El perdón cristiano en algunos personajes de la obra galdosiana

Rosa Amor del Olmo

A menudo el ser humano padece el horror de tener que convivir con el error, con aquellas acciones de las que no está en absoluto conforme, aquellas que le crean malestar, fastidio o disconformidad con su entorno con sus relaciones y paulatinamente le convierten en otro ser, otra persona. Cuando hablamos de “el perdón” hay algunas preguntas que se suscitan:  ¿qué perdonar y quién perdona?. La historia de los hombres conoce diferentes figuras del mal del que las religiones aspiran a protegernos. El mal[1] es primeramente un contagio exterior del que es preciso purificarse: es la mancha. El mal puede ser también la transgresión de una prohibición: es el pecado. Éste no es un héroe trágico, por cuanto su sufrimiento es precisamente injusto: no sufre porque Dios lo castiga en nombre de la Ley o del Bien. No, su sufrimiento es absurdo, escandaloso y desafía, estrictamente hablando, al juicio. Pienso en el sufrimiento de Job, el deprimido absoluto, gracias al cual la culpabilidad cambia de horizonte. De hecho, su sufrimiento escapa al castigo, suscita la generosidad, suspende el juicio y merece la misericordia.
Existe en el cristianismo una idea que desde luego vincula la culpabilidad a la remisión. ¿No se caracteriza la fe cristiana precisamente porque el creyente no dice: «Creo en el pecado», sino: «Creo en la remisión de los pecados»? El pecado, la desgracia y, con ellos, la culpabilidad, pasan a ser el otro (la otra faz, el negativo) de un discurso de liberación que es justamente el discurso prioritario. Podemos decir también, tomando de San Pablo el término «justificación», que la culpabilidad cristiana obtiene su sentido completo retroactivamente, en la remisión, a partir del instante de su «justificación».

No quiere decir que la persona reconozca este proceso, generalmente no se da cuenta, solo sus maneras, sus pensamientos y sus preferencias, su conducta va cambiando sin que apenas lo aperciba hasta llegar a un punto de crisis del ser que se manifiesta de diferentes formas según proceder. Se relaciona con las características que rodean a la persona, sus mecanismos de escape, con su capacidad de evasión intelectual así como sus dependencias o independencias físicas. La mayoría de las ocasiones buscaremos en nuestra manera de responder con el entorno y las personas que nos rodean esa consecuencia de lo que han sido hasta ese momento las diferentes maneras de responder ante una decisión u otra, ante lo que hemos hecho cuando hemos tenido que escoger.

Galdós enfoca sus personajes con un componente temporal, los construye con tiempo, la mayoría tienen unos antecedentes, algún dato que da idea al lector o al público de a quién tiene delante. Este tiempo y experiencias de los personajes, harán que la personalidad de los mismos y con ella sus emociones que no son lo mismo que sus convicciones, se hayan configurado de alguna manera en ese discurrir de los años afectando también al carácter. ¿Qué sucede cuando el pasado vuelve y viene a golpear cuando no se acepta el pasado, la realidad que nos rodea o cuando no nos gusta lo que hemos hecho y nos gustaría cambiarlo? ¿Los personajes pueden al igual que las personas cambiar su destino? Nos gustaría cambiarlo y de alguna se podría hacer, pero el problema vuelve cuando no somos conscientes nada más que del malestar que produce el pasado o el presente pero sin comprenderlo o aceptarlo, bien porque no nos ha gustado, bien porque quisiéramos cambiarlo, bien porque de aquella disconformidad solo recogemos la amargura de un tiempo que no es y que ya no será.

Los personajes de Galdós, especialmente las mujeres, deben enfrentar otro proceso añadido al hombre y esto es el de aceptar una realidad completamente hostil, peligrosa y extraña como nunca, provocada por una sociedad doblemente asesina para el individuo. Dicha sociedad no tiene compasión, no comprende nada en aras de una frialdad que convierte a mujeres y hombres en seres de hierro que miran a su supervivencia pero jamás mira al lado nada más que para juzgar las acciones de otro. Mientras, el ser humano sufre constantemente como precio del tributo que tiene que pagar por estar en el mundo , con mayor razón cuando se es mujer.

Galdós a cada paso plantea las mismas cuestiones que tienen que ver con el perdón, con la culpabilidad que produce la falta o el pecado, planteando soluciones en las que ha profundizado en las emociones y debilidades del ser humano. De ello hace un espejo para los personajes.

