
Rosa Amor del Olmo
Barajas, hogar improvisado de los “invisibles”
En la Terminal 4 de Barajas hay vidas enteras en pausa. Cientos de personas sin hogar han convertido el aeropuerto en su refugio diario, invisibles para la mayoría de los pasajeros. Mientras 1,7 millones de viajeros al mes transitan con prisa, más de 200 personas duermen cada noche en algún rincón de este aeródromo madrileño. Se les ve acurrucados en bancos, apoyados contra maletas o en el suelo junto a sus sacos de dormir y carros de equipaje, ocupando discretamente los pasillos y las cercanías de los baños. La imagen es desconcertante: turistas somnolientos en colas de embarque conviven con familias enteras que se instalan con mantas y bolsas en los rincones del aeropuerto. Sin embargo, pocos se detienen; para la mayoría, estos “sin techo” se han vuelto parte del decorado, prácticamente invisibles a ojos ajenos.
Las causas de este fenómeno apuntan directamente a la crisis de vivienda. “Los alquileres están imposibles. Si quiero ahorrar, no puedo pagar 800 euros por una habitación. Aquí tengo techo, baños y seguridad”, explica Nicolás, de 60 años, que lleva más de un año viviendo en la T4. Su decisión de mudarse al aeropuerto no obedeció a una “vida descontrolada”, sino al cálculo frío de una economía asfixiada: antes dormir bajo techo en Barajas que en la calle insegura o en albergues saturados. Como él, muchos trabajan de día y vuelven a dormir al aeropuerto, aprovechando un espacio cálido y relativamente seguro. Teresa, de 54 años, sale cada mañana a las seis en busca de trabajo, de una ducha en polideportivos municipales y de algo de ejercicio, para luego regresar a “casa”: desde hace seis meses su hogar es la Terminal 4. Ella forma parte de los cientos de personas sin recursos que duermen en el aeropuerto en medio de una creciente crisis de vivienda en España, donde los alquileres han subido vertiginosamente en ciudades como Madrid. En otras palabras, el principal hub aéreo del país se ha convertido en el último refugio para quienes han sido expulsados del mercado inmobiliario.
Lejos del prejuicio, la mayoría de estos habitantes de Barajas mantiene la convivencia sin conflictos. Han tejido entre ellos una pequeña comunidad de apoyo mutuo: se comparten comida, vigilan las pertenencias de los demás y se pasan información útil sobre servicios sociales o aseos disponibles. “Nos ayudamos entre todos. Aquí hay gente trabajadora, personas de paso, otros que no quieren vivir solos en la calle. Pero no somos delincuentes ni locos”, reivindica Nicolás, quien incluso ha montado un modesto “negocio” vendiendo bocadillos y refrescos a sus compañeros residentes. Los pocos voluntarios y empleados que tratan directamente con ellos lo confirman: “No molestan. Están en su sitio, hacen su vida”, declara un trabajador de AENA. La imagen sensacionalista del “indigente problemático” dista mucho de la realidad diaria. La mayoría, como Nicolás o Teresa, simplemente buscan una alternativa temporal, un techo donde no pasar frío ante el alquiler imposible, la calle insegura o los albergues llenos. No piden compasión; piden silencio, respeto y un rincón donde dormir.
Voluntarios de la ONG Bokatas atienden a una persona sin hogar en la Terminal 4 de Barajas (Madrid). A lo largo de los últimos años, colectivos ciudadanos como Bokatas han sido prácticamente el único apoyo regular para los “invisibles” de Barajas. Cada semana, sus voluntarios recorren las terminales repartiendo alimentos, bebida caliente y conversación a quienes duermen en rincones del aeropuerto. Su labor es meritoria pero insuficiente: reparten unos pocos bocadillos (hasta donde AENA les permite) y ofrecen compañía, supliendo en parte la ausencia de recursos públicos. Gracias a ellos, “varios amigos ya han rehecho sus vidas”, cuentan con orgullo contenido. Pero tantos otros siguen varados en la terminal sin un lugar adonde ir. La cifra de personas sin hogar en Barajas ha aumentado un 1000% en la última década, pasando de apenas medio centenar en 2014 a entre 400 y 500 cada noche actualmente. Este dato estremecedor (multiplicar por diez la pobreza visible en un lugar tan emblemático) refleja un fracaso social que trasciende casos individuales.
