
Eduardo Montagut
Lucie Dejardin (1875-1945) fue la primera mujer que llegó al parlamento belga en el seno del Partido Obrero Belga y por Lieja en el año 1929. En las páginas de este periódico dedicamos un artículo a glosar su vida, dedicada al compromiso por los trabajadores mineros, las trabajadoras, por los niños belgas refugiados en Francia en la Gran Guerra, y también por los belgas que tuvieron que pudieron marchar al Reino Unido en la Segunda Guerra Mundial.
En esta nueva pieza recordamos un gesto importante que desarrolló en el año 1929 en Alemania, habiendo sido prisionera en la Gran Guerra, además de perder a su marido que fue fusilado. Al comenzar dicho año estuvo en Dresde. Allí pronunció un discurso ante las compañeras socialistas alemanas que fue todo un alegato por la fraternidad entre los pueblos, y también por el internacionalismo obrero. En dicho discurso recordó que todavía había muchas personas en Bélgica que no creían que había una “nueva” Alemania. Consideraba que las mujeres socialistas tenían la responsabilidad de dar a conocer esa Alemania en la que no cabía el odio, sino solamente el amor. Las mujeres socialistas belgas habían llevado a Bélgica jóvenes alemanas para que vieran los campos de batalla, la “tierra impregnada de sangre”, y que servía de tumba para soldados alemanes, belgas y franceses. Pero Dejardin también tenía el propósito de que un día la juventud belga viajara a Alemania para comprender a los alemanes y para aprender a amar al país. La socialista belga era crítica con la Sociedad de Naciones porque consideraba que no estaba consolidada. Por eso había que trabajar con voluntad férrea para llegar a una unión de los pueblos trabajadores y productores.
Las visitas de jóvenes harían avanzar en el camino de la paz. Por eso pedía a las mujeres alemanas que enviaran muchos niños a Bélgica, Francia y Reino Unido. Allí podrían ver que los trabajadores tenían que soportar en todas partes idénticos males y luchar contra la misma explotación. Había que aprender a comprenderse mutuamente por encima de todas las fronteras, y a amarse mutuamente como hermanos. Y entonces todos trabajarían para que no volviera nunca el odio sangriento para levantar a un pueblo contra otro. Todos sabemos que ocurrió no mucho tiempo después.
Hemos trabajado con el número del 24 de febrero de 1929 de El Socialista.