Dos relatos de viajes del XIX: «Cuarenta leguas por Cantabria» de Benito Pérez Galdós y «Desde la Montaña de Emilia Pardo Bazán»

Paloma Pérez Valdés (Technological University of Dublin)

Resumen

Cuarenta leguas por Cantabria de Benito Pérez Galdós y Desde la Montaña de Emilia Pardo Bazán, que narran los periplos de sus autores en Cantabria, se estudian juntas por primera vez en este artículo. Las dos obras constituyen dos buenos ejemplos de literatura de viajes típica del siglo XIX, en cuanto a que la perspectiva de la realidad en ambas constituye una visión fehaciente a través de la cual el lector puede conocer esta hermosa provincia española. Sin embargo, como analizaré, difieren  en su concepción, ya que, en Cuarenta leguas por Cantabria, Galdós lleva a cabo una descripción subjetiva de los lugares visitados intentando evitar las pautas del relato de viajes, mientras que Emilia Pardo Bazán se ciñe a éstas cuando escribe Desde la Montaña.

Palabras clave:

Bazán, Galdós, Literatura de viajes, Cantabria

El presente artículo analiza de qué manera Cuarenta leguas por Cantabria y Desde la Montaña se ajustan a las convenciones del relato de viajes tal y como se configura en el siglo XIX. Ya no se trata, como en etapas anteriores, de encargos de un viaje de trabajo para un superior, sino que se escribe para que el lector anónimo conozca la zona visitada por el viajero en un viaje de placer. Consiste en la narración de los  acontecimientos de lo visto y conocido a lo largo del itinerario, en la que se incorpora una descripción subjetiva de lo percibido mediante la transmisión de sentimientos e impresiones, pudiendo incluir imágenes poéticas asociadas a los lugares visitados. La finalidad es dar a conocer la zona a los lectores que no pueden visitarla o a los que quieren informarse antes de viajar a ella, por ello, se espera veracidad, ésta la consigue el escritor mediante la cuenta fehaciente del espacio recorrido, en detrimento de las aventuras.

En los dos relatos analizados nos encontramos con que ambos coindicen es sus elementos discursivos con los del relato de viajes que se establece en el siglo XIX. Se trata de los relatos de dos viajeros ilustrados que se preocupan en conocer la historia del lugar visitado, aportando una visión científica y verificable y en los que no se incorpora ningún elemento fantástico. Nos encontramos con dos narradores testigos que narran su viaje partiendo de su experiencia propia, dos narradores protagonistas de las experiencias narradas en un lugar visitado, que no son ni recopiladores ni ficcionalizadores.

Concepción de los relatos

En Cuarenta leguas por Cantabria Galdós durante el viaje fue tomando notas con idea de publicarlo, ya había guías sobre Santander, pero las perdió. Pensó primero en darle forma novelesca pero al no poder introducir episodios deja la descripción y por ello considera que al final su relato pertenece al género turista. Galdós narra su viaje a lo largo del occidente montañés incorporando de diferentes modos su percepción de los distintos lugares descritos. Por el modo en que carece de uniformidad en la manera de describir y porque deja fuera sus impresiones sobre varios lugares del recorrido no se puede considerar una guía de viaje. La descripción de Santillana está hecha a modo de cámara de fotos que va fotografiando los rincones, Galdós es considerado el descubridor de Santillana. De Comillas se transmite una impresión grata  y de las Marismas de la Rabia y la ría de Tinamayor se transmite tristeza y soledad. Entre lo anecdótico tenemos la narración de la desviación de la carretera que el ingeniero hizo pasar por San Pedro de las Vaderas para que pasara bajo la ventana de la joven de la que estaba enamorado. La Garganta de la Hermidia aparece como el destino del viaje, al que los viajeros se ven irresistiblemente atraídos como “el vértigo de los abismos”. A Potes la describe como si fuera una mujer, a la que los productos agropecuarios le han dado fama y su fisonomía. 

En Desde la Montaña podemos percibir el tono reflexivo de Emilia Pardo Bazán, quien parece haber concebido su relato más como una muestra del pasado y el presente de la zona que visita, la autora viaja a la busca la España de siempre, como consecuencia, se añade un tono ensayístico al relato. Así tendremos esto son las meditaciones en el claustro de Santillana, con el pasado legendario de sus blasones y casonas, y las reflexiones sobre la efímera industrialización de Comillas y sus ideas sobre el papel social del capitalismo representado por los marqueses de Comillas. Emilia Pardo Bazán hace una personalización de sus sentimientos en la fría descripción de la Estación Biológica de Linares, creada y dirigida por Augusto González de Linares, un amor ya enfriado y lejano. En contraposición muestra admiración y calidez en la visita de San Quintín, la villa santanderina de Galdós, con quien su relación es más cercana en el tiempo y que tal vez quiera recuperar. Nos da Doña Emilia a su vez unas sorprendentes estampas paisajísticas en la alusión pictórica como referente cuando alude al cuadro de Reynolds y a la página del misal. Las descripciones del Palacio de Soñares, de las casonas de Santillana y de la Cripta  del Cristo en Santillana son extremadamente minuciosas. Además, tiene siempre a punto la correspondiente referencia de una lectura alusiva al lugar que visita o al personaje o episodio que evoca, fruto de una cuidadosa documentación previa a la historia, el arte y la literatura de la región. Así, en el Valle de Buelna hace referencia al Victorial y hazañas de Don Pero Niño, en las casas solariegas de Lope, Quevedo y Calderón, lleva a cabo digresiones literarias, en Santillana evoca la memoria del Marqués autor de las Serranillas o de Gil Blas de Lesage y en el Palacio de Don Beltrán de la Cueva hace referencia a los enfrentamientos entre partidarios de Isabel la Católica y Juana la Beltraneja. En ocasiones se deja llevar por su imaginación, como ocurre en la guantería, en el claustro de la Colegiata de Santillana o en los monumentos de Comillas.

