Trastornos mentales y personajes literarios en Proust y Galdós

Rosa Amor del Olmo

La literatura ha servido históricamente como un espejo de la psicología humana, permitiendo que escritores plasmen en sus personajes complejas manifestaciones mentales mucho antes de que existieran diagnósticos formales. En las novelas de autores como Marcel Proust y Benito Pérez Galdós encontramos personajes cuyos rasgos, obsesiones y conflictos internos reflejan de manera asombrosa trastornos psicológicos o neurológicos reconocidos clínicamente. Por ejemplo, es posible identificar en la ficción comportamientos afines al trastorno obsesivo-compulsivo (TOC), a la ansiedad crónica, e incluso a síndromes específicos como el síndrome de Stendhal o el raro síndrome de Cotard, entre otros.

Neurosis y ansiedad en la novela proustiana

La obra de Marcel Proust ha sido calificada como un verdadero “exhibición sobre la neurosis”, poblada de personajes hipersensibles y ansiosos. El propio Proust padeció desde joven de enfermedades psicosomáticas (asma severa considerada de origen nervioso) y de lo que en su época se llamaba neurasthenia (un estado de fatiga y ansiedad crónica). Estos rasgos personales se filtran en En busca del tiempo perdido a través de su narrador protagonista, Marcel, quien muestra una sensibilidad nerviosa extrema. De niño, Marcel sufre angustia de separación cuando su madre no le da el beso de buenas noches, un episodio que hoy podríamos asociar con ansiedad de apego o incluso un trastorno de ansiedad infantil. Ya adulto, el narrador vive permanentemente preocupado por el paso del tiempo y la pérdida de los seres queridos, lo cual evoca síntomas de un trastorno de ansiedad generalizada (preocupación continua y difícil de controlar).

En la sociedad refinada que Proust describe, Marcel también experimenta ansiedad social: teme no ser aceptado en los salones aristocráticos y vive con el nerviosismo de causar mala impresión. Sus pensamientos a menudo se enredan en análisis minuciosos de cada mirada o palabra ajena, mostrando un nivel de hiperreflexión ansiosa. Otros personajes proustianos reflejan manifestaciones neuróticas similares. Por ejemplo, la tía Léonie en Por el camino de Swann vive confinada en su habitación, obsesionada con sus achaques imaginarios y rutinas estrictas, en lo que claramente es un caso de hipocondría (preocupación patológica por la salud) combinada con agorafobia. Esta tía abunda en rituales cotidianos (tomar su tila a la misma hora, observar por la ventana siempre a cierta hora), que recuerdan a pequeños comportamientos compulsivos destinados a controlar su ansiedad. Proust nos muestra así cómo la neurosis y la ansiedad permeaban la vida cotidiana de sus personajes, anticipando muchos aspectos de los trastornos de ansiedad reconocidos por la psicología moderna.

Obsesiones, compulsiones y celos patológicos

Un aspecto central de la psicología proustiana es la exploración de las obsesiones. Aunque ningún personaje de Proust realiza rituales clásicos de un trastorno obsesivo-compulsivo (como lavarse las manos repetidamente), sí encontramos pensamientos obsesivos recurrentes que gobiernan su conducta. Un ejemplo claro es Charles Swann y su tormentosa relación con Odette de Crécy. Swann desarrolla una obsesión amorosa tan intensa que llega a comportarse de forma muy similar a alguien con TOC amoroso: necesita saber constantemente qué hace Odette, revisa cartas, investiga sus actividades y no logra apartar de su mente la idea de que ella podría estar engañándolo. Estos celos absorbentes de Swann –y más adelante del propio Marcel en su relación con Albertine– podrían compararse con el llamado síndrome de Otelo, un tipo de delirio celotípico (de celos) en el que la persona está convencida de la infidelidad de su pareja sin evidencias claras. En la novela, Proust profundiza en cómo los celos patológicos consumen al amante celoso: hay una escena célebre en que Swann, tras una noche entera de incertidumbre, por fin recibe a Odette y experimenta un alivio casi enfermizo, solo para reiniciar al día siguiente el ciclo obsesivo. La propia obra proustiana se ha descrito como “un testamento sobre los celos”, pues examina con detalle casi clínico la mente de quien ama obsesivamente.

