La de los tristes destinos: Resumen, análisis literario y contexto histórico

Enrique Fraguas Amor (UNIR)

La de los tristes destinos es la décima y última novela de la cuarta serie de los Episodios nacionales de Benito Pérez Galdós, escrita en 1907. El título alude a la reina Isabel II, apodada así por el trágico destino de su reinado, que en esta novela llega a su fin con su caída y exilio. La narración abarca escenarios muy variados –Madrid, Cádiz, París, Londres, Bayona o el puente de Alcolea– reflejando el alcance internacional de los acontecimientos narrados.

Galdós revive los eventos decisivos de los últimos años del reinado isabelino. La trama se sitúa en la convulsa España de 1866-1868, época marcada por intrigas palaciegas, pronunciamientos militares y conspiraciones contra Isabel II. A través de las vivencias de sus protagonistas, la novela presenta episodios históricos como las conspiraciones liberales de 1866 y 1867 contra la monarquía, el ambiente de los exiliados políticos españoles en París y Londres, y las idas y venidas del general Juan Prim tramando el derrocamiento de la reina. El clímax histórico llega con la Revolución de Septiembre de 1868 (la Gloriosa): tras la batalla del puente de Alcolea, el ejército progresista derrota a las fuerzas realistas, forzando a Isabel II a abandonar España. Galdós describe con vigor el momento de la partida de la soberana, escoltada hasta la frontera de Hendaya, donde cruza a Francia entre lágrimas contenidas y saludos militares de despedida. La escena, cargada de ironía, muestra cómo “la tragedia de [su] reinado… se desenlazó con esta vulgar salida por la puerta del Bidasoa, como si los causantes de tantas desdichas fueran a tomar baños… con otros Reyes”, escribe Galdós mordazmente. La caída de Isabel II marca así el fin de una era en la ficción y en la realidad histórica.

En paralelo a los hechos políticos, Galdós desarrolla una trama novelesca protagonizada por personajes ficticios que se entrelazan con figuras reales. El relato se centra en José García Fajardo, Marqués de Beramendi –un cortesano adinerado y acomodaticio–, y su joven amigo Santiago Ibero, un idealista aventurero de veintitantos años. A través de los ojos de Fajardo (quien narra o presencia buena parte de los sucesos) y de las acciones de Ibero, se cuentan las intrigas cortesanas y populares de la época. Por ejemplo, la propia reina Isabel II aparece en la novela: informada de la detención injusta de Santiago Ibero por supuesta implicación revolucionaria, la reina interviene benevolentemente para liberarlo. Este recurso de hacer interactuar a personajes históricos con los ficticios da verosimilitud al relato y sitúa a Ibero y Fajardo en el centro de la acción narrativa.

La novela combina así el devenir nacional con las peripecias personales de sus protagonistas. Santiago Ibero experimenta diversas aventuras en esos años turbulentos: participa en conspiraciones liberales, conoce el exilio en el extranjero y, sobre todo, vive un intenso romance con Teresa Villaescusa, una mujer de fuerte carácter a quien conoce en sus andanzas. A medida que España se encamina al cambio histórico, Ibero y Teresa forjan una relación apasionada, enfrentada a las convenciones sociales. En los capítulos finales, con la caída de la monarquía, el destino de estos amantes queda sellado: su unión amorosa –forjada entre peligros y penalidades– representa una nota esperanzadora en medio del caos político. Galdós resuelve la trama novelesca con la reunión de la pareja, sugiriendo que incluso tras la pérdida de la “honra” antigua queda en pie el amor auténtico como base de una España renovada. De este modo, La de los tristes destinos cierra con un doble desenlace: por un lado, el fin del reinado de Isabel II y, por otro, el triunfo personal (y simbólico) de Santiago y Teresa, quienes miran hacia el futuro en una nueva España.

