«El terror de 1824»: Galdós retrata la represión absolutista tras el Trienio Liberal

Rosa Amor del Olmo

Benito Pérez Galdós plasmó en El terror de 1824 una vívida crónica novelada de uno de los episodios más oscuros de la España decimonónica. Se trata de la séptima novela de la Segunda Serie de sus Episodios Nacionales, publicada en 1877. El título alude directamente a las persecuciones, detenciones y ejecuciones desencadenadas por Fernando VII tras la caída del régimen liberal de 1820-1823. Galdós combina aquí el contexto histórico de la feroz represión absolutista posterior al Trienio Liberal con un agudo análisis literario de la época: una trama llena de realismo y personajes memorables, un estilo narrativo que alterna dramatismo y humor, y una clara intención crítica hacia el terror político ejercido bajo el reinado fernandino. En este artículo examinaremos cómo El terror de 1824 entrelaza historia y literatura, resaltando su valor documental y la vigencia de su mensaje para la memoria histórica española.

Contexto histórico: la “Década Ominosa” y el terror fernandino

El Trienio Liberal (1820-1823) había restaurado brevemente la Constitución de 1812 en España, hasta que la invasión de los Cien Mil Hijos de San Luis –un ejército francés enviado por la Santa Alianza– derrocó al gobierno constitucional en 1823. Con Fernando VII de nuevo en el poder absoluto, comenzó la llamada Década Ominosa (1823-1833), caracterizada por una represión brutal contra los liberales y constitucionalistas. Galdós describe magistralmente el inicio de este periodo: Madrid, otoño de 1823, ve cómo “la horca sentó sus reales” en la plaza de la Cebada, símbolo ominoso de los tiempos que vendrían. En efecto, el patíbulo instalado en esa plaza inauguró una época de venganza y exterminio del liberalismo: el terror de 1824.


Paradójicamente, muchos madrileños que tres años antes lo aclamaban ahora vitoreaban su suplicio al grito de “¡Vivan las caenas!” (¡vivan las cadenas) y “¡Muera la Nación!”


La represión absolutista no se detuvo en Riego. El régimen de Fernando VII desató un reino de terror contra cualquiera sospechoso de liberalismo. En El terror de 1824, Galdós documenta cómo bajo este nuevo orden se multiplican las persecuciones, encarcelamientos y ejecuciones sumarias. Un decreto real de octubre de 1824 llegó a castigar con la pena de muerte a todo “enemigo de los derechos del Rey” o partidario de la Constitución, incluso por escribir pasquines liberales o ¡por gritar lemas subversivos!. Así, vivas a la Constitución, a Riego o a la Libertad, o gritos de “¡Mueran los tiranos!”, se convirtieron en delitos de lesa majestad penados con la horca. Este clima de terror legalizado, con Comisiones Militares juzgando y ejecutando sin garantías, y con el uso sistemático de la tortura, impregnó la vida cotidiana de la época. Galdós nos sitúa en ese escenario asfixiante de humillaciones, tormentos y miedo, que define la segunda restauración absolutista de Fernando VII.

Una novela entre la historia y la crítica: estructura, estilo y personajes

Lejos de ser un mero relato histórico, El terror de 1824 es una novela histórica en la que Galdós entreteje los hechos reales con las vivencias de personajes ficticios de forma magistral. El discurso de los acontecimientos verídicos –rigurosamente documentados– aparece entramado con las peripecias personales de los protagonistas de la Segunda Serie de Episodios Nacionales, creando una narrativa ágil y humana. La acción comienza inmediatamente después del fin del Trienio Liberal, en octubre de 1823, y recorre los primeros compases de la Década Ominosa. A lo largo de sus capítulos vemos desfilar escenas históricas como la entrada de los prisioneros liberales en Madrid, la preparación del cadalso en la Plaza de la Cebada, o la ejecución de Riego, alternando con escenas cotidianas y diálogos que nos llevan de los salones y tabernas a las cárceles lúgubres de la ciudad.

