
El Mencey del Viernes
En los márgenes de los grandes nombres de la Ilustración canaria y española, brilla, aunque en sordina, la figura de María Joaquina de Viera y Clavijo (1734–1819), hermana del célebre polígrafo José de Viera y Clavijo. Nacida en el seno de una familia culta de Los Realejos (Tenerife), su existencia transcurre entre las letras, la religión y los vínculos familiares, en un tiempo en que el talento femenino quedaba muchas veces sofocado entre las paredes del hogar o el convento. Sin embargo, María Joaquina supo preservar una voz singular y reflexiva, que hoy representa uno de los ejemplos más interesantes del pensamiento y la sensibilidad ilustrada desde el margen femenino.
Un entorno propicio, una voz propia

La familia Viera y Clavijo fue una cantera de inquietudes intelectuales. Si José es hoy considerado el gran cronista de Canarias y uno de los ilustrados más importantes del ámbito hispano, no cabe duda de que su hermana María Joaquina participó de ese mismo clima de efervescencia cultural. Su acceso a una formación poco común para una mujer de su época se debió, en parte, a su linaje y a las oportunidades que la vida en la isla y en el entorno familiar le ofrecieron. La escritura fue para ella tanto un ejercicio de interioridad como un instrumento de pensamiento, en un momento en que la voz femenina raramente encontraba eco en la esfera pública.
No se puede hablar de una obra extensa ni publicada en vida, pero los testimonios que han sobrevivido –cartas, textos religiosos y poemas– muestran una mente cultivada, reflexiva y versada en los asuntos espirituales y literarios. Su actividad intelectual fue conocida por su hermano, quien en alguna ocasión dejó constancia de la influencia y sabiduría de su hermana. Aunque la mayoría de sus escritos no fueron concebidos para la publicación, han llegado hasta nosotros gracias al interés posterior por rescatar voces femeninas ocultas bajo siglos de silencio.
Una escritora en la sombra de la Ilustración
María Joaquina representa a un tipo de autora habitual en el Antiguo Régimen: discreta, manuscrita, silenciosa. Su pensamiento se expresó en géneros como la meditación religiosa o el comentario epistolar, muchas veces vinculados a círculos privados de devoción. Sin embargo, su dominio de la lengua, su visión aguda de la condición humana y su inserción dentro de la cultura ilustrada de su tiempo la convierten en una figura merecedora de mayor atención.
Lejos del estruendo político o filosófico que caracterizó a algunos ilustrados varones, su voz es más íntima y sobria, pero no menos reveladora. Nos habla de una religiosidad ilustrada, reflexiva y compatible con la razón; de una mujer consciente de su lugar en el mundo y de los límites impuestos por su tiempo, pero también dispuesta a pensar desde ese margen.
Legado, valor patrimonial y vigencia
La figura de María Joaquina ha sido reivindicada en tiempos recientes como parte del esfuerzo por recuperar el legado femenino en la historia cultural canaria. Su nombre ha sido incluido en catálogos de autoras de las Islas y su ejemplo sirve para ilustrar las formas en que las mujeres participaron de la vida intelectual aun sin acceso a las tribunas públicas.
Su vida y escritos son un recordatorio de que la Ilustración no fue solo una empresa masculina ni exclusivamente racionalista. También hubo mujeres como ella, cuya escritura articulaba fe, inteligencia y sensibilidad, abriendo un surco para otras que vendrían después. La figura de María Joaquina de Viera y Clavijo merece ser leída, pensada y difundida, como parte de una genealogía de autoras que enriquecen el patrimonio cultural hispánico desde su peculiar lugar en la historia.
En un tiempo que todavía busca equilibrar voces y recuperar memorias, su palabra –aunque nacida en la penumbra de otro siglo– sigue siendo lúcida, íntima y luminosa.
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