Un poco de análisis literario

Estilo narrativo: Benito Pérez Galdós despliega en esta novela el estilo propio de los Episodios nacionales, combinando el rigor histórico con la vivacidad narrativa. Predomina un narrador omnisciente en tercera persona que reconstruye con detalle escenarios y acontecimientos reales, pero que no duda en incorporar diálogos abundantes y escenas costumbristas para dar dinamismo a la obra. De hecho, Galdós convierte muchas secuencias en auténticas escenas dramáticas: hacia el final de la novela emplea el recurso del diálogo teatral, con un tono emotivo cercano al melodrama, para acentuar el clímax de la historia. Este uso de la técnica casi escénica –“cayendo el telón” al concluir la novela– muestra la habilidad del autor para intensificar la carga emocional del desenlace.

El lenguaje galdosiano en La de los tristes destinos equilibra la descripción realista minuciosa con la ironía y el comentario crítico. Por ejemplo, al relatar la marcha al exilio de Isabel II, el narrador intercala observaciones sarcásticas sobre la aparente trivialidad con que termina un reinado lleno de violencia (“vulgar salida… como si fueran a tomar baños”). Esta mezcla de solemnidad histórica y ironía literaria es característica de Galdós. Asimismo, el autor integra documentos, cartas y proclamas en el texto, y hace hablar a sus personajes con registros verosímiles de la época, reforzando la ambientación histórica. El resultado es una prosa ágil y rica en matices, que permite al lector sumergirse tanto en los salones de palacio como en las calles revolucionarias del Madrid de 1868.

Personajes principales y su evolución: Galdós demuestra una vez más su maestría en la creación de personajes vívidos que encarnan fuerzas sociales e ideas. En La de los tristes destinos sobresalen dos figuras centrales de perfiles opuestos y complementarios:

  • José García Fajardo, Marqués de Beramendi: Representa al cortesano del régimen isabelino, un hombre de origen provinciano y clase media que, gracias a un matrimonio ventajoso, asciende a la alta sociedad convirtiéndose en millonario y noble. Fajardo es un hombre moderado, adaptativo y algo cínico, paradigma del “hombre de la situación”: disfruta de la buena vida en la corte, es liberal solo en la medida en que no peligre su posición, y sirve de cronista interno de los tejemanejes palaciegos. A lo largo de la novela, Fajardo observa con mezcla de fascinación y temor cómo se derrumba el mundo que conoce. Su evolución es principalmente ideológica: va perdiendo la fe en la estabilidad del viejo orden y asume, resignado, la llegada de los nuevos tiempos. Galdós lo utiliza como testigo privilegiado de la decadencia de la corte de Isabel II, evidenciando la superficialidad y el vacío moral de aquella élite.

  • Santiago Ibero: En contraste con su amigo Fajardo, Santiago Ibero encarna al héroe joven y romántico, ligado a la causa del progreso. Galdós lo presenta como un muchacho “arrogante, guapísimo e inteligente”, de unos veinte años, perteneciente a una familia militar fiel a la reina pero él mismo inclinado al aventurerismo y las ideas liberales. Ibero es valiente, inquieto y de espíritu patriótico; su propio nombre –Santiago (patrón de España) Ibero (de Iberia)– es simbólico de la españolidad que Galdós quiso conferirle. A través de la novela, Santiago evoluciona desde un rol casi quijotesco (persiguiendo causas y “cosas grandes” por el mundo) hasta convertirse en un agente del cambio histórico. Participa en conspiraciones contra el gobierno, experimenta el exilio y arriesga la vida por sus ideales. Pero su transformación más profunda es personal: el amor de Teresa Villaescusa lo lleva a madurar emocionalmente. Al inicio Ibero es impulsivo e idealista; al final, su amor por Teresa y su compromiso con una España regenerada lo convierten en un personaje más pleno y esperanzado. Galdós utiliza a Ibero para simbolizar la nueva España que surge tras la revolución: apasionada, valiente y libre de prejuicios arcaicos.
  • Teresa Villaescusa: Aunque presentada algo más tarde en la trama, Teresa es un personaje clave y uno de los grandes caracteres femeninos galdosianos. Es una mujer marcada por experiencias duras (una mujer “corrida”, en palabras de Galdós, insinuando un pasado difícil), de fuerte temperamento, independencia y enorme capacidad de amar. Al igual que Fortunata en otras obras de Galdós, Teresa combina pasión y dignidad trágica, desafiando las normas morales hipócritas de la sociedad. Su relación con Santiago Ibero se desarrolla de forma intensa y fuera de los cauces convencionales, lo que escandaliza a los más puritanos en la novela. Sin embargo, Teresa evoluciona de amante desesperada –escribe cartas febriles a Ibero durante el exilio, declarándole que “el mejor juicio es la locura” por amor– a compañera leal y redentora. Galdós construye en ella un símbolo de la España nueva y fecunda, en contraposición a la “España sin honra” (la España oficial decadente). Teresa aporta ternura y humanidad al crudo panorama político; su unión final con Ibero encarna la victoria del amor auténtico sobre los prejuicios sociales de la época. Con este desenlace, Galdós subraya su tesis de que la vida y el amor (representados por Ibero y Teresa) prevalecerán sobre la deshonra y la esterilidad moral del antiguo régimen.