Él plantea: ¿A qué aferrarse para no destruirse a si mismo? Existe alguien que no tenga nada de qué arrepentirse? Y en ese caso ¿qué hacer? Acaso ¿el arrepentimiento se relaciona con el perdón en alguna de sus características? Si por arrepentimiento entendemos la forma en la que vemos las acciones, recapacitamos sobre ellas y ponemos en marcha el mecanismo moral que dice las que están bien y las que están mal, entonces podremos encontrar un punto de confluencia. Una vez que analizamos las acciones, y encontradas las que no están bien pensamos si esas acciones que no están bien han sido provocadas por nosotros o si por el contrario esas que no están bien las ha provocado alguien. Cuando Galdós quiere ensalzar esta dialéctica inventa unos personajes que son la antítesis y con esa tendencia creó tantos seres que revuelven al lector por representar justamente esos que se creen en la verdad, fruto de una tradición.

 Si la autoexigencia moral influye en algo en este sentido, (Juana Samaniego) entonces el libre examen de conciencia hará igualmente su parte para poder llegar al lugar donde cada uno –el individuo— quiere estar. El examen libre de conciencia no se contempla en los personajes de tradición católica que Galdós ha tratado tanto en sus obras y por ello tratado de anticlerical. Sin emabrgo en Santa Juana de Castilla sí podemos entender esta proyección de libre pensamiento en la figura de la reina.

Si la persona no es consciente de este libre examen, de esa capacidad de análisis y de su libre albedrío para poder igualmente decidir, reflexionar o cambiar sus acciones entonces probablemente no podrán hacer nada con su malestar. Perfecta y Juana Samaniego son vivos ejemplos de esto. De otro lado, aquellos que sí son conscientes de acciones no correctas –lo que en la religión se llama pecar— pueden rectificar, cambiar su conducta porque se les estima un “corazón contrito” una emoción añadida, un sentimiento consciente de que una acción no está bien porque otra puede corregir a esa que no está bien con otra acción que es mejor y con ello mejorar el nivel o calidad de ese ser humano. Con ello esa categoría humana también será diferente, será mejor, al perfeccionar sus acciones. Estamos hablando ahora de acciones que tienen que ver con uno mismo, no con las relaciones con los demás.

El escritor canario ha querido –anticipándose siempre a su tiempo— exponer una sociedad alienante, la sociedad española para eso es todavía más radical que lo que fuera la francesa o la rusa por la preponderancia de las clases religiosas y sus teorías sobre el individuo. Ellos impiden que el individuo reflexione sobre lo que es en su vida, sobre cómo ha construido su realidad, con sus mecanismos y estrechuras derivadas de una mentalidad de angostura ajena por completo a la realidad controlada por el hombre, nada será. De modo que el tiempo lo domina hasta llegar al vacío incontrolable que produce la angustia de no haber sabido cómo controlar su vida y con ella el tiempo, sus acciones y la propia esencia de su ser. Plantea Galdós que es uno mismo (la mujer principalmente) que uno mismo se ayuda a construir el tiempo que queda de vida, mejorando, reconstruyéndolo con lo que hasta ahora no ha servido, en ello, puso Galdós firme propósito de perfección y esfuerzo. De ahí su proyección universal donde cualquier lector puede sentir la humanidad y el trasfondo del autor en voz de sus personajes.

Perdonamos a los hombres aun sabiendo que son enemigos declarados de nuestras creencias, de nuestras convicciones o de nuestro papel desempeñado en el trabajo, demuestran su enemistad con calumnias, falsos testimonios, ofensas enormes. Son enemigos y no debemos sentir mala voluntad contra ellos ni tocar siquiera un solo cabello de su cabeza aunque no cesen de murmurar y murmurar. Porque el hablar, la palabra mal intencionada puede arrasar con el prestigio o la dignidad de una persona mucho mas que mil ejércitos y sin embargo ahí están las huestes de murmuradores que todo lo exterminan. Algunos aún hacen de ello una profesión cerrando sus ojos a todo lo que es virtuoso o que tenga que ver con la construcción del edificio de verdad a base de palabra verídica. ***Con todo, nunca iría en contra de ellos pero sí que digo que jamás serán amigos íntimos ni estarán cerca ni de mí ni de los míos. En ocasiones he visto como el hombre honrado, de naturaleza buena llega a confundir al hombre santo con el hombre diablo entregado a la maldad porque sí. No es mi deseo ni el tuyo –lector incomparable seguro— que el amor por mis enemigos me ciegue a tal grado que no pueda discernir entre la luz y las tinieblas, entre la verdad y el error, entre el bien y el mal, antes  espero vivir de tal manera que uno pueda encontrar la suficiente luz como para poder discernir entre el error y la verdad y poder ponerse al lado de la verdad y no del lado del horror, la mentira y de la oscuridad.

