
Antonio Chazarra Montiel, profesor emérito de Hª de la Filosofía
Las dudas son cosa intelectual: hay que contar con ellas por honradez y dialéctica. Gonzalo Torrente Ballester
El 25 de diciembre se cumplirán setenta y cinco años de la muerte de Xavier Villaurrutia. Fue, sin duda, un poeta profundo, desgarrado, auténtico, oscuro y complicado. Por diversas razones, entre ellas, el aislamiento al que nos sometieron, no es conocido entre nosotros.
Su lectura es envolvente, fascinante, original y capaz de proezas verbales inauditas. Estoy pensando en el verso final de su poema “Epitafios” perteneciente al libro “Canto a la Primavera y otros poemas”.
Despertar es morir ¡No me despiertes!
Es enigmático y esencialmente sufriente. Pocos poetas han tratado con tanta insistencia y acierto los temas del tiempo y la muerte. Solo aquellos dotados con un especial halo poético, son capaces de encontrar los tejidos y pliegues de la realidad, que a los demás les pasan desapercibidos. Se siente aprisionado, casi siempre, un tanto ajeno. El grito y la rebeldía son para él formas de relacionarse con un mundo hostil.

Incuestionablemente culto y un tanto barroco, con ese barroquismo tan mexicano. Dotado de una sensibilidad inteligente, exquisita y un tanto feroz y lacerante. Su poesía guarda un difícil equilibrio entre exactitud, rigor y una pasión que lo consume y desborda.
Es un poeta inconformista y depresivo. Se yergue contra todo aquello que considera artificial y engañoso. Contradictorio, solitario y con una herida vital que lo corroe.
Sombrío y desasosegante. Octavio Paz ha escrito sobre él hermosas páginas. El reciente Premio Cervantes, Gonzalo Celorio, también traza apuntes y comentarios brillantes en “Ese montón de espejos rotos”.
Quizás lo que más llama la atención de su poética –al menos a mi me sucede- es su diálogo constante con la muerte, así como su desazón y amargura hacia el futuro.
Hay en él no poco de escepticismo que conduce su poesía hacia un crudo relativismo. Sobre todo, es sorprendente su nostalgia de la muerte con la que dialoga y lo acompaña siempre.
Su palabra se alza de forma contundente y creativa contra las visiones tópicas de lo establecido. La poesía de Javier Villaurrutia es una forma de expresar su lucha y resistencia contra toda visión tópica y mezquina de la realidad.
Es en la sombra donde con mayor intensidad surge la esperanza… también, la depresión. La palabra auténtica es para él algo firme a lo que aferrase en su permanente construcción y deconstrucción de sentido. No hay certezas ni soluciones. Vivir consiste en eso.
Cultivó no sólo la poesía sino la crítica literaria y el teatro. Fue miembro del conocido como “Grupo de los Contemporáneos” junto con Salvador Novo, Jaime Torres Bodet, Gilberto Owen, José Gorostiza, Antonieta Rivas Mercado, Clementina Otero y Jaime Cuesta, entre otros.
Los Contemporáneos, que a sí mismos, se denominaban “Grupo sin grupo”, aspiraban a ir más lejos y estar más allá de las vanguardias, del modernismo y de una imitación mecánica de movimientos europeos como el surrealismo.
Es interesante, desde luego, mencionar las revistas que creó y en las que colaboró activamente, como “Contemporáneos”, “Ulises” o sus colaboraciones literarias en el “Diario Novedades” en su sección México en la Cultura.
A su muerte, Margarita Paz Paredes, poeta y periodista mexicana, expuso con sutileza y conocimiento de causa: “Hemos perdido a la voz poética más hondamente delicada de la poesía de México”. Además, Margarita nos legó hermosos poemas y páginas repletas de humanismo, filantropía y derechos del pueblo.
Xavier Villaurrutia vivió, desde mi punto de vista, un exilio interior y un fuerte desarraigo que, frecuentemente, lo situaba al borde del abismo sin caer nunca en un enquistamiento paralizante. Su soledad, no obstante, fue fecunda. No es cierto que la soledad conduzca al aislamiento, también, da origen a una visión de la realidad surgida desde dentro.
Puede decirse que la disidencia fue su manera de estar en el mundo. Procuraba no exponerse y estar al margen de las afiladas herramientas de hostigamiento que lo cercaban. Se jactaba de no pertenecer a tribalismo alguno. La angustia aísla, mas no cayó nunca en un sistema cerrado de pensamiento.
Su homosexualidad, obviamente, le generó contradicciones en un ambiente tan homófobo y patriarcal como el que le tocó vivir.
Su inquietud intelectual le llevó a practicar diversos géneros y a adentrarse en muchos y variados terrenos. A título de ejemplo, no es muy conocido, que junto a Fernando Fuentes escribió el guión de la película “Vámonos con Pancho Villa” (1935).
En cuanto a su poesía, que en un principio estuvo influenciada por el surrealismo, conforme fue madurando se va tiñendo de oscuridad, de imágenes de abandono, desolación y de una presencia cada vez mayor de la muerte, a la que concibe como algo cercano.
Varios críticos consideran su obra poética de mayor calado, “Nostalgia de la muerte” (1938), incuestionablemente de una gran calidad. Es relevante como somete la emoción a la vigilancia y exigencia de las facultades intelectuales.
Otra faceta suya, es la de autor dramático. Nos ha legado obras de gran interés influenciadas por Sigmund Freud y por la mitología. Así “Hiedra” se centra, revive y actualiza el mito de Fedra. Para mí es de gran interés, su “Invitación a la muerte” una adaptación e interpretación del Hamlet shakesperiano.
