La palabra y ese … ”¿me entiendes?”

Pilar Úcar (Universidad de Comillas)

Da igual el foro en el que nos encontremos, la conversación en la que participemos o el acto al que acudamos; siempre y de manera inevitable -o no tanto- se cuela el consabido sonsonete: “¿me entiendes?” un claro “a ver si te enteras, que te despistas y no me prestas atención”.

Todo ese magma lingüístico se adivina bajo las aguas procelosas del acto comunicativo como si fuera la masa espesa y compacta del iceberg que naufraga de un lado al otro del cerebro del emisor que reprocha al receptor su falta de comprensión.

De ahí al “¿sabes lo que te quiero decir?” un nanosegundo en el metaverso de la interacción humana. Todo son increpaciones a la estulticia manifiesta de quien escucha, pasmado, a ese hablante falto de expresividad.

En más de una ocasión, me he atrevido, cual receptora osada -que no ignorante, porque si algo no sé, pregunto y así evito el runrún de la duda perpetua- a espetar al marisabidillo de turno: “yo te entiendo, pero te explicas como el c… o como el r…” (coloquialismos muy del gusto de nuestros tineyers que evito en mi escritura pero no en mi oralidad) vamos, que no hay forma de entrever el mensaje que quiere proferir el supuesto y presuntuoso sabio porque desconoce los mínimos y básicos rudimentos del lenguaje.

Para mi propia tranquilidad y la del ajeno lector que sigue este observatorio, nos queda reconocer que el manido “¿me entiendes?” tan solo es una muletilla del discurso social, al modo de otros del pelo: “pues…, en fin…, a ver…, ya… claro…” elementos que nos proporciona el lenguaje en su función fática y que nos permite mantener el contacto con el otro.

¡Cuidado! Estoy hablando del contacto comunicativo, lo del “cum-tactum” para otra ocasión.

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