estamos de acuerdo con Cunningham (2011: 74) cuando señala que se trata de una crítica al tratamiento que la sociedad española del momento hace de esta. Isabel Burdiel (2019) ha señalado una cuestión interesante acerca de la vigencia y oportunidad que tuvo Pardo Bazán a la hora de publicar el texto: el juicio y la condena a muerte de Higina Balaguer a causa del Crimen de la Calle de Fuencarral. La escritora asistió a la ejecución y publicó un artículo contrario a la pena capital al siguiente día en El Imparcial, pero verdaderamente lo que había centrado su atención era lo ya indicado anteriomente, centrado en la figura del verdugo.

Carmen Kurtz fue una de las integrantes de la generación del medio siglo español. A día de hoy, su nombre se pierde entre los de Carmen Laforet, Carmen Martín Gaite o Ana María Matute, pero en su momento fue reconocida con distintos galardones y formó parte de la vida literaria del país. Es recordada, principalmente, por su aportación a la Literatura Infantil y Juvenil, a la que “dedicó una atención muy especial” (Ballaz Zabala, 2014: 60). Entre sus creaciones, destaca la serie de Óscar, un niño que acompañado de otros amigos suyos y una oca llamada Kina llegó a protagonizar hasta quince libros y que fue llevado al cine en una ocasión (Guzmán Mora y Sevilla-Vallejo, 2019). Aunque su biografía no se puede entender sin sus textos para jóvenes, que la llevaron a estar nominada al Premio Christian Hans Andersen (Torres, 1980), su obra para adultos tiene la autonomía e importancia suficiente para ser estudiada de manera independiente. La autora, nacida en Barcelona en 1911 y fallecida en la misma ciudad en 1999, era hija de un cubano y una estadounidense, ambos descendientes de catalanes emigrados. En su juventud, estudió un año en Inglaterra, aunque por aquel entonces ya conocía al que sería su marido, el ciudadano francés Pedro Kurz, con el que se casó y marchó a Francia en 1935. Aunque no vivió el drama de la Guerra Civil en nuestro país, sí tuvo que sufrir los avatares del conflicto internacional, que llevaron a su marido a un campo de concentración y a ella a trabajar en el Consulado Español en Marsella. Tras su liberación, el matrimonio regresó a España con su hija Odile –que ilustró varios de sus libros infantiles–, nacida en 1936. Cuando comenzó a publicar sus novelas, tomó el apellido de su marido, al que añadió una “t” entre la “r” y la “z”, y del que se separó en 1957. En 1955 consiguió el Premio Ciudad de Barcelona por su primera novela, Duermen bajo las aguas, de marcado carácter autobiográfico (Rodríguez-Moranta, 2018). Tras esta, vinieron La vieja ley, del mismo año, El desconocido, con la que ganó el Premio Planeta de 1956, Detrás de la piedra (1958), Al lado del hombre (1961), El becerro de oro (1964), Las algas (1966), En la punta de los dedos (1968), Entre dos oscuridades (1969), la trilogía Sic Transit (1973-1975) y Cándidas palomas (1976), con la que ganó la primera edición del Premio Ciudad de Barbastro (Conde Peñalosa, 2004: 200-201; López Pavía, 2007). Su obra es de gran interés y refleja temas de especial interés que, de acuerdo con Lucía Montejo Gurruchaga (2006: 408), hacen inexplicable el olvido al que ha sido sometida. La vieja ley es una historia de prostitución velada protagonizada por Viky (Castillo Cerdá, 2015), que “tenía la mirada triste y joven de las que han perdido algo en tiempos muy lejanos” (1955: 97). En El desconocido, el marido, miembro de la División Azul, regresa al hogar después de sufrir durante más de diez años la esclavitud del Gulag soviético. El reencuentro con la esposa, “que debería ser un motivo suficiente de alegría, deja al descubierto la incompatibilidad de los dos cónyuges” (Guzmán Mora, 2019: 247). En las novelas siguientes, Kurtz no esconde su predilección por cuestiones que no dejarán indiferentes a sus lectores: Detrás de la piedra ofrece una sórdida representación de la vida en una pequeña cárcel durante la postguerra, El becerro de oro se adentra en el suicidio, Las algas es una crítica a la nueva burguesía ambientada en una localidad de veraneo de la costa catalana y En la punta de los dedos deja al descubierto las miserias y envidias de los habitantes de las ciudades provincianas. Incluso, sin ser el tema principal de ninguna de sus novelas, en ellas es constante la presencia del erotismo para construir la identidad de los personajes femeninos (Sevilla-Vallejo y Guzmán Mora, 2019). Como se ha señalado en otro trabajo sobre la novela:

Entre dos oscuridades de Carmen Kurtz nos lleva a los recuerdos que tiene un verdugo sobre cinco personas a las que ajustició. En sus últimos momentos, se le revela que la tragedia de su vida está conectada con las tragedias de estas personas. La inquieta conciencia de este personaje sirve como vía para que conozcamos las vidas de sujetos cuyos caracteres y circunstancias los llevaron a un final en el que están atrapados por una realidad intolerable. La novela tiene como presente un momento posterior a los ajusticiamientos, pero el verdugo sigue recordando con viveza las impresiones que le produjeron los condenados en el pasado y, en sus historias, descubre el aislamiento vital que le une a ellos […]. Entre dos oscuridades pone de manifiesto aspectos que habían sido inconscientes de los ajusticiados y del verdugo hasta el momento en que se encuentran en el sueño de este. Las vidas de todos los personajes son reflejo de injusticias sociales de las que no se dan cuenta, al menos no con claridad, hasta muy tarde. La presión que esto produce sobre ellos los conduce a situaciones extremas en el caso de los ajusticiados y a los remordimientos en el del verdugo (Sevilla-Vallejo, 2020: 162-163).

Sobre la recepción de la novela, Guillermo Díaz-Plaja señaló en ABC que las diferentes historias de la novela “se ajustan pues, a un realismo que roza muchas veces lo folletinesco […] narra en directo, en inmediato” y no siente “la tentación musical de la frase y el paladeo de una sintaxis que pueda alcanzar el menor trémolo retórico. Dice las cosas por su nombre y sin rodeos. Es así” (1970: 113). En La Vanguardia Española se decía que “Carmen Kurtz había empezado una nueva etapa, dejándonos entrever el principio de otra línea en su ya fecundo quehacer” (Sin Autor, 1970: 51).

2. LA REPRESENTACIÓN DE LA PENA DE MUERTE EN ESPAÑA

Escribir una historia acerca de la condena capital en España excedería los límites y pretensiones de este trabajo, al mismo tiempo que nuestra investigación poco tendría de novedosa, sobre todo si tenemos en cuenta que existen trabajos dedicados al tema en profundidad. Si bien es sabido que en nuestro país su abolición llegó con la Constitución de 1978 y, de manera definitiva para la población militar, en 1995, es necesario contextualizar su situación en el momento de publicación de las dos obras para centrarnos, a continuación, en su presencia en la literatura y las artes españolas. En el siglo XIX, con la promulgación del primer Código Penal en España en 1822 se indica su reserva al método del garrote y exentos de cualquier tortura, con la excepción de la vuelta de la horca durante el absolutismo hasta su supresión en 1832 por Fernando VII. El garrote fue la fórmula única en los códigos siguientes –1848, 1850 y 1870– para la población civil, con la posibilidad de la ejecución por fusilamiento para la militar (Sanz Mulas, 1995: 119). Para la novela que nos ocupa, es interesante señalar que, como ha estudiado Pedro Ortego Gil (2015: 569-570), en Galicia se dictaron 99 sentencias de muerte para toda la centuria con más de treinta que no se llevaron a cabo y con varios periodos en la segunda mitad de siglo sin que estas se dictasen. 

