
Capítulo VI de Diálogos biográficos con Galdós, por Rosa Amor del Olmo
Ha sido Galdós siempre caritativo y amante del prójimo. Ha socorrido y socorre a los necesitados en la medida de sus fuerzas; pero de esta buena cualidad del maestro abusan los pedigüeños en forma intolerable, y hasta los sablistas de profesión le hacen víctima de sus golpes constantemente. La popularidad de que goza, y el amor que tiene al pueblo, le perjudica en ese sentido, porque a su puerta llaman todas las calamidades en masa. Por eso le molesta que los periodistas que acuden a celebrar con él interviús para publicarlas en los periódicos, le pregunten a qué hora sale de casa. Porque, todos sabemos para qué lo preguntaban. Don Benito siempre decía no sin razón: si ahora me tienen abrumado los pedigüeños, no sabiendo, como saben, a qué hora salgo de casa, y desde el hotel al punto de coches me encuentro siempre con alguno, ¿qué ocurrirá en cuanto conozcan por los periódicos las horas en que salgo a la calle? Pues como lleguen a concederme el premio Nobel, me tendré que ir de España.
También recibe innumerables peticiones de libros. Si fuera a satisfacerlas todas, no tendría bastante con las numerosas ediciones que ha hecho de sus obras. Y no digamos nada de las solicitudes de cuartillas que a diario llegan al despacho del gran escritor, para leerlas en actos públicos o publicarlas en periódicos y libros.
Sale a escena la gran actriz María Guerrero

María Guerrero.- Querido maestro, a mi me toca hablar con usted de asuntos algo ingratos pero que llenan de curiosidad a nuestro público. Dígame, siempre ha sido usted un poco “cuco” con el asunto por ejemplo de Prim, usted sabía mucho más de lo que apareció tanto en el así llamado Episodio de Prim como en el Episodio donde en verdad se explaya: La de los tristes destinos. Es curioso que en el Prim no salga nada de Prim y sí en el siguiente… y además guardándose para sí mucho más de lo que aparenta ¿En qué época hizo conocimiento con Prim? ¿Fue este conocimiento en algún lugar público, en algún club o sitio de reunión de emigrados? Usted sabe de la historia mucho más de lo que cuenta.
Galdós.- El Señor Paul y Angulo, jefe de la casa de comercio del mismo nombre, establecida en Londres, y creo que pariente de Prim, hizo la presentación del general. Siempre le conocí picado de viruelas y usando gafas ahumadas. Se embriagaba con frecuencia.
María Guerrero.- Acaso ¿vivía Prim modestamente, con algún boato? ¿Estaba con él la Condesa de Reus y sus hijos?
Galdós.- Don Juan Prim vivía en Padington, Londres con la Condesa de Reus y sus dos hijos, Juan e Isabel. La familia de la Condesa pasaba a ésta una cantidad mensual bastante crecida, pero no había ostentación porque había mucha gente a quien socorrer.
María Guerrero.- ¿Quién era esa Condesa Bach con quien estuvo Prim en la Mala Real, en calidad de criado? ¿Iba Prim realmente disfrazado de criado?
Galdós.- (Sonriendo) La Condesa de Bach era una señora francesa, amiga del general. No puedo afirmar ningún detalle de la travesía de la Mala Real, porque una semana antes había yo partido de Londres directamente para Madrid con instrucciones para la Junta revolucionaria que la componían entre otros, José Olózaga, Manuel Cantero, Moreno Benítez, Coronel Escalante, etc, etc…Dicha Junta celebraba sus reuniones en la calle del Sordo (hoy calle Zorrilla 25).
María Guerrero.- ¿Fueron con Prim en la Mala Real, Sagasta y Zorrilla?
Galdós.- En la Mala Real acompañaron al general Sagasti, Zorrilla y el criado Denis. No creo que usaran ningún disfraz. Paul y Angulo también estaba en Cádiz y fue a buscar al general Prim a Gibraltar en el vapor. Yo también llegué a Cádiz el 16 por la noche y salí para Madrid y Cataluña el 18. Todo queda relatado en los Episodios. Es cierto que, de los episodios, los últimos, me costaron mucho más trabajo pues la distancia no era la misma, los acontecimientos, algunos, los he vivido en primera persona…es otra perspectiva.
María Guerrero.- Sí, si, pero usted describió así la “cuestión Prim” no en el episodio Prim sino en el comienzo de España Trágica:
“A los pocos segundos, al torcer el coche para entrar en la calle del Turco, surgió otro fumador que daba fuego a su cigarro. Pensó el ayudante que ya eran dos las personas que en tal sitio y en noche tan fría se paraban a encender fósforos. El General iba meditabundo. Pensaba en lo que le habían dicho los federales, interesándose por su vida, que él mismo afectaba despreciar. No debió de ahondar mucho en sus reflexiones, porque ya próximo al extremo de la calle del Turco se detuvo el coche. Había un obstáculo… otro coche, parado y sin cochero. Oyóse la voz de Prim que clamaba contra el estorbo. En el momento mismo, el ayudante gritó: «Mi General, agáchese, que nos hacen fuego». A través del vidrio empañado vio, o antes sintió que vio, el súbito peligro. A un golpe de fuera saltó en pedazos el cristal del lado derecho, y por el hueco entró, con un hierro en forma de trompeta, un estruendo aterrador. El General quedó herido en la mano derecha con que empuñaba el bastón.
Antes que pudieran protestar de la barbarie, estalló el vidrio por el otro lado. Una voz tabernaria, infernal, gritó: «¡Fuego! ¡Prepárate; vas a morir!». Dos, tres, cinco disparos descargaron dentro del coche sin fin de postas y hierros de metralla… El cochero fustigó furioso a los caballos, para zafarse de la horrible visión de los hombres que dispararon sus trabucos. Vio cinco, seis, repartidos en los dos costados. Vestían largas blusas. Palabras soeces, horrorosas blasfemias, eran la repercusión de los disparos… En segundos pasó todo: la descarga, el piafar de los caballos, el arrancar de estos con arrogante fiereza invadiendo la acera, el encontronazo con el coche parado, la rauda salida a la calle de Alcalá tomando la dirección de la rampa de Buenavista…
El carruaje fusilado llevaba en su interior sangre, silencio y el estupor trágico, que aún no daba paso al claro conocimiento del hecho. Subiendo la rampa empezaron las voces a manifestar las impresiones… «¿Herido?… No será nada. ¡Canallas!». Prim echó las llaves a su palabra. Manteníase derecho, mirando a los oficiales y soldados de la guardia que, al ruido de los trabucazos, salieron a ver qué ocurría. Alguien dijo: «Nada… unos miserables… tentativa de agresión…». El coche entró en el portal. Un oficial abrió la portezuela. Salió Prim con bastante agilidad y rostro ceñudo, sin hablar con nadie; se dirigió a la escalera privada y subió agarrándose al pasamanos, que dejó manchado de sangre. Contestaba con frase cortante a los que bajaron a su encuentro.