El perdón, por tanto,  no es un concepto psicoanalítico. Es lógico que cuando se estudian estos avatares se sienta inclinación, por extensión, para intentar revisar y reflexionar a cerca de el perdón, la culpa, en ese sentido en las obras de arte en su confrontación con el mal, el suicidio y la muerte En Finitude et culpabilité,[2] Paul Riccoeur desplegó esta «trilogía» según se manifiesta en la historia de las religiones, para culminar con su disposición en la Biblia. Muestra que la culpabilidad —después de la «mancha» y del «pecado»— constituye una auténtica «revolución en la experiencia del mal». La conciencia, devenida en instancia superior, transforma el pecado comunitario en culpabilidad individual. Esta última es vivida desde entonces como una «interioridad consumada del pecado», como una «disminución íntima del valor del yo». Ya no estamos ante una deuda secular y colectiva que sanciona la iniquidad de los padres ejerciendo el castigo sobre los hijos, como sucede con la falta. Por el contrario, la culpabilidad realiza una pulverización de la falta colectiva: ella interioriza el realismo del pecado como responsabilidad individual. Este recorrido lógico se produce, naturalmente, por razones teológicas e históricas enlazadas al destino del pueblo judío.
Habrá que agregar a este movimiento intimista de la conciencia culpable la figura del «justo sufriente», del «servidor sufriente». Éste no es un héroe trágico, por cuanto su sufrimiento es precisamente injusto: no sufre porque Dios lo castiga en nombre de la Ley o del Bien. No, su sufrimiento es absurdo, escandaloso y desafía, estrictamente hablando, al juicio. En este sentido podemos pensar en el sufrimiento de Job, el deprimido absoluto, gracias al cual la culpabilidad cambia de horizonte. De hecho, su sufrimiento escapa al castigo, suscita la generosidad, suspende el juicio y merece la misericordia.
Por último, un tercer momento capital, referido esta vez a la historia del cristianismo, vincula la culpabilidad a la remisión. ¿No se caracteriza la fe cristiana precisamente porque el creyente no dice: «Creo en el pecado», sino: «Creo en la remisión de los pecados»? El pecado, la desgracia y, con ellos, la culpabilidad, pasan a ser el otro (la otra faz, el negativo) de un discurso de liberación que es justamente el discurso prioritario. Podemos decir también, tomando de San Pablo el término «justificación», que la culpabilidad cristiana obtiene su sentido completo retroactivamente, en la remisión, a partir del instante de su «justificación». Tomamos pues, como base esta idea paulina que es la que permanece en la actuación del ser humano, según nuestra tradición católico—cristiana.

Benito Pérez Galdós en sus personajes ha presentado el sentido del perdón en muchas de las relaciones que ha establecido. En este texto sólo nos centraremos en los personajes femeninos por ser éste, quizás, un trabajo que abarca muchas más páginas. Presentamos por tanto una versión minor de esta idea.

Comenzamos repasando los casos de teatro:

Uno de los casos de “perdón” que más llamó la atención no sólo en lectores sino en espectadores y público galdosiano lo constituye el caso de Augusta y Tomás Orozco en la obra Realidad, novela en cinco actos. Tras el adulterio cometido por Augusta, su esposo al final de la obra permite la continuidad de la relación rompiendo así la tradición calderoniana que condenaba a la mujer con toda la ley. En este caso parece que Augusta no le perdona a su marido sus preocupaciones por su trabajo y por asuntos que en nada tienen que ver con su vida privada, con sus problemas como persona e individuo. Augusta sufre de soledad y su marido no la atiende, esto le da la justificación para su relación con Federico Viera el tercer eslabón de la relación. Federico no se perdonará a si mismo la traición a su mejor amigo y termina suicidándose.

El perdón nace en el sujeto que recibió la ofensa, pues sólo en esta calidad puede liberarse de los posibles resentimientos que tenga contra el agresor. Debemos de saber que el perdón, como liberación, es fruto de la voluntad de cada individuo. No se puede obligar a perdonar porque esta acción recae en la voluntad, que aún con castigos, no hace lo que otros decidan sino lo que ella misma delibera hacer. Incluso se puede decir que esta obligación violenta la naturaleza del perdón. Pues, si el perdón intenta reconstruir y liberar de un resentimiento, no se puede llevar a cabo en plenitud si no es por medio de la libertad. Cuando Galdós escribe Misericordia, Halma o Nazarín, revela por encima de cualquier teoría la fragilidad del ser humano y cómo éste debe tener caridad espiritual y humana con los demás, destacando no la caridad económica que tanto criticaba el autor sino la caridad espiritual. El acercamiento al bien del ofensor por parte del ofendido a través del perdón se entiende mejor si se confronta la misericordia con el perdón. Parece que una puede llevar al otro en algunas situaciones. El perdón, la liberación del resentimiento contra el ofensor, y de sus culpas. Con ello se busca ver al ofensor reintegrado a la plenitud de la dignidad humana, pues si permanece reconocido sólo como ofensor, no hay una visualización de su plena humanidad, pues no se le considera capaz del bien.

