Galdós siempre estuvo en el punto de mira de la censura franquista

por Antonio Chazarra

El humano tormento, la paradoja de estar vivo.

Luis Cernuda

Parece que muchos no quieren darse cuenta, pero vivimos un momento histórico de retrocesos, bravuconerías y hacer valer el poder del más fuerte. Un tiempo de oscuridad y miedo ante el futuro. Estamos a punto de dejar de apreciar el valor que tiene vivir en un estado de derecho, obviamente, pagaremos las consecuencias.

La dictadura franquista, bajo un aspecto racional, no puede ser añorada de ningún modo. Solo una propaganda zafia, un desconocimiento y un desprecio por la verdad histórica, propio de un radical  populismo, puede incurrir en las barbaridades de que hace gala.

Se aprecia en todas partes una deriva autoritaria y un debilitamiento de las democracias. Esto no es casual, sino que obedece a un propósito perfectamente orquestado.

En nuestro país el problema de las dos Españas, que parecía superado, en realidad no lo está tanto. Soplan vientos de intolerancia, falta de sensibilidad ante el incumplimiento de los Derechos Humanos y temor a que, por ejemplo, Europa sucumba bajo la influencia de déspotas.

En octubre de 2022 se publicó en el BOE la Ley de Memoria Democrática,  que mejora y precisa aquellos aspectos en que la Ley de Memoria Histórica se había quedado corta o no afrontaba.

Quiero en este ensayo poner de manifiesto que la censura fue implacable con Benito Pérez Galdós. Cabría preguntarse por qué esta inquina a un novelista que murió dieciséis años antes del golpe de estado del 36. Hacer un esfuerzo en este sentido, puede aclarar muchas cosas.

Esto se ha puesto de manifiesto de forma, más o menos encubierta, con motivo de la conmemoración del Centenario de su muerte en el 2020. Los representantes de un tradicionalismo rancio han demostrado su sospechosa tibieza hacia don Benito y lo que significa, sobradamente.

No es  posible que describir con detenimiento las mil y una formas elegidas para no adentrarse en la complejidad ideológica y moral del novelista canario, obviando los aspectos más polémicos, reduciéndolo a veces a una caricatura. Es sintomático que se hayan repetido, con ligeros matices y variantes, la mayoría de las críticas decimonónicas que se vertieron sobre él.

Galdós fue un lobo solitario, un progresista impregnado de cosmopolitismo, que a través de su literatura, supo mostrar el camino hacia un reformismo de fuerte contenido social y hacia un europeísmo que conectara con las ideas y proyectos culturales más avanzados que circulaban en el viejo continente.

Como suele suceder en nuestro país, los enemigos del progreso operan desde dentro, mucho más que desde fuera.

Sus novelas contemporáneas, por ejemplo, contienen elementos a los que hay que volver, una y otra vez, ya que tienen la virtud de enlazar el pasado con el presente de Galdós y, a Galdós con los momentos y turbulencia que vivimos en nuestro país, aquí y ahora.  

Es patente su actitud contra el absolutismo. En sus descripciones de la realidad social se encuentran suficientes ejemplos de lo que rechazaba y a lo que  aspiraba. 

A don Benito hay que leerlo entre líneas. España como tema está siempre o casi siempre presente, mas en su caso desde posiciones abiertamente opuestas a la de un rancio tradicionalismo trufado de clericalismo dogmático.

Se ha dicho que Los Episodios Nacionales  son un ejemplo de memoria histórica donde se funde realidad y ficción. Esto es indudable. En muchas páginas de las cinco series y en varias de sus novelas, se plantea de forma directa en ocasiones y otras alegóricas y simbólicas, del peso muerto de la tradición y del itinerario a emprender colectivamente si queremos salir del inmovilismo.

Probablemente, pocos creadores e intelectuales han insistido tanto en que para afrontar las incertidumbres del presente y del futuro, es imprescindible aprender las lecciones del pasado y extraer las consecuencias oportunas. Don Benito en este aspecto es un consumado maestro.

¿Por qué la dictadura franquista demostró sobradamente su inquina y rencor hacia su figura y legado? Tal vez, porque en sus páginas reside un espíritu crítico encomiable, una sincera admiración hacia las libertades y un humanismo que pone, a través de diversos personajes, un afán de superación y, sobre todo, una preocupación moral que los hace responsabilizarse de su destino y, al mismo tiempo, apuesta por una visión crítica y madura de la realidad.  