Al pronto se creyó que el General no tenía más herida que la de la mano derecha, bien manifiesta por la sangre que de ella corría. Al llegar arriba, la Condesa de Reus salió consternada. Su esposo le dijo: «No me toques… Estoy herido…». Fijáronse todos en el hombro izquierdo… Por la inmovilidad, por las señales de intenso dolor, por la sangre que empezó a calar la ropa, comprendieron que había en aquella parte gran destrozo… Pasaron silenciosamente a la alcoba del General. Este se sentó en una silla. El primer impulso fue acudir con pañuelos, con agua templada, con frases cariñosas… Siguió a esto la natural confusión, la febril impaciencia: «Losada, Losada…», y en otra parte: «Ledesma, Ledesma…».

Lentamente recobró sus fueros el método normal… Y a cada instante llegaban amigos, según se iban enterando del grave suceso. Uno de los primeros fue Muñiz, que había ido a la fonda de la calle del Arenal, donde se celebraba en santa paz el convite masónico. Presidía el ágape don Clemente Fernández Elías, y el ritual de la Orden escrupulosamente se observaba en todos los pormenores del festín, así en la disposición de las mesas, como en el detalle de colocarse los comensales las servilletas en el hombro izquierdo. Primero Muñiz, luego Morayta, dieron cuenta de la bien motivada abstención del General, lo que desconsoló a todos; y aunque ambos dejaron entrever la posibilidad de que el Caballero Rosa Cruz asistiese por breves minutos, nadie esperaba verle aquella noche. Ya habían empezado las salvas, cuando entró un militar masón, y habló al oído del Venerable Presidente. Este palideció. Diríase que su estupor le privaba del uso de la palabra… Una onda de ansiedad suspicaz corrió de mesa en mesa. El señor Elías escribió algo en un papel, y alargó este a los comensales más próximos. Cuantos leían, quedaban suspensos y aterrados, y la general incertidumbre aumentaba. Por fin, el Venerable, sacando fuerzas de flaqueza, se puso en pie, y con voz de intenso duelo pronunció estas palabras: «Hermanos… imposible callar. No puedo ni debo ocultaros la verdad terrible. El hermano Prim ha sido asesinado».
Galdós.- Como usted misma acaba de leer puede verse que ya he escrito y hablado mucho sobre esta personalidad extraordinaria, señorita Guerrero.
María Guerrero.- Sí, de acuerdo, cambiaremos de tema porque de todas formas si sabe más no me lo va a decir. Y le pregunto, siempre ha luchado usted por la libertad de cultos, por la tolerancia, por los ideales republicanos. ¿De qué conclusiones estamos hablando?
Galdós.- Pues mire usted, la intolerancia, la incomprensión, el atraso moral, la falta total de libertad de conciencia y tantas otras cosas harán de España siempre un país demasiado original para poder ser integrado en Europa. Mientras la Iglesia siga mandando, mientras la Monarquía siga dándole al pueblo esa falsa imagen de protección, España será un país de desilusión, de corrupción y de manipuladores. Eso no lo dude usted nunca.
María Guerrero .- Así comienza su novela La desheredada, con Isidorilla, y una dedicatoria funeraria a esta España de caquexia nacional: “Saliendo a relucir aquí, sin saber cómo ni por qué, algunas dolencias sociales, nacidas de la falta de nutrición y del poco uso que se viene haciendo de los benéficos reconstituyentes llamados Aritmética, Lógica, Moral y Sentido Común, convendría dedicar estas páginas…¿a quién? ¿al infeliz paciente, a los curanderos y droguistas que, llamándose filósofos y políticos, le recetan uno y otro día?… No; las dedico a los que son o deben ser verdaderos médicos: a los maestros de escuela”. Esta novela es de 1881 pero ya en 1870 en la Revista de España dejó bien claras cuáles serían sus intenciones.
Galdós.- La cuestión de la educación es siempre un dilema aquí, más si cabe en los estudios superiores. No hablemos de nuestras Facultades, o ¿por qué no? Le diré que la Universidad abraza, a más de las Facultades de Medicina y Farmacia de que he hablado antes, las de Derecho, Filosofía y Letras, y Ciencias Exactas y naturales. Me extendería mucho si detallara las condiciones de la enseñanza en estas Facultades. Hay en la Universidad de Madrid mucho que admirar y también lo que censurar. El profesorado es, por punto general, brillantísimo; el número de alumnos matriculados es tan considerable, que apenas bastan las aulas a contenerlos. En los exámenes domina la benignidad. Salen anualmente de aquellos claustros muchachos notabilísimos que pronto se distinguen en las letras, en el foro y en la política, y otros muchos que se contentan con poseer un título.
María Guerrero.- Esto sí, sucede desde la más tierna infancia, maestros sin vocación o alumnado en manos clerigallas. Los cursos superiores si es que alguien llega a ellos se reserva a los burgueses y como usted dice, con manipulación.
Galdós.- El gran defecto de la mayor parte de nuestros novelistas, es el haber utilizado elementos extraños, convencionales, impuestos por la moda, prescindiendo por completo de los que la sociedad nacional y coetánea les ofrece con extraordinaria abundancia. Por eso no tenemos novela; la mayor parte de las obras que con pretensiones de tales alimentan la curiosidad insaciable de un público frívolo en demasía, tienen una vida efímera, determinada sólo por la primera lectura de unos cuantos millares de personas, que únicamente buscan en el libro una distracción fugaz o un pasajero deleite. Es imposible que en país alguno ni en ninguna época se haga un ensayo más triste y de peor éxito, que el que los españoles hacen de algunos años a esta parte para tener novela.
María Guerrero.- Con usted la novela contemporánea se puede decir que ha nacido, no podemos decir restaurada porque antes no existía, es nacer del realismo social. En vano algunos editores diligentes han acometido la empresa con ardor, empleando en ello todos los recuerdos de la industria librera; en vano las revistas y las publicaciones periódicas más acreditadas, han tratado de estimular a la juventud, prefiriendo algunas obras muy débiles de escritores nuestros, a las extranjeras, relativamente muy buenas; en vano la Academia ofrece un premio pecuniario y honorífico a una buena novela de costumbres.