Galdós demuestra un excepcional rigor histórico: su recreación del Madrid de 1823-1824 está tan lograda que “parece que el propio Galdós lo hubiera vivido”. Aunque nacido veinte años después de aquellos sucesos, el autor se documentó exhaustivamente (memorias de testigos, prensa, archivos) para dotar de verosimilitud cada pasaje. El resultado es de un valor documental notable: la novela registra decretos, costumbres, lenguaje popular y hasta personajes reales de la represión fernandina con fidelidad casi periodística. Por ejemplo, Galdós incluye en la trama a Francisco Chaperón, militar absolutista que realmente presidió la Comisión Militar de Madrid en 1824; este tenebroso personaje, célebre por practicar la tortura, aparece en la novela supervisando ejecuciones e incluso se le ve colaborar con el verdugo –un hecho histórico documentado en el caso del reo Juan Federico Ménage–. Detalles así dan a la obra un carácter de crónica histórica, a la vez que alimentan su intención crítica: Galdós no escatima en mostrar la crueldad del régimen para que el lector comprenda la magnitud de aquella injusticia.

Junto al relato histórico, brilla la invención literaria de Galdós en la construcción de personajes y situaciones. El protagonismo recae en figuras ficticias que personifican los ideales y conflictos de la época, permitiendo al autor explorar el impacto humano del terror político. Estos son algunos de los personajes principales y su significado en la novela:

  • Don Patricio Sarmiento – Viejo maestro de escuela de ideología liberal, es el protagonista y alter ego quijotesco de la historia. Patricio aparece como un anciano derrotado, andrajoso y algo desequilibrado tras la vuelta del absolutismo, pero en su corazón arde el espíritu de la libertad. Galdós lo caracteriza como una alegoría de la libertad vencida de aquella época: un “adalid incansable de la idea liberal” que clama contra los tiranos incluso estando al borde de la locura. Sus discursos, a un tiempo solemnes y estrafalarios, tienen un tono cervantino lleno de ironía y pasión. Patricio recuerda al Don Quijote –como él, ha perdido la razón por un ideal–, solo que su Dulcinea aquí se llama “Doña Libertad”, por la cual lucha con fervor inquebrantable. Este personaje entrañable y trágico aporta a la novela tanto momentos de humor (sus arrebatos justicieros y extravagancias hacen reír incluso en medio del drama) como momentos de profunda emoción, encarnando la dignidad del liberalismo perseguido. Galdós, a través de Patricio, nos permite vivir desde dentro la mezcla de esperanza y desvarío de quienes se negaban a rendirse ante el despotismo.
  • Soledad “Solita” Gil de la Cuadra – Joven humilde de carácter bondadoso, es otro de los personajes centrales. Solita acoge en su casa al desvalido Patricio y cuida de él con devoción, encarnando la solidaridad y el sufrimiento del pueblo llano en esos tiempos. Aparecida ya en episodios anteriores, Solita es uno de los personajes femeninos más importantes de la segunda serie. Su nombre Soledad no es casual: Galdós suele dar nombres simbólicos, y en efecto Solita está condenada a la soledad –ha perdido a su padre, rechaza un matrimonio conveniente y ve partir al exilio al hombre que ama–. Representa así a tantas mujeres que soportan estoicamente las pérdidas causadas por las convulsiones políticas. En la novela, Solita se convierte en la valiente enlace de los liberales exiliados: actúa como correo clandestino, entregando y recogiendo cartas para los proscritos (entre ellos Salvador Monsalud, su hermanastro y amor platónico, ausente por estar refugiado en Inglaterra). A pesar del peligro mortal que corre –si la descubren podría ser ejecutada por colaborar con “enemigos del Rey”–, Solita cumple su misión con entereza. Su figura aporta un contrapunto de ternura y humanidad en medio de la barbarie, a la vez que evidencia el papel callado pero crucial de muchas mujeres en la resistencia liberal.
  • Jenara de Baraona – Contrapunto de Solita, Jenara es otra mujer destacada en la serie, de personalidad fuerte y astuta. Es esposa de Carlos “Garrote” (un militar absolutista) pero de ideas avanzadas, y comparte con Solita el amor por Salvador Monsalud, lo que crea un triángulo sentimental de fondo. Aunque en El terror de 1824 su presencia es menor, Jenara representa la aristocracia liberal: mujeres de clase alta desencantadas con Fernando VII, que aun dentro de su entorno conservador apoyan la causa de la libertad. Su inteligencia y arrojo contrastan con la sumisión esperada de las damas de la época, mostrando otro modelo de mujer en la narrativa galdosiana.
  • Benigno Cordero y familia – Don Benigno Cordero, a quien ya conocíamos de episodios como El 7 de julio, aparece aquí junto a su enérgica esposa doña Robustiana y su hija Elena. Cordero, antiguo liberal moderado, ha sido encarcelado por sus antecedentes constitucionales. La familia Cordero –vecinos y amigos de Solita– ejemplifica a la burguesía liberal perseguida: gente común arruinada por la represión, cuyo destino pende de un hilo en cada capítulo. La joven Elena, amiga íntima de Solita, sufre también las presiones de la época: un pretendiente realista indeseado y la ausencia de su enamorado liberal. A través de ellos, Galdós muestra cómo el terror política alcanza hasta los hogares más modestos, sembrando dolor y divisiones entre antiguos amigos (significativamente, un vecino realista, don Francisco Romo, interviene a favor de Cordero en algún momento, mostrando las ambiguas lealtades y favores personales en aquel caos).
  • Los opresores absolutistas – En contraste con los liberales, Galdós dibuja una galería de personajes del bando realista que encarnan el fanatismo y la crueldad del régimen. Destaca Francisco Chaperón, presidente de la Comisión Militar de Madrid, presentado como un oscuro y tiránico ejecutor. Chaperón, figura real, se convierte en la némesis de los protagonistas: bajo su mando se organizan las redadas, juicios y suplicios que aterrorizan a Madrid. Galdós lo retrata sin concesiones, mostrando incluso hechos macabros como su participación personal en torturas y amputaciones a los condenados. Junto a él aparecen otros tipos siniestros: Francisco Romo, voluntario realista y delator; el Padre Marañón, apodado “el Trapense”, un fraile fanático que jalea la matanza; o Pipaón, un cortesano hipócrita (personaje ya visto en Memorias de un cortesano de 1815) que representa la corrupción y el servilismo de la corte. Mediante estos personajes, a menudo caricaturescos, Galdós imprime una feroz sátira del absolutismo: sus dialogos destilan cinismo, ignorancia y sed de venganza, componiendo una crítica mordaz a los vencedores de 1824.

