
El Mencey del viernes
El Grito de La Frontera es el nombre con que se recuerda un episodio clave en la historia de El Hierro y del archipiélago canario. Este “grito” simboliza la voz alzada de los habitantes del Valle de El Golfo –en el occidente de El Hierro– que a comienzos del siglo XX exigieron autonomía administrativa y atención a sus necesidades. En esencia, fue el movimiento popular que condujo a la creación del municipio de La Frontera el 18 de marzo de 1912, un hito de autogobierno local que tuvo importantes repercusiones en la isla y en Canarias en general.
Para entender el contexto de El Grito de La Frontera, hay que imaginar El Hierro a finales del siglo XIX y principios del XX. La isla más occidental de Canarias vivía muy aislada: el accidentado relieve separaba al fértil Valle de El Golfo (la zona de la futura La Frontera) del resto de la isla. Las comunicaciones eran extremadamente precarias; hasta bien entrado el siglo XX no existiría una carretera transitable que uniera el valle con Valverde, la única cabecera municipal que tenía El Hierro en aquella época. Los vecinos del Valle de El Golfo, repartidos en caseríos como Tigaday, Sabinosa, Las Puntas, Los Llanillos o Taibique, sentían que vivían “al otro lado” de un muro natural. Para cualquier gestión oficial debían emprender largos caminos a pie o en mula, cuando no arriesgarse a viajes por mar. Este aislamiento histórico alimentó un fuerte sentimiento de abandono: las necesidades de esta comarca (agua, caminos, escuelas, etc.) raramente eran atendidas con la urgencia que merecían. Así fue calando la idea de que solo teniendo su propio ayuntamiento podrían los habitantes del valle decidir sobre sus asuntos y progresar.

En el contexto general de Canarias, aquellos años traían vientos de cambio. La sociedad isleña presionaba por mayores cotas de autonomía frente al poder central de Madrid. Fruto de esas reivindicaciones, en 1912 las Cortes españolas aprobaron la llamada Ley de Cabildos Insulares, que otorgaba a cada isla un gobierno propio (los cabildos) y permitía reorganizar la administración local para adaptarla mejor a la realidad insular. Esta reforma abrió una oportunidad histórica para las aspiraciones de los herreños del Valle de El Golfo. Animados por el nuevo clima político, los vecinos más destacados de la zona –agricultores, ganaderos y pequeños propietarios, junto con líderes naturales de cada pago o poblado– organizaron asambleas vecinales y redactaron peticiones formales solicitando la creación de un municipio independiente en el oeste de El Hierro. Dicho de otro modo, lanzaron su grito: un llamamiento colectivo pidiendo dignidad, servicios básicos y voz propia en la gestión de la isla.
El clamor fue escuchado. Finalmente, el 18 de marzo de 1912 se constituyó oficialmente el Ayuntamiento de La Frontera, en una emotiva ceremonia celebrada en la Plaza de Candelaria de Tigaday. Ese día, que pasaría a recordarse como El Grito de La Frontera, el valle consiguió emanciparse administrativamente de Valverde. El nombre elegido para el nuevo municipio, “La Frontera”, resultó muy apropiado: aludía a su condición de comarca fronteriza y alejada, pero también significaba que, por fin, esa frontera dejaba de ser un obstáculo para su desarrollo. Según consta en el acta fundacional, la capital municipal se fijó en el pueblo de La Frontera (Tigaday) y la primera casa consistorial se instaló provisionalmente en una vivienda particular junto a la iglesia. Aquella jornada fundacional fue sencilla pero llena de simbolismo. Acudieron autoridades insulares –entre ellas el alcalde de toda la isla, Don Marino de la Barreda, comisionado por el Gobierno para leer el decreto de creación–, junto a casi todos los habitantes del valle, que no ocultaban su orgullo y esperanzas. Con apenas 2.600 habitantes iniciales y un presupuesto muy humilde de 4.237 pesetas, arrancaba la andadura del nuevo municipio. En adelante, los herreños de El Golfo tendrían sus propios concejales y alcalde para defender sus intereses. Los protagonistas de esta gesta fueron, sobre todo, los vecinos anónimos que impulsaron la iniciativa: familias enteras que durante años habían reclamado escuelas para sus hijos, caminos transitables y agua potable, y que encontraron en la unidad su mayor fuerza. También jugaron un papel importante algunos políticos canarios reformistas de la época, que apoyaron la causa. Pero en la memoria popular quedaron especialmente los nombres de patriarcas locales y líderes vecinales que lideraron el movimiento –hoy recordados como héroes civiles del municipio–, así como la imagen de aquellas mujeres y hombres del campo herreño que, con su tenacidad, lograron doblarle el pulso al centralismo.