Galdós no concibe Cuarenta Leguas por Cantabria como un relato de viajes al modo, interesado en la comarca quiere conocerla y escribir sobre ella, el viaje se convierte en sujeto literario y se rehúyen las convenciones del género. Emilia Pardo Bazán se propone escribir un relato de viajes, se informa antes del viaje, realiza el viaje y lo narra, ajustándose a los patrones del relato de viajes.

Los viajes

En 1871 Benito Pérez Galdós realiza su primer viaje a Santander y allí conoce a José María de Pereda, a partir de ese primer encuentro, la ciudad se convierte en su ‘cuartel de verano’, ‘su refugio contra el calor’. Pero no sólo el clima le expande el ánimo, sino que además los buenos amigos, crean en el autor canario ‘una predilección especial.’[1] En la capital cántabra Pereda fue muy buen anfitrión de Galdós, buscándole alojamiento, enseñándole la provincia y presentándole a toda la intelectualidad de Santander. Allí fueron excelentes contertulianos y se estableció entre ellos una muy buena amistad a pesar de sus diferencias ideológicas y de personalidad. En la playa del Sardinero de Santander veraneó hasta 1917 en la casa que construyó y a la que llamó San Quintín, como su obra de teatro.

Encantado con la capital de Cantabria, Galdós quiso conocer también la provincia. El viaje descrito en Cuarenta leguas por Cantabria fue rápido, de pocos días y tuvo lugar en el mes de septiembre de 1876. Organizado por Pereda, con él y con Andrés Crespo Quintana, distribuidor de géneros coloniales, Galdós hace su recorrido por la provincia en el coche de caballos de Pereda, que será el guía. Recorrerán los pueblos de las comarcas próximas a Torrelavega, esto es, la parte occidental de la provincia, intentando no dejarse los pueblos más destacados como Santillana del Mar, Cóbreces, Comillas, San Vicente de la Barquera o Cabezón de la Sal, extendiéndose también algo más lejos a las tierras de Liébana.

Cuarenta leguas por Cantabria se escribió a continuación, a raíz de las notas que Galdós fue tomando sobre las impresiones y noticias del recorrido, las cuales aseguró haber perdido. Debido a que ya existían publicaciones sobre Santander bajo el punto de vista histórico, y a que quería que fuera de lectura entretenida, intentó ‘darle una forma novelesca introduciendo paisajes y episodios […] pero no pudiéndolo conseguir, quit[ó] todo lo que había hecho en este sentido.’[2] El resultado fue un libro de viajes, aunque Galdós hubiera preferido evitarlo por considerarlo un género cursi y pesado.

Este relato de viaje apareció publicado por primera vez en dos entregas (28 de noviembre de 1876, páginas 198-211 y 28 de diciembre de 1876, páginas 495-508) en la Revista España, tomo LIII, con el título Cuarenta leguas por Cantabria (Bosquejo descriptivo). Inmediatamente después de su publicación, Pereda escribió una carta a su amigo expresando su admiración por esta obra y en especial por su descripción de Santillana aunque reconociendo que el relato termina de forma algo precipitada después de las Gargantas, dejando fuera Treceño, Cabezón de la Sal, Casar de Periedo, Barcenaciones, Quijas y otros pueblos del recorrido. Volvió a publicarse en la revista santanderina La Tertulia en las entregas entre el 15 de diciembre de 1976 y el 15 de febrero de 1977, corregido ligeramente por Pereda, aunque, lo cierto es que el viaje fue acogido en la provincia, de forma desigual. En cualquier caso, se trata de un testimonio de cortesía por parte de Galdós hacia los dos amigos que le habían servido de acompañantes y le habían mostrado los pueblos más bonitos de Cantabria. Posteriormente ha aparecido en otras publicaciones parciales o totales con mayores enmiendas.

Desde la Montaña es una colección de nueve artículos que Emilia Pardo Bazán publicó entre agosto y noviembre de 1894 en el diario madrileño La Época, y qué más tarde recoge El Atlántico de Santander, en ellos cuenta su viaje por Cantabria, con su hija Blanca a principios de verano del mismo año. Emilia Pardo Bazán era una gran viajera y ya había escrito, antes de este, otros libros de viajes. Aunque ella manifestara que la razón de su viaje era fundamentalmente que Cantabria era la única provincia del Cantábrico que no había visitado, parece que lo que lleva a Doña Emilia a visitar esa zona, es, además, visitar a sus numerosas amistades allí: Augusto González de Linares, Marcelino Menéndez Pelayo, José María de Pereda y Benito Pérez Galdós. Parece posible también, que podía moverle cierta curiosidad por conocer la situación amorosa de este último, con el que había mantenido una relación sentimental recientemente terminada, tal vez, con la intención de recuperar su antiguo amor, como apuntan Faus y Carmen Bravo-Villasante.

Emilia Pardo Bazán, en esta ocasión, viaja a Cantabria para tomar aguas termales en el balneario de Ontaneda y su idea era permanecer en la capital lo estrictamente necesario para no quedarse sin conocerla, pero, en cualquier caso, sólo de paso ya que prefería visitar los pueblos antiguos y el campo montañés. Las dos viajeras llegan el 30 de junio de 1894 a Santander, en un tren proveniente de Ontaneda, donde les reciben sus amigos, Pérez Galdós, Menéndez Pelayo, Federico Vial, José Ferrer, Gutiérrez Cueto y Augusto González; Pereda, aunque estaba en su casa no acudió a ver a su antigua amiga. Su periplo por la provincia termina el 2 de julio, desde la capital regresó al balneario de Ontaneda y de allí a Torrelavega para salir hacia su residencia coruñesa.