Asimismo, el personaje de Marcel reproduce estos patrones obsesivos con Albertine: su necesidad de retenerla a su lado y controlar sus movimientos alcanza tal punto que llega a aprisionarla simbólicamente en casa (episodio narrado en La prisionera). Marcel registra cada gesto de Albertine, buscando signos de posible engaño, del mismo modo que alguien con pensamientos intrusivos obsesivos busca constantemente confirmar o desmentir sus miedos. Esta obsesión amorosa de Marcel conlleva comportamientos que podríamos calificar de compulsiones: por ejemplo, envía emisarios a vigilar a Albertine o le formula preguntas capciosas repetitivamente, acciones todas orientadas a aliviar momentáneamente la angustia de sus sospechas. Aunque en la ficción se presenta como pasión y celos, desde una óptica psicológica contemporánea podríamos decir que Marcel sufre una suerte de trastorno obsesivo-compulsivo enfocado en la pareja, donde la compulsión es investigar y retener, y la obsesión es el temor constante a la traición. Esta dimensión obsesiva de los personajes de Proust muestra cómo la ficción literaria puede retratar vívidamente dinámicas similares a las de un TOC, explorando sus devastadores efectos emocionales sin nombrarlos clínicamente.

El síndrome de Stendhal: arte y colapso emocional

La experiencia abrumadora del arte. Un fenómeno psiquiátrico muy específico que aparece reflejado en En busca del tiempo perdido es el síndrome de Stendhal. Este síndrome, documentado por primera vez en viajeros frente al exceso de belleza artística en Florencia, se caracteriza por episodios agudos de ansiedad, palpitaciones, mareo e incluso desmayos al contemplar obras de arte de gran belleza. Proust, con su refinada sensibilidad hacia el arte, describe una escena que encaja notablemente con este síndrome: la visita del narrador y el escritor Bergotte al museo donde se exhibe “La vista de Delft” de Vermeer. Ante ese famoso cuadro, Bergotte experimenta una emoción estética tan desbordante que sufre un colapso físico; de hecho, muere contemplando la obra, extasiado por la intensidad de un pequeño detalle de color en la pintura. El narrador, por su parte, siente una impresión tan fuerte ante el Vermeer que entra en una suerte de síncope o trance momentáneo. Esta reacción extrema ilustra perfectamente el síndrome de Stendhal: la belleza artística provoca en el personaje un trastorno momentáneo de la conciencia, con síntomas de mareo y alteración anímica profunda.

Lo interesante es que Proust escribió esta escena antes de que el término “síndrome de Stendhal” fuera popularizado en el siglo XX, lo que demuestra su intuición de fenómenos psicológicos raros. La manera en que describe la ansiedad y la turbación mental ante la belleza sugiere que comprendía la capacidad del arte para desestabilizar la psique sensible. En la literatura, este episodio funciona no solo como homenaje al poder del arte, sino también como exploración de un estado límite de la mente: el personaje queda embriagado por la experiencia estética, hasta el punto de perder la conexión con la realidad circundante. En términos clínicos, podríamos decir que sufre una crisis vasovagal o ataque de pánico desencadenado por estímulo estético, pero Proust lo narra en un tono poético y reflexivo, permitiendo al lector vislumbrar la delicada frontera entre el placer estético y la alteración patológica. De este modo, la novela proustiana incorpora un síndrome psiquiátrico real como el de Stendhal para profundizar en la compleja relación entre nuestras emociones, nuestro cerebro y el arte.

Melancolía extrema y el síndrome de Cotard

No todas las perturbaciones mentales retratadas en la ficción están identificadas con nombre propio, pero la literatura a veces llega a extremos que recuerdan a síndromes clínicos inusuales. Uno de ellos es el síndrome de Cotard, un raro delirio descrito en 1880 por el neurólogo Jules Cotard, en el cual el paciente cree que está muerto, que no existe o que carece de órganos internos. En esencia, es una forma extrema de negación de uno mismo y de la realidad, asociada a depresión psicótica. Ningún personaje de Proust o de los Episodios Nacionales declara explícitamente “estar muerto” en vida de manera delirante; sin embargo, podemos identificar ecos temáticos de esta auto-negación nihilista en ciertas situaciones de profunda melancolía literaria. Por ejemplo, tras la muerte de su abuela, el joven Marcel en En busca del tiempo perdido atraviesa un periodo de atonía emocional tan severa que describe la sensación de que el mundo a su alrededor ha perdido todo color y significado. Esta “muerte en vida” subjetiva, aunque no alcanza el grado delirante de un Cotard, sí refleja la desconexión extrema que acompaña a veces a la depresión más profunda.

