
Francisco J. Castañón Escritor y director de la revista digital Entreletras
Aunque en el siglo XVIII español puede observarse una producción narrativa de cierta relevancia, la novela es un género que desaparece en nuestro país del primer plano de la escena literaria durante el Siglo de las Luces, salvo algunas excepciones significativas. Diego Torres de Villarroel, José Francisco de Isla o Pedro de Montegón son nombres que unidos a otros autores del último tercio de aquel siglo, como Vicente Martínez Colomer, Gaspar Zavala y Zamora, el controvertido Pablo de Olavide, Antonio Valladares de Sotomayor, José Mor de Fuentes, Francisco de Tojar, Luis Gutiérrez y Vicente Rodríguez de Arellano, dieron lustre a un género que fue ensombrecido por el ambiente cultural, social y político de la época, viéndose superado por la poesía, el teatro o una literatura de carácter cívico o político influida por el programa del reformismo ilustrado que fue tomando cuerpo con el pasar de las décadas, llegando a su cenit durante el reinado de Carlos III.
Por el contrario, en Europa la novela fue un género muy cultivado y extendido durante el siglo XVIII. Como afirma Joaquín Álvarez Barrientos, en este tiempo la novela “favoreció la incursión del escritor, y del lector, en aspectos de la sociedad y en zonas de la personalidad que hasta entonces habían quedado vedados, si no a su curiosidad, sí a su expresión literaria.” Más aún, porque, como sigue explicando Álvarez Barrientos, en este siglo de innovadoras ideas y picadura de rapé, la novela moderna comienza a emerger en Europa “amparada en gran medida en las obras picarescas españolas y el Quijote de Cervantes”.
Resulta llamativo qué a pesar de la mencionada influencia, será en la literatura inglesa del siglo XVIII donde se inicia el recorrido hacia un nuevo tipo de novela. Así, señala Álvarez Barrientos: “De Inglaterra llegarán las mejores invenciones novelescas del siglo XVIII. Entre los primeros ingleses que escribieron novelas, aunque ellos mismos no las consideraran tales, se encuentran Defoe y Swift”, con Robinsón Crusoe y Los viajes de Gulliver respectivamente. La narrativa española que tanto había profundizado en lo que ahora entran los autores ingleses, la condición humana, adolece en el XVIII de un exceso de moralismo y criticismo que la aparta de la fabulación iniciada por Cervantes y la picaresca.
De tal guisa, a finales del siglo XVII la novela había comenzado a difuminarse como género literario en nuestro país y, tras realizar una singular travesía del desierto durante el dieciocho, no reaparece con destacada vitalidad hasta 1849 con la publicación de La Gaviota de Fernán Caballero (seudónimo que empleó Cecilia Böhl de Faber y Larrea para salvar el machismo, sino la misoginia, tan arraigado en aquellos años). Obra que oscila entre el romanticismo aún dominante en el momento de su edición y el realismo que se impondría pronto en la narrativa, y en la que no pocas voces han visto la primera novela moderna de nuestra literatura.
La Gaviota relata las aventuras de Marisalada (La Gaviota), un personaje a la contra de los valores morales y religiosos imperantes en la sociedad de su época, actitud que condicionará una existencia marcada por la suma de episodios bajo el denominador común de la fatalidad. En este sentido, un rasgo a tener muy en cuenta en esta novela es la introducción de hechos históricos y aspectos costumbristas, elementos luego presentes en la gran novelística que se desarrollará en nuestro país durante la segunda mitad del siglo XIX.
Asimismo, en la primera parte del XIX surgirán dos tipologías de novelas. Por un lado, aquellas que tienden hacia argumentos ciertamente artificiosos de tono costumbrista, como sucede en el caso de Fernán Caballero. Por otro, novelas de carácter sentimental o seudohistóricas, denominación que otorga Francisco Giner de los Ríos a obras “plagadas de situaciones de relumbrón, de inverosímiles caracteres, de catástrofes inesperadas”. Sin embargo, unas y otras tienen un elemento común, son novelas alejadas de la realidad social, literatura de evasión escritas para entretener. Se trata de una literatura, sobre todo durante el primer cuarto de siglo, muy distanciada de los relevantes acontecimientos que han ido conmocionando a una sociedad marcada por la guerra contra los ejércitos napoleónicos, el absolutismo fernandino, el levantamiento del general Riego, el trienio liberal, el retorno de las tropas francesas para restaurar en el trono al rey felón y, más tarde, por la Vicalvarada de 1854. A pesar de o quizá por la enorme carga política y social de estos hechos, la novela de las primeras décadas del diecinueve parece querer mirar hacia otro lado.