Itinerario

En cuanto al desplazamiento, o el viaje en sí, dado que las dos obras que analizo relatan un periplo en una tierra a la que se ha llegado previamente, en ninguna de las dos aparecen relatados os dos primeros estadios, el de la llamada a la aventura y el de la salida. El punto de partida en ambas es la llegada a Santander y su estructura se articula sobre el trazado y el recorrido del itinerario de la excursión desde esta ciudad por Cantabria. Tanto en el relato de Galdós como en el de Pardo Bazán el itinerario queda marcado por los títulos de los capítulos que representan los nombres de los lugares que visitan, como es lo habitual. Pero hay una diferencia, en Cuarenta leguas por Cantabria son estos nombres la única referencia al recorrido con escasas referencias al trazado, que no queda claro, ya que no hace muchas referencias a él, mientras que, por su parte, en Desde la Montaña las explicaciones al respecto son mucho más aclaratorias, para empezar, aparece un plano de los lugares que Doña Emilia y su hija visitan, y además lleva a cabo la narración de los desplazamientos. Así pues, nos encontramos, ya desde el principio, con algo que va a ser una constante en el relato de doña Emilia, quien a diferencia de Galdós, sí hace referencia a los avatares del viaje y describe las paradas, el hospedaje y el alimento, lo que la acerca más al relato de viajes del siglo diecinueve.

Itinerario en Cuarenta leguas por Cantabria

Cuarenta leguas por Cantabria comienza con la llegada del autor a Santillana del Mar sin previo aviso, no especifica de dónde viene, sólo que ha llegado. Con esta súbita aparición en la ciudad, Benito Pérez Galdós consigue reproducir de manera bastante literaria cómo el viajero no ve Santillana hasta que está en ella. La describe como un lugar fuera de este mundo por todos ignorado: por el mar, por los senderos, por las comunicaciones, por el comercio y por la moda. Tras atravesar la ciudad por fin ven gente, un aldeano que pasa y les saluda, dos muchachas que les miran y luego hablan entre sí, y por fin algo que chilla y disuena, la botica blanca a cuya puerta se hallan unos jóvenes hablando de política y de las historias de la villa.

Los viajeros prosiguen el viaje y de camino a Comillas pasan Novales escondido, Cóbreces, Toñanes, Cigüenza y Ruiloba, esparcidos en un terreno pedregoso no distante del mar. Dejan Comillas y el camino a San Vicente de la Barquera le parece triste y solitario porque no ve pueblos, ni caseríos, ni bosques, ni verdes collados, sólo islas, canales y marismas que infunden en él este sentimiento que se mantiene a lo largo del camino. Al salir de San Vicente siguen la costa hacia el oeste que le parece menos risueña, más imponente.

Llegan a orillas del Nansa rodeada de montes que le dan el aspecto de tina y que por ello recibe el nombre de Tinamenor, una zona en la que parece que al río le cuesta llegar al mar, y parafraseando a Jorge Manrique ‘parecen querer estorbar que el río cumpla su destino yendo a parar al mar, como la vida entra en el morir.’[3] La otra, más allá, es Tinamayor en el Deva, límite entre Asturias y Santander, la curva de este río se describe con personificación que indica la burla que hace a la fuerza que se le opone. Predominan la tristeza y la solemnidad de estas reflexiones existencialistas, que distancia la narración del relato de viajes.

Pernoctarán en Unquera, donde se menciona por primera vez el lugar en el que hacen noche, se trata del parador del francés Blanchard, un edificio con trazas de venta, a cuya descripción se incorpora lo anecdótico de lo poco que duermen como consecuencia del ruido que les impide dormir. De Unquera a Panes siguieron por parajes en los que describe la belleza del río y del valle de magníficas praderas y bosques en el que todo es bonito, verde, alegre, extenso y variado. El deseo de conocer Liébana les hace pasar sin detenerse en Panes, llamados por la irresistible atracción de la Hermida. A su paso por Lebeña les sorprende una tormenta, continuaron por Cillorigo y llegaron a Potes y al salir de ella Galdós se apresura a dar fin al relato de su viaje de forma algo abrupta, como lo era la garganta de la Hermida, se limita a contar que la vuelta se realizó prácticamente por el mismo camino.

Itineario en Desde la Montaña

Comienza el relato con su llegada al balneario de Ontaneda, que ella desconocía que estuviera en la tierruca de Pereda. A su llegada, mostrando una sorpresa que bien podría ser ficticia, Emilia Pardo Bazán se entera de que están en Santander y expresa su satisfacción, ‘-me alegro-pensé-, así veremos la Montaña […] dejadas atrás las planicies castellanas, nos pareció entrar en nuestra Galicia.’[4] Del balneario de Ontaneda Emilia Pardo Bazán nos describe su rutina en él ‘previa la indispensable consulta al doctor, visitamos las aguas, que van a libertanos de algunas molestias.’[5]

Por el camino se deleitan en la frondosidad de los valles y en la aparición de los ríos en lajas enormes. Habla del viaje en sí, del medio de transporte, que es el tren, de las vías de ferrocarril y los túneles, del contraste que desde el tren se observa entre la meseta castellana y Cantabria. De camino a Santander atraviesan el valle del Pas, robusto y vital, personificado como una mujer de carnes sanas y frescas. Le reconforta, después de su decepción con las gentes del lugar, la visita al Sanatorio de Madrazo. En Santander, además de los edificios notables sabremos que en la biblioteca de Marcelino Menéndez y Pelayo les recibieron cordialmente sus padres y hermano, la describe y la considera la realización del sueño de escritor tan laborioso como Menéndez y un tesoro para bibliófilos. En la capital hacen una visita al palacete de Galdós, San Quintín, que se alza en la isla de la Magdalena a corta distancia del Sardinero y nos habla del rato que estuvieron en el huerto de Galdós. Al salir de Santander anuncia que su próxima visita será Santillana. Desde Santillana podían haber ido a los Picos de Europa pero era aún estación poco a propósito y quedándose con la duda de si algún día los subiría, visitó el palacio de don Beltrán y la casa de Calderón en Viveda, de camino a Comillas. De Comillas irán a las cuevas de Altamira, recién abiertas al público, esta visita, y no la que le hizo a Galdós en la capital, la presenta la autora como razón del viaje por la provincia, tal vez ocultando la verdadera.  Cabe señalar que no pudo visitarlas Galdós en su viaje por no estar aún abiertas al público durante su excursión. Desde Altamira, sin narrar su viaje a su residencia de La Coruña, a la que sabemos que fueron después, Emilia Pardo Bazán y su hija se despiden de Cantabria.

