Electromanía

VII

Electromanía

¡Teatro, qué teatro!

Me paseo por la casa del escritor en la calle de Hilarión Eslava, todavía son aceras, desmantelada aún, hay una tapia de ladrillo y una puerta verde. Silencio y austeridad enormes. Abierta la puertecilla humilde, nos hallamos en un jardincito comenzante, en el que no ha puesto la coquetería ningún destello. Don José Hurtado de Mendoza, sobrino del gran Galdós y amo y constructor de la vivienda, ha plantado allí una miniatura de jardín botánico. Este jardín rodea la casa por su frente y por su linde izquierda. Arbolitos jóvenes, matas bien cuidadas. A final un patizuelo donde picotean las gallinas, y donde se rasca al sol un gato negro. Estamos frente a la casa. Es una imitación exacta del arte mudéjar. Ladrillo rojo, arcos chatos, ajimeces, una puerta dorada y un torreón alhambresco. Diríase, con un poco de imaginación, que va a emerger de esa puerta alguna sensual y roburosa princesa, cautiva del Corán. No es una princesa quien sale, sino una criada cuarentona.
Hay un gran vestíbulo, un hall como diría Furciátez, inglés…El vestíbulo es claro y espacioso. Hay un lienzo de Sorolla con el retrato de don Benito, en una actitud descuidada, fumando un cigarro. Tiene el retrato mucho vigor. El propio don Benito, colgado de la pared, parece mirarnos. Hay una librería, con libros, claro está, fotografías, mil cosas. Al fondo se ve una escalera que conduce al segundo piso de la morada. A la izquierda, como ya dijimos en otro lugar, se halla el despacho. Hay una mesa vulgar, donde el genio ha trazado buena parte de sus obras; una librería basta, el rastro de Galdós, pues su biblioteca selecta la tiene, bien custodiada, en su casa de Santander; una butaca donde el maestro reposa y dicta. Tiene el despacho dos ventanas. Se ven solares en abandono. Allí los reclutas aprenden la instrucción, y los veteranos hacen el amor, por las tardes, a las Maritornes zafias. 
Luego está el despacho del Sr. Hurtado de Mendoza, un despacho corriente, de arquitecto. La cocina, las despensas y otras estancias llenas de cachivaches, se hallan en el sótano. 
Pero subamos la escalera. En su pared vemos mosaicos del gran Zuloaga, esos divinos mosaicos que han apresado el alma desnuda y fuerte de Castilla. Las alcobas. Respetamos las pertenecientes a las hermanas del maestro, y penetramos en la suya. Nuestra emoción es grande. Miramos con avidez. Nada peculiar llama nuestra atención. Es la alcoba de un estudiante. Un lavabo de madera blanca, un par de sillas, las paredes escuetas, el lecho estrechito, de hierro, un lecho sencillo, y encima, sobre la cabecera, un Cristo negro y expirante, muy artístico, velando el sueño de Galdós. 
Este Cristo es lo que más impresión nos causa. ¿Por qué tendrá Galdós ese Cristo sobre su cabecera? ¿Es creyente? ¿Cedió al influjo de sus hermanas, damas religiosas y honestas? ¿Es una impulsión inevitable de los siglos? Sea ello lo que fuere, a nosotros esa bella imagen nos ha inspirado vivos pensamientos. Arriba la azotea. Y nada más. 
Esta es la casa de Galdós, la casa donde el gran viejo ha cobijado su gloria y sus achaques, la que es testigo de su vida en ocaso, la que encierra el tesoro de esa vida gigantesca y luminosa.  ¡Impresión total! La casa no tiene, fuera de la fachada, nada de exquisito, ¡qué más da! La gloria de Galdós, le basta y le sobra para llenarla de resplandor intenso. 

Sale a escena la señora doña Teodosia Gandarias, amada y amiga de Galdós

Teodosia Gandarias.- Querido maestro, hemos de seguir con estas interviews que tanto le molestan, pero…créame son necesarias para que el lector, el público, ese con el que ha batallado usted toda la vida, comprenda el sentido, mejor, el significado de una vida de escritor, de sus peripecias, de sus viajes, del resultado de su conocimiento. El lector-público tiene que comprender lo que es más importante del gran autor de las letras españolas, más que su obra, su pensamiento. De modo que voy de momento al grano: ¿Cómo conoció a María Guerrero?

Galdós.- A María Guerrero yo no la conocía más que de nombre. Por primera vez la vi una tarde en la Comedia representando la dama de Felipe Derblay (Le Maitre des Forges) función que se daba para redimir de quintas a un hijo del actor Montenegro. La voz, el gesto y la prestancia de la actriz me encantaron. Pasados algunos días, la vi ensayando El obstáculo, de Daudet, primer estreno de la temporada. Confundida entre las demás actrices, no me pareció la misma que yo había visto en la representación de Felipe Derblay. Vestía de negro y cubría su cabeza con un honguito igual a los que usábamos los hombres. Me fijé en su tez morena y descolorida; fijéme asimismo en su limpia pronunciación, cualidad en la que no hubo ni hay quien la iguale. En uno de los ensayos de El obstáculo, Mario me presentó a ella, y reunidos en un palco, María Guerrero me habló de Realidad, que ya conocía en la novela antes de estudiarla en el drama. Entonces advertí en ella otra cualidad preeminente: la memoria. Con una sola lectura se apodera de un asunto y de un carácter, y le basta una simple audición ante el apuntador en la mesa de ensayos para dominar su papel.

Teodosia Gandarias.- ¿Y cómo fue el comienzo? ¿Cómo comenzó el gran estreno de Realidad que le proyectaría como autor teatral?

Galdós.- Leyese al fin Realidad, y fue repartida de esta forma: Augusta, María Guerrero; La Peri, Julia Martínez; Orozco, Cepillo; Federico Viera, Thuillier, Joaquin Viera, Emilio Mario, Manolo Infante, García Ortega. Malibrán, Balaguer, etcétera.

Teodosia Gandarias.- Ya pero y ¿el papel de Clotilde? Ese papel fue desempeñado por Concha Morell ¿verdad?

Galdós.- (Sin hacer caso a la apuntación de Teodosia.) La dirección escénica se entretuvo días y noches preparando por diferentes sistemas la aparición del espectro de Federico Viera en la última escena de la obra. Por fin, se adoptó una combinación de espejos análoga al artificio llamado la cabeza parlante. Al manipulador de esta habilidad le llamaba Mario el mágico de astracán. De madrugada, después de la función, nos ocupábamos en ensayar una y mil veces el truco del espectro, que al fin obtuvo el visto bueno de los curiosos que lo presenciaban, no sin discrepancias, pues la unanimidad de pareceres jamás se realiza en cosas de teatro.

Teodosia Gandarias.- ¿Y esa vocación? Porque por mucho que le gustara la actriz o el ambiente…Quizás pensó que el calor del público directo le apetecía más o quizás por una innegable cuestión económica, claro.

Galdós.- Mi vocación literaria –al llegar a Madrid en el 68- se iniciaba con el prurito dramático, y si mis días se me iban en flanear por las calles, invertía parte de las noches en emborronar dramas y comedias. Frecuentaba el Teatro Real y un café de la Puerta del Sol, donde se reunía buen golpe de mis paisanos.

Teodosia Gandarias.- Sí, lo del flanear pasará también con su historia.