El fin de la neutralidad: La Fontana de Oro
De esta forma, no será hasta la aparición de La Fontana de Oro de Benito Pérez Galdós cuando podemos toparnos con una novela verdaderamente ‘moderna’ que toma posición sobre la realidad española y analiza con sentido crítico dicha realidad. Novela escrita en torno a la efervescencia política que supuso la Revolución de septiembre de 1868 en la sociedad española de la época, esta obra va ahondar en los años del Trienio constitucional o liberal de 1820 a 1823 y, tras recibir los últimos retoques pasada ya la Septembrina, será publicada en 1870. Como ha sugerido Juan López Morillas, “los años que median entre la Vicalvarada y la Septembrina ven la aparición de una élite intelectual española afanosa de ejercer una función ilustradora, esto es, verter luz sobre la realidad ambiente por medio de una doble labor educadora y crítica”. En este sentido, siguiendo a López Morillas, se ha barajado la hipótesis de que la novela moderna española nació en el “hervor ideológico que surge de la Revolución de Septiembre”.
No podemos olvidar lo que el propio Galdós escribe como preámbulo a su Fontana, al referirse a la coyuntura histórica en la que esta se inscribe: “uno de los períodos de turbación política y social más graves e interesantes en la gran época de reorganización, que principió en 1812 y no parece próxima a terminar todavía. Mucho después de escrito este libro, pues sólo sus últimas páginas son posteriores a la Revolución de Septiembre, me ha parecido de alguna oportunidad en los días que atravesamos, por la relación que pudiera encontrarse entre muchos sucesos aquí referidos y algo de lo que aquí pasa; relación nacida, sin duda, de la semejanza que la crisis actual tiene con el memorable período de 1820-23”.
Imbuida de este fervor ideológico, en La Fontana de Oro de Galdós descubrimos una narrativa de los acontecimientos acaecidos durante una etapa concreta de nuestra historia, partiendo de la relación amorosa entre Lázaro, un joven liberal y romántico al estilo de la época, y Clara, personaje cuya orfandad la lleva a estar bajo la tutela de su intolerante tío, representante de la ideología absolutista encarnada en el rey Fernando VII.
Avanza así el escritor canario lo que apenas tres años más tarde iba a ser el comienzo de la edición de sus Episodios Nacionales, monumental serie de novelas que le convertiría a la postre en el gran cronista de la historia de nuestro país, desde el inicio del XIX hasta bien entrado el siglo XX. Crónica crítica que, como ha explicado Ricardo Gullón, tendrá como eje vertebrador la vida íntima y cotidiana de personajes accidentales que por diversos motivos -y esto es lo esencial- entrarán en contacto con los sucesos y personajes más relevantes que irán condicionando el devenir colectivo de España.
En La Fontana de Oro, joya inestimable de la producción literaria inicial de Galdós aun con los defectos comprensibles de un autor novel, el escritor canario se plantea el objetivo a seguir de la novela como género literario en la sociedad de su tiempo. Quizá por ello, considera que su Fontana no puede ni debe sustraerse a la circunstancia social y política que condiciona al propio autor y a su obra. Asimismo, en La Fontana de Oro podemos descubrir muchos de los elementos que, en una u otra dirección, van a estar presentes en la novela española a partir de 1870, año de su publicación.
A esta tipología de novela podemos aplicarle, como propone López Morillas, “el apelativo de ideológica para significar que no solo contiene ideas, sino que se mantiene de ellas, hasta tal punto que, si las excluimos, la ficción se viene abajo como un castillo de naipes”.