Descripción de los lugares

Los núcleos de ambos relatos son las descripciones de las ciudades y de los paisajes entre ellas, sólo coinciden en Comillas y Santillana y la descripción que hacen de una y otra es muy diferente. Doña Emilia ha leído el relato de Galdós y la impresión que en ella causan las dos ciudades varía mucho de la del canario. La descripción de los lugares visitados por Galdós está cargada de impresiones de carácter sensorial, visual especialmente; mientras que las de Pardo Bazán se fundamentan en contenido cultural, literario, histórico, anímico y vital. La mayor diferencia entre las dos obras radica en esto, si las descripciones de Galdós son literarias y en algunos casos incluso poéticas, las de Pardo Bazán se alejan mucho menos del género, se puede percibir en ella un intento de seguir las normas del relato de viajes en el empeño por la incorporación de detalles útiles para los lectores viajeros que utilizarán su relato a modo de guía, mientras que Galdós intencionadamente intenta alejarse del género.

Descripción de los lugares en Cuarenta leguas por Cantabria

Santillana del Mar es la primera ciudad descrita por Galdós, quien hace una descripción de las calles solitarias de esta villa muerta en la que no se ve un alma, en Santillana las impresiones son de tremenda soledad. La descripción de las casas se lleva a cabo mediante continuas personificaciones que suplen la ausencia de gente:

Las históricas casas nos miran con sus negros balconcillos soñolientos, […] fruncen el negro alero podrido […] Unas esconden su fealdad, otras salen y estorban como el tullido con muelas que pide una limosna. Las hay que muestran el vanidoso escudo; las hay que muellemente se reclinan sobre su vecina […] Parecen vestidas de una piel verdinegra.[6]

Por su calle principal no se va a ninguna parte, a su paso por ella, los viajeros aparecen envueltos en un mundo fantasmagórico descrito mediante la plasmación de los sonidos, las luces, los olores, los tonos y los colores, que hacen hincapié en la soledad, pero como si por un túnel fueran. Al salir de él pasa a describir la abadía, de austeridad cenobítica, las bóvedas y arcos de las naves románicas del siglo XII, cuya vista causa fatiga y desconsuelo, vuelve a utilizar la personificación. No pasa por alto la austera y bella colegiata y su valioso claustro, y volviendo a los sentidos describe el ambiente misterioso de la abadía, muestra de arquitectura románica de los siglos XI y XII y condenada a la desaparición:

Cuando el sol ilumina la revuelta sepultura, […] se ve que la paz de aquellos melancólicos lugares supera a cuanto puede soñar la imaginación del vivo […] Allí todo es muerte, todo se descompone […] Es una misma ruina, en una misma masa de lodo cuyo imperio se reparten helechos y sabandijas, estarán comprendidos hombre y arte, el sentimiento cristiano que hizo el claustro y el egoísmo que lo dejó perder; todo será polvo, y no habrá ni siquiera quien pueda enorgullecerse de aquella escoria.[7]

Después de salir del claustro, la villa parece más alegre, ya fuera, junto al camino, se halla el Palacio de Casa Mena con su importante y riquísima biblioteca de preciosas estanterías de roble. En esta descripción de Santillana, que tanto gustó a Pereda, el narrador actúa como una cámara fotográfica que descubre los rincones más atrayentes y hace una reconstrucción del espíritu de la villa de gran visión poética, entremezclando la descripción de sus rincones con alusiones paisajísticas.

Del tramo entre Santillana y Comillas, Galdós hace una descripción de su vegetación de jándalos, limoneros y naranjos y de las casas blancas que sugieren en él una serie de comparaciones con Andalucía, que justifica por la influencia meridional de los emigrantes en la zona. También se encuentran referencias a la economía de la región, su agricultura, sus minas de zinc y hierro, los baños de Luaña y los balnearios de Cóbreces.

Comillas le produce una grata impresión, lo considera un pueblo culto, morigerado y trabajador, también de antigua historia como muestran sus casonas, su puente de roca, el palacio la Coteruca, el colegio de marmol y el ayuntamiento. Hace algunas referencias a la economía de la villa, agrícola y con restos de minas, que explota el turismo de los baños, de sus grutas cercanas y de su puerto, pese a la decadencia de las pesquerías, del comercio y de las expediciones indianas. En contraste con el aspecto de Santillana, el de Comillas es

alegre y festivo; infunde ideas de salubridad, de comodidad, de bienestar pacífico y laborioso. Sus casas antiguas no se desmoronan como las de Santillana, y las nuevas resplandecen de blancura. Tiene en algunos trozos cierto aspecto gaditano, y la luz del sol se quiebra en mil vidrios, tras de los cuales los ojos de la comillana no se descuidan en cuanto el empedrado anuncia con estrépito el paso de un vehículo.[8]

Además, Comillas tiene colinas verdes mar y playas, las cuales huían de Santillana y aquí demuestran al viajero en todo momento que existen. El contraste entre las dos está claro a lo largo de todo el texto, la descripción de Santillana mucho más lenta que la de Comillas que muestra el carácter de sus pobladores capitalistas, industriales satisfechos de aspecto alegre. La comparación es una muestra más de la literalidad a la que aspira Galdós y de su empeño en no someterse a los límites del relato de viajes.