En conjunto, Galdós contrasta la vida superficial y materialista de la vieja guardia (Pepe Fajardo y la corte de Isabel II) con la vitalidad idealista de la nueva generación (Ibero, Teresa y los revolucionarios). Este contraste encarna el choque entre dos épocas: una agonizante, sustentada en privilegios y apariencias, y otra naciente, fundada en valores genuinos y en el triunfo del amor y la libertad por encima de los prejuicios morales. La caracterización de los protagonistas, llena de matices psicológicos, sirve así a un propósito alegórico: personalidades como Ibero y Teresa simbolizan la esperanza de regeneración nacional, mientras que figuras como Fajardo reflejan un mundo destinado a desaparecer.

Temas centrales: La de los tristes destinos aborda múltiples temas, articulados en torno al fin de una etapa histórica y al inicio de otra:

  • En primer plano está el tema histórico-político: la decadencia del régimen isabelino y la Gloriosa de 1868. Galdós analiza las causas del derrumbe de Isabel II –corrupción, intrigas, inmoralidad y violencia– a la vez que celebra, con mesura, el impulso de Libertad que trae la revolución. No obstante, la visión del autor es crítica: subraya la ironía de que la Libertad en España siempre haya sido “mansa, benigna y generosa”, derramando “solo su propia sangre, como cordero expiatorio de ajenas culpas”. Es decir, los liberales y patriotas (la Libertad) sufren mártires, mientras los reaccionarios salen relativamente indemnes. Este amargo comentario recorre la obra, anticipando que los logros de la revolución no estarán libres de sacrificio.

  • El amor ocupa otro eje temático fundamental. Galdós presenta el amor de Santiago y Teresa no solo como una historia íntima, sino como un acto subversivo frente a las convenciones sociales. Su relación rompe barreras de clase y prejuicios (Teresa no encaja en el ideal de “dama honorable” de la época), destacando el tema de la autenticidad frente a la hipocresía social. El autor ensalza el amor sincero como fuerza regeneradora: al final, “el triunfo del amor” se impone sobre “toda clase de prejuicios morales”. Así, el vínculo de los protagonistas se eleva a símbolo de reconciliación y esperanza colectiva para España, enfatizando la idea de que una nueva sociedad más libre y humana es posible.