Galdós.- Todo es inútil. Los editores han inundado el país de un fárrago de obrillas, notables sólo por los colorines de sus lujosas cubiertas; la prensa tiene que recurrir de nuevo a su sistema de traducciones; y raras veces llega al recinto de la Academia un manuscrito de mediano precio, pudiendo asegurarse que no pecan de severos los inmortales de la calle de Valverde al escatimar el premio mayor con una prudencia casi sistemática.
María Guerrero.- Este fenómeno es singular atendiendo a lo que la poesía lírica ha producido en este siglo, y el brillante período del teatro contemporáneo pero tal vez se encuentra una explicación satisfactoria fijándose en la especialísima índole de la novela de costumbres, y relacionándola con nuestro carácter y nuestra educación literaria.
Galdós.- Las personas dadas a la investigación, explican esto diciendo: los españoles somos poco observadores, y carecemos por lo tanto de la principal virtud para la creación de la novela moderna. La fantasía andaluza y castellana, que ha creado la más rica poesía popular que existe en la civilización cristiana, la literatura mística, y el gran teatro del siglo XVII, es completamente incapaz para el caso. Hemos hecho algo en la novela romántica, que ya está mandada recoger, y en la legendaria y maravillosa, cuyo prestigio desciende ya notablemente; pero la novela de verdad y de caracteres, espejo fiel de la sociedad en que vivimos, nos está vedada. El lirismo nos corroe, digámoslo así, como un mal crónico e interno, que ya casi forma parte de nuestro organismo. Somos en todo, unos soñadores que no sabemos descender de las regiones del más sublime extravío, y en la literatura como en política, nos vamos por esas nubes montados en nuestros hipógrifos, como si no estuviéramos en el siglo XIX y en un rincón de esta vieja Europa, que ya se va aficionando mucho a la realidad.
María Guerrero.- Cierto, somos unos idealitas desaforados, y más nos agrada imaginar que observar. Bien se está viendo que no hay gente menos práctica en toda especie de asuntos que esta buena gente española, que tanto ha dado que hacer al mundo en tiempos lejanos, y en las letras no es en donde menos se refleja esta disposición especial de nuestros espíritus. Sin embargo, puede asegurarse que en este punto la citada disposición es más bien accidental, hija sin duda de condiciones del tiempo, qué innata característica. Examinando la cualidad de la observación en nuestros escritores, veremos que Cervantes, la más grande personalidad producida por esta tierra, la poesía en tal alto grado, que de seguro no se hallará en antiguos ni modernos quien le aventaje, ni aún le iguale. Y en otra manifestación del arte, ¿qué fue Velázquez sino el más grande de los observadores, el pintor que mejor ha visto y expresado mejor la naturaleza? La aptitud existe en nuestra raza; pero sin duda esta degeneración lamentable en que vivimos, nos la eclipsa y sofoca. Hay que buscar la causa del abatimiento de las letras y de la pobreza de nuestra novela en las condiciones externas con que nos vemos afectados, en el modo de ser de esta sociedad, tal vez en el decaimiento del espíritu nacional o en las continuas crisis que atravesamos, y que no nos han dado punto de reposo.
María Guerrero.- Podríamos afirmar que la novela es un producto legítimo de la paz: al contrario de la literatura heroica y patriotera, no se cría sino en los períodos de serenidad, y en nuestros tiempos, rara es la pluma que no se ejercita en las contiendas políticas. No se espere hoy de los grandes ingenios otra cosa que diatribas muy bellas.
Galdós.- Hay además el gran inconveniente de las circunstancias tristísimas de la literatura considerada como profesión. Domina en nuestros pobres literatos un pesimismo horrible. Hablarles de escribir obras serias y concienzudas de puro interés literario, es hablarles de otro mundo. Todos ellos andan a salto de mata, de periódico en periódico, en busca del necesario sustento, que encuentran rara vez; y la mayor recompensa y el mejor término de sus fatigas es penetrar en una oficina, panteón de toda gloria española. Todos reposan su cabeza cargada de laureles sobre un expediente; y el infeliz que no acepta esta solución, y se empeña en ser literato a secas, viviendo de su pluma, bien podría ser canonizado como uno de los más dignos mártires que han probado las amarguras de la vida en este valle de lágrimas.
María Guerrero.- Entre tanto, por más que digan, aquí se lee mucho, y se lee de todo, política, literatura, poesía, artes, ciencias y sobre todo, novela. Pero esta gente que lee, estos españoles que gustan de comprar una novela y la devoran de cabo a rabo, estimando de todo corazón al ingenio que tal cosa produjo, se abastece en un mercado especial. El pedido de este lector especialísimo es lo que determina la índole de la novela. Él la pide a su gusto, la ensaya, da el patrón y la medida; y es preciso servirle. Aquí tenemos explicado el fenómeno, es decir, la sustitución de la novela nacional de pura observación, por esa otra convencional y sin carácter, género que cultiva cualquiera, peste nacida en Francia, y que se ha difundido con la pasmosa rapidez de todos los males contagiosos. El público ha dicho: quiero traidores pálidos y de mirada siniestra, modistas angelicales, meretrices con aureola, duquesas averiadas, jorobados románticos, adulterios, extremos de amor y odio, y le han dado todo esto. Se lo han dado sin esfuerzo, porque estas máquinas se forjan con asombrosa facilidad por cualquiera que haya leído una novela de Dumas y otra de Soulié.
Galdós.- El escritor no se molesta en hacer otra cosa mejor, porque sabe que no se la han de pagar; y esta es la causa única de que tengamos novela. El género literario en que ocupan con algún resultado nuestros desdichados literatos y el que sostienen algunas pequeñas industrias editoriales, es el de la novela de impresiones y movimiento, cuya lectura ejerce una influencia tan marcada en la juventud del día, reflejándose en nuestra educación y dejando en nosotros una huella que tal vez dura toda la vida.
María Guerrero.- La verdad es que existe un mundo de novela. En todas las imaginaciones hay el recuerdo, la visión de una sociedad que hemos conocido en nuestras lecturas. Tan familiarizados estamos con ese mundo imaginario que se nos presenta casi siempre con todo el color y la fijeza de la realidad, por más que las innumerables figuras que lo constituyen no hayan existido jamás en la vida, ni los sucesos tengan semejanza ninguna con los que ocurren normalmente entre nosotros.
Galdós.- Así es que, cuando vemos un acontecimiento extraordinariamente anómalo y singular, decimos que parece cosa de novela ;y cuando tropezamos con algún individuo extremadamente raro, le llamamos héroe de novela, y nos reímos de él porque se nos presenta con toda la extrañeza e inusitada forma con que le hemos visto en aquellos extravagantes libros. En cambio, cuando leemos las admirables obras de arte que produjo Cervantes y hoy hace Carlos Dickens, decimos: ¡Qué verdadero es esto! Parece cosa de la vida. Tal o cual personajes, parece que los hemos conocido. Los apasionados de Velázquez se han familiarizado de tal modo con los seres creados por aquel grande artista, que creen haberlos conocido y tratado, y se les antoja que van Esopo, Menipo y el Bobo de Coria andando por esas calles mano a mano con todo el mundo.