Galdós.- Respirando la densa atmósfera revolucionaria de aquellos turbados tiempos, creía yo que mis ensayos dramáticos traerían otra revolución más honda en la esfera literaria; presunción muy natural en los cerebros juveniles de aquella y esta generación. Todo muchacho despabilado, nacido en territorio español, es dramaturgo antes que otra cosa más práctica y verdadera. Yo enjaretaba dramas y comedias con vertiginosa rapidez, y lo mismo los hacía en verso que en prosa; terminaba una obra, la guardaba cuidadosamente, rescatándola de la curiosidad de mis amigos; la última que escribía era para mi la mejor, y las anteriores quedaban sepultadas en el cajón de mi mesa. Claro es que yo frecuentaba los teatros, principalmente en los estrenos.

Teodosia Gandarias.- En el año 91 usted decía que no frecuentaba el teatro de noche nunca, de tarde alguna vez prefiriendo la comedia por ser muy de su gusto la compañía de Emilio Mario. ¿Qué sintió cuando Emilio Mario le propuso que adaptase Realidad como un drama que tendría mucho éxito?

Galdós.- Era una idea para mi muy tentadora pues siempre quise haber sido autor teatral cuando llegué a Madrid bien joven. La idea me complacía pues de ese modo entraría de lleno en el mundo de la farándula y en sus personajes: actores, actrices, attrezzistas…

Teodosia Gandarias.- Sí pero, cuente, cuente. Usted siempre ha tenido su ninfa. Yo misma soy ninfa, musa de usted, de todo ello puedo yo dar fe.

Galdós.- Estando en el Madrid de mis ensueños trazaba con febril actividad el plan de Ángel Guerra. Me acompañaba solícita y atenta mi dulce ninfa, y cuando me vi escribir el nombre de Toledo, sale por este inesperado registro. Promediaba –como digo- el 1891 cuando yo escribía las últimas páginas de Angel Guerra. Con ardor infatigable acometí luego Torquemada en la cruz. Esa pícara facultad, a quien he dado en llamar mi ninfa, escapaba de mi lado en las ocasiones en que más la necesitaba; pero un día pude atraparla; y dije: “Esta es la mía”. Con una cadenita de palabras capciosas la sujeté a mi cerebro.

Teodosia Gandarias. Y ¿cómo fue entonces?

Galdós.- Una tarde, estando yo en el vestíbulo del teatro, entró Mario, y presuroso me dijo: “No me detengo, don Benito, porque voy a vestirme…Tengo que hablar con usted; hágame el favor de subir al saloncillo en cualquier entreacto”. Pues señor…Mario me salió con la misma cantata. Le habían dicho que Realidad novela podía ser Realidad drama. El creía lo mismo. Como empresario y como amigo, me suplicaba que pusiese manos a la obra, si no para la actual temporada, para la próxima. Mientras yo tanteaba el asunto, supe que en la compañía de la Comedia había ocurrido un cambo radical.

Teodosia Gandarias.  (Con emoción) Siga siga.

Galdós. Habló mi ninfa. Los cómicos de España, como en todas partes, van y vienen de unas compañías a otras. En la Comedia estaba Vico muy considerado y bienquisto, y de la noche a la mañana marchó con su sobrino Antonio Perrín. Tras él se fue Carmen Cobeña. Apenas separados, dividiéronse nuevamente. Pasados no sé cuántos meses, Vico y su sobrino estrenaban con María Tubáu, el drama de Sardou, Termido, y la Cobeña se agregó a la compañía de Ricardo Calvo y Donato Jiménez, que al poco tiempo apareció en el Principal, de Valencia. Mario, ansioso de llenar prontamente el vacío que aquellos artistas dejaron en su teatro, trajo a María Guerrero, cuyo precoz talento había manifestado en diferentes obras, y singularmente en la Doña Inés, del Tenorio, y a Miguel Cepillo, actor ya consagrado por sus extraordinarias cualidades. A estos valiosos elementos añadió un joven todavía desconocido Emilio Thuillier, que no tardó en adquirir celebridad. Con estas figuras y las que ya tenía, inauguró felizmente Mario su temporada en el otoño del 91, anunciando entre otros estrenos, el de Realidad.

Teodosia Gandarias.- Antes de comenzar los ensayos de la obra que se estrenaría a comienzos de 92, conoció a Concha Morell, una rubia joven de blanca piel, judía, quien se enamoró perdidamente de usted a pesar de los 48 años que ya contaba, o ¿me equivoco?

Galdós.- Bueno, guardé sus cartas pues me sirvieron de inspiración para escribir Tristona, Tristana. Concha vivía con un protector a quien llamaba papá, que era pintor. Era en efecto una joven muy hermosa pero excesivamente pasional e idealista para mí.

Teodosia Gandarias.- Esa obra ofrece a diferencia de otras escritas por usted bastante de sí mismo, de su vida privada.

Galdós.- No lo sé, no lo creo.

Teodosia Gandarias.- No sea usted cínico, la historia de Tristana cuenta los amores de una joven con un hombre maduro, igual que usted con Concha Morell, solo que ella enloqueció de amor por alguien para quien sería quizás tan solo un entretenimiento.

Galdós.- Bueno ella era un espíritu rebelde, pensante, creía como yo en el amor libre, en negarse al sometimiento social, denostábamos la institución del matrimonio, en pensar por si mismo…

Teodosia Gandarias.- Bien, bien. Entonces, consiguió que Vico contratase a Concha Morell como actriz aunque fuese en un papel más secundario, el papel del personaje Clotilde.

Galdós.- En efecto, ella tenía ciertas posibilidades de trabajar como actriz y no desempeñó mal su papel de Clotilde.

Teodosia Gandarias.- Ha habido quien ha dicho que aquella joven vio en usted una natural manera de escalar en su vida, y que como actriz era verdaderamente lamentable. En fin, durante los ensayos de esta primera obra ¿Estuvo Echegaray?

Galdós.- Sí, él ayudó bastante pues yo estaba bastante nervioso al ser mi primer estreno.

Teodosia Gandarias.- Emilia Pardo Bazán no se perdió ni un solo ensayo al verse ella bastante representada cuando publicó Realidad novela hacía tres años atrás. Escribió 50 páginas en su revista Nuevo Teatro Crítico. Elogió a María Guerrero, las vestimentas, la puesta en escena…ningún elogio para Concha Morell cosa lógica si ella le quitó el amante.

Galdós.- Como fuese, Concha no era nada discreta en la compañía, se rebelaba, no quería trabajar, no era profesional por mucho que yo la protegiese…terminó por ser despedida en plena gira por Galicia, la compañía de Mario era por aquel entonces muy importante. Después vino con lo de que estaba embarazada, que estaba enferma…nunca supe si perdió el hijo que decía esperar o qué pasó.

Teodosia Gandarias.- (Después de unos segundos de silencio.) Bueno, cuénteme, por favor, los prolegómenos del estreno.

Galdós.- El 15 de marzo de 1891 se estrenó Realidad. Fue ésta una noche solemne, inolvidable para mí.

Teodosia Gandarias.- No me extraña lo más mínimo, a partir de ese momento usted se dio por entero a la vida de teatro, escribió 8 obras en cuatro años, eso es una barbaridad, seguro que más de algún autor ha pasado a la historia del teatro con menos obra que usted. Un total de 26 textos para teatro. ¡genial!

Galdós.- Por aquel entonces no controlaba muy bien las veleidades del público. Siempre que estrenaba una obra me metía en el sitio más retirado del teatro, donde no pudiera enterarme de lo que ocurría en el escenario. Ya sabe de mi timidez.