  • Relacionado con lo anterior está el tema de la honra y la moral tradicional vs. la honestidad vital. Galdós contrapone la “España oficial” obsesionada con el honor externo (linajes, apariencias religiosas y puritanismo) con la “España real” de los sentimientos genuinos y la búsqueda de la justicia. Cuando se dice que Santiago y Teresa son la “España con vida… más allá de los nombres y las apariencias”, se está planteando la dicotomía entre la apariencia de honor (que en la novela ha quedado vacía de contenido, “España sin honra”) y la auténtica honorabilidad basada en la integridad y el amor (la “España fecunda” que ellos representan). Este tema conecta con la crítica social de Galdós a la falsedad del honor decimonónico y a la necesidad de regeneración ética.

  • Finalmente, un tema omnipresente es el del destino vs. voluntad humana. El propio título La de los tristes destinos sugiere una fatalidad histórica: el destino aciago de Isabel II, de Prim y de una España sometida a ciclos de violencia. La novela muestra cómo personajes históricos parecen arrastrados por fuerzas mayores (la reina perdiendo el trono, Prim camino a su fin trágico). Sin embargo, Galdós equilibra esa visión con destellos de libre albedrío y esperanza en sus personajes ficticios: Ibero escoge luchar por sus ideales y amar a Teresa contra todo obstáculo. De este modo, la obra plantea que aunque la Historia impone sus designios –a veces tristes–, la acción individual y las pasiones humanas pueden dar sentido y dignidad a esos acontecimientos. La mezcla de destino histórico y resolución personal confiere profundidad filosófica al relato.

En síntesis, La de los tristes destinos ofrece un cuadro completo de la España de fines de los años 1860, hilando temas públicos (revolución, poder, patria) con temas privados (amor, honor, fe personal). El estilo realista de Galdós, sus personajes ricamente dibujados y su perspicacia para entretejer ficción y realidad hacen de esta novela un ejemplo destacado de novela histórica moderna, en la que el pasado nacional cobra vida con complejidad y humanidad.

Contexto histórico de la novela: del ocaso isabelino al asesinato de Prim

La novela se basa en hechos históricos reales que marcaron el rumbo de España en el siglo XIX. Galdós, con fidelidad y licencia literaria a la vez, recrea estos sucesos en su trama. Para comprender plenamente La de los tristes destinos es necesario situar los eventos narrados en su contexto histórico:

El reinado de Isabel II y la Revolución de 1868: Isabel II gobernó España entre 1833 y 1868, un periodo plagado de inestabilidad. En la década de 1860, su régimen enfrentaba un creciente rechazo: corrupción en la corte, crisis económicas, tensiones con la Iglesia y continuos pronunciamientos militares. Hubo episodios sangrientos que anticiparon el fin de la monarquía isabelina, como la Noche de San Daniel (abril de 1865, protesta estudiantil reprimida violentamente) o la sublevación del Cuartel de San Gil (junio de 1866, motín de sargentos e incluso artilleros liberales, aplastado con gran dureza). Estas conmociones, mencionadas de soslayo en la novela, formaban el caldo de cultivo de la revolución. Finalmente, en septiembre de 1868, líderes progresistas como el general Juan Prim y el almirante Juan Bautista Topete, junto a unionistas y demócratas, lanzaron un pronunciamiento contra Isabel II. Tras proclamas revolucionarias en Cádiz, las fuerzas leales y sublevadas se enfrentaron en la batalla del puente de Alcolea (Córdoba, 28 de septiembre de 1868). La victoria de los revolucionarios fue decisiva: el gobierno isabelino se derrumbó y la reina, aconsejada por sus generales, huyó al exilio en Francia. Este triunfo liberal, conocido como la Gloriosa, inauguró un periodo de profundos cambios políticos en España. Galdós refleja con detalle este momento en la novela, incluyendo la escenificación novelada de la salida de Isabel II rumbo a Francia (vía Hendaya) y el impacto emocional del fin de su reinado. La caída de Isabel II supuso el fin de la dinastía Borbón (aunque sería restaurada años después) y abrió una etapa de experimentación política: España se quedó “sin rey”.