Galdós se identifica con un pensamiento liberal y laico. Los sectores conservadores de la sociedad de su tiempo, que se conjuraron para evitar que se le concediese el Premio Nobel y posteriormente la dictadura franquista, veían con malos ojos que en sus novelas y dramas se hablara de adulterio o de suicidio. Habría que recordar unas palabras del propio don Benito “No encerrarán entre murallas mi pensamiento”. Tras este exordio pasemos a mostrar la actitud hacia Galdós de la dictadura franquista.

La larga dictadura que se inicia, tras la Guerra Civil, es un periodo de horror indescriptible con represión, hambre, desprecio a los derechos y libertades, sobre todo, hacia la mujer con una actitud claramente misógina. En definitiva, un retroceso oscurantista que tiene mucho más de teocracia de lo que se ha dicho.

No pocas de las tergiversaciones que se vierten sobre don Benito y su obra radican en el desconocimiento y en la ignorancia. Por tanto, puede resultar esclarecedor, investigar la censura, lo que pretendía y lo que quería ocultar, incluso hasta el tardofranquismo.

Prueba de la importancia que se le daba a la censura, como un mecanismo más de control, es que dependió sucesivamente del Ministerio del Interior, de la Vicesecretaria de Educación de la Falange y más tarde del Ministerio de Información y Turismo. La pretensión era que nada escapara a su férreo control.

Podemos hacer diversas consideraciones que no son en absoluto baladíes como que los encargados de ejercerla tenían, la mayoría de las veces, una formación cultural harto deficiente. Los censores se creían con derecho a autorizar o desautorizar lo que debían leer los españoles y, asimismo, las películas a las que podían tener acceso.

Pasemos a exponer lo que “valoraban” de un texto, los censores. La calidad literaria era desde luego, secundaria. Lo que importaba era si atacaba el dogma, la moral o contravenía las instituciones que el Régimen veneraba. Es de destacar que se prestaba un cuidado especial a toda crítica a la Iglesia y a sus ministros. Así como, a los valores éticos o estéticos contrarios a la ideología del Régimen. Se suprimía implacablemente, cualquier mención, por liviana que fuera, de los valores, éticos o estético contrarios a la ideología del Régimen.

Los censores como depredadores sedientos de sangre, estaban prestos a utilizar “el lápiz rojo” ensañándose contra el secularismo y el liberalismo. La herencia de una visión confesional es demoledora. Buscaban afanosamente que existiese, por ejemplo, un suicidio para actuar en consecuencia y preconizaban una moral sexual alicorta, beata y reaccionaria.

La actuación del aparato de censura era notoriamente sibilina. Así se autorizaban las obras completas o casi completas de Galdós, en atención a que su precio las hacía inaccesibles a la mayor parte de lectores, prohibiendo al mismo tiempo la edición por separado.  

Si algún lector piensa que exagero, cabría señalar que Gloria, doña Perfecta, La Familia de Leon Roch, así como La Desheredada y algunas otras, padecieron “el correspondiente expediente” pese a que circulaban en ediciones latino-americanas, sin la menor cortapisa fuera de nuestro país.

Es frecuente que se tacharan párrafos y páginas completas y que se las motejara de hipócritas, fanáticas y anticatólicas. Incluso Fortunata y Jacinta estuvo sometida a censura, aunque el paso del tiempo y las circunstancias obligaran a aflojar el rigor.

Son frecuentes comentarios despectivos del tipo “francamente inmoral” y, por tanto, perjudicial y desaconsejable. En más de una ocasión, la sugerencia es “suprimir aquellos párrafos que se consideran contrarios a la moral”, actuando como heraldos de un dogmatismo sonrojante. Permitiéndose incluso apostrofar que así se evitaría el que pudiese caer en manos de lectores y, sobre todo, lectoras de poca formación. En otras ocasiones, se habla expresamente “de un anticlericalismo rabioso y repugnante”.

Novelas como Ángel Guerra o Nazarín, padecieron igualmente el rigor de la censura, que llegó a proponer incluso la supresión o modificación de determinados pasajes. Siempre con la intención de “proteger” a un lector poco preparado. Desde luego, el rigor censor se incrementaba cuanto más asequible por su precio fuese la obra.