En cuanto al estilo narrativo, El terror de 1824 destaca por su mezcla de tonos y recursos que la hacen muy amena a la par que sobrecogedora. Galdós alterna escenas de enorme dramaticidad –como la descripción minuciosa del desfile de carretas con presos ensangrentados entrando a Madrid bajo la lluvia, escoltados por soldados y vociferantes realistas– con momentos de ironía y humor negro que recuerdan al mejor Cervantes. Esa influencia cervantina se aprecia en los discursos extravagantes de Patricio Sarmiento y en ciertas situaciones casi esperpénticas que Galdós introduce para aliviar la tensión. Por ejemplo, en medio de un panorama lúgubre de calabozos y patíbulos, el autor no duda en incluir episodios cómicos: borrachos cantando entre las horcas, monjas repartiendo almendras a los presos, o Patricio declamando latín en la plaza pública mientras la gente se burla. Estos toques de humor, sin restar gravedad a la tragedia, hacen la lectura más llevadera y enmarcan la crueldad en un cierto absurdo, subrayando lo grotesco del fanatismo. La prosa galdosiana en esta novela es ágil, rica en diálogos vivaces y descripciones poderosas. El narrador omnisciente adopta a ratos un tono de cronista indignado, especialmente al juzgar a personajes históricos: notable es la dura apreciación que hace de Riego durante la ejecución –lo tilda de militar mediocre, cobarde al final, contrastando su fama con su debilidad humana–. Esta postura desapasionada muestra el afán de Galdós por pintar la historia con realismo crítico, sin mitificar ni siquiera a los héroes liberales. En suma, la novela equilibra con maestría el rigor histórico y la creatividad literaria, la denuncia y la compasión, resultando en una obra “portentosa” donde asombran “la imaginación, la exactitud de los hechos narrados, el humor inefable… [y] los personajes, [especialmente] el maravilloso e inolvidable Patricio Sarmiento”. No en vano críticos modernos como Andrés Trapiello consideran El terror de 1824 una pequeña obra maestra redescubierta de Galdós.

