Historia y Patrimonio de las Islas Canarias

Enrique Fraguas Amor (ULL) y (UCJC)

Canarias es un archipiélago volcánico situado en el océano Atlántico, frente a las costas del noroeste de África. Forma parte de la región natural de Macaronesia y es el archipiélago más extenso y poblado de España. Su ubicación le ha conferido un carácter único como puente entre tres continentes (África, Europa y América) y una excepcional biodiversidad.

El clima subtropical, moderado por los vientos alisios, varía según la altitud y orientación de cada isla, creando diversos microclimas. Esta diversidad paisajística y climática explica la presencia de cuatro parques nacionales en las islas y el hecho de que todas cuenten con reservas de la biosfera de la UNESCO. Además, varias zonas han sido declaradas Patrimonio de la Humanidad debido a su valor natural o cultural.

La belleza de sus paisajes, su riqueza geológica y su clima benigno han convertido a Canarias en un importante destino turístico internacional, con casi 18 millones de visitantes en 2024. A nivel político, Canarias constituye una comunidad autónoma española con estatus de nacionalidad histórica, cuya capitalidad es compartida entre Santa Cruz de Tenerife y Las Palmas de Gran Canaria. En conjunto, la situación geográfica aislada pero estratégica de las islas y sus características volcánicas y ecológicas hacen de Canarias un territorio singular dentro de España y del mundo.


Época prehispánica: pueblos aborígenes y cultura ancestral

Las Islas Canarias estuvieron habitadas durante más de mil años antes de la llegada europea por pueblos aborígenes de origen bereber norteafricano. Aunque técnicamente “guanche” es el gentilicio de los antiguos habitantes de Tenerife, este término se ha extendido para denominar a todos los aborígenes canarios. Cada isla poseía su propia sociedad y denominación étnica: por ejemplo, los bimbaches en El Hierro, benahoaritas en La Palma, guanches en Tenerife, gomeritas en La Gomera, canarios en Gran Canaria y majos (o mahoreros) en Lanzarote y Fuerteventura.

No había un poder unificado sobre el archipiélago, sino tribus o pequeños reinos independientes en cada isla, con escaso contacto marítimo entre sí debido a las dificultades de navegación. Así, al iniciarse el siglo XV, Tenerife estaba dividida en nueve menceyatos (reinos tribales gobernados por menceyes) y Gran Canaria contaba con varios guanartematos bajo sus propios caudillos, mientras que islas como Lanzarote y El Hierro no presentaban divisiones internas significativas.

A pesar de su aislamiento, los aborígenes desarrollaron una cultura sólida de carácter neolítico. Su economía se basaba principalmente en la ganadería (cabras, ovejas, cerdos y perros introducidos desde África) y en una agricultura cerealista sencilla. Molían cebada y trigo tostado para elaborar gofio, un alimento que aún hoy es base de la gastronomía canaria. Vivían en cuevas naturales o excavadas en la toba volcánica y, en algunas islas (Gran Canaria, Lanzarote), construyeron también poblados de casas de piedra.

Culturalmente, los antiguos canarios tejieron cestas, fabricaron cerámica sin torno y dejaron muestras de arte rupestre –como el impresionante panel pintado de la Cueva Pintada de Gáldar en Gran Canaria– con motivos geométricos, espirales y signos alfabéticos líbico-bereber. También emplearon la escritura líbico-bereber, evidencia de que poseían lenguaje escrito vinculado a sus orígenes norteafricanos.

En cuanto a su organización social, las comunidades eran patriarcales y estratificadas por riqueza (medida en ganado). Cada reino insular era gobernado por un líder –llamado guanarteme en Gran Canaria o mencey en Tenerife– asistido por consejos de ancianos reunidos en asambleas como el tagoror (Tenerife) o el sabor (Gran Canaria). La religión aborigen era politeísta y animista: adoraban a diversas divinidades asociadas al sol, la luna, las estrellas y fenómenos naturales. Algunos lugares prominentes eran considerados sagrados, como ciertas montañas y roques; por ejemplo, el volcán Teide en Tenerife, la montaña Idafe en La Palma o Tindaya en Fuerteventura eran objeto de veneración. Entre sus dioses destacan en Tenerife Achamán (dios supremo del cielo) y Chaxiraxi (madre celeste), entre otros.

