
Observatorio Negrín-Galdós
En la actualidad, los colonos israelíes de Cisjordania forman un grupo heterogéneo pero con una creciente influencia política y social en Israel. Su relación con el ejército israelí (IDF) es en buena medida de cooperación y apoyo mutuo, aunque no exenta de tensiones puntuales. Por un lado, el IDF tiene la obligación formal (derivada de las leyes de ocupación) de mantener el orden y proteger a todos los residentes del territorio ocupado, incluidos los palestinos. En la práctica, sin embargo, la protección de los colonos suele prevalecer: prácticamente cada asentamiento importante cuenta con destacamentos militares o guardias armados que patrullan sus inmediaciones. Muchos colonos adultos, al ser ciudadanos israelíes, han servido o sirven en el ejército; algunos incluso en unidades destinadas en Cisjordania, lo que refuerza la conexión estrecha entre colonos y militares. Las patrullas conjuntas no son inusuales, y existe incluso un mecanismo de “respuesta rápida” en ciertas comunidades donde colonos armados (oficialmente voluntarios de seguridad) coordinan con el IDF la defensa en caso de infiltraciones o ataques palestinos.
No obstante, esta cercanía ha derivado también en una especie de tolerancia institucional hacia los excesos de los colonos. Como se mencionó, soldados israelíes con frecuencia no intervienen cuando ven a colonos hostigando a palestinos, y rara vez usan la fuerza contra ellos. De hecho, las fuerzas de seguridad israelíes enfrentan un dilema: los colonos también pueden volverse contra el propio ejército si perciben que este amenaza sus intereses. Ha habido episodios en que colonos extremistas atacaron a soldados y policías israelíes, especialmente durante desalojos de puestos ilegales u órdenes de demolición de construcciones de colonos. Por ejemplo, en 2023 un grupo de colonos asaltó e incendió parcialmente una base militar en protesta por la evacuación de un outpost, hiriendo a soldados y dañando vehículos. En otro incidente ese año, colonos de ultraderecha apedrearon al propio comandante del IDF en Cisjordania cuando este acudió a calmar la situación tras un ataque de colonos a palestinos. Estos hechos, aunque no frecuentes, demuestran que existe fricción: ciertos colonos ven a cualquier autoridad (incluso israelí) que limite su expansión como un enemigo. Aún así, la respuesta oficial suele ser suave. Como ilustración, tras un pogromo de colonos en el pueblo de Huwara en febrero de 2023, donde participaron entre 300 y 400 colonos en actos vandálicos masivos, solo se detuvo a 8 colonos y casi todos fueron liberados sin cargos poco después. El propio gobierno de Netanyahu –que incluye a figuras pro-colonos– condenó públicamente esa violencia y pidió “no tomarse la justicia por la mano”, pero en la práctica las estructuras de seguridad han mostrado poca efectividad para contener a los colonos más radicales.
Los episodios de violencia protagonizados por colonos se han convertido en un fenómeno cada vez más preocupante. Organismos israelíes de derechos humanos como Yesh Din y Peace Now reportaron que 2023 fue el año más violento registrado, con un récord de ataques de colonos contra palestinos. Ese año, colonos asesinaron directamente a al menos 10 civiles palestinos e incendiaron decenas de viviendas, además de llevar a cabo más de 1.200 ataques de diversa magnitud contra personas o propiedades palestinas. Tras estallar la guerra de Gaza en octubre de 2023, la violencia de colonos en Cisjordania se intensificó aún más: en las semanas posteriores al 7 de octubre se produjeron 242 incidentes violentos adicionales, que provocaron el desplazamiento forzado de más de 1.200 palestinos de sus hogares (muchos huyendo tras ataques en sus aldeas). Estos ataques incluyen desde agresiones físicas y tiroteos, hasta incendios provocados en casas, mezquitas o escuelas. Han ocurrido casos especialmente brutales que captaron atención internacional, como el asesinato del bebé Ali Dawabsheh en 2015: colonos extremistas incendiaron la casa de su familia en la aldea de Duma, quemando vivo al niño de 18 meses y, posteriormente, causando la muerte de sus padres por las heridas graves, en un acto calificado incluso por el primer ministro Netanyahu como “terrorismo judío”. Otro ejemplo estremecedor fue la matanza de Hebrón en 1994, cuando Baruch Goldstein, un colono de Kiryat Arba, entró armado en la Tumba de los Patriarcas y asesinó a 29 fieles musulmanes durante sus plegarias. Si bien ese hecho ocurrió hace décadas y fue condenado por la mayoría de israelíes, Goldstein se convirtió en mártir para una franja radical de colonos: su tumba en Kiryat Arba es lugar de peregrinaje anual de simpatizantes de la ultraderecha. Esto evidencia la existencia de una subcultura extremista entre algunos colonos, inspirada por ideologías ultranacionalistas o mesiánicas (vinculadas al rabino Kahane y similares).
