
Observatorio Negrín-Galdós

San Bartolomé fue uno de los doce apóstoles originales de Jesucristo, tradicionalmente identificado con Natanael en el Evangelio de Juan. Según el relato bíblico, Natanael tuvo un primer encuentro memorable con Jesús cuando Felipe lo invitó a conocer al Maestro; inicialmente escéptico (“¿De Nazaret puede salir algo bueno?”), Natanael reconoció a Jesús como Hijo de Dios tras oírle revelar un detalle íntimo de su vida (que lo había visto bajo la higuera). Tras esta experiencia, Bartolomé/Natanael se convirtió en discípulo fiel de Cristo.
Poco se menciona explícitamente de Bartolomé en las Escrituras, pero la tradición cristiana le atribuye una gran labor misionera tras la resurrección de Jesús. Se dice que llevó el mensaje del Evangelio a tierras lejanas, predicando en regiones como la India, Armenia, Mesopotamia e incluso Etiopía. Su celo evangelizador estuvo acompañado de grandes dificultades y persecuciones, que afrontó con valentía y fe inquebrantable.
San Bartolomé culminó su vida apostólica con el martirio, testimoniando su fe con la entrega de su propia vida. La tradición señala que fue martirizado por predicar la fe en Cristo, sufriendo un tormento especialmente cruel: se cuenta que fue desollado vivo (es decir, le arrancaron la piel) mientras aún estaba con vida. A pesar de tan horrendo suplicio, Bartolomé no renunció a su amor a Cristo, convirtiéndose en símbolo de entrega total. Por ello, en el arte sacro se le suele representar llevando un cuchillo (instrumento de su martirio) y, a veces, su propia piel en el brazo, símbolo de su sacrificio por la fe. La Iglesia Católica celebra su festividad litúrgica el 24 de agosto en el rito latino (fecha adoptada también por la Iglesia en Canarias). A través de los siglos, San Bartolomé ha sido venerado como modelo de fidelidad y valor, y se le considera patrono de oficios relacionados con el cuero y las pieles (curtidores, encuadernadores, zapateros, etc.), en alusión a su martirio. Su figura inspira a los creyentes a vivir con autenticidad la fe y a estar dispuestos a grandes sacrificios por amor a Dios, tal como él lo hizo.

Origen de la devoción a San Bartolomé en Canarias
La devoción a San Bartolomé en Canarias arraigó desde los primeros tiempos de la colonización castellana (siglos XV-XVI), cuando los conquistadores y misioneros trajeron al archipiélago la veneración a los santos de la cristiandad. A lo largo de las islas, Bartolomé Apóstol pronto contó con ermitas, iglesias e incluso pueblos bajo su advocación. Un ejemplo notable es el municipio de San Bartolomé de Tirajana en Gran Canaria, cuyo nombre refleja la temprana devoción al santo en esa isla. Igualmente, en Lanzarote existe la localidad de San Bartolomé, evidencia de la difusión del culto. Estas fundaciones sugieren que los colonos encomendaron a San Bartolomé la protección de nuevas comunidades agrarias y pastoriles, confiando en su intercesión.
En la isla de Tenerife la devoción también echó raíces desde época temprana. Diversos pueblos adoptaron a San Bartolomé como patrón o celebran fiestas en su honor. Destaca el caso de Tejina (en el municipio de La Laguna), donde la festividad de San Bartolomé a finales de agosto se ha distinguido por tradiciones agrícolas únicas, como la ofrenda de los famosos Corazones de Tejina – grandes estructuras en forma de corazón adornadas con panes, frutas y flores – que simbolizan la gratitud por las cosechas y la abundancia compartida. Otra tradición insular vinculada al santo pervive en Buenavista del Norte: allí San Bartolomé fue antiguo patrón del pueblo y se conservaba hasta hace poco el rito de la “suelta de la Diablita” cada 23 de agosto. En este ritual popular se representaba al demonio campando suelto la víspera de la fiesta, pues –según el decir popular– el apóstol había aflojado la cadena que lo retenía, infundiendo temor hasta que al día siguiente (día de San Bartolomé) la Virgen volvía a encadenar al maligno. Aunque hoy es un acto casi testimonial, dicha costumbre reflejaba la creencia de San Bartolomé como contenedor del mal y protector del pueblo. Estos ejemplos ilustran cómo la devoción al santo en Canarias adquirió matices locales: ferias agrícolas, ofrendas de productos y ritos simbólicos contra el mal, todo enmarcado en la veneración religiosa.
