
Observatorio Negrín-Galdós
Josefina de la Torre Millares (1907-2002) fue una artista polifacética de Gran Canaria: poeta, novelista, cantante lírica y actriz de teatro, cine, radio y televisión. Vinculada a la Generación del 27 y a las corrientes vanguardistas de la primera mitad del siglo XX, se la considera parte del grupo de intelectuales conocido como Las Sinsombrero. De la Torre destacó como una voz femenina singular dentro de aquel panorama literario predominantemente masculino, siendo pionera en dar voz femenina a la Generación del 27. Su legado la consagra hoy como una figura indispensable de las letras canarias del siglo pasado, a la vez innovadora y de fuerza literaria innegable.
Orígenes isleños y vocación temprana

Nacida en Las Palmas de Gran Canaria en 1907, Josefina creció en el seno de una familia burguesa volcada en el arte y la cultura. Su hermano mayor, Claudio de la Torre, fue un exitoso novelista y dramaturgo (Premio Nacional de Literatura 1926) cuya trayectoria inspiró a Josefina a temprana edad. Desde niña manifestó un talento precoz: con apenas 8 o 9 años escribía poemas (dedicó uno en 1915 al poeta modernista canario Alonso Quesada) y a los 15 ya publicaba versos en revistas locales. Junto a Claudio organizaba representaciones caseras en un pequeño teatrillo familiar de su casa en la playa de Las Canteras, al que bautizaron Teatro Mínimo. Aquellas funciones amateurs, en las que participaba toda la familia, fueron el germen de su pasión tanto por la creación literaria como por la interpretación escénica.
Impulsada por estos primeros logros, la joven Josefina amplió horizontes. A finales de los años 1920 viajó con su hermano a Madrid para completar su formación artística y allí se sumergió en el ambiente cultural de la época. Aprendió canto, perfeccionó su técnica actoral y comenzó a frecuentar las tertulias literarias de la capital, entrando en contacto directo con los escritores de la Generación del 27. Aquella muchacha isleña, independiente y resuelta, pronto demostró que estaba lista para brillar con luz propia.
Poeta de la Generación del 27
En Madrid, Josefina de la Torre entabló amistad con figuras destacadas del 27. Uno de ellos fue Pedro Salinas, quien quedó tan impresionado con su voz poética que accedió a escribir el prólogo de su primer libro de poemas, Versos y estampas (publicado en 1927). En esta obra inaugural —escrita durante su adolescencia— Josefina evocaba con sensibilidad su infancia isleña, combinando versos de arte menor con prosas poéticas de influencia juanramoniana (en alusión al estilo depurado de Juan Ramón Jiménez). Sus poemas pronto comenzaron a aparecer en revistas literarias vanguardistas, y la joven autora se integró plenamente en el círculo creativo del 27, aportando una perspectiva insular fresca.
El reconocimiento a su calidad lírica no tardó en llegar. En 1934, el poeta Gerardo Diego incluyó a Josefina de la Torre en su célebre Antología de la poesía española contemporánea. De hecho, Josefina —junto a Ernestina de Champourcín— fue una de las dos únicas mujeres cuyos poemas quedaron recogidos en dicha antología fundacional de la Generación del 27. A través de esta presencia en la nómina del 27, de la Torre consolidó su lugar como poeta vanguardista en un mundo literario dominado por hombres, aportando una voz lírica femenina y canaria de primer orden. En esos años publicó también Poemas de la isla (1930), donde profundizaba en sus temas predilectos: el mar, la nostalgia de la tierra natal y los anhelos íntimos expresados con imágenes de intensa sensibilidad.
Del cine al teatro: una carrera polifacética
La inquietud artística de Josefina no se detuvo en la literatura. A comienzos de los años 30 incursionó en el incipiente mundo del cine sonoro. En 1934 viajó a París para trabajar en los estudios de Paramount como actriz de doblaje, poniendo voz en español a la legendaria Marlene Dietrich. En los estudios de Joinville coincidió con Luis Buñuel, quien también colaboraba en las versiones españolas de películas extranjeras, y allí Josefina estuvo bajo la dirección de su hermano Claudio, que adaptaba guiones y supervisaba los doblajes. Tras aquella experiencia parisina, regresó a España en 1935 y decidió enfocarse en otra de sus pasiones artísticas: el bel canto. Ofreció recitales como soprano en escenarios madrileños, incluyendo un aclamado concierto en el Teatro María Guerrero en 1935, y cantó en foros culturales como el Lyceum Club Femenino y la Residencia de Estudiantes. Su voz de soprano llegó a ser muy reconocida, e incluso compuso alguna partitura propia (como la canción Puerto de mar).
La Guerra Civil interrumpió su trayectoria en la península y la llevó de vuelta a su tierra natal. En Las Palmas, durante los duros años de la contienda y posguerra, Josefina demostró una vez más su versatilidad al probar suerte en la narrativa popular: escribió una serie de novelitas cortas o folletines de evasión, publicándolas bajo el seudónimo Laura de Cominges (tomado de su segundo apellido). Estas historias, editadas en la colección La Novela Ideal que ella misma impulsó, le proporcionaron ingresos en tiempos difíciles a la vez que ampliaban su repertorio creativo. Entre aquellos títulos se encontraba Tú eres él, una novela breve de intriga cuya adaptación cinematográfica años más tarde le valdría un premio como guionista en 1944.