El impacto de El Grito de La Frontera fue palpable tanto a corto como a largo plazo. En lo inmediato, la creación del municipio acercó la administración a la gente del valle. Ahora los trámites oficiales básicos podían hacerse en Tigaday, y las demandas locales encontraban cauce en los plenos municipales sin depender de la lejana Valverde. Con el tiempo, esto se tradujo en mejoras concretas para la población. Por ejemplo, en las décadas siguientes el ayuntamiento de La Frontera lideró proyectos vitales: apertura y mejora de caminos vecinales, habilitación de fuentes y estanques para garantizar agua, creación de escuelas rurales en distintos pagos e instalación de servicios tan esenciales como la luz eléctrica. Muchos logros que hoy se dan por descontados en El Golfo fueron fruto de arduas gestiones iniciadas por ese consistorio novel. No todo fue inmediato –de hecho, la llegada masiva de la electricidad y la apertura de una carretera general transinsular tardaron hasta mediados del siglo XX–, pero seguramente habrían demorado aún más si La Frontera no hubiera tenido entidad municipal propia. En paralelo, a nivel insular, El Hierro entero se benefició de la nueva estructura de cabildos: desde 1913 contó con su Cabildo Insular, donde por supuesto La Frontera tuvo representación junto a Valverde. Así se equilibró la toma de decisiones, evitando el centralismo excesivo en la capital insular.
Mirando en perspectiva, El Grito de La Frontera supuso un antes y un después en la historia de El Hierro. Representó la entrada de la isla en la modernidad política, dando voz a una comunidad pequeña pero tenaz. Es un momento importante porque mostró el poder de la organización ciudadana en Canarias: incluso en el rincón más remoto del archipiélago, unos ciudadanos conscientes de sus derechos lograron que las instituciones cambiaran para servirles mejor. Este acontecimiento consolidó la idea de que el progreso de las islas no solo venía dictado “desde arriba” (Madrid o las capitales provinciales), sino que podía y debía nacer “desde abajo”, de las necesidades reales del pueblo. Por eso, la hazaña de aquellos herreños se recuerda con admiración. Cien años después, en 2012, todo El Hierro celebró con orgullo el centenario de La Frontera como municipio, homenajeando a aquellas generaciones que lanzaron el grito fundador. Hoy La Frontera, con más de 4.000 habitantes, es un municipio próspero y plenamente integrado en la vida canaria, pero mantiene vivo el recuerdo de sus raíces luchadoras.
En conclusión, El Grito de La Frontera consistió en la reivindicación exitosa de un pueblo aislado que reclamó autonomía local y cambió su destino. Su contexto fueron los cambios políticos de inicios del siglo XX y la situación precaria de El Hierro occidental; sus protagonistas, los vecinos sencillos convertidos en adalides de su comunidad; su impacto, la mejora tangible de las condiciones de vida en El Golfo y un precedente inspirador de autogobierno en las islas. Se considera un momento importante porque encarna los valores de unidad, perseverancia y progreso social desde la base, valores que forman parte esencial de la historia de Canarias.















