
Santiago Sevilla-Vallejo
Universidad de Salamanca
La formación de la identidad de los colectivos es esencial para la comprensión de su historia. Manuel González Prada y Benito Pérez Galdós son destacados literatos en español, pero fueron también un gran observador de la sociedad de su tiempo. No obstante, sus formas de criticar la política y la sociedad en general fueron muy diferentes. Mientras que González Prada puso el énfasis en una tendencia a la acción violenta de los poderosos y a la pasividad del resto de la sociedad; Pérez Galdós señaló las tradiciones que dieron lugar a la identidad de la sociedad española en la que vivió, que no resulta muy diferente de la actual. En este trabajo, se estudia la construcción identitaria que hacen los autores desde el modelo narrativo de Paul Ricoeur y del cambio de la lógica cultural definida por Jean Pierre Olivier de Sardan. Para ello, se comparan ensayos periodísticos presentes en: Páginas libres, Horas de lucha, Bajo el oprobio y Anarquía de Manuel González Prada y Política española, volúmenes I y II, de Benito Pérez Galdós. En estos textos, por un lado, González Prada señala la necesidad de una nueva mentalidad que se guíe por el progreso, por otro lado, Benito Pérez Galdós critica la antigüedad y la reiteración de la corrupción, que, sin embargo, no es completa porque hay otros aspectos propios de la lógica cultural que se le oponen. Este trabajo comienza con algunas consideraciones sociológicas acerca de la corrupción, para luego realizar una comparativa entre los autores.
Palabras clave: Benito Pérez Galdós; Manuel González Prada; Identidad; Lógica Cultural; Corrupción.
La importancia de la corrupción en la identidad española
Los sistemas democráticos sujetan a los ciudadanos a sus leyes, que, con todo su poder regulador, pueden protegerles o dañarles (Allbritton, 2014, p. 101). La sociedad se puede organizar para el bien común o para el ejercicio de poder de unos ciudadanos sobre otros. La corrupción es uno de los fenómenos que surge de la organización social y supone una amenaza a la convivencia ciudadana. El ser humano necesita vivir en sociedad para cubrir necesidades tanto materiales como psicológicas, pero la organización de ese colectivo puede provocar diferencias que lleven a un uso particular de los medios que debieran ser destinados a satisfacer las necesidades de la población (Pardo, 2016, p. 1). Puesto que la palabra corrupción deriva del latín corrumpere: ‘romper juntos’ (Grande, 2014, p. 62), el uso de los medios puede ser empleado para construir algo para la comunidad o, como es el caso de la corrupción, para romperlo, es decir, para desintegrar el bien común.
Podemos definir corrupción en los siguientes términos:
la corrupción puede entenderse como la desviación de algún deber institucional, que incluye la existencia de una inmoralidad, ilegalidad o fraude de ley respecto a un marco normativo existente y que reporta a quienes la practican un beneficio mayor al que se obtendría como retorno justo del ejercicio legítimo de dicho deber (Sasia, 2014, p. 20).
La corrupción es un complejo fenómeno social que requiere un estudio minucioso para comprenderlo sistemáticamente. Este breve trabajo se limita a señalar algunas claves que lo producen. De acuerdo a las investigaciones de Fernández Dols y Oceja, la corrupción es causada por normas perversas, que son aquellas reglas que habitualmente no se cumplen y que, sin embargo, en ciertos casos pueden ser sancionadas (1994, p. 4). Estos autores indican que las conductas que consideramos corruptas responden a una organización social previa en la que la justicia funciona de un modo inconsistente. Esta situación es la que provoca ‘conductas tales como el nepotismo, el clientelismo, diversas formas de prevaricación, etcétera’ (1994, p. 4).
En España, los casos de corrupción salen a luz pública constantemente y, en los últimos años, este problema se ha convertido en una de las mayores preocupaciones de la población (Laguna, 2013, pp. 79 y 82). Según el barómetro del Centro de Investigaciones Sociológicas, la corrupción y el fraude es el segundo problema que más preocupa a los españoles. El 49,1% de los encuestados lo considera un problema según los datos de junio de 2017. Puesto que, de acuerdo con Ludwig Huber, la corrupción no es una práctica ‘objetiva, con índices estandarizados y mensurables’, sino una ‘categoría cultural’ (Lomnitz, 2000), los estudios humanísticos tienen un papel esencial para valorarla. Si bien la corrupción es un fenómeno antropológico, en los casos de Perú y España ha estado presente a lo largo de la historia y las afirmaciones que hacen Manuel González Prada y Benito Pérez Galdós, respectivamente, siguen teniendo una gran vigencia.
