
Enrique Fraguas (Unir) y Rosa Amor del Olmo (A.Nebrija)
Contexto de la obra en los Episodios Nacionales
La batalla de los Arapiles (1875) es la décima y última novela de la Primera serie de los Episodios Nacionales de Benito Pérez Galdós. Esta primera serie de novelas históricas abarca la Guerra de la Independencia Española (1808-1814), desde la batalla de Trafalgar (1805) hasta la victoria aliada en los Arapiles (Salamanca, 1812). Galdós, quien nació en 1843 y no vivió directamente aquellos acontecimientos, quedó fascinado por esta época gracias a los relatos de su padre (participante en la guerra) durante su infancia. Con apenas 29 años emprendió el ambicioso proyecto de recrear novelísticamente la historia nacional para el gran público. En sus memorias, el autor explica que concibió la serie como un “gran friso narrativo” con un protagonista común, el joven Gabriel de Araceli, que serviría de hilo conductor a través de los grandes eventos históricos. Galdós describe a Gabriel como el muchacho “que se dio a conocer como pillete de playa y terminó su existencia histórica como caballeroso y valiente oficial del Ejército español”, reflejando así la evolución social y moral que quería plasmar. El éxito popular de esta primera serie animó a Galdós a proseguir con sucesivas series, cambiando de protagonista pero manteniendo el mismo objetivo pedagógico e ideológico.
Los Episodios Nacionales combinan rigor histórico y ficción novelesca, insertando personajes inventados en eventos reales. Galdós concebía la literatura como vehículo de educación nacional: “la literatura debe ser enseñanza, ejemplo […]. Mis Episodios Nacionales indican un prurito histórico de enseñanza” declaró el novelista. Su intención era presentar de forma amena los principales hechos político-militares del siglo XIX, para entretener y a la vez instruir a los lectores. La batalla de los Arapiles, al situarse en el desenlace de la Guerra de la Independencia y concluir la saga de Gabriel, tiene un doble valor contextual: por un lado narra un momento decisivo en la historia nacional (el fin de la dominación napoleónica en España), y por otro cierra con final feliz la trama personal del protagonista tras múltiples aventuras a lo largo de diez novelas. A continuación analizaremos esta obra integrando tanto su dimensión literaria (estilo, narración y personajes) como su relación con los hechos históricos de la batalla de Salamanca, para finalmente reflexionar sobre la visión galdosiana de la novela histórica en la formación de la memoria nacional.
Análisis literario: estilo, estructura y personajes en La batalla de los Arapiles

Benito Pérez Galdós escribe La batalla de los Arapiles con la maestría propia de su madurez creadora, combinando el realismo detallista con recursos de la novela de aventuras y del folletín decimonónico. En cuanto al estilo, predominan las descripciones vívidas y minuciosas que caracterizan la prosa galdosiana, así como los diálogos ágiles que dotan de dinamismo a la narración. Por ejemplo, el narrador-protagonista ofrece un retrato sumamente preciso de Lord Wellington, observando desde sus rasgos físicos hasta su voz y gesto, para transmitir la imperturbable dignidad y frialdad cortés del general inglés. La prosa de Galdós equilibra el tono serio de la epopeya histórica con toques de ironía y costumbrismo. Asimismo, intercala episodios de aventura rocambolesca entre las escenas bélicas, un sello de la serie: la propia Wikipedia señala que gran parte de la novela se dedica a la descripción de la batalla, “salpicado de episodios rocambolescos”. Estas licencias folletinescas –peripecias amorosas, coincidencias inverosímiles, identidades ocultas– aportan entretenimiento y humanidad al relato, haciéndolo accesible al lector común. Galdós logra así una novela histórica equilibrada, donde la reconstrucción documental de los hechos convive con la invención novelesca, manteniendo siempre un tono patriótico-melancólico pero sin caer en la exaltación grandilocuente.