El general Prim y la llegada de Amadeo I: Tras la revolución, se instauró un gobierno provisional dirigido por el general Francisco Serrano como regente y con Juan Prim como principal hombre fuerte (Presidente del Consejo de Ministros y Ministro de la Guerra). Prim, líder del Partido Progresista, se erigió en figura clave de la nueva situación. Era un militar carismático y liberal que había conspirado por años contra Isabel II –Galdós le dedica la novela precedente Prim (1906) para narrar sus hazañas–. Su objetivo ahora era consolidar la revolución mediante una monarquía parlamentaria renovada. Prim lideró la búsqueda de un nuevo monarca para España entre las casas reinantes europeas, descartando tanto a los Borbones (exiliados) como a los candidatos carlistas. Finalmente, ofreció la corona al príncipe italiano Amadeo de Saboya, que fue elegido Rey de España por las Cortes. Amadeo I, un extranjero liberal, aceptó el trono y zarpó hacia España a finales de 1870.

Sin embargo, en un dramático giro del destino, el general Prim fue víctima de un atentado antes de que el nuevo rey pisara suelo español. El asesinato de Prim ocurrió el 27 de diciembre de 1870, en la madrileña calle del Turco (hoy calle del Marqués de Cubas). Cuando Prim salía del Congreso de los Diputados en su carruaje, fue emboscado por varios pistoleros que dispararon repetidas veces hiriéndolo de gravedad. El general agonizó durante dos días y falleció el 30 de diciembre de 1870 a causa de las heridas. La noticia conmocionó al país: habían matado al héroe de la Gloriosa, al presidente del Consejo de Ministros y principal artífice del nuevo reinado. Históricamente, la autoría intelectual del magnicidio ha sido objeto de debate. La versión oficial de la época (y la que Galdós parece seguir en sus novelas) culpó del atentado a una conjura instigada por el político reaccionario José Paúl y Angulo, un antiguo revolucionario devenido opositor de Prim, junto a sicarios a su servicio. En La de los tristes destinos (y los episodios siguientes), Galdós atribuye la muerte de Prim a Paúl y sus acólitos, sin implicar directamente a otros posibles beneficiarios del crimen. Es notable que el novelista no señale en ningún momento a figuras como el duque de Montpensier (cuñado de Isabel II y aspirante al trono) ni al general Serrano como partícipes, pese a las sospechas históricas que han recaído sobre ellos –Montpensier, en particular, fue rumoreado como instigador–. Galdós retrata incluso una relación de respeto entre Serrano y Prim, eludiendo teorías conspirativas más allá de los autores materiales identificados. Esta elección narrativa indica que Galdós, aunque conocedor de rumores, prefirió una interpretación acorde con los datos aceptados en su tiempo, presentando el asesinato como obra de enemigos políticos locales de Prim.

El asesinato de Prim tuvo una enorme relevancia histórica y repercute en la saga narrativa galdosiana. De entrada, dejó al recién llegado rey Amadeo I sin su principal sostén político. Prim era “el principal valedor del nuevo rey”, y su ausencia condicionó fatalmente el reinado de Amadeo. El monarca desembarcó en Cartagena apenas tres días después del atentado, el 30 de diciembre de 1870, encontrándose con la terrible noticia al llegar a Madrid: su gran aliado ya no estaba. Galdós aborda este momento en episodios posteriores (España sin rey y España trágica), mostrando cómo Amadeo acudió a velar el cadáver de Prim en la basílica de Atocha, en un gesto premonitorio de la soledad con que tendría que afrontar el trono. Históricamente, el reinado de Amadeo I (1871-1873) fue breve y atribulado: sin el carisma ni el apoyo de Prim, el monarca se enfrentó a enormes conflictos (división política, insurrecciones carlistas, guerra en Cuba, oposición republicana y alfonsina). Finalmente abdicó en febrero de 1873, dando paso a la Primera República. Muchos historiadores coinciden en que la desaparición de Prim fue decisiva en este fracaso: “Salvo Prim, nadie creyó en [Amadeo]. Por eso su reinado fue corto y plagado de conflictos”. En la novela de Galdós, aunque La de los tristes destinos se cierra antes de relatar estos hechos, el autor deja entrever el vacío que la marcha de Isabel II y la muerte de Prim abren en España. La propia palabra “destinos” en plural sugiere que no solo el destino de la reina fue triste, sino también el de otros protagonistas nacionales como Prim, cuyo asesinato se narra en el siguiente episodio nacional. La relevancia narrativa del atentado, por tanto, es doble: como hecho histórico traumático y como elemento que Galdós utiliza para enfatizar el carácter trágico y sacrificial de la libertad en España (la Libertad derramando “su propia sangre” en la figura de Prim, mártir de la causa liberal).