Indiferencia institucional: un balón que nadie recoge

La respuesta de las autoridades ante esta realidad ha sido, cuando menos, decepcionante. Durante meses, ninguna administración –municipal, autonómica ni estatal– ha brindado soluciones habitacionales ni alternativas de inclusión. “La situación actual de las personas sin hogar en el aeropuerto de Barajas es más dura que nunca”, alerta Gaspar García, voluntario veterano de Bokatas. “En lugar de buscar soluciones habitacionales o de inclusión, se ha optado por replegarles a una zona muy concreta —en la planta 1 de la T4— sin condiciones mínimas: sin limpieza, sin seguridad, sin posibilidad de descanso real”. Hasta hace poco, los sintecho se dispersaban por las cuatro terminales; ahora, a instancias de las aerolíneas, han sido concentrados en un solo pasillo apartado (la zona -1 de la Terminal 1, o una esquina de la T4, según la fuente). Esta reclusión forzosa ha generado conflictos entre ellos y una mayor visibilidad mediática, que algunos han usado para criminalizarlos, denuncia Gaspar. En lugar de acometer el problema de fondo –la falta de vivienda accesible y recursos sociales–, las autoridades parecen más interesadas en “que no se les vea”. Han llegado al extremo de retirar bancos y enchufes, y de prohibir a ONG como Bokatas repartir alimentos dentro del aeropuerto, bajo el pretexto de evitar un “efecto llamada”. Es, según las ONG, “una estrategia de desgaste, para que abandonen el aeropuerto sin darles ninguna alternativa”. Es decir, hacerles la estancia lo bastante incómoda para que se marchen, aunque no tengan adónde ir. La misericordia brilla por su ausencia: en vez de tender una mano, se quitan asientos y sopas calientes a quienes nada tienen.
Peor aún, ante la creciente presión mediática, la reacción institucional ha derivado en mera polémica burocrática y politiquería. En las últimas semanas hemos asistido a un bochornoso cruce de acusaciones entre administraciones, cada cual evadiendo su responsabilidad. Más de 500 personas malviven en el aeropuerto, una situación que hasta el sindicato de trabajadores de AENA calificó de “inhumana”, y aun así Gobierno central, Comunidad de Madrid y Ayuntamiento se enzarzan en señalarse mutuamente. Para AENA (empresa estatal que gestiona Barajas) la obligación recae en el Ayuntamiento de Madrid, puesto que el aeropuerto está íntegramente en término municipal madrileño. Su presidente, Maurici Lucena, llegó a enviar una carta al alcalde recordándole “las obligaciones legales […] que corresponden inequívocamente al Ayuntamiento” en atención social, acusando al consistorio de desatender “espuriamente” el problema. Desde el Ayuntamiento (gobernado por signo político opuesto al Gobierno central) se contraatacó tildando de “ruin” a Lucena por “utilizar a los más vulnerables”, a la vez que el alcalde Martínez-Almeida instaba a Moncloa a “asumir su responsabilidad, dejar de lavarse las manos y abordar ya la solución”. La Comunidad de Madrid, por su parte, ha preferido desmarcarse: su presidenta Díaz Ayuso alegó que “son instalaciones que dependen de AENA” y sugirió que “la mayoría de las personas en Barajas son solicitantes de asilo”, pasándole así la carga al Gobierno estatal. En resumen, cada cual se lava las manos y culpa al otro. “Aquí en Madrid lo que hay es una guerra de competencias (…). La pelota se pasa de una institución a otra y nadie baja al suelo”, resume con amargura el propio Gaspar García. Mientras tanto, nadie ofrece una solución real: ni el Ayuntamiento (responsable legal de los servicios sociales municipales) ni la Comunidad ni el Gobierno han puesto en marcha un plan de emergencia coordinado. La única “solución” sobre la mesa ha sido intentar expulsarlos.
En un giro reciente, AENA anunció medidas drásticas para echar a los sintecho de Barajas. A partir del 20 de mayo, se cierra el acceso nocturno al aeropuerto para todo aquel que no tenga tarjeta de embarque. Los vigilantes privados revisarán billetes a partir de las 21:00 y, si alguna persona sin hogar se resiste a marcharse, avisarán a la Policía para desalojarla por la fuerza. Esta iniciativa, que busca literalmente “cerrar la puerta” a los pobres, ha sido recibida con críticas y dudas sobre su legalidad. El sindicato UGT advierte que impedir la entrada a un recinto público vulneraría la libre circulación de personas, y que los vigilantes de seguridad podrían extralimitarse en sus funciones al decidir quién entra o no. También recuerdan que una orden así debería formalizarse por escrito y no de palabra. A pesar de todo, AENA –presionada por las aerolíneas y quizás por la mala prensa– parece dispuesta a avanzar con esta política de “mano dura”. La Comunidad de Madrid la tachó de “política inhumana” hacia los sin techo, pero el cinismo es evidente: ni la región ni el ayuntamiento han ofrecido alternativas concretas, más allá de pedir reuniones de urgencia unos con otros. En esta partida vergonzosa, quienes viven en el aeropuerto –seres humanos con nombres e historias– son tratados como un problema logístico, un estorbo a limpiar, en vez de como ciudadanos que merecen ayuda.