Los aborígenes practicaban ritos funerarios elaborados: en Tenerife y Gran Canaria llegaron a momificar a sus muertos, cuyos restos se han conservado hasta hoy como valiosos testimonios arqueológicos. En suma, la época prehispánica canaria nos legó un rico patrimonio arqueológico y antropológico que nos habla de unos pueblos insulares con raíces bereberes, adaptados a su entorno volcánico y aislado, con costumbres únicas desarrolladas en siglos de vida independiente.

El Ídolo de Tara, figura de fertilidad de cerámica realizada por los antiguos canarios y expuesta en el Museo Canario de Las Palmas de Gran Canaria, es un símbolo del arte aborigen insular y refleja la conexión cultural con el mundo bereber.


La conquista castellana y su impacto

La incorporación de las Canarias a la Corona de Castilla fue un proceso largo y difícil, que se extendió casi un siglo (1402–1496) de exploraciones, pactos y guerras. Todo comenzó en 1402, cuando expedicionarios normandos al servicio de Castilla (Jean de Béthencourt y Gadifer de La Salle) iniciaron la conquista de Lanzarote, a la que siguieron Fuerteventura, El Hierro y La Gomera en las décadas siguientes. Estas primeras conquistas fueron de carácter señorial, emprendidas por nobles con autorización real a cambio de vasallaje, y por eso a esas islas se las llamó luego “islas de señorío”.

Sin embargo, la resistencia de los habitantes aborígenes impidió completar la dominación de las islas mayores en esa primera etapa. A partir de 1478, bajo el reinado de los Reyes Católicos, la propia Corona de Castilla asumió directamente la campaña militar en Gran Canaria, La Palma y Tenerife –las llamadas “islas de realengo”–, culminando la conquista con la caída del último reino indígena de Tenerife en 1496.

La conquista no fue fácil: los aborígenes opusieron fuerte resistencia en islas como Gran Canaria y Tenerife. Episodios como la Matanza de Acentejo (1494), emboscada en la que los guanches infligieron una severa derrota a los invasores en Tenerife, muestran lo encarnizado del enfrentamiento. Finalmente, tras nuevas expediciones militares y batallas (La Laguna, La Victoria de Acentejo), los castellanos lograron someter Tenerife en 1496, dando por finalizada la conquista del archipiélago e incorporándolo plenamente al reino de Castilla.

Este hecho histórico supuso un profundo choque de culturas entre los europeos y los nativos canarios. Muchos aborígenes perecieron durante los conflictos o sucumbieron posteriormente a epidemias y a la esclavitud; la población indígena se redujo drásticamente y gran parte de sus costumbres y organización ancestral desaparecieron o fueron transformadas. De hecho, la conquista resultó en la desaparición de las culturas aborígenes insulares como tales y en la imposición del idioma, la religión y las instituciones castellanas.

Tras la conquista, comenzó la colonización europea del territorio canario. Se repartieron tierras y aguas entre conquistadores y nuevos colonos venidos de la península ibérica (sobre todo castellanos, andaluces y portugueses) y de otras procedencias europeas. La sociedad isleña posconquista fue muy heterogénea: incluía a los aborígenes supervivientes (algunos convertidos al cristianismo y asimilados), colonos españoles y europeos diversos, esclavos norteafricanos y subsaharianos traídos para trabajar en plantaciones, y también moriscos (musulmanes bautizados) desterrados. Esta mezcla de pueblos dio origen al actual pueblo canario, fruto de un mestizaje cultural y genético intenso desde el siglo XV.