Cabe destacar que la violencia de los colonos no solo se dirige a palestinos. En ocasiones, cuando el gobierno israelí ha intentado congelar construcciones o desalojar outposts ilegales, los colonos más fanáticos han recurrido a la violencia contra las mismas fuerzas israelíes. Esta táctica, conocida como “price tag” (precio a pagar), busca intimidar a las autoridades para que no actúen contra los asentamientos: implica vandalismo contra propiedades del ejército, quema de neumáticos, y grafitis de amenaza. A pesar de estos choques esporádicos, la realidad imperante es que los colonos gozan de una posición privilegiada: raramente enfrentan consecuencias legales severas por agredir a palestinos, y cuentan con apoyo de parte del establishment político. En junio de 2023, varios países occidentales sancionaron a dos ministros israelíes, Smotrich y Ben Gvir, acusándolos de incitar la violencia extremista de colonos y de violaciones graves de derechos humanos palestinos. Ambos ministros, colonos ellos mismos, minimizan habitualmente la violencia de los suyos y más bien critican al ejército si no los defiende con suficiente contundencia.
En cuanto a la estructura social e ideológica de las comunidades de colonos, no es monolítica. Podemos distinguir a grandes rasgos tres grupos: aproximadamente un 40% de los colonos en Cisjordania son judíos ultraortodoxos (jaredíes), un 30% son sionistas religiosos (nacional-religiosos) y el otro 30% son laicos o menos ideológicos. Los ultraortodoxos se concentran en grandes asentamientos urbanos relativamente cerca de la Línea Verde (frontera de 1967), como Modi’in Illit o Beitar Illit. Estas ciudades-colonia surgieron en buena medida por razones socioeconómicas: la vivienda es más barata allí que en Jerusalén o Tel Aviv, lo que atrajo a familias numerosas jaredíes. Si bien muchos ultraortodoxos no participan activamente en el nacionalismo sionista clásico, su presencia numérica ha contribuido al crecimiento demográfico de los asentamientos (registran tasas de natalidad muy altas, triplicando la media nacional). Por su parte, los sionistas religiosos son el corazón del movimiento colono ideológico: suelen vivir en asentamientos más pequeños o en los polémicos outposts en colinas apartadas. Están motivados por la convicción de que toda la “Tierra de Israel” (Eretz Israel) les pertenece por derecho divino e histórico, y por tanto se oponen frontalmente a ceder terreno para un Estado palestino. Este grupo incluye a los llamados “jóvenes de las colinas” –jóvenes radicales que establecen puestos salvajes en lo alto de cerros– y a líderes comunitarios que a menudo combinan fervor religioso con entrenamiento militar. Finalmente, está el grupo de colonos laicos o pragmáticos, que en muchos casos se mudaron a asentamientos por incentivos materiales: viviendas asequibles, calidad de vida suburbana e incentivos del gobierno (subsidios, exenciones fiscales, etc.). Muchos de ellos residen en colonias tipo “ciudad dormitorio” cerca de las fronteras de Israel, como Ma’ale Adumim (próxima a Jerusalén) o Ariel (en el norte de Cisjordania con su universidad), integradas en la vida económica israelí. Aunque menos ideologizados, también se oponen a perder sus hogares en un eventual acuerdo, y forman un cimiento importante del electorado de derecha.
