Ramón Gaya  (1910 – 2005), un pintor sereno, esencial y luminoso

Antonio Chazarra Montiel

Y estas figuras, estas escenas, hechas de tierra, no están vistas y no viven ya en el medio de la tierra, sino en el del agua, en el de la luz, en ese otro, en… ese uno, único medio donde la creación humana alienta y aún respira, cuando siendo se deshace; cuando ofrece su ser.

“Algunos lugares de la Pintura”

María Zambrano

La llamada Generación del 27 fue una verdadera eclosión de talento. Son conocidos sus integrantes literarios, mas no tanto, los pintores y los hay excelentes.

Me propongo con estas líneas, rendir un homenaje de admiración y respeto,  a Ramón Gaya. El próximo 15 de octubre tendrá lugar en el Ateneo de Madrid una sesión dedicada a su memoria, en la que voy a tener el honor de intervenir.

Nació el 10 de octubre de 1910 en Murcia, es decir, hace ahora 115 años. El contenido de su obra me ha atraído desde hace muchos años. Quizás porque para él la pintura es poesía, incluso podría decirse que sus lienzos son poemas sin palabras.

Destaca en ellos, por encima de todo, la luminosidad y, al mismo tiempo quien los contempla, se sumerge en una atmósfera original que le proporciona una sensación de serenidad, esperanza y afirmación de la vida.

Creo que fue Rembrandt quien comentó que “sin atmósfera una pintura no es nada”. La atmósfera de los lienzos de Ramón Gaya es adictiva y nos transporta a un universo donde la luz, el color, la comunión con la naturaleza y la afirmación de la vida resplandecen.

Para apreciar en lo que valen los cuadros de Ramón Gaya es obligado una visita a su Casa-museo, ubicada en la plaza Santa Catalina de la ciudad de Murcia. Puede decirse que el  lugar de su emplazamiento fue el corazón de la ciudad árabe medieval. Hoy es un punto neurálgico de la Murcia barroca. Contiene más de quinientas obras, que es tanto como decir, lo más amplio de su trayectoria pictórica y vital.  

La Casa-museo abrió sus puertas en 1990 y merece una detenida visita, que desde luego, no decepcionará a quien se atreva a emprender esta gozosa aventura.

Hace unos años, visitando la ciudad de México, pude leer en uno de sus muros “los corazones vivos, no olvidan a los corazones muertos”. Ramón Gaya merece de sobra que se le reivindique. Para algunos, será un descubrimiento… y para otros, una ocasión para insistir en que su figura merece los homenajes que se le rindan.

Vivió la experiencia amarga del exilio. Fue un republicano convencido y coherente. Tuvo la oportunidad de visitar las ciudades y los museos más importantes de Europa y México.

Antes de adentrarnos en algunos aspectos de su obra, hay que señalar que colaboró activamente con las Misiones Pedagógicas y que realizó copias de cuadros del Museo del Prado para que formaran parte del proyecto de llevar el arte y la cultura a la España profunda y a los rincones más apartados de nuestra geografía.

Prueba de su compromiso es que formó parte de la Alianza de Intelectuales Antifascistas y que colaboró –incluso perteneció al grupo de los fundadores- de la emblemática revista “Hora de España”, de la que fue uno de sus redactores.

Algunos pensadores han insistido en que donde hay miedo es imposible la libertad. Conoció las vanguardias, que estaban en boga en los años veinte y primeros treinta, mas en líneas generales, no le satisfacieron. Sus lienzos regresan a un cierto clasicismo en el que es perceptible, sin embargo, el conocimiento de las vanguardias y de las innovaciones y técnicas que trajeron consigo.

Prefiere la luz al fuego y a las cenizas. Es un pintor desinhibido que insiste sobre los temas que  ha elegido y crea interesantísimas variantes. Su mirada no es homogénea, ni mucho menos, ortodoxa. Su pintura, en buena medida es, perspectiva y capaz  de trasladar lo que la  realidad ofrece, desde múltiples ángulos y variaciones.