Teodosia Gandarias.- Ya, sin embargo esgrimió con fuerte espada contra los críticos todo lo que pensaba cuando éstos le hicieron mala crítica. Sea el caso de Los Condenados y de Alma y vida. Arremetió usted sin piedad y se notó a usted muy dolido, más que eso diría yo, decepcionado.

Galdós.- De los críticos nada diré; todo el mundo sabe que los escritores que juzgan las obras en el instante de su nacimiento o de su estreno viven por largos años adscritos a un periódico o a una empresa teatral. La inamovilidad que disfrutan les mueve a ejercer una especie de dictadura. Sus juicios vienen a ser como sentencias dogmáticas. En muchos casos son dichos señores insufribles por su presunción de definidores lacónicos e inapelables. La crítica de las obras de teatro en España no ha coincidido todavía con el nacimiento de las obras. Las que contra viento y marea sobreviven veinte o más años a su estreno son las que pueden obtener una sanción relativamente duradera.

Teodosia Gandarias.- Sí, pero con el fracaso y consiguiente criba de Los Condenados usted apareció bastante tocado, por decirlo así. Pero bueno, sigamos, sigamos, continúe en esta cronología teatrera, por favor.

Galdós.- Días después de este estreno se leyó La loca de la casa. La experiencia de Realidad no me enseñó a calcular las dimensiones de la obra dramática. La loca resultó tan desaforadamente larga, que tardamos dos días en leerla. Desde los primeros días empezamos a dar tajos y mandobles para que quedara en razonables proporciones. Asistió a todos los ensayos, sin perder día, don José Echegaray. No hay para qué decir cuán honrado me sentía yo con la presencia del insigne dramaturgo, y cuánto me halagaba la constante atención que en la obra ponía, animando a los actores y a mí con sus atinadas apreciaciones. Muy avanzado ya el mes de enero, la obra estaba dominada, mas yo notaba que algo flaqueaba en ella. Efectivamente, una tarde, estando solos conmigo María Guerrero y Mario, dijéronme que el final debiera reformarse para que el éxito que esperaban fuera redondo y definitivo. De tal opinión participaba, según me dijeron, don José Echegaray. Vacilé al principio, medité después y de pronto decidí escribir otro final. Dicho y hecho. En una noche hice de nuevo la escena final, encomendada exclusivamente a las dos figuras de Victoria y Pepet. Al día siguiente, domingo por la mañana, se ensayó la escena por María Guerrero y Cepillo, repitiéndola como unas doscientas veces, y el próximo 21 se estrenó la obra sin ningún tropiezo. El éxito fue muy bueno, descollando María Guerrero entre las actrices, y entre todos Cepillo que encarnó el Pepet de una manera maravillosa. La crítica anduvo aturdida y desorientada; ni en la censura ni en el aplauso supieron los críticos lo que decían, no acertaron a formular una opinión terminante. Han pasado veintitrés años sobre esta obra, y hoy la vemos más fuerte y robusta que en los días de su estreno. Todas las actrices españolas han hecho la Victoria y todos los actores el Pepet.

Teodosia Gandarias.- Grande maestro, grande. Relate usted algo sobre Los Condenados.

Galdós. Lo recuerdo con tristeza y peor humor. Ensayamos con todo esmero posible Los Condenados, y el estreno fue a principios de diciembre. Desde las primeras escenas, parte del público dio en meterse con la obra de una manera tan grosera, que claramente se veía la confabulación y el designio de reventarla. Amigos míos de incondicional adhesión habían notado entre los curiosos que asistían a los últimos ensayos un cierto secreto y tacto de codos que delataban la conspiración.

Teodosia Gandarias.- Vamos que tuvo usted que sufrir en su contra ese complot que se hace siempre a los que triunfan.

Galdós.- Descuidado yo de estas miserias por mi candorosa ignorancia del recóndito mecanismo teatral, no presté atención a lo que me dijeron mis amigos y afronté el estreno tragándome las amarguras de aquella luctuosa noche. Y no se hundieron Los condenados por deficiencia en la ejecución, pues todos los intérpretes cumplieron como debían. (…) rechazada la obra por artes aviesas, los críticos, con raras excepciones, se pasaron al enemigo. Yo creí de mi deber protestar de lo que me parecía tan violento como injusto. Al presenciar el entierro de Los Condenados, les canté un responso en el prólogo de la edición que publiqué a los pocos días del estreno. Creyeron algunos que había estado yo bastante duro en el recorrido que di a los críticos; pero no me pesa de ello. Las voces de ira y despecho con que fui contestado confirmáronme en la razón que tuve para revolverme contra la brutal sentencia. Pregunto a mi ninfa dónde escribí yo el prólogo de Los condenados, y ella diligente y gozosa, me contesta: esa terrible catilinaria la escribiste, maestro mío, en la casa de tu amigo Tolosa Latour, donde a menudo ibas a comer. Después se volvió a estrenar. (…) Los tiempos ruedan, los públicos cambian y las obras de teatro mueren o resucitan…cuando Dios quiere.

Teodosia Gandarias.- Sin embargo con Electra, usted recogió éxitos inimaginables. Más de doscientas representaciones, traducida la obra a más de dieciocho idiomas…bolígrafos Electra, cajas de fósforos…publicidad por todos sitios, electrificación absoluta con una obra de carácter claramente anticlerical. Fue Federico Balart quien os pidió un drama para la escena del Español. Sé que usted tenía algo en la cabeza, pero no hablaba mucho de ella porque sabía que escandalizaría a su público habitual. ¿Recuerda que preguntó a Balart si podía haber dos apariciones en la escena? Usted y Balart tuvieron bastantes dudas –esto sí que me lo ha contado- no obstante la compañía Guerrero-Mendoza no quiso representarla pero sí los del Español y la compañía de Fuentes, Valero y Matilde Moreno.

Galdós.- En efecto, por esos años yo andaba a vueltas con Juana de Castilla en realidad, pero para mi era una necesidad, digámoslo así, llevar un texto que por fin conmoviera de verdad al público hermético del Español al que estábamos sometidos los escritores.

Teodosia Gandarias.- Baroja escribió lo siguiente: “no sé cómo fue que poco a poco después se caldeó el ambiente y la mayoría de los escritores jóvenes nos dispusimos a defender la obra de Galdós con un cierto entusiasmo que podía recordar en otras proporciones los preparativos del estreno de Hernani. Don Benito y Maeztu fueron los que dirigieron la distribución estratégica de los amigos…yo tenía una butaca cerca de Azorín. Maeztu dijo que iba a ir al paraíso. Comenzó el drama en medio de una gran expectación. El público temía que pasara algo. En uno de los momentos en que aparece un fantasma, Azorín me agarró del brazo, y vi que estaba conmovido. Cuando el joven ingeniero derriba a Pantoja, Maeztu, desde el paraíso, con voz tonante, dio un terrible grito: ¡Abajo los jesuitas! Entonces todo el público comenzó a estremecerse, y algunas señoras de los palcos se levantaron para marcharse.”

Galdós.- Sí, esta obra me ha dado mucho. Veinte mil ejemplares que se vendieron…la obra nunca ha dejado de representarse a pesar de ser prohibida en muchos lugares por la Iglesia y otras fuerzas…las de siempre, claro. Más de cien representaciones en Madrid, algo insólito. Mi texto se convirtió en emblema, en símbolo, cuando se representaba al punto después se tocaba La marsellesa o el Himno de Riego. Lo cierto es que durante ese 1901 que duró catorce meses no escribí nada más y me puso en una primera posición en el plano político. Y sí, hubo un cambio espectacular en mi posición desde la postura conciliadora de La fiera y las ganas e incitación a la revolución de aquellos años. Recuerdo los tiempos de Casandra…la obra terminaba con la frase: ¡He matado a la hidra que asolaba la tierra, respira Humanidad! Obra enteramente escrita en forma dialogal.