Introducción a la identidad colectiva
La construcción de una identidad nacional como un conjunto de rasgos de formas de sentir, pensar y actuar en los que una población puede verse reflejada es un proceso largo y complejo. Tal como establece la teoría ricoeuriana, la identidad es fruto del discurso (Roca, 2003, p. 14), que proviene de numerosos agentes. En un trabajo anterior, se estudió la lectura acerca de la corrupción de Manuel González Prada y las implicaciones de esta realidad social en la identidad de los países hispanoamericanos y específicamente en Perú. En este trabajo vamos a profundizar en la comparativa entre Manuel González Prada y Benito Pérez Galdós. Esto tiene dos motivos de interés, el primero es la presencia de la corrupción en la conciencia social de ambos países, como hemos estudiado (Sevilla-Vallejo, 2020b, 2021); el segundo reside en que, además, Manuel González Prada (1844-1918) y Benito Pérez Galdós (1843-1920) fueron autores coetáneos, que escribieron tanto literatura como ensayo político, tuvieron una notable implicación política y reflejaron en sus textos las convulsas historias de sus países en la segunda mitad del siglo XIX y el comienzo del siglo XX. No nos consta que haya estudios comparativos entre ambos autores, que resultarían de gran interés para la literatura en español. Por ahora, se va a centrar el estudio en algunos ensayos de ambos acerca de la cuestión de la corrupción y cómo esta influyó en la definición de lo peruano y lo español, pero el alcance del análisis y de la comparación que se puede dar en este texto exige que haya nuevos estudios.
Tanto los individuos como los colectivos necesitan definir su propia forma de sentir, pensar y actuar para conformar su naturaleza, las diferencias que tienen en esos aspectos con otros individuos o colectivos y todo ello dará lugar a la relación con estos y con el medio en el que viven. Cada sujeto tiene de forma inseparable su identidad individual y su identidad como parte de un colectivo o, en las palabras de Pepe Carvalho, cada uno de nosotros es también una nación. “[u]n sujeto colectivo” (Vázquez Montalbán, 2004, p. 22). Antes de seguir avanzando, es conveniente dar una breve indicación sobre cómo se construye el sujeto. De acuerdo a la teoría de Paul Ricoeur, la identidad del sujeto se forma siempre en relación con otras personas: “el ‘yo’ se convierte en el primero de los indicadores; indica a aquel que se designa a sí mismo en toda enunciación que contenga la palabra ‘yo’, llevando tras él el ‘tú’ del interlocutor. Los demás indicadores […] se reagrupan en torno al sujeto de la enunciación” (1996, pp. 24-25). Podemos pensar en el sujeto como una persona o en el sujeto como colectivo con unas características determinadas. Cualquiera de estos sujetos posee una mismidad, que se refiere a los rasgos que le definen al sujeto individual, y una alteridad, la relación que establece con otros sujetos individuales o sujetos colectivos (Sevilla-Vallejo, 2019, pp. 3-4). La construcción de la identidad es un tema inexcusable porque “no es ningún tipo de esencia dada a priori sino que se acerca más a un simulacro o una ficción lingüística y cultural (construida sobre todo a partir de estrategias narrativas y que, por tanto, no tiene ningún tipo de consistencia ontológica)” (Roca, 2003, p. 14). La manera con la que un pueblo cuenta su historia define la memoria que queda de ella, la imagen que tienen sus miembros de sí mismos en un momento dado y las expectativas de futuro que albergan. Como señala Ascensión Martínez, los pueblos configuran un programa nacional que establece un sentido de unidad y una dirección de sus acciones (1994, p. 335). Benito Pérez Galdós ejerce como un observador detallista de los aspectos que se repiten en la historia para configurar en el sentido ricoeuriano una identidad colectiva.
En este capítulo vamos a observar las referencias que hace Pérez Galdós a la corrupción en la obra Política española, tomos I y II, en concreto a los textos Procedimientos electorales (30 de abril de 1885), Un gobierno liberal (3 de diciembre de 1885), Un rey póstumo (22 de mayo de 1886), que se corresponden con el tomo I, y Política y administración (14 de noviembre de 1887), que se corresponden con el segundo. Las referencias explícitas a la corrupción no son muy frecuentes, pero, cuando se dan, aparecen de forma directa, sin la necesidad de dar grandes aclaraciones. Lo cual parece indicar que la corrupción era una percepción generalizada en el público lector al que Pérez Galdós se dirigió. Este estudio parte de un marco teórico compuesto por el modelo narrativo de Paul Ricoeur y el cambio de la lógica cultural definida por Jean Pierre Olivier de Sardan. Esto ha sido previamente empleado para estudiar Los comentarios reales del Inca Garcilaso de la Vega (Sevilla-Vallejo, 2020a).