Durante la II República, desapareció del Código Penal de 1932 aunque fue restablecida por el gobierno de la Confederación Española de Derechas Autónomas en 1934 para ciertos delitos. Durante la Guerra Civil, en la España franquista se restableció en el Código Penal en 1938 y, tras su victoria, en la Ley de Seguridad del Estado, de 1941 y el Código Penal de 1944. En el texto refundido de este, en 1973 se reservaba para ciertos delitos (Martínez Dalmau, 1995: 39-40). En el año de publicación de Entre dos oscuridades, 1969, se aplicaba la ley de 1944, pero también es cierto que estamos ante el segundo periodo de la dictadura, incomparable al primero en cuanto a niveles de represión. Como ha señalado Almudena Portal González, “de los setenta condenados a muerte y ejecutados entre los años 1952 y 1975, todos ellos tenían cargos de delitos con resultado de muerte o complicidad en los mismos” (2014: 12), lo que contrasta con los cerca de 50.000 ejecutados entre 1939 y 1950 (Oliver Olmo, 2008: 2087).

El tema que nosotros planteamos en este ensayo cuenta con una larga tradición en las letras españolas. Como ha estudiado Christian von Tschilschke (2017: 21-22), obras pertenecientes al canon tienen como trasfondo esta cuestión, de ahí que pueda observarse en Mateo Alemán, Francisco de Quevedo, Lope de Vega, Calderón de la Barca, Mariano José de Larra o José de Espronceda. No es, para nada, un caso excepcional, sino presente en el resto de literaturas debido a la vigencia de la pena en diferentes países. Incluso podemos encontrar, a día de hoy, ejemplos en la última narrativa contemporánea como la novela Seis formas de morir en Texas (2019), de Marina Perezagua, escritora española residente en Estados Unidos y que se centra en el corredor de la muerte de este país. Aunque puede remover conciencias en España, la desaparición de la pena aquí y la localización de la trama hacen que esta pueda ser considerada como una narrativa de lo “glocal” (Mora, 2014). Rosario de Vicente Martínez ha destacado el papel que puede jugar la literatura en la abolición de la pena capital:

A lo largo de la historia de la literatura han sido y son numerosos los escritores que han utilizado sus armas, la palabra escrita, contra la pena de muerte. Artículos periodísticos, novelas y hasta incluso estudios legislativos. Muchas páginas, muchas obras, nunca bastantes, al servicio de una causa: luchar por un mundo sin pena de muerte. La literatura se ha hecho eco de los problemas que conlleva la pena de muerte, convirtiéndose en un arma de combate contra la misma. Aunque no en todas las épocas ha sido así (2010: 25).

3. DOS HOMBRES NECESARIOS Y DESPRECIADOS

En ambos textos, el verdugo resulta una figura ominosa, porque está asociado al castigo que ejecuta. La polémica que suscita la muerte de personas a raíz de sus delitos queda concretada en la figura de quien la hace efectiva. Además, ser verdugo se asocia a una profesión de poco esfuerzo personal e incluso cercana a la vagancia. Se da una interesante paradoja porque las sociedades retratadas (la España de finales del siglo XIX en el caso del texto de Pardo Bazán y la España franquista en el caso de Kurtz) necesitan de los verdugos para ejecutar la justicia, pero estos provocan rechazo en la población. Como ha señalado Daniel Sueiro:

La figura del verdugo, por su misma bajeza humana, por el papel que asume como único representante visible de una justicia bárbara, por su personificación del tirano en lucha desigual con el débil irremisiblemente condenado, aparece dibujada con trazos sombríos y denigrantes casi unánimes en los tratados históricos, en las creaciones artísticas y en la conciencia popular. Es una figura negra y siniestra, que resbala sobre las paredes, se arrastra por la tierra, se escurre por las puertas de las prisiones; una figura brutal y odiosa, temible y estremecedora. Incluso para el mismo verdugo su propia figura resulta a veces vergonzosa, deprimente, insoportable. Pero en la base de esta configuración de la persona del verdugo, tanto para sí mismo como para muchos de los demás, los que miran un poco más allá de sus propias narices, aparece constantemente el rostro hipócrita y más temible aún de los principios que lo crean y lo implantan como su mejor defensa (1975: 325).