Teodosia Gandarias.- En cuanto a ésta técnica, dialogal, usted había escrito Realidad, Casandra como alegato hacia la irreligiosidad como un a modo de proyección de Electra hacia el futuro, pero antes de esto, escribió El abuelo, y junto a ello un prólogo, un modo de declaración de intenciones. Peleando como siempre con un público reaccionario, acomodado a las circunstancias, a lo convencional y rechazando lo que no estaba de moda o acomodado a sus gustos.

Galdós.- El sistema dialogal, adoptado ya en Realidad, me dio, nos da la forja expedita y concreta de los caracteres. Éstos se hacen, se componen, imitan más fácilmente, digámoslo así, a los seres vivos, cuando manifiestan su contextura moral con su propia palabra y con ella, como en la vida, nos dan el relieve más o menos hondo y firme de sus acciones. La palabra del autor, narrando y describiendo, no tiene, en términos generales, tanta eficacia ni da tan directamente la impresión de la verdad espiritual. Siempre es una referencia, algo como la Historia, que nos cuenta los acontecimientos y nos traza retratos y escenas. Con la virtud misteriosa del diálogo parece que vemos y oímos, sin mediación extraña, el suceso y sus actores, y nos olvidamos más fácilmente del artista oculto que nos ofrece una ingeniosa imitación de la Naturaleza. Por más que se diga, el artista podrá estar más o menos oculto; pero no desaparece nunca ni acaban de esconderle los bastidores del retablo, por bien construidos que estén. La impersonalidad del autor, preconizada hoy por algunos como sistema artístico, no es más que un vano emblema de banderas literarias, que si ondean triunfantes es por la vigorosa personalidad de los capitanes que en su mano las llevan.

Teodosia Gandarias.- Es decir que el que compone un asunto y le da vida poética, así en la novela como en el teatro, está presente siempre: presente en los arrebatos de la lírica; presente en el teatro mismo. Su espíritu es el fundente indispensable para que puedan entrar en el molde artístico los seres imaginados que remedan el palpitar de la vida.

Galdós.- Sí, eso, muy bien dicho.  Y en ese hilo le diré que, aunque por su estructura y por la división en jornadas y escenas parece El abuelo obra teatral, no he vacilado en llamarla novela, sin dar a las denominaciones un valor absoluto, que en esto, como en todo lo que pertenece al reino infinito del Arte, lo más prudente es huir de los encasillados y de las clasificaciones catalogales de géneros y formas. En toda novela en que los personajes hablan late una obra dramática. El teatro no es más que la condensación y acopladura de todo aquello que en la novela moderna constituyen las acciones y caracteres.

Teodosia Gandarias.- En sus novelas siempre ha latido un conflicto, una obra dramática. Le contaré una anécdota, pero no se enfade, señor Galdós. En un pueblo de cuyo nombre no quiero acordarme se representó El abuelo con extraordinario éxito. Tanto gustó, que varias personas de la citada localidad acordaron escribirle expresándole su testimonio de admiración. Así lo hicieron, y tras de algunos párrafos laudatorios, rogaban a Galdós que les dijera, pues la impaciencia les devoraba, cual era la nieta legitima del conde de Albrit, si Dolly o Nell. ¡Les había admirado la obra, pero no la habían entendido!!!!! Este es el arte escénico.

Galdós.- El arte escénico propiamente dicho ha venido a encerrarse, en nuestra época, dentro de un módulo tan estrecho y pobre, que las obras capitales de los grandes dramáticos nos parecen novelas habladas. Saltando de nuestras pequeñeces a los grandes ejemplos pregunto: el Ricardo III, de Shakespeare, colosal cuadro de la vida y las pasiones humanas, ¿puede ser considerado como obra teatral práctica?

Teodosia Gandarias.- Pues no sé…

Galdós.- Que me diga también el que lo sepa si La Celestina es novela o drama. Tragicomedia la llamó su autor; drama de lectura es, realmente, y, sin duda, la más grande y bella de las novelas habladas. Resulta que los nombres existentes nada significan, y en literatura la variedad de formas se sobrepondrá siempre a las nomenclaturas que hacen a su capricho los retóricos. Sólo tengo que decir ya a mis buenos amigos que, sin cuidarse de cómo se llama esta obra, El abuelo, humilde ensayo de una forma que creo muy apropiada a nuestra época, tan gustosa de lo sintético y ejecutivo, la acogieran con aquella benevolencia.

Teodosia Gandarias.- Santa Juana de Castilla ha sido su última obra teatral. Historia y Religión de nuevo. Su versión protestante de la reina maldita no ha dejado a nadie indemne.  Sin duda alguna, don Benito, usted viajó aquí y allá para poder llegar a todos los lugares, a cada rincón donde no sólo imaginar, oler, sentir la ciudad…su gente, su comida…un verdadero notario, un genio del realismo y de relatar la historia. ¿Cómo encontraba la motivación?

(aparte) Luego con su entonación de voz cansada y lenta, pero de un colorido en las descripciones que hace entrever los más lejanos paisajes y las mas viejas emociones, don Benito me va contando sus escapatorias de otros tiempos para ir a visitar algún otro pueblecito abandonado y silencioso, que aguardaba aun en su seno las palpitaciones de la antigua alma nacional.

Galdós.- Tomaba un pasaje de tercera, me metía en un vagón destartalado, entre labriegos y mujerzuelas de aldea. Charlaba horas y horas amigablemente con ellos; les preguntaba por las cosechas, por las yuntas, por sus historias, por sus leyendas. -Y siempre me respondían con cariño. Yo tomaba entonces mis notas, escudriñaba, meditaba, y en cada uno de aquellos hombres iba encontrando un rasgo de alma nacional, que luego me servía para escribir lo que usted denomina: tan brillantes e inimitables páginas. Llegaba a un pueblo, muchas veces un villorrio miserable y desconocido. Lo revolvía todo; escrutaba en los más oscuros rincones; husmeaba entre los papelotes de archivos ignorados; hablaba con los viejos, que me contaban sus recuerdos, y palpaba las piedras, creyendo encontrar en ellas un nuevo dato que nadie conocía.

Teodosia Gandarias.- Así fue hecho ese monumento formidable de psicología, de realismo y de identidad trágica que se llama Episodios Nacionales. Usted ha recorrido Toledo, casa por casa y piedra por piedra. Tengo la más completa seguridad de que iría con los ojos cerrados por las calles y por las plazas.

Galdós.- Pues sí, me sé de memoria todas las ciudades, todos los viajes, todo el arte…Gerona, la ciudad cuyo episodio he hecho con tanto cariño y después adapté a la escena, no tiene un solo secreto para mi. Y así muchos, muchos pueblos. Unos muy grandes y ricos y otros muy pequeños y muy miserables.

Teodosia Gandarias.- ¿Hace mucho tiempo que terminó usted Santa Juana de Castilla?

Galdós.- Sí, hace dos años, pero yo concebí la idea de escribir esta obra, desde uno de mis viajes a Tordesillas y a Simancas. Empecé a sentirme atraído por el espíritu de aquella mujer extraordinaria que fue doña Juana la Loca. Después como ya yo no podía leer, hice que me leyeran muchos libros en que se hablaba de su vida en el Palacio de Tordesillas. Entonces tropecé con ese otro hombre Francisco de Borja, que me ha costado mucho trabajo llegar a dominar, para darle forma a mi concepción de su extraña psicología de hombre humilde y rebelde al mismo tiempo. Yo llamo Santa a doña Juana la loca,  porque, su grandeza espiritual es de las que no dejan lugar a dudas.