Otros dos ejemplos de su desapego de los elementos prácticos del relato entendido como posible guía de viajes y su afán por un relato más poético los tenemos en la descripción del camino a San Vicente y su llegada a la villa. El espacio entre Comillas y San Vicente es a los ojos de Galdós la tierra de la epopeya, sublime y guerrera en la que la imaginación no puede apartarse de los héroes de la reconquista, hace además referencia a la ascendencia cántabra de Lope de Vega, Calderón y Quevedo, en esta tierra que ‘adquiere un tinte extraño de fortaleza y rudo vigor, y cuanto alcanza la vista está lleno de Don Pelayo.’[9] En San Vicente de la Barquera vuelve la fantasmagoría, mediante la intensificación en la descripción de sus empinadas calles de casas pintorescas, con su puente de 32 arcos del siglo VI, un convento, oscuras tiendas, muelles sin buques, el santuario parecido a una gran choza de pescadores, la iglesia con la estatua yacente del inquisidor Antonio del Corro; predomina la decadencia en su espantosa fisonomía:

No se comprende […] que toda aquella singular belleza y amplitud sea tan sólo un gran charco de lodo salobre donde mojan sus cimientos algunas casas alosas, tristes y negras […] tristeza más honda que la tristeza de Santillana.[10]

Panes le parece un humilde pueblo enclavado en territorio de Asturias, de enormes piedras altas y de hileras de casas modestas y alegres, donde algunas personas amables les rinden hospitalidad generosa. De nuevo en tierras cántabras, Galdós describe muy bien el paisaje agreste de las Gargantas de la Hermida, desde el momento en que ven ante ellos una grieta de gran profundidad a la que entran para quedarse llenos de asombro los ojos y con algo de miedo en el corazón. Paraje limitado por el río y el enorme murallón de la montaña, que excita su imaginación, el lector tiene la sensación de haberse enfrentado a un espectáculo imponente de la naturaleza. Ven además el manantial antirreumático de aguas termales que manan hirviendo y humeando en el pueblo de la Hermida, y el santuario de San Pelayo, todo a lo largo del camino que va por una estrecha hendidura, donde la vegetación crece en los pequeños rincones que puede. La sensación de desequilibrio es constante, ocasionada por las peñas, por el monótono ruido del río, por las bóvedas, las grutas, y los monolitos:

Parece, como he dicho antes, que despertamos de una pesadilla o que volvemos del letargo angustioso de una gran jaqueca. Los derrumbaderos y horribles precipicios de nuestro cerebro se disipan, y la dulce imagen de lo llano, de lo apacible, de lo apropiado a la planta y la existencia del hombre, llena nuestra mente.[11]

Nos encontramos con una descripción más típica del relato de viajes del diecinueve en el elogio que lleva a cabo de los viñedos, olivares y productos de Potes, de sus jamones, garbanzos y queso. Con su enaltecimiento, Galdós se convirtió en el mejor propagandista de las excelencias de los productos comestibles de Liébana como señala Benito Madariaga de la Campa en la introducción de la edición que manejo. Pero termina con una descripción bastante literaria de la fisonomía leonesa de la villa, de casas usureras y algunas solariegas, describe un día de mercado y hace alusión a un grande de la tierra, el violinista y compositor Jesús Monasterio.

Descripción de los lugares en Desde la Montaña

Toda la descripción en Desde la Montaña será mucho menos literaria que en Cuarenta leguas por Cantabria, se muestra en casi todo momento mucho más informativa, así, del balneario de Ontaneda Emilia Pardo Bazán nos describe el porqué de sus aguas termales y lo que esto ha supuesto a la zona, el establecimiento, su tranquilidad y risueña hermosura, el pueblecillo y sus casas, sus escapadas por los alrededores, sigue con sus impresiones:

No me atrevo a creer que las aguas de Ontaneda y Aldeca lo curen todo; lo que sí aseguro es que infunde un sosiego y despiertan un apetito voraz que deben de ser principio de las más difíciles curaciones.[12]

Otras visitas por la zona incluyen el solar de Quevedo en Villacarriedo, del que le impresiona su gran riqueza floral. En la misma villa visita el Colegio de los Padres Escolapios y el palacio de Soñanes. Y de ahí parte para la capital, Santander, de la que cabe destacar su primera impresión tan personalizada:

Lo primero que noto, al ir llegando a la capital de la Montaña, es cuánto se parece a mi pueblo natal […] el tinte de aridez del paisaje que rodea a la ciudad lo compensa la despejada y alegre disposición de la bahía.[13]

En ambos casos, hemos podido comprobar cuál será la tónica del relato, Emilia Pardo Bazán no busca en ningún momento ser literaria y no atribuye a cada lugar un aspecto poético, las impresiones subjetivas de lo que ve se intercalan a  modo de breves comentarios. Mezclados con estos, tendremos los comentarios que introducen consejos  para los posibles viajeros, a los que Doña Emilia tiene siempre presentes, pues ellos son los destinatarios de lo que relata. Así, lleva a cabo recomendaciones sobre los cinco edificios que merecen visitarse en Santander: la iglesia subterránea del Cristo, la biblioteca de Menéndez y Pelayo, la para ella modesta Estación de Biología Marítima, el palacete de Galdós, a quien visita brevemente, con su aspecto severo y de fortaleza de la catedral de estilo gótico, y el Sardinero con sus hoteles y su pinar que decide no describir por haberlo hecho ya a maravilla por Amós Escalante.

Deja la capital para dirigirse al valle del Pas y aprovecha la descripción del mismo para hacer referencia a las gentes de la provincia, casi un requisito de los relatos de viajes del diecinueve. La montaña cántabra da muestra de la impresión de fecundidad que despierta en la autora, que es lo que doña Emilia pensaba que iba a encontrar, mujeres pasiegas, mujeronas recias y bien plantadas, amas de cría y una raza extraña, con esas imágenes asegura ella haberse figurado el valle del Pas, este color local sí lo encontró en el paisaje y las edificaciones, aunque no tanto en la gente, y por ello queda algo decepcionada, como bien manifiesta en numerosas ocasiones.