La introducción del cristianismo fue rápida: se erigieron parroquias y la Iglesia desempeñó un papel central en la nueva sociedad, a la vez que muchos antiguos dioses y ritos aborígenes fueron suprimidos o sincretizados (por ejemplo, la veneración guanche a la diosa Chaxiraxi se asoció a la Virgen de Candelaria).

Económicamente, los conquistadores implantaron en las islas cultivos de exportación (caña de azúcar primero) y un modelo señorial en algunas zonas. Las Islas Canarias pasaron a ser, estratégicamente, una escala vital en las rutas atlánticas hacia América: Cristóbal Colón hizo escala en Gran Canaria y La Gomera en 1492 antes de cruzar el Atlántico, iniciando una tradición por la cual prácticamente todas las flotas españolas hacia el Nuevo Mundo recalaban en Canarias para avituallarse.

En resumen, la conquista castellana transformó radicalmente el panorama humano y cultural del archipiélago, integrándolo en la órbita europea. Aunque significó la pérdida de gran parte del legado aborigen, también marcó el nacimiento de la identidad canaria mestiza, con aportes europeos, africanos e indígenas.


Evolución histórica (siglos XV–XXI)

Bajo la Corona de Castilla y, tras 1492, dentro del Imperio español, Canarias desarrolló una historia particular condicionada por su lejanía del continente, su economía de plantación y su papel estratégico.

Siglos XV–XVI:
Tras la conquista, se fundaron las primeras ciudades hispánicas: Real de Las Palmas (1478) en Gran Canaria y San Cristóbal de La Laguna (1497) en Tenerife, entre otras. La sociedad canaria se estructuró bajo instituciones castellanas (cabildos, concejos, audiencias) y la religión católica. La base económica inicial fue la caña de azúcar, cultivada en las islas más húmedas (Gran Canaria, Tenerife, La Palma) con mano de obra esclava africana y financiación genovesa. En el siglo XVI, Canarias se convirtió en uno de los primeros productores de azúcar del Atlántico, exportando su “oro blanco” a Europa. Sin embargo, esta prosperidad inicial declinó por la competencia del azúcar americano (caribeño y brasileño), lo que llevó a una crisis en el siglo XVII.

Siglos XVII–XVIII:
Tras el declive azucarero, emergió el cultivo de la vid: los vinos canarios, en especial el Malvasía dulce, gozaron de gran fama en Inglaterra y otros países europeos. Durante el siglo XVII, la exportación de vino a Inglaterra se volvió el pilar de la economía isleña, mientras el archipiélago también servía de enclave de contrabando entre Europa y América. Esta misma actividad comercial atrajo la atención de piratas y corsarios: las islas sufrieron frecuentes ataques de corsarios berberiscos, ingleses y holandeses. Un hecho notable fue la fallida invasión del almirante Horacio Nelson a Santa Cruz de Tenerife en 1797, donde la milicia local y las tropas españolas rechazaron al británico, que perdió su brazo en combate, consolidando un episodio de orgullo en la historia canaria.

A finales del XVIII, la competencia internacional y la independencia de las colonias americanas sumieron a Canarias en crisis económicas periódicas, agravadas por sequías y hambrunas en las islas más pobres. Muchos canarios emigraron entonces a América (Cuba, Venezuela, Río de la Plata) buscando sustento; esta migración sería una constante también en el XIX, dejando huella cultural (por ejemplo, en Cuba se creó la figura del “isleño” canario).

Siglo XIX:
En 1808 las islas permanecieron fieles a la Corona española durante la Guerra de Independencia. En 1812, con las Cortes de Cádiz, se abolieron los antiguos cabildos y se dividió el archipiélago en dos provincias (occidental y oriental), anticipando la histórica rivalidad insular (pleito insular). Una medida fundamental fue la declaración de puertos francos en 1852, que liberó al comercio canario de aranceles y atrajo inversión extranjera, permitiendo una reactivación económica.