Teodosia Gandarias.- Los tipos del drama, sobre todo los que pertenecen al pueblo castellano, ¿los ha encontrado usted en sus viajes?

Galdós.- Los del pueblo sí. Aún se conservan en las poblaciones viejos hombres que no se diferencian en casi nada a los de hace muchos años. En una época (continúa hablando con una integridad de memoria que asombra) estaba yo en Medina del Campo y fui a ver un poblachón muy viejo que se llama Madrigal de las Altas Torres y al cual no ha ido aún ningún otro escritor.

Teodosia Gandarias.- ¿Incluido Madrigal de las Altas Torres?

Galdós.- (Sonríe y dice): lo sabe usted todo.  Madrigal de las Altas Torres me produjo un efecto tremendo. Es un pueblo muy grande pero que está casi todo él en ruinas. Solo se ven iglesias derribadas, torres medio caídas, castillos deshechos y muros desquebrajados. Allí nació y se educó doña Isabel la Católica. Toda una escenografía de magnitudes insultantes.

Teodosia Gandarias.- Sí, ya sé lo que usted quiere decir, sé leer entre líneas. ¿Y el público? ¿Qué relación tiene usted con el público? porque ha escrito mucho en torno a esta cuestión extraordinaria.

Galdós.- En esto del gusto del público hay que andarse con mucho cuidado para condenarlo. Obedece casi siempre a corrientes promovidas por ideas que se van sucediendo e imperando según los tiempos. Cuando el gusto cambia, muchos lo atribuyen a influencias de éste o del otro autor, de esta o de la otra escuela, y no ven la lógica profunda a que el fenómeno obedece. Este público de las viejas formas dramáticas se las sabe de memoria, conoce los resortes tan bien como los comediógrafos más hábiles, y apenas halla ahora atractivo en las obras que años atrás eran su encanto. La sustancia artística era siempre la misma, sólo varían las formas de expresarla.

Teodosia Gandarias.- Sí, sabemos que luchó muchísimo con el público, sus convencionalismos…qué se yo. Sus propuestas eran mucho más avanzadas de lo normal.

Galdós.-  Pero el público no se da cuenta de lo mismo que desea. Se aburre de lo común, de lo corriente, y al propio tiempo recibe con prevención todo lo que rompa la rutina de las combinaciones escénicas. Está enviciado con aquello mismo que declara ineficaz y reformable. Por eso veis que una situación, una frase, un chiste son aplaudidos, si la frase o el pasaje se han visto y oído muchas veces. Hay expresiones en el teatro que siempre producen efecto, y son precisamente las que más se prodigan. Un concepto enteramente nuevo, una situación de evidente originalidad, dejan al público frío…La emoción fatal, la que ha de producirse en el nivel medio de inteligencia, no resulta las más de las veces sino con situaciones ya vistas y admiradas otra vez. Individualmente se acepta lo nuevo. Pero la masa, la colectividad tarda bastante en aceptarlo. Es que la emoción colectiva es y será siempre un misterio. Las multitudes no vibran sino con ideas y sentimientos de fácil adquisición, con todo aquello que se saben de memoria, y se tiene ya por cosa juzgada y consagrada.

Teodosia Gandarias.- Siga, siga don Benito.

Galdós. El público burgués y casero dominante en la generación última no ha tenido poca parte en la decadencia del teatro. A él se debe el predominio de esa moral escénica, que informa las obras contemporáneas, una moral exclusivamente destinada a aderezar la literatura dramática, moral, enteramente artificiosa y circunstancial, como de una sociedad que vive de ficciones y convencionalismos. La restricción que esta moral impone al desarrollo de la idea dramática…Los autores, aun aquellos de más talento y de más poder creador, han extraído la influencia de esa moral impuesta por la burguesía pedestre y meticulosa, que ha venido privando desde la desamortización, y viendo que se les cortaban los vuelos ha cultivado la habilidad, el mecanismo y el mete y saca de las figuras.

Teodosia Gandarias.- Claro, claro. Todos buscan el éxito ¿y qué es el éxito al fin?

Galdós.- El éxito es la preocupación constante, ineludible del autor. El triunfo instantáneo, ganado como por sorpresa, es la obsesión que le persigue mientras elabora su drama o comedia. Escribe bajo la presión de esperanzas risueñas o de hondos temores. Tal escena, que en conciencia cree acertada, parécele expuesta a producir el fracaso. Teme emplear recursos de éxito seguro, y que le repugnan por su índole vulgar; pero como tales recursos pueden traer el éxito, se inclina a transigir con ellos. Ve en el triunfo o en la derrota fenómenos independientes del valor estético de la obra, y esto por fuerza ha de influir     desdichadamente en su inspiración. De aquí que el arte dramático, más que labor del artista inspirado y libre, haya venido a tomar cierto carácter profesional o de oficio. De aquí el predominio de la habilidad que, en la mayoría de los casos, asegura el éxito, y el amaneramiento, consecuencia lógica de toda habilidad artística.

Teodosia Gandarias.- Autor en manos de la masa, a menudo insustancial y esteriotipada. Esta es una de las razones que más me ha entusiasmado de la obra dramática de su obra, don Benito, y es que, conociendo estas importantes limitaciones, y proviniendo de un mundo novelesco completamente distinto, tuviera ese empeño y tesón en persistir. Llegar hasta el final de su vida, dando al público estrenos y nuevas posibilidades dramáticas, aunque éstas muchas veces no fueran comprendidas por el espectador, no deja de ser un prodigio sorprendente de amor al arte.

Galdós.- Por esto los que han llevado reformas al teatro, han visto que sus esfuerzos no tenían la recompensa debida. En el libro se habla al individuo, al lector aislado y solitario. Se le dice lo que se quiere, y el lector lo acepta o no. En el teatro se habla a la muchedumbre, cuyo nivel medio no es muy alto ni aun en las sociedades más ilustradas; y no hay manera de herir a la multitud, sino devolviéndole las ideas y sentimientos elementales y corrientes que caben en su nivel medio.

Teodosia Gandarias.- Quizá la motivación más intensa que le llevó al teatro fue el deseo de comunicación con los españoles de su tiempo. Su teatro es sencillamente didáctico, un vehículo para la comunicación de ideas” y para ese fin, nada como el teatro donde el mensaje emerge directo al espectador que no es otra cosa que un individuo social. Es con todo, un comunicador de principio, con un enorme oficio de escritor, tal y como indica su profesión de transmisor de ideas, independientemente del género donde éstas se vayan a desarrollar. Por ello sus ideas como finalidad social o didáctica, prácticamente son intrínsecas al principio creativo de un autor comprometido del siglo XIX y XX famoso, como es usted don Benito Pérez Galdós, la gran figura de las letras.

Galdós.- Como quiera que sea, los estrenos, tal como ahora se efectúan, son un grave inconveniente para el desarrollo del arte dramático. Acuden a ellos, en grupos o bandadas, multitud de gentes del oficio, o de la crítica profesional, las cuales, comúnmente, no juzgan con absoluta serenidad de juicio, pues van prevenidos en pro o en contra del autor. La sugestión de esta falange crítica sobre el público, siempre dócil y crédulo, es inevitable. Suele el público rehacerse de la impresión que a veces violentamente se le impone; pero rara vez deciden del éxito los espectadores que podríamos llamar libres, y los triunfos o fracasos dependen de una combinación de piedras, digámoslo así, de algo que brota de la multitud con el apoyo de las minorías amigas o adversas, o de una rápida sugestión de éstas sobre aquella.