Intención crítica y valor testimonial de Galdós

Como en todos los Episodios Nacionales, Galdós persigue con El terror de 1824 un doble propósito: divulgar la historia de España al gran público y reflexionar críticamente sobre ella. En este episodio en particular, su intención moral y política es transparente. Al relatar con detalle las atrocidades del régimen fernandino, Galdós denuncia la injusticia y la sinrazón del absolutismo. La novela está impregnada de una profunda indignación ética hacia el terror político: el autor no oculta su simpatía por las víctimas (los liberales) ni su repudio hacia los verdugos (los realistas ultras). Sin embargo, su crítica no es panfletaria, sino que se realiza mediante la fuerza misma de los hechos narrados y los diálogos de los personajes. Galdós deja que las imágenes hablen: el patíbulo permanente en Madrid, las cárceles llenas de inocentes, los decretos que castigan palabras como delitos capitales… Todo ello conforma un alegato contra la tiranía.

A través de figuras como Patricio Sarmiento, el autor da voz al anhelo de justicia y libertad que sobrevivió a aquella noche negra. En un pasaje memorable, Patricio lanza una profecía cargada de significado histórico: “El absolutismo… mientras más ahorquen, peor. El absolutismo acabará ahorcándose a sí mismo”. Estas palabras, puestas en boca del anciano maestro, reflejan la visión crítica y esperanzada de Galdós: por mucho daño que cause, un régimen basado en la opresión está condenado a caer, pues “los siglos muertos no resucitan… los pueblos, una vez que han abierto los ojos, no se resignan a cerrarlos”. Efectivamente, Fernando VII moriría en 1833 y su absolutismo sería sucedido por nuevas luchas (guerras carlistas, revoluciones) que eventualmente consolidarían en España las libertades modernas. Galdós, escribiendo desde la Restauración de fines del siglo XIX, invita a sus lectores a aprender del pasado: recordar el terror de 1824 no solo como documento histórico, sino como lección de los peligros del fanatismo y la necesidad de defender la libertad frente a cualquier despotismo.

En este sentido, el valor testimonial de la novela es enorme. El terror de 1824 no es solo ficción histórica entretenida, sino también un vehículo de memoria colectiva. Galdós actúa casi como un historiador-novelista que rescata del olvido aquellos sucesos traumáticos y los hace comprensibles al público general. De hecho, los Episodios Nacionales en conjunto fueron concebidos como una “magna crónica del siglo XIX” que recoge “la memoria histórica de los españoles a través de su vida íntima y cotidiana, y su contacto con los hechos… que marcaron el destino colectivo de España”. En otras palabras, Galdós convirtió la novela en una herramienta para que el pueblo español de su tiempo conociera y asimilara su propio pasado. En El terror de 1824, esa vocación didáctica y crítica se aprecia en cómo el autor documenta leyes, costumbres y personajes reales, pero también en cómo interpreta los acontecimientos: señalando culpables y mártires, ridiculizando la retórica absolutista y exaltando (aunque sin idealizar en exceso) la causa liberal. Su imparcialidad aparente –pues no oculta, por ejemplo, los titubeos de Riego o la locura de Patricio– en realidad refuerza su credibilidad y hace más contundente la denuncia: los liberales eran humanos falibles, sí, pero el régimen que los aplastó aparece sin duda como tiránico e inmoral en el balance de la historia.