En suma, el trasfondo histórico de La de los tristes destinos abarca desde las conspiraciones anti-isabelinas de 1866-67 hasta el exilio de Isabel II en 1868, quedando el asesinato de Prim (1870) como epílogo trágico de este proceso de cambio. Galdós muestra cómo la caída de la monarquía borbónica fue el resultado de un largo desgaste y de un movimiento revolucionario amplio, y sitúa el asesinato de Prim como el oscuro contrapunto que ensombrece la esperanza de la nueva etapa. Esta cuidadosa contextualización histórica aporta verosimilitud y profundidad a la novela, permitiendo al lector entender las motivaciones y consecuencias de las acciones de los personajes. Además, evidencia la intención pedagógica de Galdós: novelar la Historia de España para hacerla comprensible y emotiva, sin traicionar los hechos fundamentales.

Importancia de La de los tristes destinos en el conjunto de los Episodios Nacionales

Publicada en 1907, La de los tristes destinos ocupa un lugar destacado dentro de la monumental serie de los Episodios nacionales. No solo marca el cierre de la cuarta serie de la saga galdosiana, sino que también representa la culminación de un ciclo histórico-narrativo: el siglo XIX español desde la Guerra de la Independencia hasta la caída de Isabel II. Galdós concebía inicialmente esta novela como el colofón de toda la serie, habiendo llegado narrativamente al derrocamiento de la última Borbón reinante de ese siglo. De hecho, al concluir La de los tristes destinos, Galdós puso fin (por un tiempo) a la escritura de episodios, satisfecho de haber llevado la crónica novelada de España hasta un punto crucial. En la última página, mediante el recurso teatral antes mencionado, “cayó el telón” sobre la obra completa… aunque solo fuera temporalmente, pues a finales de ese mismo año el autor reconsideraría su decisión y empezaría a escribir la quinta serie.

La importancia de La de los tristes destinos en el corpus de Episodios nacionales es múltiple:

  • En términos históricos, esta novela narra un punto de inflexión mayor: el fin del reinado de Isabel II, evento que cierra la era isabelina y prefigura la llegada de un nuevo modelo de Estado. Así como el primer episodio (Trafalgar) relataba el ocaso del antiguo régimen napoleónico en 1805, La de los tristes destinos relata el ocaso del régimen isabelino en 1868. Supone, por tanto, un paralelo estructural dentro de la serie: Galdós cierra con esta obra el arco narrativo de la España monárquica tradicional, dejando encaminada la narración hacia la modernidad (monarquía democrática de Amadeo y la República). La caída de Isabel II es presentada casi como una némesis histórica, reuniendo y resolviendo tramas e injusticias acumuladas a lo largo de varios episodios anteriores (como los dedicados a Narváez, O’Donnell, Prim, etc.). En el conjunto de la serie, esta novela funciona como clímax histórico: el momento en que las tensiones decimonónicas explotan y abren la puerta a un nuevo orden.