María Guerrero.- En la novela de impresiones y movimiento, destinada sólo a la distracción y deleite de cierta clase de personas, se ha hecho aquí cuanto habría que hacer, inundar la Península de una plaga desastrosa, haciendo esas emisiones de papel impreso, que son hoy la gran conquista del comercio editorial.
Galdós.- La entrega, que bajo el punto económico es una maravilla, es cosa terrible para el arte. Es como la aplicación del periódico a toda clase de manifestaciones literarias, y expresa una tendencia de nuestro siglo, la tendencia a aceptar para todo el sistema inglés de los muchos pocos, que aquella buena gente sabe aplicar a todo. Como quiera que sea, los recursos de publicidad aumentan considerablemente con la entrega. El libro, dividido de este modo, penetra hoja por hoja en todos los hogares, es accesible a las fortunas más modestas.
María Guerrero.- No vituperamos todavía este sistema; porque el mal no está en él. Como excelente medio de programación, la entrega ha podido difundir lo malo; pero en igualdad de condiciones puede extender lo bueno y darle una extraordinaria circulación con la rapidez y la ubicuidad del periódico.
Galdós.- No ha absorbido todo el público la clase novelas de que hemos hablado. Siempre hay un pequeño número de lectores para los ensayos que en otros géneros se han hecho. También aquí se ha intentado crear la novela de salón; pero es una planta ésta difícil de aclimatar. Verdad es que por lo general, valen poco las producciones de esta clase, que no sin imitaciones muy pálidas y muy mal hechas de la literatura francesa de boudoir. A esto contribuye en gran parte el afrancesamiento de nuestra alta sociedad, que ha perdido todos los rasgos característicos. Ya desde el principio del siglo pasado, la reforma de la etiqueta, la venida de los Borbones, la irrupción de la moda francesa, comenzaron a desnaturalizar nuestra aristocracia.
María Guerrero.- En el presente siglo aún existía un resto de aquellas costumbres caballerescas de la antigua nobleza; la parte principal del reinado de Fernando VII fomentó en ella su innata afición a los toros y a los frailes, al paso que le hacía perder sus cualidades seculares de noble orgullo y exagerado pundonor; y por fin, la mayor cultura de la presente época, la educación literaria recibida por casi todos los jóvenes de alta alcurnia, han modificado completamente la clase, alejándola de aquel vicioso y rancio españolismo que fue una degeneración de la primitiva caballerosidad castellana.
Galdós.- Hoy la aristocracia no es aventurera, ni petulante, ni idolatra de los toros, ni mojigata. Es una clase perfectamente reconciliada con el espíritu moderno; que ayuda a impulsar más bien que a entorpecer el movimiento de la civilización, y vive tan tranquila y pacífica en medio de una sociedad que ya no domina ni dirige, contenta de su papel, contribuyendo a la vida colectiva con lo que su influencia y su poder le permita, alternando con todos nosotros durante el día, y retirándose por la noche allá al recinto de sus salones, donde penetran ya toda clase de mortales. Por lo demás, los amantes de lo pintoresco y lo característico encontrarán a esta aristocracia un poco vulgar: la adopción del ritual francés para todas sus ceremonias, el continuo uso de aquella lengua y de sus fórmulas de cortesía, la afición, mejor dicho, el delirio por los viajes elegantes ha rematado esta obra de nivelación, asimilando a todos los nobles de la tierra. Por eso la novela de salón, de una tendencia puramente elegante y de sport, es entre nosotros una flor exótica y de efímera existencia. Además, el círculo de la alta sociedad es estrecho; nos interesa poco lo que hace esa buena gente allá en sus encantados retiros; es verdad que la pasión suele presentarse en ella con bríos extraordinarios, dando origen a sucesos de gran interés y novedad.
María Guerrero.- Es verdad, que hay allá arriba vicios trascendentales que no son distintos de los vicios de aquí abajo (aunque no mayores como se cree) y que son un gran elemento de arte ridiculizados o corregidos con habilidad, pero, o nuestros novelistas no saben tratar el asunto, o no han tenido el acierto de ser un poco mas generales, poniendo en contacto y en relación íntima, como están en la vida, todas las clases sociales.
Galdós.- La novela, el mas complejo, el más múltiple de los géneros literarios, necesita un círculo más vasto que el que le ofrece una sola jerarquía, ya muy poco caracterizada; se asfixia encerrada en la perfumada atmósfera de los salones, y necesita otra amplísima y dilatada, donde respires y se agite todo el cuerpo social.
María Guerrero.- Vamos que se presenta usted como un patriota de las letras que apoya una especie de comedia política.
Galdós.- Para crear la comedia política, no deben estudiar nuestros poetas las sordas intrigas y las delicadas maquinaciones de Beltrán de Rantzan y de Vaso de agua, ni imitar aquellaspendencias cortesanas en que las más veces una dama vencía a todo un experimentado diplomático. Nuestra política es menos artista, más descarada; en ella juega menos la habilidad y el talento que la osadía y la fortuna. El modelo que se presenta aquí a nuestros autores es magnífico; no necesitan buscarlo en Francia. Estudien nuestra sociedad y no a Scribe.
Seguramente, el estado actual de la política española, su agitación, sus polémicas, sus pasiones darán vida a ese género si los poetas estudian profundamente los elementos que este período de efervescencia les ofrece en lugar de inspirarse en el arte francés. Imítese a Scribe en su profundo estudio, en su espíritu de observación y análisis; pero no se imiten sus obras.
María Guerrero.- También hemos visto comedias de sentimiento, en que se ha pretendido moralizarnos; se nos han presentado los dulces lazos de la familia; las reyertas matrimoniales, siempre terminadas del mejor modo posible; pasiones infantiles que se resuelven en honestos consorcios; padres muy malos y madres penitentes; todo sazonado con mucho llanto, tal vez para favorecer la propensión lastimosa de alguna actriz mediana; se nos ha presentado galanes seductores muy tontos y niñas blandas muy necias; criados decidores y jamonas tiernas de corazón. Pero en tanto personaje no hemos visto un carácter; en tanta profusión de líneas y tintas no hemos visto una figura; ahí está todo, menos nuestras costumbres y los tipos de nuestra sociedad.