El salvajismo y la pasividad frente a los vicios añejos y hereditarios
En este trabajo, pretendemos acercarnos a algunos ensayos de Manuel González Prada y Benito Pérez Galdós como ejemplos de una visión mucho más amplia y compleja acerca de las realidades peruana y española. Las menciones a la corrupción permiten conectar lo mencionado previamente en relación a la sociedad actual con sus antecedentes en el siglo XIX. Ambos autores participaron de la inquietud de retratar los aspectos que definen las identidades de sus países. Este trabajo se centra en textos de índole política, pero suficientemente variados en sus temáticas para dar una imagen significativa. Manuel González Prada señaló con vehemencia los abusos cometidos por la Conquista española y la división social que dejó la Independencia (Martínez, 2015, p. 67), y denunció también cómo perduró una mentalidad que impedía el progreso del país y la obtención de una verdadera identidad nacional. Tal como ha estudiado Ortega, este autor rechaza la tradición en favor de la necesaria reforma que debía experimentar el país (1988, p. 37).En el caso de Benito Pérez Galdós, un aspecto que destaca en su postura es la convicción de que la capacidad para transformar la sociedad no reside únicamente en las clases altas, sino también en el pueblo. En este sentido, va a tratar la corrupción, pero sin dejarse llevar por el derrotismo de que el abuso de poder pueda doblegar a la sociedad. Así dice: “La moral pública es virtud que se infiltra en los pueblos con mucha lentitud. Esta savia ha de penetrar igualmente por arriba y por abajo” (I, p. 295). Esta afirmación establece dos premisas que son constantes en los textos de Pérez Galdós: el peso del tiempo en la configuración del carácter nacional, es decir, un colectivo adquiere ciertas formas de sentir, pensar y actuar que, con sus defectos y virtudes, son muy resistentes al cambio. La otra, como se ha mencionado, se expresa con esta bella metáfora de la savia, que da una iniciativa a las clases populares, que no está presente en la obra de González Prada. Sin embargo, la imagen de las clases dirigentes es casi tan negativa como la dada por el autor peruano. Comenta acerca de la forma de actuar de los partidos lo siguiente: “Es el fenómeno normal de la política española y de los partidos liberales unirse en la oposición para dividirse en el Poder” (I, p. 3). El fenómeno de las alianzas inestables entre partidos sigue siendo de una enorme actualidad. Pese a todo, resulta llamativo el optimismo por el que espera que los acuerdos interesados y poco duraderos de los partidos llevarán al fracaso de estos organismos: “no podían prevalecer mucho tiempo sin provocar este ruidoso esfuerzo común de las fracciones constantemente postergadas. Y, si así no fuera, si esas alquimias del Ministerio de Gobernación tuviesen siempre éxito, habría motivos para sostener que el sistema representativo es en absoluto una comedia entre nosotros” (I, p. 4). Pérez Galdós confía en el peso de la opinión pública y el sentido del honor que finalmente rige tanto la política, el ejército y la sociedad en general.