A mediados del XIX prosperó la producción de cochinilla (un tinte natural extraído de insectos en cactus) para la industria textil europea, hasta que los tintes sintéticos provocaron su declive. Hacia finales del XIX e inicios del XX, se introdujeron nuevos cultivos de exportación como el plátano (banano) y el tomate, de la mano de compañías británicas, consolidando una agricultura de plantación en Tenerife, Gran Canaria y La Palma. En 1912, la Ley de Cabildos estableció instituciones insulares de gobierno local, dando cierta autonomía administrativa a cada isla.

Siglo XX:
La posición atlántica de Canarias cobró importancia geopolítica. Durante la Guerra Civil Española (1936), el general Francisco Franco dio inicio al alzamiento militar precisamente desde Tenerife, donde estaba destinado; tras ello, el archipiélago quedó bajo control franquista y relativamente aislado. La posguerra fue una época difícil de pobreza y migración masiva de canarios hacia América (especialmente a Venezuela).

A partir de los años 1960, con la apertura económica del régimen, llegó el boom del turismo: el benigno clima canario, sus playas y paisajes volcánicos atrajeron a visitantes europeos, transformando la economía insular. Se construyeron aeropuertos internacionales en todas las islas mayores y surgieron importantes zonas turísticas (como el sur de Gran Canaria y Tenerife). Este desarrollo turístico impulsó el crecimiento urbano y la mejora de infraestructuras, pero también generó retos en cuanto a la sostenibilidad y la conservación del medio natural.

Tras la llegada de la democracia en España, en 1982 Canarias alcanzó el estatuto de autonomía como comunidad autónoma, con parlamento y gobierno propios. Desde entonces, cuenta con un régimen económico-fiscal especial (REF) orientado a compensar la lejanía, y su capitalidad política es compartida entre las dos ciudades principales, Santa Cruz de Tenerife y Las Palmas, reflejando un equilibrio histórico.

En la etapa autonómica reciente, Canarias ha consolidado su identidad cultural y afrontado desafíos contemporáneos, desde la gestión del crecimiento turístico y demográfico hasta la protección de su rico patrimonio. Hoy en día, con más de 2,2 millones de habitantes, las islas siguen siendo un cruce de caminos entre continentes, orgullosas de su pasado mestizo y volcánico, y enfocadas en un desarrollo equilibrado que preserve sus tesoros culturales y naturales para el futuro.


Patrimonio cultural: arquitectura, centros históricos y monumentos

El legado cultural material de Canarias es abundante y variado, resultado de la mezcla entre las raíces aborígenes y cinco siglos de influencias europeas. En arquitectura tradicional, las islas exhiben un estilo propio adaptado al clima y a los materiales locales (piedra volcánica y madera de pino canario). En los cascos históricos de ciudades como La Laguna, La Orotava o Teguise, es común ver antiguas casas señoriales de los siglos XVI–XVIII con fachadas coloridas y elementos característicos.

Destacan los balcones de madera tallada, verdaderos balcones-mirador construidos en resistente tea (madera del pino canario) y decorados con filigrana geométrica o vegetal. Estos balcones canarios –presentes en ciudades como La Orotava o la propia San Cristóbal de La Laguna– no solo cumplían función estética sino social: desde ellos la familia observaba las procesiones y eventos en la calle, disfrutando de la brisa atlántica. Igualmente, los patios interiores son un elemento típico de la vivienda canaria: frescos y rodeados de columnas de madera, con fuentes y vegetación, servían como corazón del hogar, lugar de reunión familiar y alivio del calor. Este estilo arquitectónico vernáculo, de muros encalados, techos de teja árabe a dos aguas y uso inteligente de materiales locales, ha perdurado hasta hoy en muchos pueblos y barrios históricos, convirtiéndose en una seña de identidad que las instituciones buscan conservar.

