Léon Delsinne: intelectuales y movimiento obrero

Eduardo Montagut

La cuestión del papel de los intelectuales en el movimiento obrero es un verdadero clásico de los teóricos del socialismo, y de intensos debates en los partidos y sindicatos socialistas, incluyendo los españoles. En este trabajo nos acercamos a las ideas de Léon Delsinne, a través de un trabajo que el público español pudo leer en El Socialista a fines del año 1932. En el mismo se hace, además, un análisis de cómo se formaban los líderes en el movimiento obrero.

Léon Delsinne (1882-1971) fue un socialista belga, doctor en Economía, director de la Escuela Obrera Superior, y que dirigió Le Peuple antes de la Segunda Guerra Mundial, uno de los periódicos obreros europeos más destacados. Fue un activo miembro de la Resistencia belga, y después de la contienda jugó un papel importante en el gobierno de su país y en el Partido Obrero, además de volver a Le Peuple. Entre sus libros destacan una historia del Partido Obrero Belga desde sus inicios hasta 1894, y una monografía sobre el movimiento sindical de su país.

El propio Delsinne reconocía en su artículo que la cuestión que iba a tratar estaba siempre de actualidad en el seno del socialismo. Planteaba que entre los obreros se oía que apenas se veían, en los inicios de los años treinta, “jóvenes burgueses” entusiastas de la causa socialista, abrazando la causa para ayudar a los asalariados en su dura lucha contra el poderío capitalista. Pero también se oía entre algunos intelectuales a firmar que la atmósfera del Partido y de los Sindicatos era irrespirable para ellos, que allí no había ideal, comprensión ni “elevación de pensamiento”, porque opinaban que las conquistas habían generado en los dirigentes inquietud ante cualquier cambio.

Pero Delsinne era un convencido de la necesidad que tenía el movimiento obrero de los intelectuales y cada vez más. La desconfianza recíproca procedía, en su opinión, de un doble error o ignorancia.

En primer lugar, sería un error considerar que el socialismo carecía de atractivo para los jóvenes y futuros intelectuales, y lo era porque los grupos estudiantiles socialistas estaban en auge en ese momento.

En relación con los intelectuales decepcionados por sus primeros contactos con los trabajadores organizados, convendría, en opinión de nuestro autor, interrogarles sobre si habían “realizado los sentimientos, las concepciones, los objetivos que animan nuestra acción”, y que interpretamos como si, realmente, habían sentido eso, si habían realizado un esfuerzo de comprensión. Era normal que los obreros que habían sostenido luchas, casi siempre solos, contra el capitalismo, abrigasen desconfianza respecto a personas que no pertenecían a su clase. Pero aquellos intelectuales que habían profundizado y vencido la inicial resistencia habían recibido la gratitud de los obreros. La cuestión, como vemos, era vencer la desconfianza inicial.

Por otro lado, Delsinne venía a criticar a aquellos intelectuales que no entendían las razones por las que no se les había llamado para dirigir el movimiento obrero, y analizaban el mismo prodigando reproches y consejos. Con esa actitud demostraban tener un concepto erróneo de lo que era la organización obrera. Los líderes en los movimientos democráticos solamente podían serlo por nombramiento, comenzando por realizar tareas humildes, ingratas, y sin pensar que estaban realizando sacrificios. Con el tiempo se habían ido imponiendo a los demás por sus propias condiciones excepcionales, tanto de índole moral como intelectual, y por un trabajo perseverante, es decir, para llegar a ser líder había que trabajar desde el principio y duro, y no “aterrizar” en la organización obrera. Delsinne ponía como ejemplos a Vandervelde y De Brouckère. Por otro lado, la erudición y los conocimientos no eran cualidades fundamentales para liderar el movimiento obrero, sino la capacidad de síntesis. Un líder obrero sería como un “capitán de industria” rodeado de ingenieros más sabios, cada uno en su materia o especialidad, pero que tendría una visión de conjunto de la empresa.

Los intelectuales podían ser muy útiles para el movimiento obrero. El socialismo se estaba enfrentando cada vez más con problemas graves y complejos, y por eso se hacia necesario el concurso de intelectuales especializados en economía, política, derecho, etc.. Deberían contar con todos los estímulos y ser respetados por su labor científica, pero ellos tendrían, a su vez, que ser benevolentes en sus conclusiones hasta cuando no concordaban con las ideas corrientes. Si los intelectuales se acercaban al movimiento obrero estarán aportando mucho, y si las organizaciones utilizaban esas aportaciones de forma juiciosa, cabría esperar muchos éxitos para el socialismo.

El artículo se publicó en el número del 28 de diciembre de 1932 de El Socialista.

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