Finalizada la guerra, de la Torre retornó a Madrid y retomó con fuerza sus actividades escénicas. En la primera mitad de los años 40 brilló tanto delante como detrás de las cámaras del cine español. No solo actuó en varias películas, sino que trabajó como ayudante de dirección y guionista, colaborando además como columnista en la influyente revista de cine Primer Plano (donde incluso apareció en portada en un par de ocasiones). Su debut en la gran pantalla llegó con Primer amor (1942), dirigida por su hermano Claudio, a la que siguieron otros papeles en filmes como La blanca paloma (1942) y Misterio en la marisma (1943) también bajo la dirección fraterna. Participó asimismo en producciones de otros realizadores en ascenso de la época, llegando a compartir escenas con figuras como Conchita Montes y Rafael Durán. Su último trabajo cinematográfico fue La vida en un hilo (1945) del director Edgar Neville. Tras unos años intensos, Josefina abandonó el cine en 1944 en el apogeo de su éxito, algo reflejado literariamente en su novela Memorias de una estrella (1954), donde narra con tintes ficticios la historia de una actriz que deja el mundo del celuloide en la cumbre de su carrera. Este libro, publicado junto a otra novela corta titulada En el umbral, ofrece una mirada crítica y desencantada sobre la superficialidad de la incipiente industria cinematográfica española de los años 40.
Volcada de lleno al teatro, Josefina de la Torre continuó desarrollando su faceta de actriz dramática en las décadas de 1940-1960. Formó parte de elencos estables como la compañía del Teatro María Guerrero de Madrid, donde actuó de primera figura en montajes clásicos. En 1946 dio un paso decisivo al fundar su propia compañía, la Compañía de Comedias Josefina de la Torre, junto a su esposo Ramón Corroto (también actor). Con esta compañía independiente llevó a escena alrededor de quince obras, entre ellas comedias modernas como El caso de la mujer asesinadita de Miguel Mihura y dramas universales como Casa de muñecas de Henrik Ibsen. Durante los años 50 colaboró con otras agrupaciones teatrales de renombre (incluyendo giras con compañías de actrices ilustres como Amparo Soler Leal, Nuria Espert o María Fernanda D’Ocón) y no dejó de reinventarse: incluso participó en 1962 en la primera versión española del musical Sonrisas y lágrimas (The Sound of Music). Paralelamente, desplegó su talento en la radio – fue actriz habitual de radionovelas en el cuadro de actores del Teatro Invisible de RNE entre 1944 y 1957 – y más tarde incursionó en la televisión. Su larga trayectoria como actriz culminó con una última aparición en la pequeña pantalla: en 1983, con 75 años de edad, actuó en la popular serie de TVE Anillos de oro, poniendo broche final a una carrera escénica de casi seis décadas.
Legado y recuperación crítica en el siglo XXI
Aunque en los años de la dictadura franquista Josefina publicó poesía con cuentagotas (tras Poemas de la isla en 1930 pasaría casi cuarenta años hasta su siguiente poemario, Marzo incompleto, aparecido en 1968, al que siguió Medida del tiempo en 1988), nunca dejó de escribir. Sus versos tardíos, cargados de introspección y melancolía, quedaron en parte inéditos (Él, poemario escrito en la década de 1980, se conservó manuscrito). Sin embargo, su figura permaneció viva en la memoria cultural y comenzó a recibir reconocimientos públicos en sus últimos años de vida. En 2000 ingresó como miembro de honor en la Academia Canaria de la Lengua, y en 2002 el Gobierno autónomo de Canarias le concedió la Cruz de la Orden de las Islas Canarias por su contribución a la cultura. De la Torre falleció en Madrid en julio de 2002 a los 94 años, siendo en ese momento una de las últimas supervivientes de la Generación del 27. Ese mismo año, la Academia de Cine de España le rindió homenaje póstumo en la gala de los Premios Goya, reconociendo su labor pionera como actriz.
En las décadas siguientes, Josefina de la Torre ha experimentado una auténtica resurrección crítica. Investigadores y lectoras han reivindicado su importancia como escritora vanguardista y como modelo de mujer independiente en el arte. Un estudio publicado en 2001 en Estados Unidos la incluyó entre las cinco poetisas españolas más relevantes de los años veinte y treinta del siglo XX, subrayando la magnitud de su legado literario. En su tierra natal, las instituciones han recuperado con orgullo su memoria: en 2007 Gran Canaria celebró con diversos actos el centenario de su nacimiento; una biblioteca municipal en Las Palmas lleva hoy su nombre; y en 2020 se le dedicó el Día de las Letras Canarias, máximo honor regional que cada año reconoce a un autor insular, organizándose ediciones y estudios sobre su obra. Ese mismo año, el Gobierno canario reeditó su novela Memorias de una estrella (por primera vez desde 1954) y se publicaron sus Obras completas en verso en dos volúmenes, reintegrando al circuito editorial la voz de Josefina para las nuevas generaciones.
Tras mucho tiempo eclipsada, Josefina de la Torre brilla hoy con renovada intensidad. Su trayectoria poliédrica –que abarcó la poesía intimista, la actuación sobre las tablas y delante de la cámara, el canto lírico e incluso la escritura de guiones– la convierte en una figura única de la cultura canaria y española. Fue “mujer total”, como se la ha llamado, testigo y protagonista de una época de cambios. Su obra poética, ligada a las vanguardias del 27, aporta una sensibilidad insular y femenina que enriquece la literatura del siglo XX, mientras que su incursión pionera en el mundo del cine y el teatro abrió camino a otras artistas. En palabras de un crítico, Josefina de la Torre fue “el fiel testimonio de un período notable para la poesía española”, una voz que, habiendo sido durante años la última voz del 27, por fin resuena con la plenitud y el reconocimiento que siempre mereció.