En un poeta es, siempre, relevante conocer sus lecturas y sus referentes. En el caso de Villaurrutia podemos citar a Paul Valéry, Marcel Proust, Chales Baudelaire, Jean Cocteau, T.S. Eliot, Juan Ramón Jiménez, Antonio Machado y, por encima de todos, André Gide. Entre sus libros ocupaba un lugar preferente “El regreso del hijo pródigo”.
Sus inquietudes lo llevaron a escribir un ensayo “Textos y pretextos” (1949), que merece la pena conocer por la agudeza de sus comentarios. Tradujo al español obras de Antón Chéjov, William Blake o su admirado André Gide.
Ha dejado una profunda huella en la cultura mexicana. Me parece especialmente importante, que en 1955, poco después de su muerte, se crease el premio Xavier Villaurrutia, que se otorga cada año al mejor libro editado en México.
Me ha parecido siempre de especial relevancia su idea, casi obsesiva, de que la muerte es un hecho que camina al lado de cada uno de nosotros, aunque a veces prefiramos mirar para otro lado.
Tal vez, su homosexualidad se ponga especialmente de manifiesto, en versos como este:
“Prisionero de ti, vivo buscándote en la sombría caverna de mi agonía”
Causan admiración, no exenta de cierto espanto, fragmentos como los siguientes, extraídos de “Nocturnos”
“Tengo miedo de mi voz
y busco mi sombra en vano”,
Nocturno grito
“Muda telegrafía a la que nadie responde
porque el sueño y la muerte nada tienen ya que decirse”
Nocturno en el que nada se oye
“Y la angustia de verse fuera de sí, viviendo,
y la duda de ser o no ser realidad”
Nocturno miedo
Quizás, el poema “Décima muerte”, dividido en diez apartados, sea el más logrado. Ahí encontramos fragmentos como estos:
“¿No serás, Muerte, en mi vida,
agua, fuego, polvo y viento?”
-..-
“¿Qué será, Muerte, de ti
cuando al salir yo del mundo,
deshecho el nudo profundo,
tengas que salir de mi?”
Y para concluir, esta enigmática y paradójica contradicción, con que finaliza la decima parte:
“Para llenar mi esperanza
no hay hora en que yo no muera”
Para Xavier Villaurrutia la verdad –si es que hay alguna- se descubre a través del dialogo y la duda. La noche embriaga con un perfume envolvente. El brillo de una estrella es un momento de esplendor en medio de tinieblas. La suya es una resistencia activa. Morir de alguna forma y de cierta manera, es despertar.
Xavier Villaurrutia sabe escuchar la música que acompaña el lenguaje y convertirla en poemas. Su poética es descarnada y remite –con escepticismo- a un mundo sin certezas.
Busca la palabra exacta y precisa, desde la dolorosa oscuridad que desgarra y destruye. Ha aprendido –de forma dura y agónica- a descifrar el jeroglífico de los conflictos interiores.
Su voz, es un grito que quema, donde está presente la melancolía, la tensión dialéctica y un afán de cosmopolitismo. Su palabra vincula la sutileza y la ironía.
Hay pájaros de alas rotas que han ido dejando sus plumas en su vuelo… hasta no ser otra cosa, que seres mutilados.
En sus poemas alienta la esperanza y un pronunciado instinto moral. Los itinerarios que emprende son, con frecuencia, absurdos y dejan un regusto amargo: el de sentirse prescindible.
Un vacio –un agujero negro- amenaza con tragarnos, mas la conciencia se niega a perecer. Esa batalla dialéctica y contradictoria es una constante en su poesía.
Antes de poner fin a estas reflexiones, quiero citar un fragmento del poema “Plegaria” que, en cierto modo, sintetiza su poesía rebelde y angustiada.
“Mis pies no quieren ya peregrinar,
de todos los guijarros han sufrido la herida,
están tan destrozados que se niegan a andar…”
En la poética de Xavier Villaurrutia se da la paradoja de que la ausencia es a veces esperanza y otras, limitación. Tanto en su vida como en sus creaciones es perceptible que cuando no se está de acuerdo consigo mismo, lo que hace daño al interior hay que confesarlo y exteriorizarlo con amargura y rabia.
Está convencido de que al arte se llega por el camino áspero del sufrimiento. Solo se pone el pie en lo absurdo e irracional, cuando lo racional está agotado.
Es mucho lo que podría decirse de la poética de Xavier Villaurrutia. Por eso, esta reflexión es sólo una muestra y un pequeño anticipo de lo mucho que podría ahondarse en su obra intelectual, que por desgracia, es ampliamente desconocida entre nosotros. En cierto modo puede afirmarse, sin demasiada exageración, que es un creador sin epígonos.
Chus Visor en el prólogo que escribió para la colección de poesía de El País, nos legó unas palabras de Villaurrutia sobre las que merece la pena, detenerse un momento y meditar: “La gran preocupación de la poesía debe ser la expresión del drama del hombre, y este drama ha de ser verdadero. Toda la poesía no es sino un intento para el conocimiento del hombre”.
Octavio Paz, a quien me gusta citar, por la profundidad de su pensamiento y la calidad de su poesía, dijo de él que casi todo lo que escribió es y será perdurable.
Estas breves anotaciones sólo pretenden despertar el interés y propiciar un encuentro fecundo con sus poemas desgarrados, profundos y más metafísicos de lo que se ha venido afirmando, con cierta ligereza.
Este encuentro para los “paladares poéticos” será un auténtico deleite.
Sólo espero que quienes se aventuren a este encuentro tengan presente que Latinoamérica nos ha entregado, a quienes compartimos una misma lengua, un elenco de poetas que merece la pena conocer y cuya ignorancia, olvido y postergación hay que apuntarla, sin duda, en nuestro debe.