A pesar de estas diferencias, la comunidad colona en su conjunto se ha dotado de estructuras organizativas fuertes, como el Consejo Yesha (representación política de los asentamientos) que presiona al gobierno constantemente. Con el paso de los años, los colonos han pasado de ser un grupo marginal a ocupar posiciones clave: varios ministros y miembros del parlamento israelí (Knéset) son colonos o defensores declarados de ellos. Esto se refleja en políticas públicas que destinan recursos abundantes a las colonias (infraestructura de primer nivel, agua, electricidad y seguridad subvencionadas). Por ejemplo, se calcula que decenas de miles de ciudadanos de países como Estados Unidos han inmigrado a Israel y se han asentado directamente en colonias, beneficiándose de ayudas; estos inmigrantes constituyen entre un 12% y 15% de la población colona, un porcentaje muy superior al de la población general israelí con orígenes en EE. UU.. En términos generacionales, la población colona es joven (muchos niños y familias jóvenes), lo que garantiza un crecimiento “natural” alto. Incluso en años en que hubiera congelación oficial de asentamientos, la sola tasa de natalidad colona haría crecer sus números significativamente.
En la realidad cotidiana actual, los colonos viven en un entorno con perfil militarizado: retenes de acceso, vallas perimetrales y a menudo armados ellos mismos. Pero para muchos de ellos, su día a día es el de una vida normal en suburbios o comunidades agrícolas, con escuelas, sinagogas y centros comerciales. Paradójicamente, pueden conducir unos kilómetros para ir de su colonia a una ciudad dentro de Israel para trabajar o estudiar, disfrutando de continuidad territorial con Israel que a los palestinos les está negada. Así, los colonos de Cisjordania en 2025 se perciben a sí mismos como pioneros que aseguran la tierra de Israel, o simplemente como familias que aprovechan una buena calidad de vida, mientras que para los palestinos representan el rostro humano de la ocupación –a veces violento– que confisca su tierra y sus derechos.
Perspectivas futuras: los asentamientos y la solución de dos Estados
La expansión de los asentamientos israelíes ha repercutido directamente en las perspectivas de resolver el conflicto mediante la solución de dos Estados (Israel y Palestina coexistiendo pacíficamente). Cada nueva colonia, cada nueva carretera exclusiva y cada familia israelí instalada en Cisjordania reconfigura el terreno sobre el cual se proyectaría un Estado palestino, haciéndolo cada vez más inviable territorialmente. La idea de una solución de dos Estados se basa en establecer un Estado palestino en los territorios ocupados (Cisjordania, Gaza y Jerusalén Este, aproximadamente dentro de las fronteras de 1967). Sin embargo, a día de hoy Cisjordania está tan fragmentada y salpicada de enclaves israelíes que ya no existe continuidad territorial palestina suficiente para un Estado funcional . Por ejemplo, grandes bloques de asentamientos cerca de Jerusalén (como Ma’ale Adumim y Givat Ze’ev) prácticamente aíslan Jerusalén Este del resto de Cisjordania, partiendo en dos la geografía palestina. El norte de Cisjordania y el sur (región de Hebrón) también están separados de facto por el bloque de colonias de Ariel y su zona de influencia. Incluso pequeñas colonias ubicadas estratégicamente impiden la expansión natural de ciudades palestinas: Peace Now ha documentado cómo Israel planea asentamientos alrededor de municipios palestinos para estrangular su crecimiento urbano . Esta realidad lleva a que analistas hablen de “Bantustán palestino” en lugar de un Estado: trozos de tierra desconectados entre sí, bajo completo control circundante de Israel.
Los números refuerzan esta preocupación: en 1993, cuando se firmaron los Acuerdos de Oslo, había alrededor de 250.000 colonos (incluyendo Jerusalén Este) en territorio palestino . Se asumía entonces que un acuerdo de paz implicaría retirar a muchos de ellos, quizás exceptuando algunos bloques cercanos a la frontera que podrían intercambiarse por tierra equivalente (concepto de land swaps). Sin embargo, en 2023 los colonos superan los 750.000. Desalojar a una comunidad tan numerosa –que además en gran parte se siente con derecho a la tierra– sería logísticamente colosal y políticamente explosivo dentro de Israel. La experiencia del retiro de 8.000 colonos de Gaza en 2005 ya causó un trauma nacional y una férrea oposición en ciertos sectores; remover a decenas de miles (o cientos de miles) de Cisjordania parece hoy mucho más difícil. De hecho, la corriente dominante en la política israelí se ha movido en dirección contraria: en 2023–2025 el gobierno incluye figuras que abiertamente rechazan la creación de un Estado palestino y buscan anexionar formalmente Cisjordania o al menos sus áreas clave . Estas posturas se han traducido en acciones sobre el terreno –legalización de outposts, aprobación de nuevos asentamientos– que “ponen el último clavo” al ataúd de la solución biestatal, según la expresión de algunos diplomáticos europeos.