Galdós.- En el drama, un vacío completo. Ha aparecido algún mal engendro, en que se ha sacado a colación alguna donna perduta, que es fruta muy del gusto de los dramáticos modernos; algún héroe empequeñecido, algún célebre personaje desfigurado y mucho de mandobles y cintarazos.
María Guerrero.- La novela popular es la que únicamente ha sido cultivada con algún provecho, sin duda por las tradiciones de nuestra novela picaresca, cuyos caracteres y estilo están grabados en la mente de todos.
Galdós.- Es más fácil retratar al pueblo, porque su colorido es más vivo, su carácter más acentuado, sus costumbres más singulares, y su habla más propia para dar gracia y variedad al estilo. En el pueblo urbano, muy modificado ya por la influencia de la clase media, sobre todo en las grandes ciudades, la dificultad es mayor. Los nuevos elementos ingeridos en la sociedad por las reformas políticas, la pasmosa propagación de ciertas ideas que van penetrando en las últimas jerarquías, la facilidad con que un pueblo dócil o de vivísima imaginación como el nuestro acepta ciertas costumbres, hacen que sea más difícil y complicada la tarea de retratarlo. El pueblo de Madrid es hoy muy poco conocido: se le estudia poco, y sin duda el que quisiera expresarlo con fidelidad y gracia, hallaría enormes inconvenientes y necesitaría un estudio directo y al natural, sumamente enojoso. Se equivoca el que cree encontrar a ese pueblo en las obras de Mesonero Romanos.
María Guerrero.- El buen Curioso Parlante se quejaba de que hubiesen desaparecido las manolas, los chisperos, los covachuelistas, los lechuguinos, los antiguos barberos: él fue un pintor concienzudo de los nuevos tipos que produjo la transformación de nuestra sociedad hace treinta años; y tal vez estaría muy lejos de creer el ilustre madrileño, que bien pronto desaparecería también aquella falange de personajes que él vio nacer y que observó con singular maestría. Ya todo es nuevo, y la sociedad de Mesonero nos parece casi tan antigua como la de las antiguas fábulas, como la categoría de los rufianes, buscones, necios, corchetes, gariteros, hidalguillos y toda la gentuza que inmortalizó Quevedo.
Galdós.- En la novela de costumbres campesinas, Fernán Caballero y Pereda han hecho obritas inimitables. El primero ha pintado la buena gente de los pueblos de Andalucía con suma gracia y sencillez, retratando la natural viveza y espontaneidad de aquella noble raza. Sólo se bastardea y malogra su ingenio cuando quiere salir del breve círculo del hogar campestre. Fernán Caballero cae por tierra desde que quiere elevarse un poco, y nada hay más pobre que su criterio, ni más triste que su filosofía bonachona, afectada de una mojigatería lamentable. Pereda es un pintor muy diestro: sus Escenas Montañesas son pequeñas obras maestras, a que está reservada la inmortalidad. ¡Lástima que sea demasiado local y no procure mostrarse en esfera más ancha! El realismo bucólico y la extraña poesía de que sabe revestir a sus interesantes patanes, no pueden realizar por completo la aspiración literaria de hoy. Es aquello muy particular, y expresa una sola faz de nuestro pueblo. En un horizonte más vasto, aquel ingenio tan observador y perspicaz haría cosas inimitables, satisfaciendo esa secreta aspiración de toda gran sociedad a manifestarse en forma artística, produciendo una expresión o remedo de sí misma.
Se proyecta en el ciclorama. Un lector cualquiera pasar páginas de un libro en inglés, durante unos minutos se escucha la lectura en inglés de una de las obras más conocidas de Dickens.
María Guerrero.- Tanto a usted como a mi, nuestros contemporáneos, colegas varios han dicho que somos como la representación de la cultura francesa en España. Como si exclusivamente la corriente literaria se centrara en los egocéntricos franceses. Qué hay de los autores rusos…¿recuerda usted las conferencias que expuso Emilia Pardo Bazán en El Ateneo hablando de naturalismo, de espiritualismo ruso…?
Galdós.- Claro, cómo no lo voy a recordar. Las invasiones que la novela francesa hace en España son cada vez más frecuentes. Decaída y agotada la actividad de aquella generación que representaron Dumas, Sué y Feval, hoy aparece con los mismos caracteres la nueva pléyade genuinamente representada en Javier de Montepin, en Ponson de Terrail, en Paul de Kock y en otros. Parece incomprensible que haya dentro de la vasta esfera de la frivolidad humana entendimiento capaz de emplearse en la lectura de una novela de Ponson de Terrail; pero aunque parece imposible, es cierto que tales obras se leen, lo cual constituye el delito más grave después de escribirlas.
María Guerrero.- Creo que usted -ahora me viene alguna incursión sobre Shakespeare comparado en positivo a Calderón, visto en negativo por usted- prefiere la tradición anglosajona como influencia o elección a la hora de ser un lector culto.
Galdós.- La relajación de gusto que esto indica no es comparable a ninguno de los extravíos que en otras épocas han embotado el instintivo criterio del público. Todos los malos escritores que han pasado a la posteridad por ser patronos de una literatura degradada, han adquirido injusta popularidad por haber empleado mal su ingenio, por haber abusado de él, tal vez por haber fomentado la nociva exageración de una buena facultad; pero lo que pasa en el día con los novelistas más populares de Francia es inconcebible; no busquéis allí los más leves vestigios de ingenio; en sus páginas no hallaréis el resplandor debilitado de un talento que fue, ni el desorden producido por la exageración de una facultad excelente. Desde la primera página hasta la última campea en todas las obras de esta clase una estupidez suprema, la esencia más pura de lo absurdo, de lo necio, de lo grosero, de lo indecente. No le deis a la generalidad del público otra cosa. Pocos son los que tienen la suficiente aptitud para saborear las páginas de La comedia humana.
María Guerrero.- No confía en nuestro público lector…(con cierto estupor)
Galdós.- Si se duermen leyendo a Balzac estos señores, abastecidos con el forraje intelectual de los pesebres ponsonianos, ¿cómo sería posible hacerles leer una novela de costumbres inglesa, una novela de Goldsmith o de Sterne, de Dickens o de Thackeray? “Yo leo novelas para reír” dicen algunos, “yo leo novelas para sentir impresiones fuertes” dicen otros…por lo que a los que de modo tan exclusivo buscan en la lectura de novelas la provocación y el estímulo de sus sentimientos adormecidos, no les mandéis leer una novela inglesa. No sabrán reír con Sterne, ni llorar con Richardson, ni horrorizarse con Poe.
María Guerrero.- Sí, sí pero usted prefiere la literatura inglesa.