Las menciones a relatos o guías sobre la misma zona, si existen, son una exigencia del género que Emilia Pardo Bazán cumple a la perfección; además de la mencionada referencia a Amós Escalante, en cuanto a Santillana del Mar, la autora  hace de inmediato mención a la viveza imaginativa de la descripción de Santillana de Benito Pérez Galdós en Cuarenta leguas por Cantabria. Manifiesta antes de expresar su opinión, que difiere de la de Galdós, que es cierto que el espectáculo está dentro del espectador, y así, a ella, Santillana le parece un monumento, aunque no contiene más monumentos propiamente dichos que la abadía y la colegiata, las cuales describe en su aspecto artístico. En cuanto a la villa contradice a Galdós:

La que Pérez Galdós llamó “Villa Difunta”, presenta, como su mejor título a la admiración del viajero, el variado caserío, donde subsisten ejemplares de todo género de moradas hidalgas.[14]

Sí parece estar de acuerdo con el autor en la descripción de la casa en la que se mete tranquilo un arroyo, pero vuelve a contradecirle en su impresión, pues a ella no le pareció mostrarcara de tener duendes. Insiste, haciendo así referencia a la descripción de Galdós y contradiciéndole de nuevo, en que Santillana era

un cuadro lleno de rústica paz y de bienestar, sin sombra de miedos a seres sobrenaturales. Creo que el aspecto y la impresión de las cosas es obra nuestra, labor de nuestro espíritu. Realmente, el caserío de Santillana no es ruinoso ni destartalado todo él. Existen edificios perfectamente conservados, gallardos, recios, con ese aire de solidez que parece retar a los siglos.[15]

Parten a Comillas y de camino hace unas manifestaciones que bien podrían hacer referencia a su amor pasado con Galdós. Doña Emilia ensalza lo venidero frente a los fantasmas del pasado representados por Comillas y Santillana respectivamente y que probablemente se refieran también a la vida que le espera sin Galdós y su relación anterior con él:

Propúseme echar en olvido la afición a lo viejo, y reconciliarme temporalmente con la vida actual. Fuera fantasmas: atrás linajes caducos y glorias sepultadas entre polvo secular diez veces; lo que ha engrandecido a Comillas es la gran actividad de nuestro siglo, el comercio […] Aceptemos la juventud en los pueblos como en el individuo, y resignémonos a que, si todo acaba, todo ha de empezar alguna vez.[16]

Con esta impresión que tiene de Comillas comienza hablando de su origen como barriada de pescadores, su posterior explotación de las minas de calamita, su metamorfosis en centro de vida industrial, su aspecto cosmopolita, describe artísticamente el palacio de los marqueses de Comillas y el seminario, los cuales, para ella, pecan sólo de modernos. Comete dos errores geográfico-literarios al identificar Ficóbriga, de Gloria,con Comillas cuando en realidad es Castro Urdiales, y al situar Marianela también en Comillas cuando se trata de Reocín. Ambas novelas de Galdós nos hacen pensar que el autor está presente en la mente de Emilia Pardo Bazán durante su viaje por Cantabria, pese a sus manifestaciones de mirar hacia delante y no hacia atrás, aunque también es verdad que responden, a su vez, a la admiración literaria que siempre tuvo por el autor canario.

Las cuevas de Altamira suponen para Doña Emilia Pardo Bazán el enigma de su viaje y por ello aparecen como la última descripción con reflexiones en torno a lo que para ella revelan, el nacimiento de la vida doméstica y una indicación de los albores de la industria:

El problema que trae a la greña y enzarzados a los sabios especialistas, la curiosidad que aspiro a ver de cerca y por mis ojos, para quedarme después de haberla visto, sumida en iguales dudas, si no mayores. Me refiero a las cuevas de Altamira y a las singulares pinturas de su bóveda.[17]

Veracidad

Galdós da menos detalles históricos y anecdóticos, aunque hizo su viaje acompañado de dos lugareños que sobre la marcha le proporcionarían las explicaciones pertinentes, el autor prefiere deleitarse en las descripciones que en la transmisión de los datos relativos al lugar. Es por ello que sus descripciones son más exactas y pormenorizadas que las de doña Emilia, quien da la impresión de haber dedicado más tiempo a informarse con el objeto de transmitir información veraz. Tal vez es en la transmisión de conocimiento fehaciente en lo que los dos relatos difieren más puesto que la intención en ambos es distinta y es a este aspecto al que más afecta.

Veracidad en Cuarenta leguas por Cantabria

A pesar de lo expuesto, Galdós da cuenta de algunos pormenores que contribuyen a la veracidad del relato como se puede ver en su descripción de Comillas y en la del Valle del Liébana. En la narración de su visita a Comillas, Galdós incluye la explicación sobre la construcción de la antigua parroquia de la ciudad con los ahorros de los marineros ante la irritación que les produjo que se expulsara a los comillanos de la iglesia. El incluir esta pequeña leyenda popular nos da muestras del interés que en él suscitó el abuso de la Iglesia y la consecuente discriminación por parte de ésta contra los pobladores de Comillas, pero nos quedamos sin saber la opinión directa de Galdós. A su paso por el valle del Liébana Galdós nos relata otro acto de abuso, en este caso el del ingeniero de San Pedro de las Vaderas que desvió el trazado de la carretera para conducirlo a casa de su amada, motivo por el cual, la carretera es tan particular, pero de nuevo Benito Pérez Galdós se abstiene de reflexionar al respecto.