Galdós era sospechoso desde el principio y sus textos eran “mirados con lupa”. La Serie Torquemada  tampoco escapó de la quema. Los censores en muchas ocasiones “se cebaban en el anticlericalismo” hasta el punto de que daba la impresión que importaba más el prestigio del clero que la moral.

Fortunata y Jacinta fue motejada de naturalismo soez, haciendo suyos los argumentos del siglo anterior y añadiendo que la novela era opuesta a las ideas de los vencedores. Puestos a dar lecciones, se comenta en otros casos que roza la herejía mostrando tanto el nivel teológico de los censores como la irritación de quien se cree ungido y con derecho a fijar la verdad.

Es cierto que estas anotaciones y otras muchas son torpes y estrafalarias, incluso propias de un delirio colectivo. Galdós es “asaeteado” por su inveterada fobia anticlerical. Lo que resulta incomprensible es una valoración positiva de tanto oscurantismo, tanta miseria moral y tanta mugre.

El lector se habrá hecho una idea del desprecio hacia Galdós de la dictadura franquista. No hace falta insistir en que muchas de sus obras figuraban en el ignominioso  “Index librorum prohibitorum”

El furor prohibitivo no acaba con lo anteriormente dicho. La intransigencia de la dictadura franquista llevó, asimismo, a que películas rodadas en Latinoamérica, fueran prohibidas en nuestro país o al caso que comentaremos más adelante de Viridiana

El estilo galdosiano y la fuerza de sus personajes, resultaban harto peligrosos. Mostrar triángulos amorosos, adulterios, clérigos indignos o fanatismo religioso, era más de lo que el Régimen estaba dispuesto a tolerar “en la muy católica España”. Mientras esto ocurría, Buñuel rodaba en México Nazarín con Paco Rabal como protagonista, es decir, lo que era moneda corriente fuera se prohibía dentro, por contravenir las normas morales y por su anticlericalismo, procacidad y amoralidad. Para los españolitos de a pie, estas películas, durante mucho tiempo, pura y simplemente, no existieron. Así fue la educación sentimental de varias generaciones.  

Viridiana  por su parte, merece un comentario más extenso ya que muestra la esquizofrenia del Régimen. En los años 60, la dictadura iniciaba torpemente, ante el aislamiento que sufría, tímidas aperturas.

Viridiana, dirigida por Buñuel y protagonizada por Silvia Pinal y Fernando Rey, se presento al Festival de Cannes, representando a España y obteniendo la Palma de Oro a la mejor película. Se armo un revuelo considerable, los sectores más atrabiliarios protestaron y no pudo ser vista en nuestro país hasta después de la muerte del dictador. Estos tímidos avances seguidos por “cerrojazos” son una prueba del carácter errático y sin rumbo de la dictadura. Decimos esto para que los nostálgicos puedan tener noticia de “cómo se las gastaban”.  Los films, proyectos y guiones cuyos argumentos estaban basados en novelas galdosianas, en la mayoría de las ocasiones, recibían una firme y torpe negativa por parte de la censura.

Estos comentarios son sólo una parte insignificante de los que podrían hacerse. Creo que son suficientemente explícitos del odio y del rencor con que la dictadura franquista contempló siempre la egregia figura de Benito Pérez Galdós.

¿Conocen los que se atreven a señalar que la dictadura fue un periodo de paz,  tranquilidad y progreso lo que he apuntado en estas páginas? La democracia es progreso, respeto y un régimen constitucionalista donde existe libertad de expresión y un pluralismo enriquecedor.

Los enemigos de Galdós, antes y  ahora, representan un tipo repulsivo de “peligrosidad social”. Su “modus operandi” es esgrimir una intolerancia con  pocos tapujos, sin importarles lo más mínimo lo que tiene de coacción contra la libertad de pensamiento. Cabría igualmente preguntarse, en qué lugar quedaría la justicia social y la igualdad de oportunidades… si los nostálgicos de la dictadura lograran imponer su ideario totalitario y excluyente. No es de extrañar por tanto, el afán mal disimulado por parte de quienes perpetraron arbitrariedades de todo tipo, por ocultar y enterrar su participación y apoyo a tantos desmanes y tropelías.  

Lo que tiene menos explicación es que la juventud, especialmente, la masculina –de entre 18 y 30 años- dé credibilidad a la propaganda tóxica de quienes sometieron a nuestro país a una férrea dictadura misógina, contraria a los valores humanistas y caracterizada por la violencia estructural y la negación de cualquier atisbo de libertad.

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