Muchas localidades canarias conservan su traza histórica y monumentos de la época colonial. La ciudad de San Cristóbal de La Laguna (Tenerife), fundada en 1497, fue diseñada con un innovador plano en cuadrícula sin murallas y es hoy Patrimonio Mundial de la UNESCO. Su casco antiguo, prácticamente intacto desde el siglo XVI, exhibe amplias calles y plazas flanqueadas por hermosas iglesias y casonas históricas de los siglos XVI, XVII y XVIII. Entre sus edificios emblemáticos están la Catedral de La Laguna y numerosas iglesias como la de La Concepción, con su característico campanario.

En Las Palmas de Gran Canaria, el barrio histórico de Vegueta guarda la Catedral de Santa Ana (fundada a finales del siglo XV, primera diócesis de Canarias) y construcciones como la Casa de Colón, muestra de la arquitectura civil canaria con sus patios y balcones. Otras poblaciones notables incluyen Telde y Gáldar en Gran Canaria, La Orotava y Garachico en Tenerife, Betancuria en Fuerteventura, San Sebastián de La Gomera, Santa Cruz de La Palma, entre otras, todas con iglesias, conventos, plazas e incluso restos de fortificaciones costeras (castillos) que narran la historia local.

En los pueblos, sobresale la arquitectura rural: ermitas, haciendas y molinos de gofio. Muchos de estos bienes están protegidos como Bienes de Interés Cultural (BIC) por el Gobierno de Canarias, y los centros históricos se benefician de planes de protección para mantener su autenticidad.

El patrimonio arqueológico prehispánico también es valiosísimo. Además de la mencionada Cueva Pintada de Gáldar, las islas cuentan con numerosos yacimientos: graneros excavados en roca como el Cenobio de Valerón (Gran Canaria), asentamientos de cuevas como El Julán (El Hierro) con sus petroglifos, o Zonzamas (Lanzarote). Un lugar cumbre es el Paisaje Cultural de Risco Caído y las Montañas Sagradas de Gran Canaria, declarado Patrimonio Mundial en 2019. En los riscos abruptos del centro de Gran Canaria se hallan decenas de cuevas habitacionales, graneros trogloditas y santuarios que atestiguan la presencia de una cultura insular autóctona anterior a la conquista castellana. Destacan dos cavidades ceremoniales (almogarenes) en Risco Caído y Roque Bentayga, alineadas astronómicamente: en una de ellas, un haz de sol penetra por un orificio e ilumina grabados durante los solsticios, indicando que los antiguos canarios dominaban un calendario agrícola basado en la observación celeste. Este fascinante yacimiento combina arqueología y astronomía, mostrando el alto grado de sofisticación de la cultura aborigen.

Por todo el archipiélago se protegen también necrópolis tumulares (como las de Jinámar en Gran Canaria), estaciones de grabados rupestres (Belmaco en La Palma o La Fortaleza de Ansite en Gran Canaria), y lugares vinculados a leyendas y tradiciones orales. En conjunto, el patrimonio cultural tangible canario –desde sus ciudades coloniales con sabor mestizo hasta las silenciosas cuevas de sus primeros habitantes– constituye un legado de enorme valor. Las autoridades y la sociedad civil trabajan activamente en su conservación, conscientes de que iglesias, casonas, museos y yacimientos arqueológicos son testigos irrepetibles de la historia insular y recurso de identidad y atractivo cultural.


Patrimonio inmaterial: tradiciones, lengua, música y gastronomía

La cultura canaria no solo vive en sus edificios y objetos, sino también en sus tradiciones populares, expresiones artísticas y saberes transmitidos oralmente. Uno de los tesoros inmateriales más singulares es el Silbo Gomero, lenguaje silbado ancestral de la isla de La Gomera. Este sistema de comunicación reproduce mediante silbidos las sílabas del español, permitiendo “hablar” a grandes distancias en el abrupto relieve gomero. Originado probablemente en época prehispánica (cuando los pastores guanches lo usaban en sus propias lenguas), el silbo se adaptó luego al castellano y pervive hasta hoy. La UNESCO lo reconoció en 2009 como Patrimonio Cultural Inmaterial de la Humanidad. Gracias a iniciativas de salvaguardia –como la enseñanza obligatoria del silbo en las escuelas de La Gomera– esta tradición única sigue viva y es motivo de orgullo identitario.

