
Eduardo Montagut
La cuestión de los intelectuales y de los obreros en el movimiento obrero de signo socialista es un tema sumamente interesante, a nuestro entender, y que tiene distintas dimensiones. Por un lado, hubo una polémica sobre si los intelectuales debían estar en los partidos obreros y en los sindicatos, con ciertos recelos por parte de los sectores más obreristas al considerar que no entendían el trabajo manual y sus problemas. Pero, por otro lado, terminó aceptándose su presencia porque se consideró que un intelectual era un obrero más, que tenía que vender su fuerza de trabajo a cambio de una remuneración.
En este último sentido debemos enmarcar lo que ocurrió en la Oficina Internacional de Trabajo a mediados de los años veinte porque el movimiento obrero no iba a permitir que los intelectuales tuvieran representación propia porque ya la tendrían, en relación con lo último que hemos expresado, con los delegados obreros en sí. Todos serían trabajadores, los manuales y los intelectuales. –Al parecer, la Conferencia Internacional de Trabajadores Intelectuales había solicitado participar en la OIT junto con los representantes de la patronal y de los obreros. Debemos recordar que en la Oficina Internacional estaban representados los trabajadores y los empresarios, así como los gobiernos.
Pues bien, a finales de enero de 1926 el Consejo de Administración de la OIT acordó que no precedía tomar en consideración dicha petición.
Los socialistas españoles alabaron la postura de la organización internacional porque no podía permitirse que los intelectuales fueran un grupo propio entre patronos y trabajadores. Y no procedía porque los intelectuales eran trabajadores y como tales debían organizarse y unirse a sus “compañeros de explotación” al resto de obreros, que tenían sus propios representantes en la OIT, sus delegados en el Consejo de Administración de la OIT como estipulaban sus estatutos. Los trabajadores intelectuales debían sentirse integrados. En realidad, ya existirían ejemplos de trabajadores intelectuales de algunos países que se habían inscrito a la Federación Internacional Sindical.
Pero si la Confederación Internacional de Trabajadores Intelectuales estimaba, por el contrario, que no tenía nada en común con los obreros de las demás categorías, su situación al reclamar representación propia en la OIT era, a juicio de los socialistas, más violenta todavía, porque no se les podía admitir en calidad de patronos, ni mucho menos como delegados gubernamentales.
Era incomprensible e inaceptable que los trabajadores intelectuales se mantuvieran aislados en una especie de torre de marfil de su Confederación Internacional sin establecer lazos con los “hermanos los obreros manuales”.
Los obreros intelectuales tenían su puesto en las organizaciones obreras, en auxilio de los explotados más humildes y en defensa de los intereses propios. Mientras los intelectuales no se diesen cuenta de esta cuestión de la unión ni podría ser atendida su pretensión en la OIT ni se resolverían otros problemas que afectan a todos los que se consideraban trabajadores.
Hemos trabajado con el número del primero de febrero de 1926 de El Socialista.