En cuanto a la estructura narrativa, Galdós opta por la primera persona retrospectiva: es el propio Gabriel de Araceli –ya anciano, contando sus memorias en 1875– quien narra todo lo vivido en 1805-1812. Este recurso memorialístico le confiere verosimilitud y cercanía al relato, pues Gabriel actúa como testigo presencial de la historia. A lo largo de la serie, Galdós mantiene la continuidad temporal y vital de Gabriel, permitiéndole estar presente (a veces de forma novelesca, por azar o encargos) en los acontecimientos más destacados de la guerra. En La batalla de los Arapiles, esta estructura culmina de manera metaliteraria: antes de la acción final, Gabriel resume ante Lord Wellington todas sus campañas anteriores para convencerlo de su experiencia militar, recapitulando así toda la primera serie frente al lector. En esa escena, el joven oficial revela que empezó su vida militar a los 14 años en Trafalgar, sobrevivió milagrosamente a los fusilamientos del 2 de mayo de 1808, luchó en la victoria de Bailén, soportó el segundo sitio de Zaragoza, defendió Cádiz, participó en guerrillas con El Empecinado, etc. La reacción asombrada de Wellington (“¡También en la batalla de Bailén! –dijo Wellington con asombro… ¿También ha sido usted guerrillero? –dijo Wellington sonriendo…”) refleja la función del protagonista como hilo conductor histórico: Gabriel ha encarnado la experiencia colectiva de España en guerra. Este artificio narrativo, aunque inverosímil, permite a Galdós unificar la novela y cerrar el arco argumental con un guiño a todos los episodios previos, recordando al público las peripecias superadas antes del desenlace.
La caracterización de los personajes combina figuras ficticias plenamente desarrolladas con representaciones noveladas de personajes históricos. Destaca Gabriel de Araceli, uno de los personajes galdosianos más emblemáticos, cuyo desarrollo personifica las virtudes del pueblo español decimonónico. Al inicio de la serie (en Trafalgar), Gabriel es apenas un pícaro gaditano huérfano, un muchacho humilde, astuto e inquieto; pero a través de sus pruebas y servicios en la guerra va transformándose en un héroe honorable y cabal. Galdós plasma en él el ideal de ascenso social burgués por mérito: a pesar de su origen humilde, Gabriel asciende a oficial gracias a su valentía, patriotismo y sentido del deber. Según estudios galdosianos, Araceli encarna “el ascenso imparable de la burguesía” en la España del siglo XIX, pues adquiere conciencia liberal y se integra en la nueva clase dirigente al término de la guerra. De hecho, el final de La batalla de los Arapiles recompensa a Gabriel no solo con la gloria militar sino también con la felicidad personal (reencuentro con su amada Inés y matrimonio), simbolizando que la nueva España independiente ofrece un futuro prometedor a sus hijos esforzados. Algunos críticos han señalado que Gabriel e Inés funcionan más como símbolos arquetípicos que como personajes realistas profundos –símbolos de la juventud española y la pureza patriótica–, pero el rico trasfondo histórico hace que el lector los acepte plenamente en la narración. Junto a ellos, Galdós incorpora una galería de personajes secundarios vívidos: por un lado, figuras históricas retratadas con rasgos novelescos (el Duque de Wellington, el general español Castaños, el guerrillero Juan Martín “El Empecinado”, el mariscal francés Marmont, etc.); por otro lado, personajes ficticios que aportan tramas paralelas (por ejemplo, la condesa Amaranta –noble madrileña tutora de Inés– o Luis de Santorcaz, el padre secreto de Inés, un masón afrancesado que encarna el conflicto ideológico interno de España). Cada personaje, real o imaginario, está dibujado con intención: Galdós suele evitar maniqueísmos, humanizando incluso a enemigos y traidores. En esta novela, el francés invasor no aparece demonizado en bloque, sino representado en oficiales concretos con sus matices, y el afrancesado Santorcaz (pese a su rol antagonista) tiene motivaciones ideológicas reconocibles. En suma, mediante Gabriel y su entorno, Galdós logra dar rostro humano a la gran Historia, presentando la Guerra de la Independencia no solo como un choque de ejércitos sino como una suma de dramas personales, actos de heroísmo, sacrificios y también intrigas y pasiones.