Para él, la belleza es esplendor de la verdad. Los fantasmas interiores no son fáciles de erradicar. Ramón Gaya, logra conjurarlos y contenerlos… finalmente asistimos a la magia pictórica que logra convertir en presencia de una ausencia.  No es extraño, por tanto, que llegase a formular que “la pintura es un río continuo, un hilo que no se puede romper”.

En todo creador –también en el caso de este pintor excepcional- es ilustrativo asistir a su formación humanista e intelectual. En casa de sus padres había una pequeña biblioteca donde, entre otros, tuvo ocasión de leer a Platón, Dante, Tolstoi o Nietzsche…

Los libros de Ramón Gaya sobre pintura son una auténtica delicia. Traslada a sus lienzos su admiración por Cézanne, Rembrandt, Ticiano o Miguel Ángel y, sobre todo, por Velázquez. La luz velazqueña lo seduce y lo embriaga. Los homenajes a los grandes pintores son recurrentes tanto en sus cuadros como en sus ensayos sobre pintura.

https://arocenablow.blogspot.com/2010/12/ramon-gaya-pintura.html

La influencia de Velázquez es ostensible. Èdouard Manet, uno de los forjadores del impresionismo, lo califica de “pintor de pintores” y constata que su obra representa lo más granado del barroco español, incorporando un trazo de luz brillante y la perspectiva matemática.

Los ensayos sobre arte de Ramón Gaya son admirables, tanto por su brillantez expresiva como por sus conocimientos de historia de la pintura. Incorpora en ellos, como un factor determinante, el sentimiento y la complicidad.

Desde mi punto de vista, cabe destacar “El sentimiento de la pintura” que publicó primero en italiano y, sobre todo, su “Velázquez, pájaro solitario”. Me parece reseñable que cuando regresó del exilio, se instaló en Barcelona, trabajando un tiempo en un estudio frente a Santa María del Mar.

Aquellos que deseen conocer mejor su obra, deben leer con detenimiento, el libro colectivo “Homenaje a Ramón Gaya” publicado por la Editorial Regional Murciana. Cuenta, entre otras, con las colaboraciones de María Zambrano, José Bergamín, Giorgio Agamben, Soren Peñalver, José Rubio Fresneda y Eloy Sánchez Rosillo… 

Antes de seguir adelante, quiero comentar quienes fueron algunos de sus amigos. Por encima de todos, citaré a María Zambrano con la que tuvo ocasión de departir y de forjar una excelente amistad durante la estancia de ambos en Roma. En el emblemático Caffè Greco coincidieron, en no pocas ocasiones.

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María Zambrano ha escrito hermosas y penetrantes páginas sobre el pintor murciano. Se conserva una carta, fechada el 18 de mayo de 1959, así como su ensayo, “La pintura de Ramón Gaya”, que apareció en su libro “Algunos lugares de la pintura”. María Zambrano señala el juego de Ramón entre ocultación y visibilidad, que implica una forma de entrar en el espacio y fluir en el tiempo o la manifestación de su interioridad.

Opina, también, la filósofa que hay cuadros de Ramón Gaya que antes que en el espacio están en el tiempo o que su pintura viene del agua como el pintor expresó en “El sentimiento de la pintura”.

A fin de no romper el hilo de estos comentarios y observaciones, diré que entre sus amigos, con los que compartió ilusiones, tristezas, reveses y un compromiso con los valores de justicia e igualdad,  se encuentran Octavio Paz, Xavier Villaurrutia o Tomás Segovia. Cabe citar, asimismo, a José Bergamín, Juan Gil-Albert o Corpus Barga. Es imposible mencionar si quiera a muchos otros, mas creo que los citados son por sí mismos expresivos y elocuentes.

Dos mujeres dejaron poso en su vida. Fe Sanz, a la que conoció en Cuevas de Almanzora (Almería), se casaron y tuvieron una hija, Alicia. Tuvo una trágica muerte, la aviación fascista  bombardeaba, inmisericordemente, a quienes pretendían huir a Francia.

