
Eduardo Montagut
En distintas ocasiones nos hemos hecho de la importancia que el movimiento obrero socialista español dio a la salud de los españoles y españolas, de la higiene y seguridad en el trabajo, de la cuestión sanitaria en las viviendas y de la lucha contra las epidemias y las enfermedades endémicas, como especial atención a la tuberculosis. La idea fundamental fue siempre vincular la cuestión social a la salud porque los graves problemas que afectaban a una gran mayoría de españoles tenían que ver con las carencias de todo tipo que padecían. Para ello, denunció situaciones, planteó alternativas, divulgó a través de conferencias, charlas y la prensa todo lo que tenía que ver con la salud y la higiene, y cuando tuvo responsabilidades públicas impulsó todo tipo de iniciativas. En este contexto nos acercamos a los “mandamientos de la salud”, que sacó El Socialista en 1924.
Eran diez. El primero exponía que la salud era el mejor tesoro que se podía poseer, y que la higiene era quien facilitaba dicho tesoro, es decir, se intentaba concienciar sobre estas cuestiones.
En el segundo comenzaban los consejos: acostarse temprano y para levantarse, no siendo recomendable dormir más de siete horas. Trasnochar no era una práctica para tener buena salud. Había que huir de viviendas y locales oscuros porque se asociaban los “microbios productores de enfermedades a la oscuridad”, según rezaba el tercer mandamiento. Las viviendas aireadas y bien iluminadas siempre fueron objetivo de los socialistas, como lo demostraría el mandamiento cuarto.
Había que comer para vivir y no vivir para comer. Había que establecer horarios para las comidas, siendo la última frugal. En el sexto se aconsejaba que si se quería que el estómago trabajase adecuadamente, había que masticar bien, y había que lavarse diariamente los dientes con “cepillo y agua de jabón común”. Después de comer era bueno enjuagarse con agua bicarbonatada. Era fundamental lavarse bien la piel para que los poros estuvieran abiertos.
En el octavo se aconsejaba siempre lavarse las manos. Había que vestirse con ropas que no oprimiesen el cuerpo e impidiesen la circulación de la sangre.
Por fin, el décimo mandamiento era un canto a la trilogía -sol, aire puro y agua-, los tres elementos naturales “purificadores de la salud”.
Eduardo Montagut
En distintas ocasiones nos hemos hecho de la importancia que el movimiento obrero socialista español dio a la salud de los españoles y españolas, de la higiene y seguridad en el trabajo, de la cuestión sanitaria en las viviendas y de la lucha contra las epidemias y las enfermedades endémicas, como especial atención a la tuberculosis. La idea fundamental fue siempre vincular la cuestión social a la salud porque los graves problemas que afectaban a una gran mayoría de españoles tenían que ver con las carencias de todo tipo que padecían. Para ello, denunció situaciones, planteó alternativas, divulgó a través de conferencias, charlas y la prensa todo lo que tenía que ver con la salud y la higiene, y cuando tuvo responsabilidades públicas impulsó todo tipo de iniciativas. En este contexto nos acercamos a los “mandamientos de la salud”, que sacó El Socialista en 1924.
Eran diez.
El primero exponía que la salud era el mejor tesoro que se podía poseer, y que la higiene era quien facilitaba dicho tesoro, es decir, se intentaba concienciar sobre estas cuestiones.
En el segundo comenzaban los consejos: acostarse temprano y para levantarse, no siendo recomendable dormir más de siete horas. Trasnochar no era una práctica para tener buena salud. Había que huir de viviendas y locales oscuros porque se asociaban los “microbios productores de enfermedades a la oscuridad”, según rezaba el tercer mandamiento. Las viviendas aireadas y bien iluminadas siempre fueron objetivo de los socialistas, como lo demostraría el mandamiento cuarto.
Había que comer para vivir y no vivir para comer. Había que establecer horarios para las comidas, siendo la última frugal. En el sexto se aconsejaba que si se quería que el estómago trabajase adecuadamente, había que masticar bien, y había que lavarse diariamente los dientes con “cepillo y agua de jabón común”. Después de comer era bueno enjuagarse con agua bicarbonatada. Era fundamental lavarse bien la piel para que los poros estuvieran abiertos.
En el octavo se aconsejaba siempre lavarse las manos. Había que vestirse con ropas que no oprimiesen el cuerpo e impidiesen la circulación de la sangre.
Por fin, el décimo mandamiento era un canto a la trilogía -sol, aire puro y agua-, los tres elementos naturales “purificadores de la salud”.