Junto al silbo, Canarias conserva otras prácticas rurales heredadas de los aborígenes, como el salto del pastor (uso de una lanza larga para desplazarse por el monte, hoy deporte tradicional) o la técnica de recolección de la miel de palma (guarapo). También destaca la lucha canaria, deporte vernáculo de origen guanche, en la que dos contrincantes tratan de derribarse usando solo fuerza y destreza; y el juego del palo canario (esgrima con varas). Estas expresiones folclóricas, junto con bailes y vestimentas típicas, forman parte del acervo vivo del pueblo.

En el ámbito de las fiestas y celebraciones, el calendario canario está repleto de manifestaciones culturales. El Carnaval de Santa Cruz de Tenerife, por ejemplo, es la fiesta más famosa del archipiélago, reconocida internacionalmente como uno de los carnavales más espectaculares del mundo. Cada febrero, las calles tinerfeñas se llenan de música, disfraces fastuosos, desfiles y actos como la Gala de la Reina, en una tradición centenaria que ni siquiera la dictadura franquista logró interrumpir (durante la cual se celebraba bajo la denominación de “fiestas de invierno”). Igualmente renombrado es el Carnaval de Las Palmas de Gran Canaria, con su gala Drag Queen y multitudinaria participación. En La Palma sobresale la Fiesta de Los Indianos, carnaval único con polvos de talco que parodia el retorno de emigrantes.

Además de los carnavales, cada isla celebra sus romerías y fiestas patronales: peregrinaciones populares en honor a los santos o vírgenes locales, donde se combina la devoción religiosa con la música folclórica, el baile y la gastronomía típica. Ejemplos son la Romería de San Benito en Tenerife, la Bajada de la Virgen de los Reyes en El Hierro (cada cuatro años) o la Fiesta del Charco en La Aldea (Gran Canaria), entre muchas otras. Durante estas fiestas, es común ver a los isleños ataviados con el traje tradicional –diverso en cada isla– bailando isas, folías, malagueñas y seguidillas, que son géneros del folclore musical canario. La música popular utiliza instrumentos autóctonos como el timple (pequeña guitarra de cinco cuerdas), las chácaras (castañuelas grandes de La Gomera), el tambor gomero o el laúd. Grupos folclóricos y rondallas mantienen vivas estas canciones y bailes transmitidos de generación en generación, a veces fusionadas con influencias llegadas de América (como la habanera o el punto cubano, reflejo del intercambio histórico con Cuba y Venezuela).

En el vocabulario cotidiano, el habla canaria –modalidad dialectal del español– también forma parte del patrimonio inmaterial, con multitud de canarismos: palabras de origen guanche (gofio, tabaiba, guagua), portugués (tuno, millo para maíz) o americanismos traídos por emigrantes retornados.

Otro pilar del patrimonio inmaterial canario es su gastronomía tradicional, sencilla pero rica en matices, producto del mestizaje cultural y de los excelentes ingredientes locales. La cocina canaria se basa en el principio del aprovechamiento y la fusión: “se come lo que se produce”. El gofio –harina de cereal tostado (trigo o millo/maíz)– es el alimento emblemático de las islas, legado directo de los aborígenes que ha perdurado milenios. Aún hoy el gofio acompaña muchas comidas: amasado con caldo en el escaldón, espolvoreado en potajes o incluso en postres helados.

Otro icono son las papas arrugadas con mojo: pequeñas papas antiguas, heredadas de variedades traídas de América en el siglo XVI, sancochadas con abundante sal hasta arrugarse y servidas con mojos –salsas de aceite, ajo, comino y pimentón (mojo picón rojo) o cilantro (mojo verde)–. Este plato humilde se ha convertido en símbolo de la gastronomía canaria.

