
Gloria Sánchez
Entre los numerosos cuentos de Leopoldo Alas Clarín, “¡Adiós, Cordera!” ocupa un lugar destacado por su capacidad de condensar, en unas pocas páginas, una compleja reflexión sobre la transformación social, el sacrificio de la inocencia y la irrupción del progreso como fuerza ambigua. Publicado en 1892, este relato breve concentra algunos de los grandes temas de la narrativa clariniana: la infancia, la ternura, la pérdida, el mundo rural y, sobre todo, la crítica a las consecuencias deshumanizadoras del cambio económico y tecnológico.
El argumento gira en torno a una vaca, Cordera, y a los mellizos Pinin y Rosa, hijos de un campesino empobrecido en una aldea asturiana. Cordera no es un simple animal de granja: representa una presencia materna, casi sagrada, dentro del pequeño universo doméstico. Su quietud, su mansedumbre y su longevidad convierten a la vaca en una figura simbólica del mundo tradicional, estable y afectivo, que aún resiste frente al ruido del exterior. Este exterior está encarnado por el tren, que irrumpe como símbolo del progreso moderno y marca el límite entre dos mundos. La línea férrea, que atraviesa el paisaje y la narración, se convierte en una metáfora de la frontera histórica que separa el campo de la ciudad, la economía de subsistencia de la lógica mercantil, la infancia del desarraigo.

El relato adopta una estructura circular y deliberadamente contenida. El lenguaje de Clarín es austero, sin adornos superfluos, con predominio del tono narrativo indirecto libre y un uso estratégico de las descripciones para evocar emociones sin caer en el sentimentalismo. La muerte de Cordera no se muestra, sino que se sugiere: el lector sigue su viaje en tren junto a los niños, que observan impotentes cómo se aleja. Esta elipsis potencia la eficacia simbólica del texto. La vaca, vendida al matarife, anticipa el destino de Pinin, quien años más tarde es enviado al frente en un tren idéntico. Ambos son víctimas de un sistema que transforma los cuerpos —humanos o animales— en instrumentos sacrificables.
Clarín no construye un discurso moralizante, sino que deja actuar a las imágenes y paralelismos. El vínculo entre Cordera y Pinin, reforzado por el motivo del tren como repetición trágica, sugiere que el progreso, si bien inevitable, no es neutro: exige pérdidas, rompe vínculos, consume vidas. La crítica se hace visible no desde el rechazo de la modernidad, sino desde la compasión hacia lo que esta arrasa: la infancia, el apego, la vida rural entendida no como idilio, sino como espacio de arraigo emocional.
Desde el punto de vista estilístico, el cuento se inscribe en el realismo tardío, pero con una economía expresiva que prefigura formas modernas del relato breve. La ausencia de juicios explícitos, la intensidad contenida de la narración y la construcción simbólica a partir de elementos concretos (la vaca, el tren, el silencio) hacen de “¡Adiós, Cordera!” una pieza maestra del cuento hispánico del siglo XIX. Leída hoy, no pierde fuerza: el sacrificio de lo vulnerable en nombre del progreso sigue siendo un tema reconocible en cualquier tiempo.
Clarín no sólo escribe una elegía a la ternura rural, sino también un texto de profunda resonancia ética, donde la compasión no se opone a la crítica, sino que la fundamenta.