Benito Pérez Galdós no considera que la sociedad española esté dirigida desde el salvajismo como consideró González Prada acerca de Perú. Sin embargo, ambos autores señalaron la preponderancia de lo militar y, dentro de ella, del soldado fanfarrón, al estilo de Plauto. Es decir, la presencia excesiva de militares que agigantan sus hazañas para justificar su avaricia. Tal como ha estudiado Taylor, existe una compleja relación entre los ideales sociales que se espera alcanzar y la afirmación de la vida ordinaria o de las necesidades más básicas (1989). Coinciden González Prada y Pérez Galdós en que en sus países existe un modelo social por el que el éxito no está puesto en la inteligencia, ni en producir bienes para la sociedad ni en la belleza, sino en ejercer el poder, de modo que la sociedad se divide entre aquellos que dominan sin ningún fin y aquellos que son dominados. Los dos escritores realizan sátiras que desmitifican el poder de los militares que se ponen al frente del poder político. Por un lado, González Prada hace énfasis en la vanagloria absurda de los militares: “¡Cómo arrastran por las aceras los sables! Al verles tan llenos de sí, tan orondos, tan crecidos, tan soberbios, cualquiera se imaginaría que regresan de haber conquistado Chile” (González Prada, 1933, p. 46). Estos militares no tienen verdaderos motivos de orgullo, sino que engrandecen sus acciones como si fueran una versión adulterada de las batallas quijotescas. Así creen salir victoriosos de descomunales batallas con gigantes, cuando en realidad no hacen sino pelear con cueros de vino tinto (González Prada, 1933, p. 47). Por otra parte, Pérez Galdós presenta una imagen todavía más cotidiana y ridícula: “No hay en nuestra historia, ni aun en las contiendas de ideales contrapuestos, nada que se iguale al furor con que riñen y se destrozan estos señores que han conspirado juntos por la libertad, que han sabido ganarla en un común esfuerzo, que unidos gobernaron en una misma situación y que parecen destinados por la uniformidad o semejanza de sus principios a perenne concordia. Y, no obstante, se pelean cual mujeres celosas, y sus querellas dejan muy atrás las de los bandos más exaltados” (I, p. 8). En ambos casos, estos personajes carecen de cualquier verdadera idea política, por lo que sus luchas resultan abusivas y grotescas.
Son muchas las sociedades donde el modelo social de comportamiento no se dirige al bien común y al progreso sino a la búsqueda del control sobre los demás. Perú y España pueden servir como ejemplos de la realidad antropológica teorizada por Olivier de Sardan. En esas sociedades, se establece una lógica cultural por la que se admira a aquel que adquiere preeminencia sobre los demás no por sus méritos sino por su misma influencia. Este modelo social da forma a una identidad colectiva del dominio. En este sentido, Pérez Galdós se diferencia de González Prada porque no critica a todos los políticos que menciona, sino que toma el partido de algunos, como es el caso de Nicolás Salmerón, frente a otros a los que desprecia, como es el caso de Ruiz Zorrilla. Es muy interesante la siguiente cita: “Por fortuna, todo lo que vale en el partido conservador sigue al primitivo jefe, y reconoce su incontestable autoridad política. El hombre [Nicolás Salmerón] que tan eminentes servicios ha prestado a su Patria no puede ser abandonado, ni su jefatura puesta en duda por las genialidades de un demente [Ruiz Zorrilla]” (I, p. 110). Aquí se puede observar no solo cómo Pérez Galdós pone a ambos políticos como extremos de la virtud y la corrupción, respectivamente, sino también su carácter crítico. Si bien Pérez Galdós se alinea habitualmente más con el pensamiento liberal, en este caso reconoce el valor de un líder conservador[1]. Y continúa: “Con estas manifestaciones, el insigne Salmerón aparece más próximo a Castelar que a Zorrilla. Y se comprende bien que así tenía que ser. Solo por equivocación podían verse unidos el corruptor de militares y el gran filósofo español, el agitador de oficio y el hombre ilustre y recto que abandono el Poder por no firmar una sentencia de muerte” (I, p. 129). En los ensayos periodísticos de Pérez Galdós los personajes adquieren un valor simbólico, por ello, que se asocie a Salmerón a Castelar supone que ambos representan las mayores virtudes y rectitud frente al carácter salvaje que se da a Zorrilla.
Uno se podría preguntar si en los países donde hay claras muestras de corrupción no hay voces críticas que denuncien los abusos del poder. El asunto es complejo porque, en los términos de Jean Pierre Olivier de Sardan, la corrupción que se mantiene en el tiempo establece una lógica cultural de la fractura social (Tavits, 2005, p. 5), es decir, la falta de apoyo mutuo se convierte en el modo común de comportamiento. De este modo, el colectivo incorpora en la narrativa de su identidad la falta de solidaridad y, por lo tanto, se repite de generación en generación la protección de los intereses particulares y así se perpetúa la diferencia entre una minoría que dispone de la mayoría de los medios (aunque no sean siempre las mismas personas quienes formen esa minoría) y el resto, que tiene mucho menos. Esta situación se estabilizará en la medida que la población se conforme y piense poco al respecto de la injusticia: “las tiranías, en fin, persiguen el aflojamiento de las voluntades y la emasculación de los cerebros, ahogan toda manifestación libre de la pluma o de la palabra y quieren imponer un largo silencio de tumbas, interrumpido únicamente por el arrastrar del sable” (González Prada, 1933, p. 80). Para González Prada, Los intelectuales son los llamados a despertar la conciencia de la población, pero el problema es que “no tienen una verdadera formación crítica, sino una mezcolanza de influencias e ideas mal elaboradas: Tienen por ciencia un revoltijo de adaptaciones francesas, préstamos italianos y lucubraciones propias, algo así como un bebistrajo compuesto de champagne sofisticado, lacrima cristi inferior y guarapo nacional” (González Prada, 1933, pp. 98-99). Asimismo, existe una fuerte presión social para que incluso los intelectuales renuncien a su sentido crítico (González Prada, 1976, p. 223). En cambio, Pérez Galdós considera que, pese a toda la corrupción, subyace un sentido de honor y de deber social que contiene el empuje de los abusos. Entiende además que los corruptos han de caer por su propia debilidad. Así lo expresa con la siguiente metáfora médica: “Pasa lo que con un cuerpo o persona de muy malos humores y de viciosa sangre; que basta la aparición de un grano en la epidermis para que se le tenga por un síntoma de profunda y mortal revolución patológica y se convoque inmediatamente a todo el protomedicato” (I. 315).