En la narrativa de Galdós también hallamos personajes consumidos por la desesperación al punto de anular su voluntad vital, lo que podríamos comparar tangencialmente con un Cotard metafórico. Pensemos en casos como el de Víctor en Misericordia (novela contemporánea a los Episodios): un hombre arruinado y ciego que pierde toda esperanza y vaga por Madrid como alma en pena, convencido de que su destino está sellado. O el personaje de Villaamil en Miau (otra novela galdosiana), un anciano funcionario cesante que, sumido en depresión, llega a creer inútil su existencia y termina quitándose la vida. Si bien estos personajes no manifiestan el delirio específico de “estar muertos”, sí representan la negación absoluta de la esperanza y la autopercepción de estar acabado, que es el espíritu del síndrome de Cotard llevado al terreno simbólico. En la ficción decimonónica, hablar abiertamente de trastornos mentales era delicado, pero Galdós y otros escritores lograron encarnar la melancolía patológica en figuras literarias cuya vida parece haber perdido todo atisbo de sentido. Esta conexión nos invita a reflexionar cómo la literatura puede explorar incluso los rincones más oscuros de la psique –la sensación de estar muerto en vida– de forma poética y premonitoria.

Trauma y psicosis en los personajes de Galdós

Benito Pérez Galdós, a diferencia de Proust, fue un autor realista que abordó directamente los conflictos sociales e históricos de España en el siglo XIX. Sin embargo, su interés por la psicología era notable: estudiosos señalan que Galdós tenía una comprensión sorprendentemente moderna de la mente anormal, abarcando desde el neurótico borderline hasta el psicótico completo. En los Episodios Nacionales, que narran guerras, revoluciones y convulsiones históricas, Galdós introduce personajes que claramente muestran secuelas mentales del trauma y brotes de locura en medio del conflicto. Un ejemplo temprano lo vemos en Zaragoza, donde se relata el horror del sitio napoleónico sobre la ciudad. Aunque la narración se centra en hechos heroicos, Galdós no omite el impacto psicológico: civiles aterrorizados, soldados al borde del colapso nervioso, niños expuestos a la violencia. Si aplicamos la mirada contemporánea, muchos sobrevivientes de esos eventos padecerían trastorno de estrés postraumático (TEPT): insomnio, recuerdos intrusivos (flashbacks) de los bombardeos, hipervigilancia y un miedo profundo arraigado. Galdós insinúa estas cicatrices invisibles a través de silencios traumáticos y actitudes apáticas en sus personajes tras la batalla. Así, aunque en el siglo XIX no se hablaba de “trauma psicológico”, la realidad emocional de sus personajes refleja lo que hoy reconocemos como PTSD.

Por otro lado, Galdós explora de manera explícita la psicosis y los delirios en varios de sus personajes, mostrando casos que un psiquiatra actual podría diagnosticar como esquizofrenia paranoide o trastorno delirante crónico. Un caso notable es el de Tomás Rufete, un personaje que aparece vinculado entre los Episodios Nacionales y la novela La desheredada. Rufete, que en las Episodios era un exaltado revolucionario menor, reaparece años después en La desheredada internado en un manicomio, completamente loco. Galdós describe que la locura de Rufete consiste en creer que gobierna España: el viejo revolucionario sufre ahora delirios megalomaníacos y paranoides. En su manía, Rufete pasa los días escribiendo listas interminables –“listas de sospechosos, listas de traidores, listas de tibios…”– en una actividad casi monomaníaca que recuerda a la compulsividad del TOC, pero al servicio de un delirio de persecución. Su clímax delirante llega cuando proclama a gritos ser la máxima autoridad: “¡A votar, a votar! … ¿Queréis saber con qué poderes gobierno? … He aquí mis votos: me los ha fabricado Krupp”. Este discurso insensato (invocando incluso al fabricante de cañones Krupp como fuente de su poder) refleja un delirio de grandeza con elementos de fantasía bélica, claramente una psicosis. Galdós, al narrar estas escenas, demuestra un conocimiento casi clínico: en el siglo XIX, este tipo de cuadro habría sido descrito como “locura furiosa” o monomanía persecutoria, mientras que hoy hablaríamos de esquizofrenia paranoide con delirios de tipo político.