Galdós.- Tiene razón; los ingleses no sabrán hacer nada de estas cosas que tanto gustan al público ávido de impresiones, pero en cambio ¡qué hermosa pintura de las escenas del hogar! ¡qué admirable exactitud en los bosquejos de la naturaleza! Los tipos que vivifican sus cuadros son acabados retratos de lo general, de lo que más abunda en la naturaleza humana. No veréis nunca allí esos seres estrambóticos, anómalos e imposibles de cuerpo y de espíritu, que tanto abundan en las novelas francesas. Encontraréis siempre lo patético y aun lo terrible, suavemente hermanado con lo cómico y aun con lo grotesco; pero en los perfiles y colores que caracterizan las frases diversas de la individualidad y de la acción humana, no hallaréis las huellas de ese tosco pincel, de esa brocha grosera con que embadurnan sus lienzos Ponson y comparsa. Os admirará su tacto en la elección de asuntos, cualidad importantísima cuando pintar escenas sociales se trata. La vida inglesa les proporciona abundante materia para sus escenas, y estas escenas son animadas por una extraordinaria multitud de tipos nacionales, trazados con admirable verdad; combinando después estos caracteres en una acción natural, lógica, sobria de incidentes y rebuscados efectos, tal cual vemos comúnmente entre nosotros la natural serie y enredo de los sucesos ordinarios. Y si, sin duda, el más popular de los novelistas ingleses, el que con más belleza y exactitud ha pintado los hermosos cuadros de la vida inglesa, dando vida por el estilo y la narración a innumerables caracteres, es Carlos Dickens.
Salen de la escena mientras se proyectan imágenes de médicos afamados, muy amigos de Galdós como Federico Rubio, Tolosa Latour, Marañón…
En la gloriosa vejez de don Benito Pérez Galdós hay una amargura muy grande. Sus ojos escrutadores, que supieron penetrar en el fondo de las almas y de las cosas, están sin luz. Con resignación asombrosa sobrelleva el maestro su desdicha, pero a pesar de ese temple de su ánimo, se observa claramente que la obscuridad que las cataratas llevaron a sus ojos, llena también su alma de sombras.
María Guerrero.- Maestro, hablemos de nuevo de sus amigos los médicos, de Tolosa Latour…es increíble como ha apoyado usted a una lista interminable de amigos y aficionados a las letras. Bueno por dentro y por fuera maestro.
Galdós.- No puedo considerar como casual el hecho de que muchos afamados médicos hayan sido artistas notables, cultivando con éxito las letras o la oratoria, la poesía o la música. Existe indudable concordancia entre aptitudes que, ante la mirada vulgar, parece que rabian de verse juntas. El sentimiento de la Naturaleza, la observación y el amor a la Humanidad, germinan en el alma del médico que ejerce con elevadas miras su profesión, y no pueden menos de producir una florescencia artística que se manifiesta con caracteres diversos. Si el arduo trabajo profesional no permite a muchos ofrecer al mundo estas flores del espíritu en forma determinadamente literaria, es, en cambio, muy común que maestros eminentes de la ciencia médica expresen sus ideas en la cátedra o en la conversación con elegancia y galanura.
María Guerrero.- Los que tratamos al doctor Asuero no olvidaremos nunca la gracia seductora con que hablaba, su dominio de la frase imaginativa y el donaire con que revestía el conocimiento científico de elegantísimas galas retóricas. Era verdadero poeta, sin dejar de ser profesor de los más esclarecidos.
Galdós.- Los enfermos recibían de su trato un consuelo efectivo, y al quererle con filial ternura facilitaban la acción médica de un modo pasmoso. Ejercía como una fascinación sobre el paciente, ganándose su afecto o infundiéndole alegría y confianza. Otros ejemplos de esta clase se podrían citar. En cuanto a los médicos que han manifestado su aptitud artística produciendo hermosas obras literarias, podría citar muchos, españoles y extranjeros. De una manera o de otra, dicha aptitud existe y existirá siempre en los cultivadores fervientes de la medicina, y se avalora con la observación, con la piadosa tristeza que les infunde el continuo estudio del dolor físico y de las miserias y debilidades de nuestra especie. Lo que comúnmente se llama ojo médico no es más que intuición, que obra en el terreno físico por ejercitarse en él con preferencia; misteriosa facultad de un espíritu zahorí, que sabe sorprender en la exterioridad de nuestros semejantes el reflejo de sus desórdenes fisiológicos.
María Guerrero.- Comprendo sin esfuerzo que los hombres consagrados al examen del mal físico sientan verdadera avidez para expresar en forma artística lo que ven y oyen en su continuo comercio con la humanidad más espiritual.
Galdós.- Muchos de ellos no tienen tiempo ni ocasión de satisfacer su anhelo, ore proceden ante las dificultades técnicas, otros procuran vencerlas, y producen obras estimables. Los más viven siempre apartados de toda tentativa de este género, callándose muy buenas cosas, archivando experiencias y casos que nos serían muy útiles a los que tenemos por oficio el pintar la vida y el dolor, y estudiamos nuestro asunto menos directamente que el médico, a mayor distancia de las verdaderas causas, y fijándonos en la naturaleza moral antes que en la física. Creo más fácil llegar al conocimiento total de aquella por el de ésta, que dominar la moral sola, sin tener en cuenta para nada o para muy poco el proceso fisiológico. Por eso envidio a los que poseen la ciencia hipocrática, que considero llave del mundo moral; por eso vivo en continua flirtation con la Medicina, incapaz de ser verdadero novio suyo, pues para esto son necesarios muchos perendengues; pero la miro de continuo con ojos muy tiernos, porque tengo la certidumbre de que si lográramos las conquistarla y nos revelara el secreto de los temperamentos y de los desórdenes funcionales, no sería tan misterioso y enrevesado para nosotros el diagnóstico de las pasiones.
María Guerrero.- Las escapatorias de los médicos al campo de las letras revelan elevación de espíritu, y el que consagra sus horas de descanso a referirnos en narraciones amenos lo que siente y observa al lado de los enfermos, me parece que perfecciona sus servicios a la Humanidad, y que merece doble estimación.
Galdós.- Si tú no curaras, podríamos cercenarte el encomio, concretándolo sólo al mérito literario; pero como curas y trabajas con afán y caridad, visitando diariamente a multitud de desgraciados, hemos de tributar a tus pasatiempos un aplauso entusiasta, proclamando muy alto que tus Niñerías so narraciones de la ida real, interesantes y sinceras, en las cuales el sabor artístico no perjudica a la intención docente, y que en ellas adivinamos, aunque parezca extraño y paradójico, las bellezas de la terapéutica, los hechizos de la neuropatía, de la higiene y de otra porción de señoras a quienes muchos creen absolutamente privadas de gracias personales.