“Era necesario ante todo que se generalizará esa tesitura mental que vincula el hombre a la sociedad circundante, -afirma Juan José Gil Cremades- para que surgiera el interés por su entorno y dejara la literatura de evasión”. Pero también habrían de darse las circunstancias para la existencia de un público lector receptivo a este nuevo planteamiento y en la España de 1870 inmersa en el fervor de la Revolución de 1868 emerge ese público. En esta línea, anota Cremades que siendo Balzac y su Comedia humana el antecedente de lo que Galdós crearía comenzando por La Fontana de Oro, el autor francés no tendrá verdadero eco en España precisamente hasta la citada Revolución de Septiembre.
A partir de Stendhal y Balzac la novela se ira desprendiendo de los aspectos románticos para caminar por senderos más ásperos. Arnold Hausser entiende que “tanto el racionalismo económico como la ideología política expresada en los términos de lucha de clases incitan a la novela al estudio de la realidad social y de los mecanismos psicológicos sociales”. En Francia, la politización de la sociedad, que comenzó con la Revolución francesa, alcanzará su punto culminante -dilucida Hausser- bajo la Monarquía de Julio, entre las Revoluciones de 1830 y 1848.
Por tanto, en La Fontana de Oro la idea o ideas que el autor vuelca en el texto son lo verdaderamente sustancial, mientras que los personajes, principales o no, tienen siempre un papel secundario. Es la ideología la que mueve los hilos de la trama con el fin de elaborar un relato analítico de nuestra historia, contada desde la óptica, eso sí, de un autor que mira con ojo reflexivo y fiscalizador los hechos, las decisiones de los dirigentes y las consecuencias que provocan sobre el individuo, a la postre descreído o desbordado por las circunstancias hasta desembocar a veces en un final trágico.
El conflicto entre individuo, con su personal credo de la vida, y la sociedad que terminará por defraudarle es el epicentro de La Fontana y de otras obras que vendrán a continuación en una primera etapa. Una disyuntiva que se desenvuelve en diversos frentes: tolerancia contra intransigencia, libertad frente a opresión, ciencia versus religión, … hasta componer un puzle donde la sinrazón, la doble moral, la injusticia, la malicia o la bajeza con la que se tropieza el protagonista en la sociedad terminarán por minar su capacidad de resistencia ante la adversidad.
López Morillas explica con nitidez el esquema que sigue la trama de la Fontana, así como otras novelas de la primera época de Galdós con la excepción de Marianela: “un joven, probo y confiado, a menudo provinciano, rebosante de ideas e ilusiones, entra en un mundo que tarde o temprano se le manifiesta incomprensivo u hostil; en el encuentro inevitable, el joven fracasa; si no muere o se vuelve loco, pierde las ilusiones y termina escarmentado.” Decir aquí, como apuntó Francisco Giner de los Ríos, que este aciago destino que Galdós reserva a sus protagonistas varones contrasta con la idiosincrasia de los personajes femeninos que dibuja el autor canario, las mujeres en sus novelas poseen una “mayor firmeza; permanecen más fieles a su tipo, luchan mejor, flaquean menos y acaban por oscurecer a los hombres“, algo sin duda singular en la literatura de su tiempo y un planteamiento avanzado, en cuanto a la forma de entender el papel de la mujer, en una época de indiscutible predominio del varón en todos las esferas de la vida.
Giner achaca el fracaso de estos protagonistas varones al hecho de que Galdós escoge en cada caso para sus argumentos “hombres débiles e incapaces” para las luchas que les tiene reservado su destino novelesco. A ello podría contraponerse que no todo aquel cuya ideología o sus convicciones le llevan a enfrentarse contra el sistema social establecido debe necesariamente responder al perfil de un activista. De hecho, la dimensión de los personajes de Galdós estriba, a mi juicio, en que desde su aparente debilidad son capaces de forcejear por cambiar la realidad que les rodea, aunque su sino sea la derrota. A pesar de su fragilidad son personajes que no rehúyen la acción, guiados por su altura moral frente a una sociedad que consideran deshonesta. Su empeño es su fortaleza y, al tiempo, su legado en las páginas de cada libro.