Teodosia Gandarias.- He aquí la razón de la llamada “falta de acción”, o del “aquí no pasa nada” tan reiterado en su teatro, mi respetado Galdós. En obras como Santa Juana de Castilla o Realidad, vemos cómo el personaje trasciende la trama y la acción para implicarse anímicamente con el espectador. En el extracto del final de la vida que es la trama de Santa Juana, no importan tanto los sucesos que ha vivido la Reina, sino cómo los ha vivido, qué ha quedado de ello en su corazón, y, sobre todo, de qué bella forma el personaje nos emociona transmitiéndonos los sentimientos más hondos y profundos. En suma, el resultado es el compromiso con la emotividad del espectador, comprometiéndole con lo que sucede en el escenario, y con lo que siente el personaje. Por esta razón, un espectador de cualquier clase social puede identificarse con los sentimientos de una Reina al final de su vida. El público galdosiano –y esto se lo puedo asegurar- así como la crítica de su época sentía estas emociones, buscando acción, a ciegas, sin saber que la verdadera esencia teatral estaba ahí, a su alcance, en la emoción y en la identificación que el público siempre tuvo con las representaciones de Galdós. “Es que es eso, Galdós, es eso”.  

Teodosia Gandarias.- Era de esperar que algo como Los Condenados sucediera, ¿verdad?

Galdós.- Debo decir que la mayoría de las personas que acudieron al teatro en aquella desgraciada noche iban con el deseo o quizás con la confianza del éxito. Otras, en cambio, las menos sin duda, llevaron la previsión y la seguridad de la derrota.

Teodosia Gandarias.- Más que la alegría de éstas -cosa muy propia de las luchas literarias, y que no debe asustar a nadie- seguro que le duele a usted el desengaño de las primeras. La pena que mostraban en el curso de la representación y al retirarse de la sala centuplicaba el desconsuelo con que actores y autor veían perdido el tan honesto trabajo y malogradas las esperanzas de la empresa.

Galdós.- Cierto. Pero no tardó en venir a mi espíritu una resignación plácida, que me permitió apreciar los hechos con serenidad. El fin de toda obra dramática es interesar y conmover al auditorio, encadenando su atención, apegándole al asunto y a los caracteres, de suerte que se establezca perfecta fusión entre la vida real, contenida en la mente del público, y la imaginaria que los actores expresan en la escena. Si este fin se realiza, el público se identifica con la obra, se la asimila, acaba por apropiársela, y es al fin el autor mismo recreándose en su obra. El drama Los condenados no produjo en el público, al menos en la ocasión de su estreno, el efecto a que aspira toda obra de teatro.

Teodosia Gandarias.- Pero aunque la representación resultara una tentativa infeliz, creo que no debe recaer sobre él inmediatamente el olvido, por lo cual, siguiendo el ejemplo de ilustres compañeros y maestros del arte, es por ello que se determinó a imprimirlo. Seguramente muchas personas que no asistieron al estreno gustarían de apreciar por sí mismas las causas de la caída.

Galdós.- El público aprueba o desaprueba, por sentimiento, por instinto crítico, razonando vagamente, y por tópicos casi siempre rutinarios, lo que ha visto y oído. Después viene la Prensa, cuya misión debe ser examinar con criterio inteligente las obras literarias. He tenido la paciencia, que paciencia y no poca se necesita para ello, de leer todo lo que sobre Los condenados se escribió; pocos artículos de crítica formal, sinfín de revistillas que respiraban malquerencia, sueltos informativos, conteniendo juicios precipitados, de una severidad enfática y ridículamente sentenciosa. En periódicos que me distinguieron siempre con su amistad, vi la tristeza del fracaso y una crítica indulgente y cariñosa. Muchos venían tan alegres como si les hubiera tocado el premio gordo de la lotería. Algún crítico, que goza fama de mordaz, se mostraba duro con la obra; con su autor, considerado y respetuoso. Otros, en cambio, salieron tan desmandados, como si se tratara del último esperpento de los de teatro por horas, de una de esas efímeras piezas, cuya crítica suele hacer el aburrido público con las extremidades inferiores.

Teodosia Gandarias.- Al foso.

Galdós.- Entre tantas y tan diversas formas de censura, he encontrado un artículo crítico que me ha sido muy grato, aunque no es de los menos severos, pues en él se ve a un escritor que sabe lo que trae entre manos, y que acostumbra mirar con seriedad las obras del entendimiento, producto más o menos feliz de un honrado trabajo. Me refiero al señor Villegas, periodista distinguidísimo, de claro juicio y vasta erudición literaria. No sé si me equivocaré; pero ello es que he creído ver en el artículo del señor Villegas como un tímido esfuerzo para sustraerse a la sugestión que sus compañeros de oficio ejercieron mancomunadamente sobre él. Claro que no pudo librarse, porque el esfuerzo, como digo, fue de los más tímidos, y la sugestión debió de ser, por las trazas, de las más enérgicas. Pero nadie me quita de la cabeza que se inició el esfuerzo o tentativa de independencia. ¡Bueno fuera que en tantos años de trajín literario no hubiera adquirido un poquito de perspicacia para deletrear el pensamiento ajeno! Digo esto, porque en el mencionado escrito encuentro ideas, que no son mis ideas, sorprendidas en la representación de Los condenados, y transportadas a las columnas de La Epoca, donde las he visto con alegría.

Teodosia Gandarias.- El señor Villegas, menos mal. De vez en cuando alguien hay que piensa.

Galdós.-Verdad que después de esto, el señor Villegas incurre en la flaqueza de narrar con dudosa exactitud y algunos ribetes de mala fe el argumento de la obra. Pero esto no es ahora del caso, y voy a lo principal. Yo acepto la interpretación que da el articulista al pensamiento inicial de la obra, y le agradezco mucho que le haya manifestado resueltamente. Antes y después de esta espontaneidad dice cosas el señor Villegas con las cuales no estoy de acuerdo, aunque las acojo, como suyas, con toda la consideración del mundo, y me permitirá que le ponga algunos reparos.

Teodosia Gandarias.- Acusaciones sin más.

Galdós.- Esto del simbolismo es ahora la ventolera traída por la moda, y muchos que de seguro no la entienden al derecho, nos traen mareados con tal palabreja. Para mí, el único simbolismo admisible en el teatro es el que consiste en representar una idea con formas y actos del orden material. En obras antiguas y modernas hallamos esta expresión parabólica de las ideas. Por mi parte, la empleé, sin pretensiones de novedad, en La de San Quintín. En Los condenados no hay nada de esto, ni fue tal mi intención, porque eso de que las figuras de una obra dramática sean personificaciones de ideas abstractas, no me ha gustado nunca. Reniego de tal sistema, que deshumaniza los caracteres.