María Guerrero.- El fenómeno más visible de los tiempos actuales en cosas literarias es la decadencia del teatro y el desarrollo de la novela. Esta desilusión del teatro es general; en Inglaterra y Alemania casi no existe; en Francia y en Italia agoniza. En España ha tenido hasta hace algunos años vigorosa existencia. De improviso casi, porque esto se refiere a un período relativamente breve, el público ha empezado a mostrarse esquivo. No es que falten obras buenas. Algunas se escriben, aunque no son muchas ni superiores; el fenómeno verdaderamente desconsolador para los dramáticos es que el público no se entusiasma ya como se entusiasmaba antes. Gusta una obra la noche de su estreno, al día siguiente la elogia la Prensa: “parece que ha habido un éxito. Pues pasan cinco noches, y la obra desaparece de los carteles porque no va un alma a verla. Una obra mediana duraba antes quince o veinte días en los carteles; ahora la que dura seis puede considerarse excepcional”.
Galdós.- En cambio la novela cunde y se hace camino. El público la favorece cada día más. Me acuerdo del tiempo, no muy lejano, ciertamente, en que aparecía una novela y se estaba meses y meses en las librerías sin que nadie le dijera una palabra. En aquel tiempo todo joven escritor tocado de la ambición de glorias, y que creía o sospechaba tener algo dentro de la cabeza, se lanzaba al mundo de las letras con el indispensable tomo de poesías o con el consabido dramita. Lo primero que se le ocurriría a un alumno de las Musas era componer una pieza dramática, porque no se concebía la gloria alcanzada por otro medio.
María Guerrero.- ¡Cuántos han soñado el bullido de un estreno, con el éxito de una noche que era el éxito de toda la vida y el bautismo de la religión literaria!
Galdós.- No existe quizá en la república de las letras acá por estas tierras meridionales un solo ciudadano que no haya llamado a las puertas de la tal república con el indispensable drama o comedia original y en verso. Los tiempos han cambiado en pocos años. Hoy todo el que viene trae debajo del brazo un voluminoso paquete de cuartillas, las cuales o no son nada o son una novela hecha y derecha. Los de provincias vienen a Madrid a buscar un editor o a publicarlas por sí mismo; los de Madrid hallan fácil manera de darse a conocer en las revistas. Todo principiante novelea ahora, como antes dramatizaba. Los poetas van siendo cada vez más raros. Los grandes maestros y demás secuaces publican sus obras y son recibidas con aplauso; pero no sale gente nueva a engrosar aquellas filas de Apolo, que antes eran un verdadero batallón.
María Guerrero.- Para falange numerosa, la de novelistas. Si esto sigue así, pronto no será fácil contar a los cultivadores de este interesante arte de pintar la vida humana.
Galdós.- El presente invierno ha sido fecundísimo, dándonos a conocer multitud de nombres nuevos, algunos de los cuales son ya esperanza de las letras. Citaré las novelas publicadas de dos meses acá. Esperanza y Caridad, del joven escritor don Alfonso Pérez de Nieva es una narración interesante y llena de naturalidad que revela felices disposiciones. Este escritor, ya conocido por el lindo libro El año, es muy joven aún, y se espera mucho de él. Martínez Barrionuevo es un escritor malagueño, hasta ahora desconocido en Madrid, que en la novela La Generala muestra aptitudes nada comunes de novelista.
María Guerrero.- Sí, pero hábleme de los que considera un poco más.
Galdós.- Dejo entonces para este momento culminante a los que ya considero como maestros. Oller, Palacio Valdés y otros no hacen ahora sus primeras armas, y son muy conocidos desde hace algún tiempo. Oller escribe sus novelas en catalán, privando así a la mayor parte de los españoles del placer de leerlas. El catalán es más difícil de lo que parece a primera vista, seduce poco, no es de esas lenguas que se pegan. Cuando la necesidad nos obliga a leerlo, rara vez permanecen en nuestra memoria sus giros y su vocabulario, y si cuesta algún trabajo aprenderlo, no cuesta ninguno olvidarlo. Que Oller, uno de los más insignes catalanes y uno de los primeros novelistas españoles, escriba sus admirables obras en catalán, es verdadera desdicha. Dice él que no siente en castellano; pero me consta que lo sabe escribir magistralmente, y sin duda entran por mucho en su catalanismo los resentimientos regionales, algunos no injustificados. Ese empeño de dar vida literaria a una lengua que no la tenía, nos priva de uno de los escritores más ingeniosos y más inspirados de la época presente. Comprendo que los resucitadores del catalán literario consigan su objeto dentro de la poesía, porque la poesía vive perfectamente en los idiomas ingenuos y sin cultivo, casi mejor que en los muy trabajados; pero querer hacer en catalán la novela contemporánea que requiere una dicción extraordinariamente rica y flexible, me parece absurdo, con perdón sea dicho del insigne colega Oller, que podrá escribir en castellano, si quisiera, sin que sus admirables creaciones perdieran nada, antes bien ganando mucho.
María Guerrero.- Y esto se comprende observando que el catalán no tiene construcción propia. La sintaxis es la castellana y solo varían las voces, según he leído. No puede desconocerse que en ciertos pasajes de ternura y en los diálogos o cuadros de un carácter popular, la lengua catalana tiene cierto encanto, por su misma ingenuidad, por el dejo quejumbroso de los diminutivos, pero desde que el narrador sale de estos terrenos, la lengua se le revela, no tiene más remedio que recurrir al español catalanizado, por el dialecto carece de recursos para todo lo que es de un orden ideológico.
Galdós.- Me parece que, al fin y a la postre, Oller se convencerá de esto, y vendrá a Castilla, donde puede tener seguramente bastante mayor número de lectores que en Cataluña. Vale tanto, que sus obras si estuvieran en lengua inteligible, serían recibidas como pan bendito en España y en América. Las obras del insigne barcelonés son dos tomos de cuentos y novelitas cortas, titulados Notas de color, y Croquis del Natural, y las novelas La Papallona y Vilaniu. Esta última es la más reciente. Seguramente será poco conocida en América esta literatura, fuera de los círculos propiamente catalanes, y es gran lástima que así sea, porque no es posible imaginar mayor viveza en las pinturas, ni una tan simpática y fácil naturalidad. En los dos tomos de obritas que he citado hay cuadros cuya belleza y verdad no puede ser superada. La observación de Oller es de verdadero artista y de poeta. La Papallonaes novela encantadora. Fuera del final, que aprecié un poco artificioso, nada hay en ella que no sea de maestro. Observación, sentimiento y esa poesía extraída de la verdad del hecho, ese prestigio de la narración sincera que no puede expresar la crítica, forman el tejido de esta hermosísima obra. Se ha traducido al francés, con un prólogo de Zola, y después fue traducida al castellano.