Así las cosas, en la novela de Galdós se puede constatar un profundo conflicto ideológico entre individuo y sociedad. La personalidad del personaje principal responde a una actitud ética marcada por la honestidad la abnegación o la generosidad. Por otro lado, la sociedad en la que está inmerso encarna la doblez, la falacia o la intransigencia. El choque inevitable que se va a producir entre individuo y sociedad determinará el desarrollo de la trama y la forma en la que desemboca el devenir existencial de los personajes en la novela.
Lázaro, protagonista de La Fontana de Oro, es descrito por Galdós como “un mozo como de veintitrés a veinticinco años, de agradable presencia, de ingenio muy precoz, de imaginación viva, de palabra fácil y difusa, muy impresionable y vehemente y de recto y noble corazón”. Un “muchacho […] sumamente impresionable, nervioso, de temperamento ideal, dispuesto a vivir siempre de lo imaginario” que parece compartir la ideología de esa “juventud de 1820, llena de fe y de valor, [que] fue demasiado crédula o generosa. O no conoció la falacia de sus supuestos amigos, o conociéndola, creyó posible vencerlos con armas nobles, con la persuasión y la propaganda”. Este joven se enfrentará a “una sociedad decrépita, pero conservando aún esa tenacidad incontrastable que distingue a algunos viejos, [que] sostenía encarnizada guerra con una sociedad lozana y vigorosa llamada a la posesión del porvenir”.
Pero Lázaro no será el único intrahéroe galdosiano en arremeter contra esa sociedad apolillada en un ejercicio de inspiradora resistencia quijotesca, como uno más de esos locos redentores del mundo de los que nos hablará León Felipe en su poesía. Ocurre lo mismo con Muriel de El audaz (1871), un personaje que “siendo niño tuvo que hacer esfuerzos de hombre y de héroe para sobrellevar la vida. Semejante escuela no podía menos de robustecer su voluntad para lo sucesivo, dándole una iniciativa de que carecen los que no conocen las enseñanzas de la contrariedad.” Es otro de esos personajes cuya aptitud vital va a entrar en contradicción con la vida. Muriel siente haber nacido “para mandar, para dirigir, para legislar, y como el Destino no puso en su mano las riendas de un Estado, ni la disciplina de un ejército, ni la soberanía de un pueblo, ofreció su vida toda una contradicción misteriosa”. Idéntica lucha interior atisbamos en Pepe Rey de Doña Perfecta (1876), un hombre de “profundo sentido moral […] muy sobrio de palabras en las disputas que constantemente traban sobre diversos asuntos los hombres del día; pero en la conversación urbana sabía mostrar una elocuencia picante y discreta, emanada siempre del buen sentido y de la apreciación mesurada y justa de las cosas del mundo. No admitía falsedades y mistificaciones, ni esos retruécanos del pensamiento con que se divierten algunas inteligencias impregnadas del gongorismo;”. Estamos ante una personalidad que no conoce “la dulce tolerancia del condescendiente siglo que ha inventado singulares velos de lenguaje y de hechos para cubrir lo que a los vulgares ojos pudiera ser desagradable”.
Retomando aquí las consideraciones de Arnold Hausser en relación con lo que sucede en la literatura europea durante la primera mitad del XIX, diríase que esta tipología de héroe galdosiano muda la desilusión propia del romanticismo por la desesperanza y la resignación. Así, estos héroes de nueva planta transforman su dolor existencial en imposibilidad o renuncia a la realización de su ideal, en repulsa a la sociedad que les circunda y en un desesperado escepticismo ante las normas y los convencionalismos.