Los autores estudiados parten también de marcos teóricos y experiencias muy diferentes. Thomas Ward muestra cómo González Prada recibe la teoría evolucionista y define una visión del progreso de las sociedades (2001, pp. 26-27) que le lleva a defender una revolución evolutiva (2001, p. 134). La revolución es una forma rápida de la necesaria evolución de una sociedad. El problema de las revoluciones que se produjeron en Perú es que “casi todas se redujeron a pronunciamientos o cuartelazos. Riñas de lacayos para cambiar de señor y librea. Toda buena revolución fué maleada por sus mismos iniciadores, todo restaurador de las libertades públicas terminó por desaforado enemigo de la Constitución y las leyes” (González Prada, 1933, p. 134). Nuestro autor observa que las revoluciones de los países hispanoamericanos no han perseguido ideales, sino que han aumentado los problemas y la violencia: “Condenamos las revoluciones nacionales porque nos empobrecen, nos deshonran, nos desangran y nos salvajizan. Si en las épocas normales no hay más garantía que la voluntad del sátrapa guarecido en Palacio, durante la guerra civil rige la ley de Lynch aplicada por los malvados a las gentes honradas” (1933, p. 149). Esto se debe a que esas revoluciones sirven a los intereses particulares de quienes las ponen en marcha: “¿Cómo lograr algo bueno si los culpables mismos encauzan las revoluciones? Cuando no las inician, las fomentan; y cuando no las fomentan, las aclaman en la hora del triunfo para disfrutar los beneficios, sustituyéndose a los ingenuos que de buena fe se arrojaron a luchar por la Constitución las leyes” (1933, p. 150). En este sentido, encuentra un contraste con “la Revolución francesa y la Comuna de París, [donde] los injustamente llamados fieras o bandidos combatieron por una idea y no cayeron con los bolsillos repletos de oro” (1933, p. 153). González Prada tiene puesta su mirada en el extranjero y eso le lleva a observar las carencias que considera que tiene su país con respecto a otros. Asimismo, observa la falta de una verdadera independencia de la nación peruana, en el sentido de que no encuentra una verdadera ciudadanía entre sus compatriotas: “La independencia nos abruma, como una montaña de plomo. Se diría que lamentamos la esclavitud perdida, como pájaros que, lanzados al aire por un descuido del amo, regresan a revolotear y piar en derredor de la jaula” (1976, p. 106). Se adormece la inquietud por todo lo que no sea esa jaula y así la población se vuelve contraria al progreso: “Si persona extraña viene a ofrecernos luz o a querer inocularnos el fermento de la vida moderna, nos sublevamos en masa, nos creemos ofendidos en el orgullo nacional” (1976, p. 52). González Prada pretende que su país adquiera las virtudes que observa en Europa, que principalmente se refiere a Francia. En cambio, Pérez Galdós observa que el sistema español funciona de forma ineficaz e injusta en muchas ocasiones, pero tiene puestas sus esperanzas en que la torpeza política no puede durar y menos si los ciudadanos no les apoyan.