En el caso concreto de Tenerife sur, la devoción a San Bartolomé cobró especial fuerza en la comarca de Abona. Arico, municipio sureño, alberga uno de los núcleos donde esta devoción se consolidó históricamente: el pueblo de El Río. Allí, hacia finales del siglo XVII, los vecinos levantaron una ermita bajo la advocación del apóstol, señal del fervor local hacia el santo protector.
Historia de la festividad de San Bartolomé en El Río (Arico)
El Río de Arico es una pequeña localidad rural de Tenerife cuyos habitantes, mayoritariamente campesinos, adoptaron a San Bartolomé como patrono desde sus inicios. La Fiesta de San Bartolomé en El Río tiene raíces que se remontan al siglo XVII, cuando el incipiente caserío decidió erigir un lugar de culto. En 1674 los vecinos principales, reunidos en concejo, acordaron construir una ermita dedicada a San Bartolomé Apóstol y dotarla de lo necesario para el culto. Don Antonio Gaspar fue nombrado primer mayordomo de la ermita, encargándose de sus bienes y obras. El primitivo templo era una modesta capilla-salón, sin capilla mayor diferenciada, presidida inicialmente por un cuadro representando al santo. Años después, en 1691, se enriqueció la ermita con la llegada de una imagen escultórica de San Bartolomé, una talla de bulto redondo policromada realizada por el imaginero Domingo de Campos. Esta imagen del apóstol se convirtió en el titular del templo y, por extensión, en el patrón del pueblo de El Río.
Durante el siglo XVIII, la ermita fue ampliada para atender a la creciente población y fervor. Entre 1739 y 1754 se construyó una capilla mayor (presbiterio) separada por un arco de piedra, junto con la sacristía y otras mejoras. Mientras estas obras avanzaban, se consolidaba también la tradición festiva: en 1774, una devota vecina de El Río, doña María Candelaria Pérez, dotó oficialmente la festividad anual de San Bartolomé cada 24 de agosto, aportando fondos para sufragar una misa y celebraciones en honor al santo. Gracias a esta iniciativa, desde 1774 quedó institucionalizada la fiesta patronal del 24 de agosto en El Río, asegurando su celebración regular y profundizando la identidad devocional de la comunidad en torno al apóstol. La documentación histórica muestra que en esas últimas décadas del XVIII la fiesta era ante todo de carácter religioso: misa solemne y procesión sencilla alrededor de la ermita, cumpliéndose con las promesas al patrón. El arraigo del culto llevó a sucesivas mejoras del templo en siglos posteriores (nuevo retablo a mediados del XIX, torre campanario en 1932, etc.). Finalmente, el incremento poblacional y la importancia del culto derivaron en la elevación canónica de la iglesia a parroquia independiente en 1943-44, desvinculándola de la parroquia matriz de Arico. Desde entonces, San Bartolomé Apóstol es formalmente el titular de la parroquia y patrón oficial de El Río, reafirmando una devoción de más de tres siglos.
Tradiciones festivas y evolución de la celebración
A lo largo de más de 200 años, la fiesta patronal de San Bartolomé en El Río ha evolucionado, incorporando elementos populares sin perder su esencia religiosa. En sus inicios (siglos XVIII–XIX), las celebraciones se centraban en los actos litúrgicos – la misa y la procesión – y tenían lugar al final del verano, coincidiendo con la época de cosecha. Era costumbre entonces que los feligreses ofrecieran al santo parte de los frutos de la tierra en señal de agradecimiento. De hecho, existe constancia de que en el siglo XIX las fiestas de San Bartolomé en la comarca incluían ferias agrícolas y ofrendas: por ejemplo, en la cercana Tejina se organizaba una feria para vender los excedentes de vino por San Bartolomé. En El Río, comunidad dedicada al cultivo de cereales, papas y frutas, es muy posible que los vecinos realizaran ofrendas de productos del campo al santo, integrando la fiesta con la vida agraria local. Estas ofrendas y adornos agrícolas (ramos, arcos de follaje, panes colocados en estructuras decorativas, etc.) tenían un claro simbolismo de gratitud y petición de bendición para las cosechas venideras. Así, la fiesta servía también de rito comunitario para celebrar la abundancia compartida y ayudar a los más necesitados con donaciones voluntarias de comida.
