
José Montesdeoca
Durante la crisis humanitaria de los refugiados de la guerra de Siria, la opinión pública occidental se estremeció ante la foto de un niño ahogado en una playa de Turquía. Jon Juaristi publicó entonces una columna en ABC, la cual podría perfectamente hacerse extensible a seres originarios de países subsaharianos o cualquier otro que se encuentre inmersos en guerras, crisis sociales, hambruna o pisoteados por dictaduras feroces. Reproduzco sólo un fragmento, atraído por la dureza del mismo.
“¿Qué saben los fugitivos sirios? Saben que llegar al corazón de la Europa rica requiere llegar antes al corazón de los europeos, y por eso traen niños. Niños que arrojan al otro lado de fronteras teóricamente infranqueables o que tumban en las vías del tren. Saben que, allá en su tierra de origen, estos efectos patéticos (codificados en una espontánea retórica de la desesperación) no valen con los asesinos baasistas o yihadistas, a lo que niño más, niño menos, importa muy poco, pero a los europeos les despiertan sentimientos de culpa que deben eliminar cuanto antes porque están convencidos de que la culpa es tóxica y produce cáncer”.
El texto tiene un evidente ánimo provocador. Habla con condescendencia sobre las reacciones de indignación, compasión y rechazo que produce la suerte de los miles de refugiados, exiliados o inmigrantes, sean estos sirios, latinoamericanos o africanos que quieren entrar en Europa. Juaristi no se deja arrastrar por la “retórica de la desesperación” e ironiza sobre la culpa que sienten los europeos biempensantes.

A diferencia de las masas, él es consciente de que los inmigrantes están hurgando en la mala conciencia europea: explotan a sus hijos, los traen en las peores condiciones, los abandonan en pateras destartaladas, para que una Europa llorosa y blanda acepte acogerlos: Juaristi piensa que los niños emigrantes, son algo así como escudos humanos o suavizantes de conciencias, utilizados por sus progenitores para abrir las puertas de la fortaleza occidental.
No vienen porque sus progenitores no quieran separase de ellos. No, vienen para tocar la fibra sensible del burgués europeo. Es curioso, pero ¿no decía ETA lo mismo cuando moría un hijo de un guardia civil en un atentado con coche bomba? Los apologetas del asesinato terrorista empleaban un argumento bastante parecido al de Juaristi: según ellos, los guardias civiles manipulaban a sus hijos, los colocaban como “escudos humanos”, por lo que no había que caer en la trampa del sentimentalismo; un examen frio de la situación arrojaba la conclusión de que la responsabilidad última de la muerte de los niños correspondía a sus padres por colocarlos allí. Desgraciadamente hay mentes retorcidas y corazones despiadados que siguen pensando así. Me refiero a la Europa de los derechos y las libertades. A este viejo continente, que en tiempos no tan lejanos ejercía una solidaridad colegida entre sus estados miembro, salvo contadas excepciones.
Hoy, hay países europeos que se plantean la posibilidad inminente del cierre de sus fronteras. Otros endurecen normas y al mismo tiempo aumentan las coacciones restrictivas ante el fenómeno migratorio, adoptando políticas más propias de la Europa Medieval, que las que se pueden esperar en pleno siglo XXI.
¿Dónde ha quedado la ética, moralidad y solidaridad europea? ¿En qué lugar han ocultado La Carta Europea de los Derechos del Niño? ¿Nos hemos olvidado de los derechos del refugiado, enmarcados dentro de la Convención de Ginebra de 1951? ¿Por qué tanta dejación de funciones en políticas solidarias? Posiblemente las respuestas las encontremos en la deriva xenófoba que está recorriendo Europa de norte a sur y de este a este, alimentado por ideales neoliberales y fascistas que están influyendo, y de que forma en las tomas de decisiones.
El 11 de junio de 2024, los países miembros de la UE, acordaron un pacto sobre migración y asilo, con un periodo transitorio de dos años para su implementación completa. Este acuerdo, entre otras cuestiones busca asegurar las fronteras exteriores de UE, agilizar los procesos de asilo y fomentar la solidaridad entre los estados miembros en la gestión de la migración. El pacto, también incluye medidas como el establecimiento de “centros de retornos” fuera de la CCEE para migrantes rechazados y nuevos procedimientos fronterizos más rápidos para la determinación de la condición de los solicitantes de asilo.
El pacto ha generado una cascada de voces críticas, de forma especial por parte de organizaciones de derechos humanos que señalan el riesgo de que las medidas restrictivas socaven los derechos de los migrantes y solicitantes de asilo. Se han expresado preocupaciones sobre la posibilidad de devoluciones forzadas a países donde los migrantes podrían sufrir graves violaciones de derechos humanos.
Una vez más, es España quien vuelve a liderar las políticas migratorias en Europa, a través del compromiso y la solidaridad. Nuestro país se ha adelantado a los plazos establecidos y ya envió el pasado 12 de diciembre su Plan Nacional de Implementación. La migración es un fenómeno global y su gestión eficaz requiere una respuesta coordinada basada en la solidaridad y en mecanismos que garanticen tanto la seguridad de las fronteras como los derechos de las personas migrantes.
España se ha convertido en un país de referencia dentro del entorno europeo, no sólo por la aplicación de políticas sociales progresistas, sino también por los avances en políticas migratorias. Convirtiéndose al mismo tiempo en un halo de esperanza y futuro, para aquellos sectores poblacionales más desfavorecidos que tan sólo pretender vivir y mejorar en todos los ámbitos, con plena seguridad jurídica.
Para algunos, o mejor, para los de siempre la denominación correcta es la de “efecto llamada”. Trayendo la misma inseguridad ciudadana, violencia, aumento de las listas de espera de la Seguridad Social y paro, entre otras cuestiones “terribles”.
Para otros-por suerte mayoría-, sólo es un gesto de solidaridad con el prójimo.