La batalla de los Arapiles: novela versus realidad histórica

Vista actual de los cerros Arapil Grande (izquierda) y Arapil Chico (derecha) en las afueras de Salamanca. La batalla de los Arapiles (conocida internacionalmente como batalla de Salamanca) se libró el 22 de julio de 1812, en torno a esas dos colinas estratégicas situadas al sur de la ciudad de Salamanca. Fue uno de los enfrentamientos decisivos de la Guerra de la Independencia, ya que la victoria del ejército aliado anglo-hispano-portugués al mando de Sir Arthur Wellesley (futuro duque de Wellington) sobre las tropas napoleónicas del mariscal Marmont marcó un punto de inflexión en el conflicto. Participaron decenas de miles de soldados: está considerada la batalla con mayor número de combatientes de aquella guerra. El resultado fue un triunfo rotundo de los aliados, con aproximadamente 5.000 bajas en el bando anglo-luso (frente a unas 12.000 en el francés). Cabe señalar que el aporte español regular en la batalla fue menor en comparación (solo algunas unidades y guerrilleros locales), reflejado en el hecho de que de las bajas aliadas apenas 6 fueron españolas. Aun así, la repercusión estratégica fue enorme: tras Arapiles, los franceses tuvieron que evacuar buena parte de España, dejando libre Madrid y acelerando la retirada final de las tropas de Napoleón. La historiografía considera esta victoria, junto con la desastrosa campaña napoleónica en Rusia ese mismo año, como el comienzo del fin del imperio napoleónico en Europa.
En la novela de Galdós, los hechos históricos de la batalla son rigurosamente respetados en sus líneas generales, pero el escritor introduce numerosas tramas ficticias y licencias literarias para articular la narración y enfatizar su mensaje ideológico. La batalla de los Arapiles (el episodio nacional) abarca los preparativos, el desarrollo y el desenlace de la batalla de 1812, desde el punto de vista español y con las libertades propias de la ficción. El narrador, Gabriel de Araceli, forma parte de la acción: Galdós lo hace testigo y partícipe directo de los eventos decisivos. En la novela, Gabriel se incorpora al ejército español de Extremadura poco antes de la batalla, tras haber combatido como guerrillero. Esto permite al autor integrar a su héroe en las filas aliadas que se concentraban cerca de Salamanca. Acto seguido, Gabriel es enviado por Lord Wellington en una misión clandestina a la propia ciudad de Salamanca ocupada por los franceses. Acompañado de la intrépida miss Fly (un personaje ficticio, dama inglesa viajera), actúa como espía para recopilar información del enemigo. Esta intriga novelesca –sin base documental en los partes militares– añade tensión narrativa y sirve a Galdós para recorrer la Salamanca ocupada y describir el ambiente previo a la batalla, a la vez que enlaza con la trama romántica: Gabriel aprovecha la misión secreta para intentar rescatar a su prometida Inés, quien se halla en Salamanca retenida contra su voluntad por don Luis de Santorcaz, su propio padre afrancesado. Esta situación melodramática (la amada prisionera del villano en la ciudad enemiga) es invención de Galdós, pero está hábilmente entretejida con el contexto histórico real.
Al llegar el día de la batalla (22 de julio), Galdós describe con detalle las maniobras militares y el combate en torno a los Arapiles, pero siempre a través de los ojos de Gabriel. El protagonista participa activamente en la contienda, luchando junto a las tropas británicas y portuguesas en primera línea. Por supuesto, en la realidad los soldados españoles presentes fueron escasos, pero el autor subsana esta discrepancia situando a Gabriel (oficial español) integrado en el estado mayor aliado. De este modo, un español lleva al lector al corazón de la acción. Galdós narra episodios concretos de la batalla (la sorpresa de Wellington al atacar el flanco extendido de Marmont, la herida que deja fuera de combate a Marmont al inicio de la acción, las cargas de caballería británicas, etc.), y al mismo tiempo introduce eventos ficticios para dramatizar el caos y la épica del momento. Es notable cómo alterna el panorama bélico general –movimientos de tropas, fuego de artillería, evolución en las colinas– con escenas personalizadas: duelos singulares, encuentros y desencuentros de los personajes en medio del tumulto. Por ejemplo, Galdós podría mostrar a Gabriel reconociendo entre las filas francesas a algún antiguo conocido (haciéndonos reflexionar sobre la guerra fratricida), o quizás salvando la vida de un soldado enemigo herido, demostrando compasión en medio de la carnicería (estos hipotéticos casos ilustran el humanismo de Galdós, si bien no recordamos los detalles exactos, son consistentes con su estilo).