Es imprescindible, referirse asimismo, a Isabel Verdejo –Cuca- sobrina de Juan Gil-Albert, que le acompañó en los últimos años de su vida y que luchó lo indecible por mantener vivo en el recuerdo su legado. El museo Ramón Gaya, recibió aportaciones y donaciones que enriquecieron su colección significativamente gracias a su impulso y generosidad.

En sus cuadros pueden vislumbrarse sombras de premoniciones o sensaciones de que los sueños rompen barreras.

Quien contemple sus lienzos, con afán escrutador,  no tardará mucho tiempo en darse cuenta de que es una pintura, en cierto modo metafísica, donde nacen y crecen espejismos de la realidad. La esperanza, representada siempre por colores vivos, vive en el corazón del hombre, resiste y se reafirma, pese a las desilusiones.

Ramón sale victorioso y supera una luz temblorosa que parece ahogar sus ganas de vivir en la larga noche de una posguerra sin fin. Algunos de sus cuadros remiten dolorosamente al pasado… más la vida acaba por imponerse por encima de los instintos tanáticos.

Un secreto horizonte de vida penetra por los ojos hasta el alma de quien los observa. En sus lienzos hay dolor. Su exilio –llegó a México a bordo del Sinaia- está repleto de soledad e intenso trabajo. No quisiera poner fin a estas apresuradas líneas, sin citar sus cuadros de Chapultepec y Cuernavaca, donde logra dar una “atmósfera”  envolvente a los paisajes.

En la vieja Europa –antes y después de su estancia en México- es cuando menos oportuno, contemplar su paso por ciudades como Florencia, Venecia o París antes de instalarse en Roma. De su periplo italiano creo que es imprescindible citar sus encuentros con Italo Calvino o sus conversaciones con Elena Croce.

Como a tantos pintores, Italia le fascinó. Los grandes temas de la pintura como el entierro de Cristo, noli me tangere o el bautismo, le hicieron pensar y repensar e influyeron en sus futuras creaciones.

Aunque en algunos casos, de forma tardía, tuvo reconocimientos importantes, especialmente en su Murcia natal o en Valencia, donde residió largos años. Al igual que a otros exiliados, los homenajes –en su mayoría- tuvieron lugar tras la desaparición del dictador.

Entre otros galardones, en 1980 el Ayuntamiento de Murcia, le nombra “hijo predilecto” de la ciudad, en1985 el Ministerio de Cultura, le concede la Medalla de Oro a las Bellas Artes, en 1999 es nombrado Doctor Honoris Causa, por la Universidad de Murcia y en 2002 obtiene el Premio Velázquez de las Artes. Esta distinción lo emocionó particularmente dada su profunda admiración hacia el autor de Las Meninas. La Iglesia de San Esteban de Murcia, el Museo de Arte Contemporáneo de Madrid y, sobre todo, el Reina Sofía han sido testigos de exposiciones retrospectivas de su obra.

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Igualmente, se realizaron otras exposiciones emblemáticas que tuvieron la virtud de divulgar su legado, contribuir a recuperar su figura y darla a conocer a las generaciones venideras.

Puede decirse, sin la menor exageración, que  Ramón Gaya es una página destacada de la pintura del siglo XX. Vivió momentos desgarradores como la Guerra civil, la amarga experiencia del exilio o encontrarse a su vuelta con un país muy distinto del que se vio obligado a abandonar.

Quiero cerrar esta evocación con unas palabras de María Zambrano, “Así, la Magdalena de Gaya. En sus ojos está naciendo un pensamiento; un pensamiento sólo y único, donde florece el amor. Un amarillo más tenue que el que alberga al Cristo, la envuelve. Y aunque el mar sea amarillo tan raramente, ella está en el mar, como criatura de las aguas, de las aguas amarilleantes por esa luz solar del sacrificio. Luna del Cristo del Perdón. Luna ya, puro espejo del amor, ella, la que se miraba en hermosura, ya no se mira ni mira. Cegados por el amor, sus ojos florecen en pensamiento; estampa de la palabra”.

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