Integración en los Episodios Nacionales y vigencia para la memoria histórica

El terror de 1824 se inserta plenamente en el proyecto narrativo de los Episodios Nacionales, que abarcan desde la Batalla de Trafalgar (1805) hasta la Restauración borbónica de 1874. En concreto, esta novela forma parte de la Segunda Serie, dedicada principalmente al reinado de Fernando VII y sus convulsiones. Le preceden episodios como El 7 de julio (sobre la intentona absolutista de 1822) y Los cien mil hijos de San Luis (sobre la invasión francesa de 1823), y le siguen Un voluntario realista y Los apostólicos, que continúan narrando las luchas políticas de la década de 1820. De este modo, El terror de 1824 ocupa un lugar central en el ciclo galdosiano: es el episodio que retrata el punto álgido de la reacción absolutista, la cúspide del horror antes de que empiece la decadencia del régimen fernandino. Galdós da así unidad y sentido de continuidad a la historia: los personajes de El terror de 1824 ya venían en parte desarrollados en novelas anteriores (Patricio Sarmiento, por ejemplo, había aparecido primero en El Grande Oriente, y Solita Gil de la Cuadra también era conocida de episodios previos) y algunos sobrevivirán o serán mencionados en episodios posteriores. Incluso personajes de la Primera Serie hacen cameos, como el veterano Licenciado Lobo –cuya mención conecta estas páginas con las memorias de Gabriel de Araceli, protagonista de la serie de la Guerra de la Independencia–. Estas conexiones internas resaltan la visión de Galdós de la historia como un continuum, donde cada generación hereda las luchas de la anterior. Leer El terror de 1824 dentro del conjunto de los Episodios permite apreciar mejor esa visión global: entendemos que el terror fernandino es hijo de la reacción que vino tras la derrota napoleónica y padre, a su vez, de conflictos futuros (las disputas dinásticas y constitucionales que estallarían tras 1833). La novela, por tanto, no es un fragmento aislado, sino una pieza en el mosaico narrativo con el que Galdós quiso contar la historia de España a través de la novela.

Finalmente, cabe destacar la vigencia de El terror de 1824 para la memoria histórica española actual. A más de un siglo de su publicación –y dos siglos después de los hechos narrados–, esta obra sigue interpelando al lector contemporáneo. Su retrato de un país dividido entre absolutistas y liberales, entre opresores y defensores de la libertad, resuena con otras etapas dramáticas de nuestra historia. España ha conocido en el siglo XX episodios de terror político y dictadura que, salvando las distancias, guardan paralelismos con lo narrado por Galdós en el siglo XIX. Así, la novela nos invita a reflexionar sobre la repetición de ciertas tragedias históricas y la importancia de no olvidar. En la España democrática de hoy, donde se promueve la recuperación de la memoria histórica (por ejemplo, de las víctimas de la Guerra Civil y el franquismo), El terror de 1824 conserva su relevancia como recordatorio literario de hasta dónde puede llegar la persecución ideológica. La crudeza con que Galdós describe la supresión violenta de la Constitución de 1812 y la caza de liberales sirve para mantener viva la memoria de aquella lucha fundacional por la libertad, una memoria que forma parte de la identidad democrática española. Además, el mensaje moral que trasciende de la novela –la condena del fanatismo y la esperanza en el triunfo final de la justicia– es universal y atemporal. Como obra literaria, sigue siendo disfrutable por su calidad artística; como documento histórico, sigue siendo aleccionadora. Galdós logró así que la historia del terror de 1824 trascienda su época y se integre en el imaginario colectivo: leer hoy este Episodio Nacional es, simultáneamente, hacer un ejercicio de memoria histórica y un homenaje a aquellos que sufrieron por defender la libertad.

El terror de 1824 combina magistralmente la crónica histórica y la novela crítica. A través de una narrativa fluida, personajes vívidos y un sólido trasfondo documental, Benito Pérez Galdós recrea el ambiente opresivo de la posguerra liberal y denuncia los excesos del absolutismo de Fernando VII. El resultado es una obra de gran valor literario y testimonial, que ilumina un periodo clave de la historia de España. Integrada en la saga de los Episodios Nacionales, esta novela no solo entretiene e instruye, sino que contribuye a preservar la memoria de aquellos “años de horrores” para las generaciones posteriores. Su vigencia radica en recordarnos que el progreso y la libertad se lograron a costa de mucho sufrimiento, y que nunca está de más volver la vista atrás –de la mano de Galdós– para entender el presente a la luz del pasado. El terror de 1824, con su mezcla de rigor y pasión, sigue siendo, en definitiva, una lectura imprescindible para quien desee profundizar en la historia y la literatura españolas, y un potente alegato contra el olvido de los episodios de terror político que marcaron el destino colectivo de la nación.

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