Veracidad en Desde la Montaña

La autora describe paisajes, evoca historias y se esfuerza en dar muestra histórica, artística y literaria del lugar. En un tono reflexivo aprovecha el viaje para meditar sobre aspectos de la situación española, su pasado y su presente, lo cual, junto con la descripción pintoresca, la hacen una clara antecesora del noventayochismo. Estos artículos de viajes son ensayísticos y a través de ellos se puede conocer el pensamiento social, político, religioso y estético de la escritora, como por ejemplo, su fidelidad monárquica o sus ideas acerca del papel social del capitalismo. Emilia Pardo Bazán hace uso de varias fuentes, sobre todo acude al poeta santanderino Amós de Escante. Hace, además, varias referencias a Cuarenta leguas por Cantabria de Benito Pérez Galdós, y tiene siempre la correspondiente referencia de una lectura alusiva al lugar que visita y al personaje o episodio que evoca fruto de una cuidadosa documentación previa, aunque esto le lleva a veces a alardes eruditos inoportunos. No obstante, Don Ángel de los Ríos y Ríos, cronista de Santander y académico de la historia refutó algunas de sus afirmaciones de carácter histórico.

Ya desde su llegada a Cantabria, Emilia Pardo Bazán  proporciona detalles históricos del valle de Buelna, con sus reminiscencias del Victorial y del conde D. Pero. En Ontaneda narra la anécdota del loro del balneario que se convertía en el centro de atención de todos los visitantes. En su visita al Palacio de Soñanes y al Solar de Quevedo, basándose en sus observaciones, que según ella no son ni engañosas ni superficiles, saca conclusiones sobre una mayor antigüedad del linaje gallego que del cántabro. Relata la historia del Sanatorio de Madrazo creado como un centro experimental por el doctor que lleva su nombre y de su aventura científica y humanitaria. En Santander, escribe sobre la catástrofe que causó en la ciudad la explosión del vapor Cabo Machichaco, lo hace a través de las anécdotas que ella misma ha oído de quienes sufrieron con el accidente. Incluye también una anécdota personal en la guantería a donde fueron a comprarse guantes antes de la visita a la catedral, que refleja la anécdota la impresión que en ella causan los santanderinos:

El guantero, en lugar de leer a Pereda, lee a pasto el Boletín Eclesiástico de la diócesis, y así que lo acaba, lo vuelve a empezar. La tienda es como un pañuelo, y, sin embargo, allí funciona el círculo charlamentario y el mentidero de Santander.[18]

En casa de Galdós le llama la atención el azulejo de la entrada, que según ha oído contar encierra signos masónicos y reflexiona acerca de las viviendas y la fisonomía de sus dueños, en este caso, le parece a la coruñesa que lo hace como ninguna, la de Menéndez mira hacia adentro, hacia el pasado, como su dueño, mientras que la de Galdós mira a la calle, porque su dueño:

sólo conoce y ama lo actual, empapándose en el mundo exterior para transformarlo con el poder de su fantasía […] un gracioso revoltijo de cacharros, dibujos, fotografías, platos, bocetos, armas, cuadros, curiosidades, muebles originales, telas bordadas, en suma, todo lo que alegra y divierte la vista.[19]

En Santillana, con motivo de la pintura de Santa Illana, aprovecha para contar la historia de la santa y describirá también la historia de la casa de su huésped el marqués de Robledo. Allí también hace mención a las torres, a su obsesión heráldica que le hace concluir que Santillana debió ser villa sin plebeyos, y termina discurriendo sobre el tema de las genealogías. Sobre D. Beltán hace sus disquisiciones la autora acerca de cómo influyó en el rumbo de la historia de España, luego describe su palacio ruinoso y de hiedras y da cuenta de la anécdota oída acerca de un idilio pastoril allí ocurrido. Ante la casa de Calderón reflexiona sobre el verdadero fundamento de la tradición oral con motivo de si era o no cierto que allí vivió alguna vez Calderón de la Barca. En Comillas narra la anécdota de Alfonso XII en su visita a la villa y sus problemas de hospedaje. En las cuevas de Altamira divaga sobre si no encierran ninguna superchería, lo cual es opinión de bastante gente, describe las pinturas que parecen animadas por una vida fantástica y describe el descubrimiento de las mismas.

Conclusión

Aunque la descripción ha venido siendo, tradicionalmente, el núcleo de la literatura de viajes, no lo es tanto para Galdós, quien rehúye del género. Al igual que hiciera en su anterior relato, Un viaje de impresiones (1864), y como hará en sus relatos de viajes escritos entre 1885 y 1889, en Cuarenta leguas por Cantabria nos ofrece un texto bastante narrativo en el que él aparece como personaje narrador y no como mero viajero relator, de ahí la inserción de referencias a lo ocurrido durante el viaje a expensas de detalles eruditos. Este carácter narrativo le otorga, a su vez, el privilegio de la libertad de de expresión que no tiene que estar al servicio de la objetividad, de tal manera que lo narrado está lleno de impresiones subjetivas e incluso imaginativas. Impresiones que hacen referencia a los sentidos y también a los recuerdos cuando algunos edificios o lugares evocan otros que ha visitado en lugares diferentes. En definitiva, Cuarenta leguas por Cantabria se trata de la narración de su propio viaje entendido como tal. Por ello el relato de sucesos se encuadra con las técnicas descriptivas y narrativas, y el espectáculo abarca desde informaciones de diversos tipos hasta las mismas acciones de los personajes, la lógica de las acciones estará condicionada por los elementos de la descripción y así el relato asume una configuración particular.