A finales del siglo XIX y comienzos del XX, la fiesta fue incorporando actos lúdicos y folclóricos, siguiendo el modelo de otros pueblos canarios. La víspera y el día del santo amanecían con repique de campanas y voladores (cohetes) anunciando la festividad. Tras la misa solemne de la mañana, era habitual una procesión con la imagen de San Bartolomé por las calles engalanadas con ramas y banderines. Concluidos los cultos, la atención se desplazaba a la plaza pública, donde tenían lugar diversos festejos populares. Crónicas orales recuerdan que en la primera mitad del siglo XX todo el pueblo de El Río se volcaba en sus fiestas patronales. Un vecino célebre, don Rodolfo González, se encargaba cada año de trepar a lo alto de la gran araucaria junto a la iglesia para colocar la bandera del santo, y luego tocaba con brío las campanas, cuyo repique atronador anunciaba a los cuatro vientos que *“¡no es guerra, es fiesta!”*. Al oír esta señal jubilosa, la gente salía de casa y acudía a la plaza, respondiendo a la llamada festiva casi como un toque de rebato religioso.
En aquellas décadas, las verbenas y juegos populares se convirtieron en parte central de la fiesta. En El Río existían (y aún existen) dos plazas: la pequeña junto a la iglesia, y una plaza más amplia unos metros cuesta abajo. En esta plaza baja se instalaba el entarimado o escenario para las orquestas, y por las noches se abarrotaba de vecinos y visitantes de todas las edades que bailaban al son de valses, pasodobles e isas canarias en la verbena popular. Alrededor, las calles se llenaban de ventorrillos – puestitos de comida y bebida – donde degustar productos típicos: los tradicionales tollos (cintas de cazón seco guisado) muy apreciados, huevos duros, vasos de vino de la comarca, o en épocas más recientes refrescos como el “Cliper” local o el clásico Seven-Up. Muchos de estos puestos eran atendidos por familias del pueblo, y los jóvenes reunían algún dinero extra para gastar esos días: hay quien recuerda cómo muchachos de antaño recolectaban cochinilla de las tuneras (insecto usado como tinte) para venderla y así ganarse unas pesetas con las que invitar a las chicas a un vaso de vino o un dulce en la fiesta. Estas anécdotas pintorescas muestran que la fiesta anual era el momento cumbre del ocio comunitario: una ocasión para permitirse pequeños lujos, estrenar ropa, bailar y socializar; de hecho, muchas parejas de novios se conocieron sacando a bailar en aquellas verbenas patronales.
Con el paso de las décadas, la celebración continuó modernizándose pero sin perder sus tradiciones esenciales. Hacia mediados y finales del siglo XX se sumaron eventos como competiciones deportivas, galas de elección de reina (o míster y romera mayor) y actividades infantiles, organizados por la Comisión de Fiestas con apoyo del ayuntamiento. Pese a las novedades, se mantuvieron costumbres pintorescas muy queridas. Una de las más singulares es la del “Pepito”, introducida probablemente a mediados del siglo XX: se trata de un muñeco o pelele de trapo que encarna el espíritu pícaro y burlón de la fiesta. Durante la semana festiva, Pepito “participa” simbólicamente en todos los actos, y al final se procede a su quema entre gran jolgorio. Antaño solía leerse el “testamento de Pepito”, unos versos humorísticos que narraban las andanzas y travesuras del personaje durante las fiestas, para luego prender fuego al muñeco ante los llantos fingidos de sus “viudas” desconsoladas. Esta parodia, muy similar al Entierro de la Sardina del carnaval, aporta un cierre catártico y satírico a las celebraciones: la quema de Pepito simboliza la expulsión de los males y tensiones acumulados durante el año, en un rito de purificación comunitaria lleno de humor. Con los años, Pepito se ha convertido en parte integral del folklore festivo de El Río, esperado por todos como el divertido colofón que marca el fin de las fiestas.