  • En términos literarios y temáticos, La de los tristes destinos condensa muchas de las constantes galdosianas desarrolladas en los Episodios nacionales. La novela reúne la crítica al absolutismo y al clericalismo, la defensa del liberalismo progresista, el espíritu antibélico y antiimperialista y el retrato de las clases sociales en conflicto –todos temas caros a Galdós a lo largo de la serie–. Asimismo, reafirma la confianza del autor en las fuerzas morales del pueblo: el amor, la honradez, el sentido común, frente a la corrupción y la ignorancia de las oligarquías. En palabras del crítico Pedro Ortiz-Armengol, Galdós quiso ponderar aquí el triunfo del amor sincero por encima de los prejuicios, encarnándolo en la pareja de Santiago Ibero y Teresa, “la pareja que ama la Libertad”. De este modo, La de los tristes destinos no es solo un recuento de hechos, sino una especie de alegoría de fin de siglo: cierra con broche de oro la representación novelada de la España del ochocientos, reivindicando al mismo tiempo los valores que deberían alumbrar el siglo entrante.

  • En cuanto a la estructura de la saga, esta novela cumple la función de bisagra entre la cuarta y la quinta serie. Introduce y consolida al personaje de Santiago Ibero como protagonista joven destinado a liderar la siguiente etapa narrativa. De hecho, Galdós convertiría a Ibero en narrador de la quinta serie (que abarca la época de Amadeo I, la República y la restauración borbónica). Por ello, La de los tristes destinos tiene la particularidad de despedir a unos personajes históricos (Isabel II y su generación) y dar la bienvenida a otros. Es notable que Galdós, con evidente intención simbólica, haga que Isabel II en persona sea quien salve a Ibero de la cárcel al comienzo de la novela, casi como un último acto de gracia de la reina depuesta hacia quien será el representante del futuro. Este pase de testigo literario entre la reina histórica y el héroe ficticio asegura la continuidad del gran fresco narrativo. En el conjunto de los Episodios nacionales, por tanto, La de los tristes destinos es una obra de transición ejemplar, que cierra tramas pasadas y siembra las semillas de las futuras.

  • Por último, cabe destacar su importancia desde la perspectiva del propio autor. Galdós escribió esta novela casi cuarenta años después de los acontecimientos que narra (y casi 35 años después de iniciar la serie con Trafalgar). Ya era un autor consagrado que había vivido en primera persona la España de la Restauración y comienzos del siglo XX. Esa madurez le permitió mirar con cierta perspectiva crítica la época isabelina. Además, Galdós tuvo acceso a testimonios y documentación valiosa, e incluso llegó a conocer en persona a la exiliada Isabel II en París en 1902, lo que añade interés a su retrato literario de la monarca. La de los tristes destinos refleja, pues, la culminación del proyecto galdosiano de narrar la historia nacional “con ojos humanos”. La combinación de rigor documental, penetración psicológica y mensaje humanista en esta novela la convierte en una de las piezas más maduras y logradas de la serie.

En conclusión, La de los tristes destinos se erige como un capítulo imprescindible de los Episodios nacionales. A modo de gran fresco final de un régimen y de prólogo esperanzado de una nueva España, sintetiza la visión galdosiana de la historia: crítica con los poderosos pero compasiva con el pueblo, desmitificadora de héroes pero a la vez emotiva y llena de fe en las personas comunes. Su resumen del final de Isabel II y la inclusión del trágico destino de Prim ofrecen al lector una comprensión profunda de por qué aquella España fue llamada de los “tristes destinos”. Y, literariamente, la novela demuestra el poder de la ficción para iluminar la historia: Galdós logra que entendamos no solo lo que pasó, sino cómo se sentía vivir en ese momento decisivo. En el mosaico completo de los Episodios nacionales, La de los tristes destinos brilla con luz propia por su equilibrio de resumen histórico, análisis social y pasión narrativa, cumpliendo la ambiciosa meta de Galdós de educar deleitando, de hacer de la Historia de España una gran novela popular y a la vez profundamente reflexiva.

Fuentes: Benito Pérez Galdós, La de los tristes destinos (1907); estudios críticos y comentarios históricos citados a lo largo del texto, entre otros.

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