El mar provee abundante pescado: vieja (pez loro) guisada, sancocho de corvina o cherne (pescado salado con batata, papas y mojo), atún en adobo, lapas con mojo, etc. Las carnes tradicionales incluyen el cabrito o la carne de cabra compuesta (estofada) en Fuerteventura, el conejo en salmorejo y el cerdo en preparaciones como las costillas con piña (de millo) y piñas de maíz tiernas. Los potajes y caldos son esenciales: potaje de berros, de trigo o de jaramagos (hierbas silvestres en El Hierro). Cada isla tiene sus especialidades: el almogrote gomero (pasta de queso curado, pimienta y ajo), el queso asado herreño con mojo, las papas bonitas de color de La Palma, etc.

En repostería, destacan postres caseros como el bienmesabe (crema de almendra y miel, popular en Gran Canaria y La Palma), el frangollo (pudín de maíz molido con leche y frutos secos), el quesillo (flan de leche condensada), la quesadilla herreña (tarta de queso típica de El Hierro), el Príncipe Alberto palmero (postre frío de chocolate, almendra y café), entre otros dulces. Asimismo, la elaboración de quesos artesanales (como el queso majorero de Fuerteventura, o el de Flor de Guía en Gran Canaria) y los vinos volcánicos cuentan con denominaciones de origen protegidas, reflejando un saber hacer transmitido por generaciones. La comida en Canarias es más que nutrimento: forma parte de la identidad local y está presente en cada festejo y reunión familiar. Los guachinches de Tenerife (tasquitas caseras donde se sirve vino del año con comida típica) o los mercadillos rurales atestiguan cómo la tradición culinaria sigue siendo un patrimonio vivo y sabroso.

En definitiva, desde un silbo que resuena en los barrancos gomeros, pasando por una isa tocada con timple en una romería, hasta el aroma de un caldo de pescado con gofio, el patrimonio inmaterial canario es un mosaico rico y diverso, expresión de su alma colectiva y elemento fundamental a conservar para que las futuras generaciones mantengan vivo el legado de sus mayores.


Patrimonio natural: espacios protegidos y sitios UNESCO

La naturaleza de las Islas Canarias es extraordinaria por su endemismo, belleza escénica y geología volcánica, lo que ha llevado a numerosos reconocimientos internacionales y esfuerzos de conservación. El archipiélago alberga cuatro Parques Nacionales: Teide (Tenerife), Caldera de Taburiente (La Palma), Timanfaya (Lanzarote) y Garajonay (La Gomera). Dos de ellos están inscritos como Patrimonio Mundial Natural de la UNESCO: el Parque Nacional del Teide y el Parque Nacional de Garajonay.

El Teide, con sus 3.718 metros de altitud, es el pico más alto de España y un impresionante estratovolcán que domina Tenerife. Su parque nacional, declarado Patrimonio Mundial en 2007, es un museo geológico a cielo abierto: presenta mares de lava, cráteres, formaciones como los Roques de García y una flora relictual adaptada a la alta montaña volcánica (tajinastes rojos, violeta del Teide). La importancia mundial del Teide radica en que ofrece una muestra viva de los procesos volcánicos de formación de islas oceánicas, con una caldera gigantesca y un cono volcánico que ilustran la evolución geológica. Además, el parque es un laboratorio de astrobiología y punto privilegiado para la observación astronómica por sus cielos claros.

Por su parte, el Parque Nacional de Garajonay (Patrimonio Mundial desde 1986) protege la mayor y mejor conservada muestra de laurisilva macaronésica, un tipo de bosque subtropical húmedo lleno de laureles, helechos y musgos que en la Era Terciaria cubría el sur de Europa. Pasear por Garajonay (que abarca el 10% de La Gomera) es adentrarse en un bosque de niebla y verdor, un auténtico fósil viviente ecológico. El parque también es Reserva de la Biosfera junto al resto de la isla.

Los otros parques nacionales, aunque no listados por UNESCO, son igualmente espectaculares: Timanfaya resguarda un paraje lunar de volcanes y cráteres de erupción histórica (Lanzarote, erupciones 1730–36), mientras Taburiente en La Palma protege un enorme circo erosionado de bosques de pino canario y barrancos vertiginosos.