Y también me permití indicar al señor Villegas que ningún autor ha influido en mí menos que Ibsen, o, mejor dicho, que si en el pecado de obscuridad incurrí, no debe atribuirse a las lecturas del dramaturgo noruego. Influyen en un autor inferior las obras de autor superior que le cautivan, que le embelesan, infiltrándose insensiblemente en su espíritu. Divido las de Ibsen en dos categorías. Las de complexión sana y claramente teatral, como La casa de muñecas, Los aparecidos, El enemigo del pueblo, me enamoran, y parécenme de soberana hermosura. Las que comúnmente se llaman simbólicas, como El pato silvestre, Solness, La dama del mar, han sido para mí ininteligibles; y fuera de alguna escena en que maravillosamente se revela el altísimo ingenio del autor, no he hallado en ellas el deleite que seguramente encontrarán los que sepan desentrañar su intrincado sentido. Mal pueden influir en mis composiciones cuyo superior mérito reconozco, fijándome del criterio ajeno más que del propio. Lo que de nebuloso y soporífero se haya encontrado en la infeliz obra que motiva estas líneas, hay que achacarlo a errores intrínsecos, quizás a malogrados esfuerzos por alcanzar un ideal hacia el que, con alas tan cortas y pulmones tan débiles, no debí tender el vuelo.

A raíz del estreno de Electra, colocaron un petardo en una de las ventanas de la casa de la calle de Hortaleza donde don Benito tenía la administración de sus obras. El insigne novelista se encontraba en su despacho cuando el petardo hizo explosión, pero ni el estampido ni los desperfectos que el explosivo produjo, sobrecogieron al maestro. Por el contrario. Su serenidad sirvió para tranquilizar a los que con él estaban en la casa.

Teodosia Gandarias.- Querido maestro, ¡pero con Electra tuvo usted el éxito más grande que cualquier autor puede llegar a tener!. Así le envidiaban sus colegas. Le leo un simple comentario: ¡Abrid las ventanas! ¡Que entren por ellas los rayos del sol del genio y el aire sano de la libertad! Para los que nos culpamos de propio abatimiento a este pueblo desgraciado, sino a reducidos grupos favorecidos durante años y años por la fortuna y por el poder, ¡qué espectáculo tan hermoso, tan consolador; qué confirmación más patente de nuestro optimismo acaba de darnos el público del teatro Español, aplaudiendo frenéticamente a Electra y a su autor, obligando a éste a salir a escena cada cinco minutos desde el final del tercer acto hasta el del quinto y último: apiñándose y aglomerándose en el saloncillo, en el teatro, en la calle del Príncipe”.

Galdós.- Escribí Electra en un verano en mi casa de Santander. Allí la dejé terminada y cuando al finalizar la estación vine a Madrid, dediqué unos días en la casa de la calle de Hortaleza para perfeccionar algunos aspectos de la obra para mi, importantes. El 7 de enero de 1901 leí Electra a la compañía del teatro Español que comenzaba entonces a actuar bajo la dirección artística del ilustre crítico y poeta Federico Ballart.

Teodosia Gandarias.- De esa compañía formaban parte entre otros, distinguidos artistas, como Paco Fuentes, Ricardo Valero y Matilde Moreno.

Galdós.- Antes había hecho en dicho teatro una brillante campaña la compañía de María Guerrero, y el día que llegué al coliseo de la plaza de Santa Ana, aún estaban empaquetando el vestuario y atrezzo los sirvientes de la ilustre actriz. Me dijo la grande: “Bien caliente dejo el teatro don Benito. A ver si usted no lo enfría”.

Teodosia Gandarias.- La lectura de Electra no dejó bien impresionados al director artístico ni a muchos de los comediantes según me enteró doña Matilde Moreno. Apreciaron, sí, el mérito literario de la obra, pero no abrigaron grandes esperanzas con respecto al éxito. Sé que usted habló de corregir algunas cosas y convencido Manuel Ballart del dudoso éxito de la obra le contestó: Déjelo así, porque de todas maneras ha de ser igual”.

Galdós.- Sí, con ello expresaba claramente su pesimismo con respecto a la obra. Así es la vida, señorita.

Teodosia Gandarias.- Pero se equivocó Ballart y se equivocaron todos los que como él habían pensado. El día 29 de enero de 1901 se hizo en el teatro Español, por primera vez en España, lo que se venía haciendo habitualmente en Francia, un ensayo general con asistencia de numerosas y distinguidas personas que previamente habían sido invitadas.

En aquel ensayo, que tuvo todos los caracteres de una pública representación, se marcó el gran éxito que después obtuvo la obra, y los concurrentes salieron altamente complacidos.  En la noche del 30 de enero se verificó el estreno. El teatro presentaba aspecto brillantísimo; todas las localidades estaban ocupadas y en palcos y butacas se veía a lo más saliente del Madrid literario y artístico. Arriba, en las galerías y en el paraíso, se apretaba el pueblo anhelante de conocer y de aplaudir la nueva producción de su gran literato, del escritor que mayores entusiasmos y más intensas sensaciones le sabía despertar. Todavía recuerdo los titulares.

Galdós.- La expectación crecía de minuto en minuto. Los anuncios que se habían hecho acerca del éxito, los juicios sobre la obra habían anticipado algunos, los comentarios de la prensa liberal que ayudaron grandemente al estreno y la pasión política que había comenzado a exteriorizarse en los periódicos clericales, despertaron el interés del público de tal forma, que en el teatro Español se respiraba aquella noche el ambiente de los grandes acontecimientos.

Teodosia Gandarias.- Se alzó el telón y comenzó la obra entre un silencio profundo. Desde las primeras escenas se despertó el entusiasmo en el público y al acabar el acto las aclamaciones a Galdós se sucedieron ruidosas. De arriba, de las galerías, bajaban los aplausos en ovación cerrada para dejar a los pies del ilustre dramaturgo  -como así le gustaba a usted que le llamaran- la ofrenda del pueblo.

Galdós.- La obra siguió en triunfo. Durante los restantes actos se repitieron las aclamaciones y el éxito fue creciendo de una manera rápida, vigorosa, definitiva. Fue una noche inolvidable.

Teodosia Gandarias.- Al terminar la representación, parte del público penetró en el escenario para felicitarle mientras en la calle, frente al coliseo, una gran masa se estacionaba esperando la salida del autor para rendirle un nuevo homenaje.

Galdós.- En efecto, fui acompañado por el público hasta mi casa de la calle Hortaleza, aclamándome sin cesar. Creo que ya hemos hablado sobre el éxito y sus gustos.

Teodosia Gandarias.- Le recordaré otra anécdota: “En una de las calles de Vallehermoso vivía un sastre, gran admirador de usted, mi don Benito. Este sastre, que sufría una cojera bastante pronunciada, se reunía con frecuencia, para leer obras del insigne literato, con algunos de sus vecinos, también entusiastas decididos de la ilustre personalidad de Galdós. El día del estreno de Electra, no pudieron asistir a la representación, por no haber llegado a tiempo para adquirir localidades, pero deseosos de tomar parte en el homenaje que seguramente el público había de tributar al gran escritor, se fueron a la puerta del teatro para conocer el resultado del estreno. Al acabar éste y organizarse la manifestación que le acompañó hasta su casa, formaron en ella, llenos de júbilo, el sastre y sus acompañantes. Aclamándole, todo eran vítores, aplaudiéndole con entusiasmo cruzaron mezclados entre la multitud por la calle del Príncipe, Carrera de San Jerónimo, Puerta del Sol y calle de la Montera. Al entrar en la Hortaleza, el aludido sastre iba ya rendido a causa de su cojera y causábale gran trabajo seguir a la manifestación. Hacía supremos esfuerzos por no quedarse atrás, redoblaba sus energías para continuar la marcha, pero como todo su vigor habíalo agotado, se apagaron en sus labios los vítores al insigne dramaturgo, falto ya casi de aliento. Alguno de sus acompañantes advirtió el silencio en que avanzaba el sastre, y sorprendiéndole que no continuase vitoreando y aplaudiendo dijo: pero, ¿qué te pasa que no das vivas a Galdós? El sastre detúvose un instante para poder hablar, y cuando pudo hacerlo exclamó frenético: ¡Que viva Galdós pero que viva más cerca!