Emilia Pardo Bazán expresa este conflicto de forma sistemática, el tema del verdugo responde “al valor socio-jurídico de la pena capital y al control de la desviación médico-legal y socio-moral” (Fernández, 2009: 445). Ambos verdugos son personajes solitarios, cuyas mujeres ya han muerto y apenas tienen otras relaciones personales de ninguna clase. En La piedra angular, tiene un solo hijo al cual no consigue satisfacer; y en Entre dos oscuridades tiene más hijos, pero que no le visitan nunca. El verdugo no solo es rechazado socialmente, sino que provoca el rechazo social hacia sus hijos, por lo que sus esfuerzos como padre siempre son menores que la vergüenza que proyecta sobre su progenie. De este modo, los verdugos no carecen de los aspectos materiales necesarios para vivir, pero sí de los emocionales, porque su profesión es legal pero deshonrosa.

No obstante, la identidad de estos personajes es muy diferente tanto en términos de la mismidad ricoeuriana que les define de modo reiterado como en la ipseidad con la que se transforman. La piedra angular pone en primer término a la sociedad, de la que el verdugo es un protagonista más y eso lleva a que la mayor parte de los juicios sobre este vienen de otros personajes, especialmente del doctor Moragas. Este último personaje tiene tal autoridad moral sobre Juan Rojo, que le fuerza a impedir un ajusticiamiento para “demostrar la ineficacia e irracionalidad de la pena de muerte”. Y, sin embargo, “Rojo, modélico funcionario público, resuelve su conflicto interior suicidá́ndose, una inmolación que persigue la redención de su hijo, marcado por el estigma de la profesión paterna” (Fernández, 2009: 443). En cambio, en Entre dos oscuridades es el propio verdugo quien se juzga a sí mismo como indigno de vivir en sociedad. Esta novela centra su análisis en la conciencia que tiene este personaje de haber escogido una vida fácil y en los remordimientos por matar a los condenados. El verdugo siente piedad de los condenados, especialmente de aquellos en los que intuye que fueron empujados al crimen por las circunstancias insoportables de sus vidas. Siente con culpa la vida sencilla que ha llevado frente a los que son condenados tras haber tenido vidas torturadas. Y llega a empatizar con los condenados hasta el punto de que en su cuerpo se reflejan las señas del dolor. Las manos del verdugo se cargan de una enorme carga semántica porque concentran en forma de metonimia el conflicto que representa la pena de muerte. El narrador dice lo siguiente: “La ley necesitaba de las manos del verdugo, que únicamente servía para ejecutar, y cuanto más bruscamente actuaran sus manos, menor era el sufrimiento de la víctima” (10).

Es muy interesante cómo coincide el narrador de Carmen Kurtz con el de Emilia Pardo Bazán en la acusación social que supone la existencia de la profesión del verdugo. Pero va un paso más allá en la psicología de los personajes al referirse a los condenados como víctimas. En la obra de Carmen Kurtz no es posible excusar a estas personas con que no fueron quienes ejecutaron la muerte por la que están condenados. Esta novela renuncia a la ambigüedad y a los atenuantes del crimen. Y, sin embargo, entiende a los ajusticiados como sacrificados por la injusticia social. “Durante unos días sentía dolor en las manos, un agarrotamiento del que en vano trataba de desprenderse pensando “alguien tiene que hacerlo” (10). El verdugo introyecta el sufrimiento de los condenados hasta sentirlo él mismo y se convierte también en una víctima del sistema judicial. Tiene miedo y vergüenza de su propia profesión. Reflexiona en los siguientes términos: “Cuando no es el oficio de uno quitar la vida del prójimo, es un crimen. Yo he suprimido más vidas que el peor de los criminales, pero me pagan por eso y soy libre” (13). El verdugo de Carmen Kurtz querría haberse dedicado a salvar vidas, pero le faltó la determinación y la habilidad para encontrar otra profesión.