De Misericordia a Barajas: ayer y hoy de la pobreza invisible

Resulta imposible no ver, tras esta situación, un espejo literario y histórico. Más de un siglo atrás, Benito Pérez Galdós inmortalizó en su novela Misericordia (1897) la realidad de los marginados madrileños de su época. La protagonista, Benina, es una anciana criada que, al arruinarse sus señores, se ve obligada a pedir limosna para sostenerlos. Galdós encarna en Benina la compasión auténtica –esa misericordia que da título al libro–, poniéndola a recorrer la ciudad con su humilde calderilla de la caridad, mientras los burgueses fingen no ver la miseria a su alrededor. La novela narra, en medio de un descarnado desfile de pordioseros, tullidos y demás menesterosos por las calles de Madrid, las andanzas mendicantes de Benina y su amigo, el ciego Almudena. Es un retrato compasivo pero implacable del otro Madrid, el Madrid invisible de finales del XIX. La indiferencia social que sufren los personajes de Galdós –esos mendigos, inválidos y locos pobres que pululan por los arrabales– resuena dolorosamente en la indiferencia ciudadana e institucional actual hacia los sin hogar de Barajas. Como aquellos, son “invisibles” a los ojos de la gente de bien, mera parte del paisaje urbano.
En Misericordia, Galdós denuncia la hipocresía de una sociedad que delega la caridad en la suerte o en la divina providencia. Doña Paca y su familia –los antiguos amos de Benina– tocan fondo en la indigencia pero acaban siendo salvados in extremis por una herencia inesperada, “casi surreal”. Ese golpe de suerte (una lotería providencial, un pariente lejano que lega sus bienes) les devuelve de pronto a la comodidad. Los pobres de verdad, entretanto, quedan al margen. Benina, personificación de la piedad y la bondad humilde, no recibe ninguna recompensa equiparable a su sacrificio. Tras haber alimentado a sus señores con sus limosnas –mientras les ocultaba piadosamente la verdad, inventando a un ficticio “don Romualdo” como benefactor–, la sociedad no le ofrece a Benina más futuro que seguir mendigando. Galdós rescata a sus mendigos con cariño, colocándolos “en un halo de gloria” literaria, pero ese aura es amarga: los marginados solo pueden contar con ellos mismos y entre ellos. La verdadera misericordia, parece decirnos Galdós, está en los corazones de los pobres que se ayudan unos a otros, no en las instituciones ni en las clases pudientes que los ignoran.
Esa lección resuena tristemente en el Barajas de 2025. Hoy, como en 1897, la misericordia institucional está ausente. Son los propios pobres –y unos pocos voluntarios– quienes muestran la solidaridad que los poderes públicos y la ciudadanía en general escatiman. Benina tiene hoy muchos rostros: el de Nicolás compartiendo bocadillos con otros sintecho; el de Teresa cuidando las pocas pertenencias de su vecina de banco; el de los voluntarios de Bokatas llevando café caliente una noche lluviosa. Mientras, la mayoría prefiere mirar a otro lado. En lugar de Misericordia, encontramos indiferencia. En lugar de soluciones, excusas.
Es difícil no preguntarse qué diría Galdós al ver la escena de Barajas: probablemente reconocería en esos “invisibles” a sus Beninas y Almudenas del siglo XXI, sobreviviendo con dignidad entre la apatía general. Su novela nos interpela desde el pasado: ¿hemos avanzado realmente como sociedad si seguimos dejando a cientos de seres humanos abandonados en medio de nuestra prosperidad? La respuesta institucional –cerrar puertas, pasar el problema al vecino– indica que la compasión ha sido olvidada en los despachos donde se toman decisiones. Y la actitud ciudadana –cuando no de temor o rechazo, de indiferencia glacial– demuestra que también en la calle hemos perdido esa mirada misericordiosa hacia el prójimo necesitado.
En el Madrid opulento del AVE y el aeropuerto internacional, convive una realidad de pobreza extrema que muchos prefieren no ver. Pero ahí están los invisibles de Barajas, recordándonos que bajo el brillo moderno subsiste la misma miseria antigua. Galdós, con su pluma, dio voz y rostro a los olvidados de su tiempo. Hoy nos toca a nosotros no repetir la ceguera de entonces. Porque detrás de cada figura durmiendo junto a un cajero automático en la Terminal 4 hay una historia, un nombre, una llamada silenciosa a nuestra misericordia. Ignorarlos –dejarlos fuera, expulsarlos de noche al frío– no hará que desaparezcan, solo nos hará a nosotros un poco menos humanos. En plena era de la modernidad, la verdadera grandeza de una sociedad se mide por cómo trata a sus miembros más vulnerables. Barajas, convertido en hogar de los sin techo ante la indiferencia general, es un espejo incómodo donde se refleja nuestra falta de empatía. Ha llegado la hora de mirarnos en él y rescatar la “misericordia” del olvido, antes de que más Beninas del presente se queden, otra vez, solas bajo las luces frías de una terminal.
Fuentes: Agencia EFE; RTVE; El Confidencial; El Salto; Telemadrid; Associated Press; Benito Pérez Galdós, Misericordia (1897).