El País publicó al día siguiente un precioso número dedicado por completo al autor, con las opiniones que Electra había merecido a las personas más saliente y distinguidas que asistieron al estreno. Por no hablar del posterior éxito europeo, claro.

Galdós.- (Riéndo.)La segunda noche nevaba copiosamente, pero tan ruidoso había sido el éxito alcanzado por Electra, que el público, despreciando la baja temperatura que reinaba y sin temor a la nieve que cubría el suelo, llenó el teatro.

Teodosia Gandarias.- ¿Para qué relatar el triunfo que la segunda representación obtuvo? Baste decir, que se repitió el éxito de la primera noche. Y de tal forma creció el interés del pueblo por conocer la obra, que el tercer día estaban vendidas todas las localidades para las siguientes representaciones. Ochenta alcanzó consecutivas, más veinte que se dieron después en el teatro de Novedades.

Galdós.- La Prensa en este caso y el público, tomaron con mucho calor el estreno de Electra, cosa que hoy ya no pasaría, pues los entusiasmos populares se han ido apagando bajo la presión de las campañas jesuíticas y las obras son intervenidas por esos elementos que pesan sobre el pueblo como losa de plomo. Por supuesto, los ataques fueron tremendos. Se dijo que yo había aprovechado el suceso de la señorita Ubao, que tanta sensación produjo, para escribir mi obra, pero esto no es cierto. Cuando yo comencé a hacer Electra en mi retiro de Santander, nadie podía imaginar que tal asunto viniera a conmover a las gentes. El escándalo de la señorita Ubao, ocurrió meses después, cuando yo ya tenía terminada mi obra.

Teodosia Gandarias.- Es característico de un éxito además buscar segundas intenciones, plagios, negros….

Galdós.- El escándalo de la señorita Ubau, ocurrió meses después, cuando yo ya tenía terminada mi obra, vuelvo a repetirlo. Electra coincidió únicamente con aquel suceso, como coincidió también con los que se registraron con motivo de la boda del infante don Carlos con la princesa de Asturias. Ahora bien, todo eso junto dio origen a que hicieran de Electra una cuestión política y estallaran las manifestaciones populares que produjeron la caída del Gobierno. Azcárraga era el presidente del Consejo, Ugarte, ministro de la Gobernación y el conde de Toreno, gobernador civil. A este gabinete conservador sustituyó otro liberal presidido por Sagasti.

Teodosia Gandarias.- Vamos que una obra de teatro acabó con un gobierno.

Galdós.- Todas las compañías que actuaban en provincias hicieron en seguida Electra y con motivo de sus representaciones se fueron extendiendo por España las luchas que estallaron en Madrid entre los liberales y neos. Estos últimos hicieron a mi obra una guerra denodada, alentados por su pasión y por su intransigencia. En Toro intentó estrenar Electra la compañía que dirigía el primer actor Aguado. Pero antes de comenzar la obra tuvieron que salir escapados todos los artistas para no ser víctimas de las violencias clericales. En Santiago de Galicia, la compañía de Carmen Cobeña y Emilio Thuillier, que fue al teatro de aquella población con el propósito de estrenar Electra, no encontró donde alojarse. Varios de los artistas que la formaban, tuvieron que pasar la noche en la calle. Tal era la campaña emprendida por los neos para evitar o dificultar por nos menos, las representaciones de mi obra. En otras muchas poblaciones, el día que se anunciaba el estreno de Electra organizaban los clericales jubileos y procesiones, para restar público a la representación. Hasta desde el púlpito y desde el confesionario se hizo ruda campaña contra mi producción dramática.

Teodosia Gandarias.- Ya veo en su rostro no solo tristeza sino desdén.

Galdós.- Al llegar Electra en el teatro Español a la sesenta representación, me dieron un beneficio que resultó brillantísimo y de buenos resultados. El producto de la fiesta se lo entregué íntegro a don Alberto Aguilera que era alcalde de Madrid y a don Antonio Barroso que desempeñaba el cargo de gobernador civil de la provincia, para que lo repartieran entre los pobres. Hecho el reparto, Aguilera y Barroso me enviaron los recibos que acusaban la forma en que se había realizado y resultaba de ellos que la mayor parte de los donativos se habían entregado a las monjas. La obra no la querían, pero el dinero que ella había producido lo aceptaron con gratitud.

Teodosia Gandarias- Qué fino hila usted don Benito.

Galdós.- Después de estrenada en Madrid, se representó con éxito grande en el teatro de la Port de Saint Martin de París, donde alcanzó 180 representaciones consecutivas.

Teodosia Gandarias.- Una barbaridad por nadie conseguida en este país.

Galdós.- Después se extendió por los teatros de toda Francia y Bélgica. En Roma obtuvo buen éxito. Ahora ha sido traducida al griego y en breve será estrenada en Atenas. En Buenos Aires despertó Electra tal expectación, que la estrenaron tres compañías a la vez, dándose el caso, que aquí parecería inaudito de representarse el jueves y el viernes santo, por tarde y noche. El número de representaciones que alcanzó en los teatros de América, fue enorme.

Teodosia Gandarias.- Belloso, un amigo de usted, que se encontraba en Buenos Aires, llevó la cuenta de lo que hubieran producido al gran novelista las representaciones de Electra en aquellos países, de haber abonado los teatros al autor los derechos que le correspondían, y del cálculo resultaba un producto de doscientas mil pesetas en oro. Pero como no existía tratado de propiedad literaria con América, nada cobró el insigne dramaturgo, ¿no es así don Benito?

Galdós.- Entonces no existía la Sociedad de Autores, y la galería Hidalgo que fue la que administraba mis obras dramáticas, editó treinta mil ejemplares que se vendieron todos…pero como digo, los derechos de autor eran todavía parcos en muchos sentidos, al menos en el teatro. Genial fue para mi la versión que Matilde Moreno hizo de Electra.

Teodosia Gandarias.- (Rebuscando entre papeles.) Unamuno le escribió sobre ello: “Acabo de leer en El imparcial la reseña de su Electra, así como ya ayer supe el grandísimo éxito que ha obtenido. Felicítole por ello. Volveré a hacerlo cuando lo haya leído, pues por el extracto poco se saca de estas obras de arte que todo estriba en el desarrollo. Como estos días serán para usted de parabienes y emociones no quiero distraerle. Pronto nos veremos, me parece”.

Galdós.- En efecto, estuvieron todos mis colegas muy implicados.

Trazando el parangón entre tres personajes inmortales: el Rapagón de Molière, el Grandet de Balzac y el Torquemada de Galdós –escribe Arthur L. Owen- afirmo que el avaro del genial español merece vivir entre los más grandes avaros de la ficción. En Torquemada, las dos pasiones paralelas de la tacañería y de la voracidad quedan cuidadosa y claramente diferenciadas; pero Galdós no ha hecho de él ni una caricatura, como el Rapagón, ni un monstruo como Grandet. Torquemada es, a pesar de todo, un ser humano con derecho a nuestra simpatía. Sabe de otras emociones independientes de su avaricia. Tiene temores, esperanzas, aflicciones, ¡hasta ama! Aquí se apoya la fuerza de la creación galdosiana: en que se ha dado vida a una figura de carne y hueso, y no a una abstracción.

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