Finalmente, ambas narraciones terminan con la muerte del verdugo, pero con significados totalmente diferentes. Mientras que el verdugo de Pardo Bazán se suicida para evitar la presión social, el verdugo de Carmen Kurtz espera la muerte como una forma de alivio frente a la soledad y el pesar de su vida. Por ello, se puede sintetizar que la figura del verdugo denuncia un sistema judicial paradójico, pero la forma con la que sus narraciones se acercan a esta temática es totalmente diferente, porque mientras que el texto de Pardo Bazán se centra en los aspectos sociales y en la presión externa sobre el verdugo, el texto de Kurtz indaga en la psicología del verdugo. La primera narración hace una atribución externa de su responsabilidad, es decir, tanto en narrador como el personaje establecen la como causa a la sociedad por el mantenimiento de la figura del verdugo. El verdugo no siente culpa, sino que se muestra orgulloso como una parte esencial de la justicia. En cambio, el segundo texto hace una atribución fundamentalmente interna. El texto critica igualmente a la sociedad, pero el relato pone el énfasis en la debilidad del personaje y en el sentimiento de culpa que tiene por no ser capaz de renunciar a una profesión que le fuerza a quitar la vida a personas. Por todo esto, si bien la situación de ambos verdugos es muy parecida, por su marginación social y familiar, sus mismidades son muy diferentes, el primero de ellos tiene un sentimiento de orgullo, que va más allá de sus penurias, mientras que el segundo hace suya una enorme melancolía, por la pérdida de las vidas (incluida la propia) en una trayectoria con poco sentido; y también son diferentes sus ipseidades, porque el primero se enfrenta a la contraimagen del médico Moragas, que sana vidas y le desprecia, por lo que ha de defenderse para reafirmar su imagen frente a la amenaza a su imagen; mientras que el segundo carece de una interacción concreta que le sirva de contraste, más allá de la ensoñación en la que se encuentra con los condenados que más le obsesionan (Sevilla-Vallejo, 2020).

Se podría pensar que se da una interesante paradoja que estaría en que es este último verdugo el personaje en el que podemos observar un mayor cambio. Es decir, mientras que el verdugo de Pardo Bazán tiene muchas más oportunidades de interactuar, se defiende de las interpretaciones que hacen otros personajes sobre él, especialmente de lo que dice Moragas, y muere convencido de que es la piedra angular de la justicia en el mejor sentido; en el caso del verdugo de Kurtz, el personaje en sus propias reflexiones se encuentra intensamente con las ipseidades de los ajusticiados, es decir, su sensibilidad al dolor le permite tomar distancia de su vida y, como ya no puede cambiar su vida, al menos tomar conciencia de la inercia que ha gobernado su vida y la muerte viene a liberarlo de sus angustias.

4. CONCLUSIONES

El estudio comparado de las obras lleva a que ambas realizan la crítica de la pena de muerte, como una práctica legal cargada de ambivalencia, pero esta se da de una forma muy diferente. El verdugo de la obra de Emilia Pardo Bazán es visto por el doctor Moragas como un hombre deteriorado moral y psicológicamente, pero este defiende su valor dentro de un sistema que demanda de su trabajo para dar cumplimiento a la justicia. Es un personaje solitario y que sufre por el aislamiento en el que vive debido a su profesión, pero cree en el deber que cumple y su muerte es una forma de evitar la autoridad del doctor Moragas porque está convencido de la importancia de su profesión, pero no puede enfrentar al médico. Mientras que el personaje de Carmen Kurtz es mucho más empático con el dolor de los ajusticiados que hace que, si bien también lleva una vida solitaria, su principal problema esté en el cargo de conciencia por la profesión que ha ejercido a falta de tener un mejor oficio. Por todo ello, se ha observado que la personalidad de los verdugos es muy diferente, tanto en los rasgos que les definen como en las posibilidades que tienen de cambiar. La novela de Pardo Bazán surgió a raíz del Crimen de la Calle de Fuencarral y pone el énfasis en la crítica a una sociedad injusta con el verdugo, mientras que la obra de Carmen Kurtz hace una denuncia de una práctica de la que no se habla y ya resulta intolerable para la sensibilidad de la España del siglo XX. En ambos casos, las novelas terminan con la muerte del verdugo como una forma de señalar que la violencia implicada en sus profesiones va asociada a la misma desaparición de los ejecutores.

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    El periódico “La Solidaridad”

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    Galdós en el mitin del Jai-Alai del primero de mayo de 1910

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    Cuando el integrismo cargó contra el monumento madrileño de Juan Valera

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    Entrevista a Rosa Amor, directora de Isidora revistas

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    Hommage à Mohamed Sektawi : gardien de secrets et poète de la résistance

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