Del mismo modo, en Gloria (1876-1877) el náufrago inglés Daniel Morton se presenta como arquetipo de férreos principios: “una persona muy distinguida y bien nacida, de trato muy afable y en extremo grato a todos, de carácter noble y recto”, escribe Galdós; para añadir poco después: “Cuán distinto es de muchos jóvenes de por acá, que diciéndose cristianos católicos y habiendo aprendido la verdadera doctrina, nos muestran en su frivolidad y corrupción moral, almas vacías, almas oscuras, almas sin fe,…”. Enamorado de Gloria, perteneciente a una familia de profunda tradición católica, cuando su amada queda embarazada Daniel, impulsado por su integridad moral, deberá desvelar que lejos de ser protestante es judío de origen español. Revelación que provocará la muerte del padre de la joven, Juan de Lantigua, “hombre de convicciones inquebrantables y profundas, honradísimo caballero en su trato social y de intachables costumbres”, aunque en “la vida de las ideas era donde estaba su intransigencia y aquella estabilidad de roca jamás conmovida de su asiento por nada ni por nadie”. Situación que evolucionará con el devenir de la trama hasta un final ciertamente dramático.
Pero posiblemente lo más importante en relación con La Fontana de Oro, como hizo notar esa profunda admiradora de Galdós que fue Almudena Grandes, es que desde la aparición de esta novela se acabó la neutralidad del escritor sobre y ante lo que sucede a su alrededor, componiendo a partir de este momento en sus novelas una imagen de la vida y de un país para explicar “lo que nos ha pasado, lo que nos pasa todavía”. Galdós, nos dice Almudena Grandes, nunca fue neutral, “y en el principio alienta una flamante ilusión democrática”. Galdós escribe en La Fontana y en sus siguientes obras sobre un país donde, a pesar de numerosos obstáculos, “la felicidad pública, el progreso, el nacimiento de una España más moderna e igualitaria se adivinaba en el horizonte.”… luego llegará el “naufragio de todos los sueños”, añade Grandes, para concluir haciendo una observación con la que es difícil estar en desacuerdo: “Los lectores de Galdós tenemos una perspectiva más amplia de lo que estamos viviendo que los españoles que nunca lo han leído”.
Hacia un cambio de rumbo: La familia de León Roch
Este hilo conductor que es la ya citada colisión entre individuo y sociedad nos conduce hasta otra de las novelas indispensables de Galdós, La familia de León Roch (1878), donde una vez más las firmes convicciones del protagonista son el leit motiv del disenso con un sistema de valores sociales extemporáneos que en esta ocasión estará representado por una Iglesia reaccionaria y vehemente que ejerce una influencia desmedida.
Al igual que en otros protagonistas precedentes de Galdós, si algo caracteriza a León Roch es el ser “un modelo de rectitud y de nobleza, un caso raro en estos tiempos”, a lo que debemos añadir que “su rasgo moral era la rectitud y el propósito firme de no mentir jamás”.
Francisco Giner de los Ríos que en su ensayo Sobre ‘La familia de León Roch’ disecciona esta novela, no siempre con resultado favorable para su autor, advierte que “La concepción de La familia de León Roch está toda ella subordinada a un fin moral: mostrar cómo en España la religión, principio mismo del amor y concordia entre los hombres, se convierte hoy en potencia diabólica de perversidad y de odio; fenómeno, por lo demás, muy explicable y que debemos agradecer a nuestro largo hábito de intolerancia religiosa, con el indispensable cortejo de ignorancia, de superstición y de falta de piedad natural y sincera…”.
Del mismo modo, Giner atisba en León Roch ese antagonismo entre la atmósfera social en la que se encuadra no solo el argumento, sino el propio autor de la novela, y los personajes. Por un lado, “los hechos sociales” que configuran la trama. Por otro, “el eco” que dichos “hechos” tiene en el espíritu de los protagonistas y personajes secundarios.
De nuevo, observaremos cómo la tensión ideológica que se ha producido desde la Revolución de 1868, pasando por la proclamación de la I República en 1873, hasta llegar a la restauración de la monarquía borbónica en diciembre de 1874, genera una radicalización en la realidad política y social del momento que el escritor parece sentir con gran intensidad hasta el punto de radicalizar la ficción novelesca y, como asevera López Morillas, “él es quien incorpora a la novela las promesas, soliviantos y desengaños que acompañan al movimiento revolucionario”.