La fiesta en la actualidad: celebraciones y costumbres















Hoy en día, las Fiestas de San Bartolomé en El Río siguen siendo el acontecimiento central del calendario local. Se celebran cada año a finales de agosto, generalmente abarcando una o dos semanas de actos que culminan en torno al 24 de agosto, festividad del santo. El programa combina actividades religiosas, folclóricas, gastronómicas y recreativas, pensadas para integrar a todas las edades. A continuación describimos las principales:
- Actos religiosos: El momento cumbre es la Función Solemne en honor a San Bartolomé, el mismo 24 de agosto (o el domingo más cercano, según la organización). Al mediodía se celebra una misa mayor en la parroquia, generalmente cantada por coros locales o parranderos del pueblo, dándole un aire de misa canaria muy emotiva. En ocasiones se realiza una Misa Romera, en la que muchos fieles acuden ataviados con el traje típico y al ofertorio presentan productos de la tierra – frutas, panes, vino, etc. – como ofrenda al santo, todo ello acompañado de música folclórica. Tras la eucaristía, suele tener lugar la Romería en honor a San Bartolomé: una procesión festiva diurna, donde carretas engalanadas, grupos folclóricos y vecinos recorren las calles del pueblo cantando y bailando, mientras reparten comida y vino entre los asistentes. Esta romería devuelve a la fiesta su carácter campestre y comunitario, recreando las antiguas ofrendas del país pero ahora en forma de celebración abierta a todos, donde no faltan las parrandas tocando isas y folías ni la hospitalidad típica (los romeros ofrecen degustaciones gratuitas de productos típicos a cualquiera que se sume). Ya entrada la noche del día principal, se desarrolla la Procesión Solemne con la imagen de San Bartolomé por las vías del pueblo, iluminadas para la ocasión. El santo, portado en andas adornadas con flores, recorre lentamente las calles acompañado por autoridades religiosas y civiles, y por numerosos fieles devotos con velas encendidas. Una banda de música – a veces una banda de cornetas y tambores invitada de otro municipio – marca el paso con marchas procesionales. Al regresar la procesión al templo, el cielo de El Río se ilumina con un vistoso espectáculo de fuegos artificiales en honor al patrón, siguiendo la arraigada tradición canaria de dedicar voladores y luces al santo. Cabe señalar que estos fuegos corren a cargo de pirotecnias de renombre (como Hermanos Toste de Los Realejos, habituales en las islas), lo que garantiza un cierre brillante y emotivo de los actos religiosos.
- Actos populares: Las noches festivas están amenizadas por verbenas y conciertos para el disfrute de vecinos y visitantes. Se instala uno o varios escenarios, ya sea en la plaza del pueblo o en el polideportivo municipal, por donde pasan conocidas orquestas canarias de baile (en ediciones recientes han actuado orquestas como Tropic, Maquinaria Band, etc.) que interpretan merengues, cumbias, salsa, bachata y ritmos canarios, haciendo bailar hasta la madrugada. Junto a estas verbenas tradicionales, la comisión suele programar algún concierto moderno orientado al público joven. Sin ir más lejos, en 2024 se organizó por primera vez un Festival de Rock dentro de las fiestas de San Bartolomé, mostrando la apertura a nuevos géneros musicales. También son típicas las galas en las que se eligen la reina de las fiestas, el míster o la romera mayor, con participación de candidatas/os del pueblo y espectáculos en vivo. Durante el día, no faltan actividades para los más pequeños: se suele dedicar un Día del Niño, con castillos hinchables (a veces acuáticos), fiesta de la espuma y juegos infantiles. Asimismo, se organizan concursos juveniles – por ejemplo de break dance u otras demostraciones artísticas – y exhibiciones deportivas (torneos de fútbol sala, luchada canaria, rutas cicloturistas, etc., dependiendo del año). En los últimos años ha cobrado gran éxito la Cata de Vinos y Tapas, evento donde bodegas locales de la Denominación de Origen Abona ofrecen degustación de sus vinos maridados con tapas canarias, combinando el ambiente festivo con la promoción de la cultura vitivinícola comarcal. Toda esta variedad de actos lúdicos refleja la vitalidad de unas fiestas que han sabido adaptarse a los nuevos tiempos e involucrar a todos los colectivos.
- Organización y cierre: La responsabilidad de preparar la fiesta recae en una Comisión de Fiestas integrada por vecinos voluntarios del propio barrio. Esta comisión – que suele renovarse cada año o cada cierto ciclo – trabaja en coordinación con el Ayuntamiento de Arico para confeccionar el programa, recaudar fondos (mediante rifas, galas, subvenciones) y engalanar las calles y plazas. Es tradición que, al finalizar las fiestas, se realice un acto de entrega de la bandera o símbolo festivo a la nueva comisión entrante, como relevo y reconocimiento a la labor realizada por los organizadores salientes. Finalmente, la noche del último día de celebraciones, el pueblo se congrega para despedir las fiestas con sus elementos más característicos: la quema de “Pepito” – el entrañable muñeco que se calcina entre fuegos artificiales y risas, poniendo el broche catártico de humor – y el alegre baile de la escoba, un juego bailable donde las parejas compiten para no quedarse solas bailando con la escoba cuando para la música. Así, entre música, fuego y buen humor, El Río se despide de su patrón San Bartolomé hasta el próximo año.