En cuanto a coincidencias y libertades narrativas, la novela permite que prácticamente todos los personajes principales confluyan en Salamanca durante esos días críticos. Así, Inés –que en episodios anteriores había estado ausente– reaparece como rehén en la ciudad sitiada, lo que añade una motivación personal para Gabriel en plena batalla: no solo lucha por la patria, sino por salvar a su amada. Del mismo modo, el siniestro Santorcaz, ahora figura colaboracionista de los franceses, se convierte en antagonista directo dentro de la ciudad. Estas licencias responden a convenciones novelescas (reunir a héroe, heroína y villano en el clímax), pero no desvirtúan el hecho histórico de fondo, sino que le suman dimensión emocional e ideológica. La confrontación final no es solo entre ejércitos, sino entre valores: el patriotismo español (Gabriel e Inés leales a la causa) frente al afrancesamiento y la traición (Santorcaz). Galdós, liberal convencido, utiliza este contraste para expresar su ideología: aunque reconoce ciertos ideales ilustrados en los afrancesados, condena su falta de patriotismo y exalta la unión de las fuerzas populares (guerrilleros, voluntarios) con las institucionales (ejército regular, aliados) para lograr la liberación nacional.
Pese a introducir tantos elementos ficticios, Galdós respeta sustancialmente la verdad histórica de la batalla de los Arapiles. El resultado final es el mismo (triunfo aliado rotundo), y la secuencia básica de la acción coincide con las crónicas (el ataque sorpresa de Wellington tras una maniobra en falso de Marmont, la huida desordenada del ejército francés). Incluso detalles legendarios son mencionados: por ejemplo, se hace referencia a la tormenta con relámpagos la noche previa a la batalla, un hecho real que quedó en la memoria de los soldados y que Galdós probablemente incorpora para dotar de atmósfera dramática al relato (similar al famoso “sol de Austerlitz” en las guerras napoleónicas). Asimismo, Galdós incluye personajes históricos reales en la batalla: además de Wellington y Marmont, aparece el general español Miguel de Álava (quien efectivamente actuó de enlace entre Wellington y las autoridades españolas), así como los mandos británicos (como Pakenham, comandante en el campo). El autor se toma la libertad de poner diálogos en boca de estos personajes, imaginando conversaciones que no constan en documentos pero que resultan verosímiles dado su carácter. Un ejemplo sobresaliente es el diálogo entre Wellington y Gabriel, donde el duque, tras la victoria, felicita a los españoles por su valor. Esta escena no ocurrió en la realidad –Wellington difícilmente tuvo trato individual con un joven oficial español desconocido–, pero en la novela funciona como colofón emotivo: el gran general inglés reconociendo la aportación de un hijo de España en la victoria común. Galdós con ello transmite un mensaje de orgullo nacional y fraternidad internacional: la independencia se recuperó gracias al esfuerzo conjunto de españoles y aliados, y el pueblo español, personificado en Gabriel, es digno de admiración.
En síntesis, la representación novelística de la batalla coincide con los hechos históricos en su esencia (fecha, lugar, resultado, protagonistas históricos) y difiere en los añadidos propios de la ficción (trama romántica, presencia activa del héroe en todos los frentes, etc.). Galdós aprovecha esas diferencias con un claro propósito: ensalzar la gesta colectiva y subrayar sus lecciones morales. No duda en sacrificar exactitud (por ejemplo, exagerando la participación española) en pos de un relato épico nacional donde España aparece, a través de Gabriel, como agente imprescindible de su propia liberación. Al mismo tiempo, evita el chovinismo simplista: la novela reconoce la decisiva ayuda británica y no demoniza al adversario francés (retratado sin odio visceral, sino como un ejército poderoso pero vencible). Esta mirada equilibrada confiere a la narración una intención ideológica pedagógica: mostrar que la libertad de la patria se logró con unidad, valor y cooperación, y que incluso en la guerra hay espacio para la magnanimidad y la justicia.