Ahora bien, cuando Galdós decide embarcarse en la escritura de su Fontana el sistema político y social establecido ya hace agua por diversas vías. A buen seguro, las ideas que traería consigo poco después la Revolución de septiembre de 1868 se delineaban en el horizonte político del país. Por el contrario, cuando se publica León Roch, diez años después de aquella, todo es ya desencanto. Poco queda del Sexenio Democrático tras cuatro años de monarquía en la persona de Alfonso XII. Todo indica a Galdós que la fórmula narrativa desarrollada hasta ahora está agotada y es necesario dar un giro de timón en sus novelas.
En otro orden de cosas, habrá coetáneos de Galdós que apostarán por una ideología racionalista y antitradicionalista. Es el caso de Sanz de Río (introductor del Krausismo en España) o Fernando de Castro. Por un lado, el krausismo contribuye a construir la nueva conciencia del literato, explica Gil Cremades, cimentando “esa necesidad de ir a lo ‘interno’ de la historia más allá de los hechos y, sobre todo, esa concepción dialéctica de la obra artística como respuesta subjetiva al desafío de la realidad exterior,…”. Por otro, el krausista prefiere indagar en el entramado interno del sujeto para hallar las claves con las que construir el porvenir, pues ven en el pasado no pocos desaciertos y mezquindades. En parte, no les faltaba razón. El autor canario parece compartir algunos aspectos de la orientación krausista. Sin embargo, desea volver la vista atrás y establecer un relato detallado y evaluador de la historia, como explicación y respuesta a los problemas del presente. Esto, sin duda, puede suponer la aceptación de una visión pesimista de la humanidad en su conjunto. Solo atendiendo a nuestra memoria histórica podremos
percatarnos de las equivocaciones y quizá corregirlas, aunque esa misma memoria pondrá de relieve la capacidad del ser humano para incidir una y otra vez en el error, ya que como indica López Morillas queda claro en Galdós que “no es que la historia se repita; es que el hombre no cambia”.
La evolución de los sucesos que se desprenden de la Revolución de septiembre de 1868, “días de tremenda crisis y de universal exacerbación de los ánimos” en palabras de Menéndez Pidal, terminará por confirmar el desencanto y descreimiento de Galdós sobre la esencia misma del género humano y la sociedad. En cualquier caso, tomando como punto de partida la efervescencia ideológica que se produce en la sociedad española a partir de la Revolución de 1868 y la posterior proclamación de la I República española, la novela en la segunda mitad del siglo XIX español se convierte en “el género literario más adecuado al espíritu y tendencias de los tiempos presentes”, tal y como apunta Urbano González Serrano en sus Ensayos de crítica y filosofía (Madrid, 1881). Por su parte, Galdós se irá convirtiendo en el máximo representante de una literatura acorde con una época convulsa en lo político y en lo social, con la necesidad de examinar el pasado con aliento crítico para construir un futuro ilusionante e inspirado por una ideología cuyo propósito es transformar la sociedad.
Finalmente, “la fase ideológica en la naciente novela española moderna”, en palabras de López Morillas, irá poco a poco diluyéndose tras la caída de la I República y la llegada de la Restauración borbónica. Entre otras cuestiones, porque las ideas de cuño progresista deberán hallar nuevos espacios para la acción política y social. Pasado no mucho tiempo, nos toparemos en dichos ámbitos de participación con el Galdós militante en la causa republicana y socialista.
Referencias bibliográficas:
García de la Concha Víctor, Guillermo de la Concha y VV.AA.
Historia de la Literatura Española. Espasa Calpe, 1995.
Gil Cremades Juan José. Krausistas y liberales. Ed. Seminarios y Ediciones, 1975.
Grandes. Almudena. Galdós para entender la España de hoy. Diario El País. Sección Cultura. 4 de enero de 2020
Gullón Ricardo. Galdós, novelista moderno. Ed. Taurus, 1987
Hausser Arnold. Historia Social de la Literatura y el Arte. Ed. Guadarrama.
López Morillas Juan. La Revolución de Septiembre y la novela española.
Revista de Occidente. Octubre, 1968. nº67, Año VI, 2ª ep. “La Revolución española de 1968”.
Pérez Galdós Benito. La Fontana de Oro; El audaz; Doña Perfecta; Gloria; La familia de León Roch, Biblioteca virtual Miguel de Cervantes.