Significado espiritual y cultural para la comunidad local
Para los vecinos de El Río, la fiesta de San Bartolomé es mucho más que un conjunto de actos religiosos y lúdicos: constituye el eje de la identidad comunitaria y un tiempo sagrado que refuerza la cohesión social. En el plano espiritual, San Bartolomé Apóstol es venerado como protector del pueblo. Si bien en El Río no existen leyendas locales de milagros específicos, tradicionalmente se le ha atribuido al santo la custodia de la comunidad, creyendo que su intercesión los libra de peligros y garantiza prosperidad (de ahí las ofrendas de las cosechas en señal de agradecimiento). Los actos litúrgicos durante la fiesta – la misa solemne, la procesión con velas, etc. – se viven con profunda devoción, como una renovación anual de la fe del pueblo. Muchos rianos (vecinos de El Río) aprovechan para cumplir promesas, pedir por familiares enfermos o simplemente dar gracias por los favores recibidos de Dios por mediación del santo. Esa dimensión de fe compartida es central: en torno a San Bartolomé, la comunidad reza unida y siente la continuidad de una tradición religiosa transmitida por sus antepasados.
En el plano cultural y antropológico, la festividad trasciende lo puramente religioso para convertirse en un verdadero fenómeno sociocultural de enorme significado local. Durante las fiestas, El Río reafirma su identidad: los vecinos se reconocen en sus costumbres, su música, su gastronomía y su forma particular de celebrar. La preparación de la fiesta involucra a todos – niños, jóvenes, adultos y mayores – en un esfuerzo común que refuerza los lazos de solidaridad y pertenencia. Todavía hoy, muchos ariquenses emigrados o residentes fuera regresan al pueblo para estas fechas, aprovechando la ocasión para reencontrarse con la familia y la infancia. Hasta bien entrado el siglo XX, las fiestas se organizaban completamente de manera vecinal: cada cual aportaba algo, fuera dinero, trabajo o materiales para adornar la iglesia y las calles con arcos, ramas y flores. Aunque ahora exista más apoyo institucional, ese espíritu participativo persiste. La transmisión generacional de las tradiciones es además deliberada: se realizan talleres para que los niños aprendan, por ejemplo, a elaborar el muñeco Pepito, inculcándoles desde chicos el cariño por “esta linda y pícara tradición” del pueblo. También se promueven actos infantiles (romería chica, juegos autóctonos, gala infantil) donde los más jóvenes son protagonistas, de modo que vivan desde dentro el significado de la fiesta y la continúen en el futuro. Gracias a esta alta implicación juvenil, el patrimonio cultural inmaterial del pueblo sigue vivo y con futuro, tal como señaló una concejala al ver a tantos jóvenes en la romería: “nuestro patrimonio cultural sigue muy vivo”.
En resumen, la fiesta patronal de San Bartolomé en El Río funciona como un rito social integrador. Cada agosto, el pueblo renueva sus votos de unidad: la devoción religiosa, el folclore y la diversión se dan la mano para reforzar los valores compartidos y la memoria colectiva. Lejos de ser un simple “costumbrismo” vacío, como algunos podrían pensar, lo que se vive en El Río es la manifestación de una cultura viva: la fe, la música y las tradiciones como tejido comunitario que se cuida en común. La misa cantada con timple y folías, la homilía del párroco conectando con la realidad del pueblo, la parranda en la plaza, el baile y el humor de Pepito… todo forma parte de un equilibrio entre permanencia y renovación que asegura la pervivencia de “lo nuestro” sin convertirlo en pieza de museo. Para los rianos, San Bartolomé no es solo un santo del calendario; es el símbolo de su historia común, el motivo para reunirse y celebrar quiénes son como comunidad. En la fe compartida y en la alegría de la fiesta encuentran fuerza para afrontar unidos los retos, sabiendo que mientras conserven su memoria y sus tradiciones, lo suyo no se pierde: se renueva. Vivan pues San Bartolomé y las fiestas del Río, expresión de un pueblo que canta, celebra y defiende su identidad con orgullo.
Fuentes consultadas:
- Rodríguez Delgado, Octavio. El largo proceso de creación de la parroquia de San Bartolomé del Río de Arico (blog personal, 2019).
- Isidora Revista – TodoCanarias. San Bartolomé en El Río: cuando la fe suena a pueblo (artículo de agosto 2025).
- Fundación CARF. San Bartolomé, apóstol: ejemplo de fe y entrega (blog, 24/08/2025).
- EWTN Español. *San Bartolomé, Apóstol (siglo I)*.
- Wikipedia (es): **El Río (Arico)**; Bartolomé el Apóstol.