La novela histórica y la formación de la memoria nacional

Galdós concebía La batalla de los Arapiles –y el conjunto de Episodios Nacionales– no solo como literatura de entretenimiento, sino como una herramienta para construir la memoria histórica de España. En el siglo XIX, gran parte de la población española era analfabeta o desconocía su propia historia; las versiones oficiales a menudo estaban sesgadas por intereses políticos. Frente a ello, Galdós ofrece en sus novelas una historia novelada al alcance del pueblo, capaz de fijar en el imaginario colectivo los acontecimientos fundacionales de la nación moderna. Sus episodios han sido comparados con “un auténtico programa de educación nacional”, pues el autor se propuso explícitamente divulgar los hechos históricos más dramáticos del siglo XIX de forma amena y ejemplar. De hecho, Galdós afirma que escribió la primera serie con el objeto de “presentar de forma agradable los principales hechos militares y políticos del período más dramático del siglo, con objeto de recrear (y enseñar) […] a los aficionados a esta clase de lecturas”. Esta vocación didáctica se refleja en La batalla de los Arapiles mediante diversos recursos: la rigurosa reconstrucción del entorno (fechas, lugares, personajes reales) sirve para enseñar historia; las vicisitudes de Gabriel y demás personajes sirven para transmitir valores (patriotismo, honor, sacrificio, reconciliación); y el narrador en primera persona aporta reflexiones directas que conectan pasado y presente, guiando la interpretación del lector.
En la visión de Galdós, la novela histórica tiene la capacidad de forjar conciencia nacional al revivir el pasado de un modo vívido y emocional. La batalla de los Arapiles no se limita a relatar una victoria militar, sino que transforma esa batalla en un mito fundacional: el momento en que España, tras años de sufrimiento, recupera su libertad gracias a la unión de su gente y a la ayuda de aliados liberales. El final feliz novelístico (con la boda de Gabriel e Inés y la promesa de un futuro en paz) simboliza la reconciliación nacional tras la guerra. Cabe recordar que Galdós publica esta obra en 1875, año en que en España se restauraba la monarquía borbónica tras guerras civiles y inestabilidad: sin duda, el autor tenía en mente las divisiones contemporáneas del país. A través del espejo histórico de 1812, Galdós sugiere a sus coetáneos la importancia de la unidad y el progreso. La novela histórica, según su práctica, cumple así una función de “memoria instructiva”: rescata el recuerdo de gestas pasadas para iluminar el presente y orientar el futuro. En palabras del crítico Pedro Ortiz-Armengol, Gabriel e Inés se convirtieron en auténticos símbolos aceptados por la sociedad española de entonces, precisamente porque el tapiz histórico que los arropa era “tan rico, tan brillante, tan variado” que los lectores adoptaron aquellos personajes como parte de su propia memoria nacional.
Finalmente, Galdós demuestra con La batalla de los Arapiles el enorme poder de la literatura para moldear la percepción popular de la historia. Muchos españoles de generaciones posteriores “aprendieron” la Guerra de la Independencia más por Galdós que por los manuales escolares. Los escenarios, héroes y anécdotas que él noveló quedaron grabados en el acervo común. Al presentar a Gabriel de Araceli –un español cualquiera– como héroe de aquella epopeya, Galdós difundió la idea de que la historia la construyen también los hombres ordinarios, no solo los grandes nombres. Su visión liberal y humanista permea la novela: aboga por la libertad frente al despotismo (la derrota de Napoleón), el progreso frente al inmovilismo (representado en la regeneración burguesa de Gabriel) y la conciliación frente al odio (Gabriel termina perdonando ofensas pasadas en pos de la felicidad familiar, alegoría de una España que debe perdonarse a sí misma tras la guerra civil contra el invasor). En suma, La batalla de los Arapiles trasciende el mero relato de una batalla para erigirse en un relato identitario. Galdós convierte la victoria de 1812 en un hito de memoria nacional española, narrada con rigor, pasión literaria e intención ética. Por ello, esta obra –al igual que el resto de Episodios Nacionales– sigue siendo un referente indispensable para comprender cómo la España contemporánea recuerda y reinterpreta su propio pasado a través de la literatura.
Fuentes: La información y citas presentadas provienen de la novela La batalla de los Arapiles de B. Pérez Galdós (edición digital, Proyecto Gutenberg) y de estudios críticos sobre Galdós y sus Episodios Nacionales, así como de referencias históricas sobre la batalla de Salamanca de 1812. Se han utilizado como referencias principales las investigaciones de Germán Gullón, Pedro Ortiz-Armengol y Joaquín Casalduero, además de la Biblioteca Virtual Miguel de Cervantes, entre otras fuentes citadas a lo largo del texto. Todas las citas directas están identificadas con sus respectivas referencias.