Desde la Montaña es también muy narrativo y su autora se convierte, como Galdós en narradora protagonista. Incluye las peripecias de las viajeras y da más detalles de lo que hacen, los medios de transporte que utilizan, dónde duermen y comen, las personas con las que hablan y algunas dificultades con las que se encuentran. Emilia Pardo Bazán era una gran viajera que ya había escrito literatura de viajes antes de publicar Desde la Montaña: Mi romería (1888), Al pie de la torre Eiffel (1889), Por Francia y por Alemania (1889), labor que continúa después con Por la España pintoresca (1895), Cuarenta días en la Exposición (1900) y Por la Europa católica (1902). Esta experiencia en el género aporta una mejor trabazón a Desde la Montaña donde se percibe también una mayor continuidad en el trazado del itinerario que en Cuarenta leguas por Cantabria. Pero sobre todo aporta una concepción del relato de viajes como testimonio no sólo de lo que el viajero ve, sino también de lo que hay detrás de lo que se ve, esto es, su historia, su porqué, su razón de ser. La expresión de estos elementos histórico-culturales irá acompañada, en muchos de los casos de algún comentario crítico.

En los relatos de viajes no existen núcleos de tensión de los que dependa el desenlace, pero se pueden crear a partir de hechos. En el relato de Galdós el clímax lo constituye su paso por la Garganta de la Hermida y la tormenta, el final se precipita, sería el anticlímax, en el relato de Emilia Pardo Bazán el clímax es la visita a las cuevas de Altamira, después termina repentinamente el relato. En ambos casos estas dos visitas son descritas como situaciones de riesgo.

En definitiva, la narración de los dos viajes nos habla de lo que los viajeros descubren y también del viajero, por lo que hace y dice aprendemos no sólo de su desplazamiento sino de su personalidad o singularidad. A pesar de las aspiraciones realistas de la literatura de viajes del siglo XIX, los relatos de viajes se vuelven más personales y disponen de unas nuevas técnicas para afirmar sus ideas, la descripción del paisaje ha cambiado debido al agudizamiento de la sensibilidad y al afán de exploración, acentuándose la relación entre el hombre y lo descrito, que nace no de una mera observación del paisaje o la ciudad, sino de un deseo de descripción. Así, aunque la estructura que hemos visto responde a un deseo de veracidad, estos dos relatos de viajes no pueden ser concebidos como textos autónomos ya que están provistos del reconocimiento de los elementos simbólicos que determinan su composición. Cuarenta leguas por Cantabria y Desde la Montaña tienen una posición ambigua entre la realidad y la ficción, Benito Pérez Galdós y Emilia Pardo Bazán se nos muestran en ellos, por un lado como personajes individualizados que, por otro lado, dan testimonio de la autenticidad de su aventura y de la veracidad de sus observaciones.

El relato en las dos obras es concebido como acción; con un principio, un medio y un fin pero sin dar primacía a la narración ya que no hay un desenlace de una aventura. Así, la descripción no se subordina a la acción, ésta se destinan a la observación y el relato se constituye en una reconstrucción de escenas que forman un espectáculo. Los dos narradores hablan de su travesía, de su recorrido, de su propia aventura, pero describiendo en todo momento los espacios por los que se viaja y a sus pobladores. La decisión última de escribir el relato, en ambos casos no es reportar por encargo, sino poder transmitir una imagen de un periplo por Santander para aquellos españoles de más al sur a los que les gustaría viajar por esas tierras. Cuarenta leguas por Cantabria y Desde la Montaña son claros representantes del relato de viaje como predecesor de las guías de viaje, en un estadio en el que aún eran un subgénero literario y no un libro de consulta.

Emilia Pardo Bazán se ajusta a las convenciones del género, mientras que Benito Pérez Galdós intenta evitarlas, aunque le resultara difícil. El relato queda estructurado linealmente conforme al itinerario del viaje, esta estructura resulta más lineal en Desde la Montaña que en Cuarenta leguas por Cantabria, donde se nos presentan los lugares de forma más aislada. En cuanto a la descripción de lo visto y experimentado, la de Doña Emilia es más pormenorizada y exhaustiva ya que intenta ser una informadora con un público objetivo, mientras que Galdós se recrea en la transmisión de las sensaciones que los lugares producen en él. Las muestras de veracidad son más abundantes en Desde la Motaña que en Cuarenta leguas por Cantabria, el primer relato incorpora datos fehacientes de lecturas previas al viaje mientras que el segundo casi no los incluye y si lo hace es a modo anecdótico y más de oídas.

Bibliografía

Obras analizadas y citadas

Bravo Villasante, C, ‘Veintiocho cartas de Galdós a Pereda’, Cuadernos Hispanoamericanos, 1971-72, 250-252, Nº. 1. pp. 8-16.

B Bravo Villasante, C,  Emilia Pardo Bazán. Cartas a Galdós, Madrid,  Turner, 1978.

Pardo Bazán, E,  Desde la Montaña, Santander, Ediciones Tantín, 1997.

Pérez Galdós, B, Cuartenta leguas por Cantabria y otras páginas, Santander, Ediciones Tantín, 1996.

Shoemaker, WH,  Las cartas desconocidas de Galdós en La prensa de Buenos Aires, Madrid, Ediciones Cultura Hispánica, 1973.


[1] Shoemaker (1973), p.115.

[2] Bravo Villasante (1970-71), p. 10.

[3] Pérez Galdós (1996), p. 49.

[4] Pardo Bazán (1997), p. 27.

[5] Pardo Bazán (1997), p. 29.

[6] Pérez Galdós (1996), pp. 34-35.

[7] Pérez Galdós (1996), pp. 39-40.

[8] Pérez Galdós (1996), p. 43.

[9] Pérez Galdós (1996), p. 49.

[10] Pérez Galdós (1996), pp. 46-47.

[11] Pérez Galdós (1996), p. 57.

[12] Pardo Bazán (1997), p. 34.

[13] Pardo Bazán (1997), p. 46.

[14] Pardo Bazán (1997), p.57.

[15] Pardo Bazán (1997), p.58.

[16] Pardo Bazán (1997), p.59.

[17] Pardo Bazán (1997), p.73.

[18] Pardo Bazán (1997), p.48.

[19]Pardo Bazán (1997), p.49.

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