La comunidad internacional aún defiende oficialmente la solución de dos Estados, pero muchos reconocen que se está volviendo impracticable. En 2024, la Asamblea General de la ONU llegó a pedir a Israel que pusiera fin a la ocupación en un plazo de un año, reflejando la urgencia de salvar la posibilidad de un Estado palestino . Sin embargo, sin un cambio drástico –como presión internacional efectiva o un giro en la política israelí– los asentamientos seguirán creciendo. Esto deja dos escenarios probables: (1) la consolidación de un status quo de un solo Estado de facto, donde Israel controla todo el territorio y los palestinos quedan relegados a una ciudadanía de segunda clase sin soberanía (escenario de apartheid prolongado), o (2) eventuales medidas unilaterales de Israel para anexar formalmente partes de Cisjordania con baja densidad palestina (por ejemplo, el Valle del Jordán y los grandes bloques de colonias), lo que liquidaría legalmente la visión de dos Estados. En cualquiera de los casos, las aspiraciones nacionales palestinas se verían frustradas, lo que muy probablemente alimentaría más conflicto y radicalización en el futuro.
¿Hay margen para un futuro distinto? Algunos analistas sugieren que, de continuar la realidad de un único ente controlando del río Jordán al mar Mediterráneo (Israel sobre los territorios ocupados), la discusión podría moverse de “dos Estados” a “un Estado con derechos iguales” para todos. Es decir, si la partición ya no es viable por la mezcla de población, se plantearía otorgar ciudadanía y plenos derechos a los palestinos bajo dominio israelí. Sin embargo, esta idea es rechazada por la gran mayoría de israelíes judíos y no es apoyada por las potencias internacionales en la actualidad. Paralelamente, el liderazgo palestino sigue insistiendo en un Estado propio; no contemplan ceder esa demanda en favor de derechos civiles bajo soberanía israelí, pues temen diluir su identidad nacional.
En conclusión, los asentamientos israelíes han creado hechos irreversibles o difíciles de revertir que complican enormemente la solución de dos Estados. Como dijo Lior Amihai, director de Peace Now, el objetivo evidente de la política de asentamientos actual es “impedir la construcción de un Estado palestino, porque no existirá continuidad territorial palestina” si las colonias lo bloquean . Incluso algunos de sus promotores lo admiten: el ministro Smotrich declaró que la expansión de las colonias permite “matar de facto” la idea de Palestina independiente. Los próximos años serán críticos. Si la colonización prosigue a ritmo acelerado, podría llegar un punto de no retorno en el que la separación de dos pueblos en dos Estados sea físicamente imposible. Ello abocaría al conflicto a una fase distinta, quizá de lucha por derechos civiles en un marco binacional, o de perpetua confrontación. Por el contrario, una hipotética congelación (o desmantelamiento parcial) de asentamientos requeriría un cambio político profundo en Israel y fuertes garantías internacionales.
Por ahora, las señales sobre el terreno indican que las colonias siguen creciendo, influyendo en la geopolítica y en la vida de millones de personas. Entender el fenómeno de los colonos israelíes en Gaza (hasta 2005) y Cisjordania es esencial para comprender por qué el conflicto israelí-palestino permanece tan intractable. Los asentamientos no son solo casas y carreteras; son la encarnación física de disputas históricas sobre la tierra, la identidad y la justicia. Cualquier solución futura deberá abordar este complejo legado de 50+ años de colonización, ya sea desmantelando, compensando o encontrando fórmulas creativas, si es que la ansiada paz de dos Estados ha de tener alguna vez la oportunidad de florecer en Oriente Medio.
Fuentes: Los datos y eventos mencionados se basan en informes de Naciones Unidas, organizaciones de derechos humanos y medios internacionales, entre ellos Wikipedia (artículo Asentamiento israelí), Amnistía Internacionalamnesty.org, la Embajada de Palestina en Españaembajadadepalestina.esembajadadepalestina.es, la ONG Peace Now e informes de prensa como El Paíselpais.com , además de testimonios históricos documentados del conflicto. Estas referencias ilustran el consenso legal sobre la ilegalidad de los asentamientos, las cifras de colonos y las consecuencias en el terreno, proporcionando contexto y verificación a lo expuesto en el artículo.