González Prada hizo una crítica sin ambages a la clase política del momento. Señala Ward que su falta de apoyo a la política convencional proviene en gran medida de convicción de que las autoridades y leyes velaban únicamente por los intereses de unos pocos, en contra del conjunto de la población (2001, p. 144 y ss.). En su experiencia “[a]utoridad implica abuso, obediencia denuncia abyección, que el hombre verdaderamente emancipado no ambiciona el dominio sobre sus iguales ni acepta más autoridad que la de uno mismo sobre uno mismo” (González Prada, 1940, p. 17). En cambio, Pérez Galdós observa la corrupción en un contexto social más amplio. Por ejemplo, en relación a los aranceles: “Como esta situación es insostenible, la Administración no tiene más remedio que ser tolerante, reformando tácitamente el Arancel y estableciendo
una verdadera transacción racional entre el comercio y el fisco, transacción contraria a las leyes; pero impuesta por la realidad de las cosas” (II, p. 62). En este caso en particular, la aplicación estricta de la ley lleva a una situación insostenible para el comercio, por el que se tolera la infracción de esta y Pérez Galdós ve el problema de la corrupción no en el mal de clase política, sino en la falta de una regulación más eficaz.
Mientras que González Prada invitó a una revolución anarquista intelectual (Pereyra, 2009), la cual perseguía acabar con esta mentalidad de dominio y conservación de los propios intereses personales para llevar al país a la libertad y a la apertura a nuevas ideas; Pérez Galdós insta a una organización más racional, pero tiene presente que está debe entrar en relación con la identidad colectiva: “No se cuenta con la resistencia propia de las cosas, ni con la solidez y adherencia que las instituciones han adquirido por sí mismas, en virtud de la ley del tiempo y del cambio lento que se va verificando en nuestras costumbres” (I. p.. 146). Benito Pérez Galdós percibe que la misma historia ha ido asentando en la mentalidad española una tendencia a ciertos defectos, pero también a otras cualidades positivas: “Nuestro ejército, pues, a pesar de su viciosa organización, es tan sufrido en la paz como en la guerra, y por punto general no se aparta de la senda que le marcan su honor y la opinión del país” (I, p. 216). Por ello, según Pérez Galdós la corrupción nunca sería plena, porque, salvo por algunos políticos concretos, no estaría movida tanto por un genuino abuso consciente, sino más bien por costumbres o por grupos políticos, pero no de una forma tan sistemática como plantea González Prada. Además, parece concebir una tendencia individual a actuar bien que se contrapone con la corrupción.
Por todo lo visto, González Prada y Pérez Galdós esperan un cambio social, pero que proviene de distintos lugares. En el caso del autor peruano, su proyecto político busca una revolución que permita llegar a motivaciones más allá de la satisfacción del estómago y poner como meta el progreso social: “la Anarquía persigue el mejoramiento de la clase proletaria en el orden físico, intelectual y moral; concede suma importancia a la organización armónica de la propiedad; mas no mira en la evolución de la Historia una serie de luchas económicas. No, el hombre no se resume en el vientre, no ha vivido guerreando eternamente para comer y sólo para comer” (González Prada, 1940, p. 31). Y, como percibe que la corrupción de los líderes imposibilita todo cambio, en ocasiones apela a la violencia: “será la avenida torrentosa que todo lo arrasa convirtiendo en pedregal la buena tierra de labor, sino la inundación que ahoga las sabandijas y depone el limo fecundante en el suelo empobrecido. Será también la aurora del gran día. No faltará sangre. Las auroras tienen matices rojos” (1933, p. 156). En el caso de Pérez Galdós pasa por la búsqueda de un consenso: “La discusión del Mensaje será fecunda si de ella arranca una conciliación, aunque no dure mucho tiempo; será estéril y viciosa si con
ella se ahondan más las divisiones (II, p. 8). De este modo, la conciliación siempre será más duradera, cuando se alcance, que las perturbaciones de la corrupción porque estas se encuentran condenadas al fracaso.
Conclusiones
En este trabajo se han ofrecido datos acerca de la importancia de la corrupción en el contexto español, pero aplicables a otros países y se ha comparado la percepción que tuvieron González Prada y Pérez Galdós respecto de la corrupción, con sus motivos, su desarrollo y también las posibilidades de solución. Como se ha podido comprobar la obra de González Prada resulta más visceral, está llena de animosidad contra la clase política y espera una verdadera revolución que de un cambio completo a la mentalidad de la pasividad. “Hay países que tienen letargos de marmota y despertares de león, como Japón y China” (1933, p. 155). La mirada de Pérez Galdós es menos exaltada, observa con atención, algunas dosis de comprensión y con rechazo de lo que es inconveniente. Se puede decir que el idealismo es también menor o que este se desplaza a la confianza en virtudes que a la larga serán más fuertes que los defectos que llevan a la corrupción.
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[1] La postura política de Pérez Galdós es compleja. Para una lectura más detallada en este sentido, se recomienda leer Calderón (1982)