Además de los parques nacionales, Canarias cuenta con multitud de espacios naturales protegidos (parques naturales, rurales, reservas integrales, monumentos naturales) que preservan hábitats únicos, desde las dunas costeras de Maspalomas en Gran Canaria hasta los bosques de niebla de Anaga (Tenerife) o de Los Tilos (La Palma), pasando por enclaves volcánicos emblemáticos como el volcán Teneguía o la reciente erupción de Cumbre Vieja (2021) en La Palma. Todos los ecosistemas canarios –costas, montañas, volcanes, bosques– albergan elevada endemia: cientos de especies de plantas y animales que solo existen en las islas (por ejemplo, el drago, la violeta del Teide, el pinzón azul de Gran Canaria, lagartos gigantes, etc.). Tal es su valor que cada isla ha sido declarada Reserva de la Biosfera en su totalidad o en gran parte de su territorio.

Lanzarote es Reserva de la Biosfera desde 1993; El Hierro desde 2000 (y además Geoparque por su patrimonio geológico y su modelo de sostenibilidad energética); La Palma desde 2002; Gran Canaria desde 2005 (zona occidental); Fuerteventura desde 2009; La Gomera desde 2012 (junto con Garajonay); y Tenerife cuenta con varias reservas (Anaga, Macizo de Teno, etc.). Estas designaciones reflejan el compromiso de compatibilizar la actividad humana con la protección de la biodiversidad insular.

En cuanto a sitios concretos Patrimonio Mundial de la UNESCO, además de Teide y Garajonay ya mencionados, Canarias tiene reconocida la ciudad histórica de La Laguna (Patrimonio Cultural desde 1999) por su trazado urbano original y conjunto arquitectónico. Igualmente, el Paisaje Cultural del Risco Caído y Montañas Sagradas de Gran Canaria (2019) es Patrimonio Mundial por su sobresaliente valor arqueológico y espiritual, vinculando naturaleza y cultura aborigen. En la lista representativa de Patrimonio Inmaterial de la Humanidad figura el Silbo Gomero (2009) por su excepcionalidad lingüística. Todo ello sitúa a Canarias en el mapa global de la herencia patrimonial de la humanidad, destacando la variedad de sus valores: naturaleza, cultura y tradiciones.

La importancia de la conservación de este patrimonio canario –histórico, cultural, inmaterial y natural– es primordial. Organismos internacionales como la UNESCO, junto con el Gobierno de Canarias y los cabildos insulares, trabajan para preservar estos bienes frente a amenazas como la urbanización descontrolada, la masificación turística, el expolio arqueológico o el cambio climático. Gracias a leyes de protección, planes de gestión y la creciente conciencia ciudadana, se están restaurando cascos antiguos, protegiendo yacimientos, apoyando las tradiciones y educando en la sostenibilidad. Los reconocimientos de la UNESCO no solo dan prestigio, sino que conllevan compromisos: por ejemplo, las áreas Patrimonio Mundial cuentan con planes específicos de manejo que aseguran su integridad a largo plazo. En el plano natural, los parques nacionales y reservas han logrado recuperar especies en peligro y mantener paisajes casi prístinos para disfrute de todos.

El pueblo canario siente estos logros patrimoniales como parte de su identidad, y entiende que conservarlos es honrar a sus antepasados y brindar oportunidades a sus descendientes. En definitiva, la historia y el patrimonio de las Islas Canarias –desde las altas cumbres del Teide hasta el silbo que resuena en La Gomera, desde un antiguo menceyato guanche hasta la arquitectura colonial y los rituales festivos– conforman un legado excepcional. Su protección y difusión garantizan que esta herencia única siga viva y accesible, enriqueciendo la diversidad cultural del mundo y recordándonos la singular travesía de este archipiélago atlántico a través del tiempo.

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