Cabe destacar que Galdós estuvo muy al tanto de los avances psiquiátricos de su época. Se sabe que entabló amistad con destacados médicos alienistas españoles y que incluso asistió a demostraciones clínicas. En cartas de Galdós se menciona, por ejemplo, una invitación del doctor Tolosa Latour para observar un caso de sonambulismo, emulando las célebres presentaciones de Jean-Martin Charcot en París donde se exhibían pacientes histéricas o sonámbulas para estudio público. Este interés revela que Galdós incorporaba en sus novelas fenómenos neurológicos y psiquiátricos auténticos: no solo la locura franca de personajes como Rufete o Maximiliano Rubín (de Fortunata y Jacinta, quien desarrolla alucinaciones auditivas y manías homicidas durante su descenso a la psicosis), sino también trastornos neurológicos. En sus escritos aparecen referencias a epilepsia (un personaje sufre convulsiones epilépticas en Fortunata y Jacinta), a somnambulismo (sueño patológico) e incluso a síntomas conversivos de la histeria. Galdós trataba estos temas con rigor naturalista, consciente de que las enfermedades mentales formaban parte de la realidad de la época tanto como las guerras o la pobreza. De hecho, en sus Novelas españolas contemporáneas, retrata varias generaciones afectadas por lo que él llama “enfermedades de la civilización”, entre ellas el alcoholismo, la locura hereditaria y la sífilis (que causa demencia paralítica en personajes como Maxi Rubín). Todo ello muestra una visión integral: la literatura de Galdós conecta las circunstancias sociales (hambre, violencia, injusticia) con las consecuencias mentales en los individuos, anticipando análisis psicopatológicos modernos sobre trauma y enfermedad mental en entornos desfavorables.

Conclusión

Tanto Marcel Proust como Benito Pérez Galdós, cada uno a su modo, exploraron la mente humana con una profundidad precursora, dotando a sus personajes de complejidades psicológicas que hoy podemos asociar con síndromes y trastornos clínicamente definidos. Hemos visto cómo en la ficción proustiana afloran la ansiedad crónica, las obsesiones amorosas comparables al TOC, e incluso fenómenos singulares como el síndrome de Stendhal, todos presentados con un realismo introspectivo que antecede a la psicología cognitiva. En paralelo, la narrativa galdosiana –especialmente en los Episodios Nacionales– ofrece un laboratorio de psicopatología social: personajes traumatizados por la guerra, familias enteras marcadas por la herencia de la locura, delirios individuales que reflejan las tensiones de una nación convulsa. Galdós, con su mirada compasiva pero analítica, muestra casos de psicosis, neurosis e histeria con asombrosa autenticidad, valiéndose de su conocimiento de las teorías médicas de su tiempo.

Este ejercicio de vincular trastornos reales con personajes literarios no pretende reducir la riqueza artística a un diagnóstico, sino enriquecer nuestra interpretación: comprender que detrás de los comportamientos de Swann o de Rufete hay patrones humanos universales de obsesión, miedo o delirio. Al analizar cómo la ficción refleja la realidad mental, reconocemos la genialidad de escritores como Proust y Galdós para plasmar lo invisible –los laberintos de la psique– en historias concretas. Sus personajes sufren, aman y enloquecen en la página, invitándonos a empatizar con experiencias límite de la condición humana. En última instancia, esta conexión entre literatura y psicología nos muestra que las novelas pueden ser, en efecto, una forma de explorar la mente con tanta profundidad como un tratado clínico, pero con la ventaja de la empatía y la belleza narrativa. Así, un ensayo literario sobre neurosis, obsesiones o síndromes insólitos en la ficción no solo ilumina la obra en sí, sino que también nos ayuda a reflexionar sobre la presencia perenne de la salud mental en la experiencia humana, ya sea en la realidad o en la imaginación.

Fuentes: Las citas indicadas en el texto provienen de estudios y documentos que analizan la relación entre literatura y psicología, incluyendo artículos médicos sobre Proust y Galdós, así como comentarios críticos que respaldan estas interpretaciones. Estas referencias confirman cómo ciertos síndromes clínicos (ansiedad, TOC, síndrome de Stendhal, delirios tipo Cotard, etc.) pueden encontrarse, de forma embrionaria o figurada, en la caracterización de personajes de ficción, enriqueciendo la lectura contemporánea de estas obras clásicas.

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