María Guerrero.- Vilaniu es un cuadro de costumbres de población pequeña, en que reinan la envidia, la maledicencia y las intrigas de campanario. Hay en ella menos sentimiento que en La Papallona, pero una observación más firme y completa, y un estudio más profundo de la vida humana. Los caracteres están tan bien pintados que se confunden en nuestra mente con la realidad. El ambiente, el fondo, el teatro, digámoslo así, es de tal naturaleza, que el lector cree haber vivido en Vilaniu y tratado a sus habitantes.
Galdós.-Pidamos a Dios que le toque el corazón al buen Oller para que nos dé sus obras en lengua que entendamos, y renuncie a la empresa loca de infundar al catalán una vida que ha de ser puramente galvánica. Ingenios tan sobresalientes se deben al mayor número, pertenecen a la patria común, que les reclama y les reclamará hasta que vengan. Tarde o temprano vendrán.
María Guerrero.- Concluyo señor Galdós en que la lengua castellana, el español es donde usted se encuentra como pez en el agua. ¿Qué opina de la lengua de las Vascongadas, maestro?
Galdós.- Por sabido se calla que el pueblo vascongado es viril cual ninguno, con fisonomía típica y propia, que determinan más su extraña lengua, no semejante a ninguna de las vivas y su secular legislación foral, así en lo civil como en lo político. Nada diré de la lengua, que desconozco en absoluto. A los que sostienen que es hermosa y que con ella se expresa todo lo que se quiere, les creo bajo su palabra. En cuanto al régimen foral, hay en él mucho que debe conservarse, a despecho de la unidad. Argumento vivo a favor de la independencia administrativa de aquellas provincias son sus inmejorables servicios provinciales y municipales y la honradez inteligente de su administración.
María Guerrero.- Y si los vascos tienen su lengua y su legislación popular y castiza, tienen también su poesía, sin ningún lazo de unión con la castellana, poesía que expresa la dulce melancolía de los valles pirenaicos y la robusta virilidad de la raza, prodigiosamente fecunda, dotada de grandes condiciones para luchar con la naturaleza, así en el mar como en la montaña, raza de marinos audaces, de soldados valientes, y también artistas y poetas.
Galdós.- Los poetas vascos son eminentemente populares, verdaderos vates o bardos, salidos de las clases más humildes de la sociedad, hombres inspirados que han sabido traducir al lenguaje los ecos misteriosos de los valles y el aliento vigoroso de la raza que los puebla. Jamás tuvieron nociones del saber retórico que se aprende en las aulas de nuestros institutos, y no tienen precedente más que los trovadores de la Edad Media; son improvisadores que, en presencia del pueblo, congregado bajo los castaños en candorosa huelga, sienten la inspiración y aciertan a expresar las ideas de todos en endechas, que al punto pasan al dominio total de la raza y se archivan en la memoria del pueblo; endechas no escritas, transmitidas fielmente de boca en boca. A esta clase de poetas perteneció José María Iparraguirre, que un día, cuarenta años ha, improvisó el cántico Guernicaco arbola, consagrado al árbol venerable, bajo cuyas ramas se congregaron durante diez siglos los legisladores de su país.
María Guerrero.- Repetido después aquel cántico de generación en generación, ha venido a ser el himno euskaro, que a la vez expresa alegría y tristeza, canto de fiesta y de luto, de amor y de guerra, en el cual parecen condensarse todos los sentimientos del alma vascongada.
Galdós.- Y el hombre que, al son de una vieja guitarra, improvisó aquellas estrofas, componiendo al mismo tiempo la letra y la música, no conocía la técnica del arte de Mozart, ni tampoco las reglas de la metrificación y rima. El entusiasmo que el célebre zortzico despierta en la gente euskara es tal, que en algunos pueblos se arrodillan los sencillos aldeanos cuando lo oyen cantar. Si queréis que en un vascongado se despierte una especie de frenesí patriótico, haced que oiga el famoso zortzico. En el país vasco hasta las piedras se animan cuando suena el Guernicaco arbola, entonado por las potentes y bien acordadas voces de los mocetones de aquella tierra. ¿Qué poeta de los que ahora se estilan, más o menos académico o inspirado, según el concepto retórico de la inspiración, puede vanagloriarse de producir un efecto semejante ante el público para quien escribe? Ninguno. Publica el poeta contemporáneo sus mejores versos: sale la crítica diciendo que son magníficos: los lee mucha gente; pero nadie los canta ni los repite; nadie se entusiasma con ellos, ni se forma ese inmenso coro, que es la asimilación por todo un pueblo de los sentimientos del poeta. Además, los poetas reconocidos por tales en las literaturas contemporáneas, nos hablan mucho de su lira, y siempre están a vueltas con el dichoso instrumento, que no existe más que en su imaginación. No hay tal lira: los llamados poetas escriben fingiendo que cantan, sin lograr engañar a nadie. Su inspiración, si la tienen, es exclusivamente literaria y el estero una figura retórica como otra cualquiera.
María Guerrero.- Iparraguirre sí tenía lira, pues tal nombre hay que dar a la guitarra vieja que usaba. De las cuerdas de ella sacó acentos imperecederos: cantó, fue oído, y su canto persistirá en la memoria de los pueblos.
Galdós.- Y ocurre preguntar: ¿qué quedará, de aquí a tres o cuatro siglos, de todas esas odas, silvas, sonetos y canciones que han dado celebridad a tantos y eximios poetas? No será aventurado asegurar que de toda esa cosecha de hermosas rimas no subsistirá nada, y que cuando se hayan podrido en las bibliotecas los libros que las contienen, todavía se cantará y se bailará la letra y música de Iparraguirre, compuestas sin pretensiones, sin que el poeta pensase en la inmortalidad, ni tuviese ninguna idea del tiempo que puede durar en la mente del vulgo una idea, un acento, una combinación de sílabas y notas. Las similitudes y correspondencias entre Cervantes y Galdós son tantas y tan manifiestas, que casi huelga señalarlas. Cervantes creó el género novelesco, este modo característico de la Edad Media; Galdós lo ha llevado a su término más cumplido de perfección y madurez…Cervantes y Galdós, como dos montañas, fronteras y mellizas, están separados por un hueco de tres siglos. Hay también montes muy empinados y majestuosos; pero ninguno, a lo que presumo, alcanza la altura de aquellas dos montañas, mellizas y señeras. Cervantes no llegó a ser el primer autor dramático de su época; Galdós lo es, sin disputa y uno de los primeros entre los de cualquier época y comarca.