La misericordia es, literalmente, un corazón empobrecido o compadecido. Evoca un corazón lacerado, y lacerado especialmente por ver la miseria de otro. (1) El perdón puede nacer de considerar al ofensor como un pecador que ha degradado su dignidad humana. Esta degradación puede lacerar el corazón del ofendido; y en la medida que desee el bien y la superación del ofensor es un hombre caritativo, pues desea el bien del otro, incluso de un ofensor, sin desear nada más para sí mismo.

El ofensor no puede perdonar, porque la ofensa no recayó en él, sino que de él se originó. Por tanto, el perdón depende de quien recibe la ofensa y es un acto de la libertad y de la caridad.

Cuando perdonamos ejercemos la caridad en un grado mayor, pues, si la caridad es amor, y el amor es el deseo del bien del otro, le hacemos un bien a nuestro ofensor cuando lo liberamos de nuestro resentimiento y posible violencia. Esto no significa que haya que renunciar a la justicia o al castigo merecido, sino que, con el perdón mostramos nuestra disposición a hacer el bien.

Se puede hablar del perdón como una liberación. De hecho, la palabra “perdón” viene de las palabras latinas “per donare”, que significan “dejar ir”, “dar por” o “dar para”. Cuando ejercemos el perdón “soltamos” a quien nos ha ofendido o nos ha hecho un mal. En griego esta etimología se entiende mejor, pues, “afesis”, palabra para perdón, significa liberación.

El cristiano cree en el perdón de los pecados[3]. Y como consecuencia, espera ser aceptado de nuevo en el seno del Padre a través de la justificación del Hijo, quien ha plenificado la naturaleza humana y hecho posible que seamos de nuevo hijos de Dios en plenitud. Es así que estamos llamados a ser “hijos en el Hijo”. El perdón de los pecados es una creencia fundamental del cristianismo, que ha sido expresada en el credo y en el Padrenuestro.

***

El dar el perdón no significa que dejemos de reclamar justicia sobre el que nos ha ofendido. Nos hemos liberado de la ira y del resentimiento, pero no de la justicia. Abandonar ésta sería un gran mal para el ofensor, pues la justicia acerca al ofensor a una corrección y busca su perfeccionamiento.

Hemos planteado que el perdón es un resultado de la misericordia, que es expresión de la caridad. La caridad, que es amor, es el deseo del bien del otro. Es así que si somos caritativos con el ofensor, desearemos su bien, y esto es su optimación. Si permitimos que el ofensor permanezca en tal estado, ya sea como delincuente o criminal, lo apartamos de su optimación en la virtud. Y si permitimos que continúe con una vida apartada de la virtud, que es expresión del bien, y llena de conductas antisociales, permitimos que persevere en el mal, ya que estas acciones terminan destruyendo al individuo. Por tanto, si no hacemos justicia a nuestro ofensor le hacemos un mal, ya que no lo conducimos hacia su perfeccionamiento en la virtud.

Acercar a la justicia al ofensor le causa un bien, pues reconoce que ha violado la dignidad de otra persona, y además lo insta a llevar una vida virtuosa, aunque tenga que purgar una justa condena. Al final la justicia y el perdón no se contradicen porque buscan el mismo fin que es el bien del ofensor. Este bien se puede mostrar como magnanimidad humana, sin embargo, el cristiano entiende que toda compasión y perdón participa de la bondad divina y a ella se encamina.

Cuando perdonamos nos parecemos más a Dios que en otras ocasiones. Dios, por su perfección es la bondad, la justicia y la misericordia en sumo grado. A lo largo de la Antigua alianza, Dios se mostró compasivo y misericordioso, pues guiaba al pueblo de Israel perdonando sus pecados y haciendo justicia a los que caían en pecado. La misericordia y justicia de Dios se han mostrado plenamente en Cristo, quien ha venido a hacernos hijos del Padre guiándonos hacia Él del mejor modo posible.

Cristo también perdonó a los pecadores y los instó a llevar una vida virtuosa, como en el caso de la mujer adúltera (Jn. 8 1—11). No obstante, la llamada a la conversión y la predicación de la misericordia de Dios, Cristo también ha mostrado que, llegado su tiempo, hará justicia a los que han llevado una vida alejada de la virtud. El momento culminante de la expresión de perdón del Hijo es la absolución de sus verdugos al momento de clavarlo a la cruz. “Padre, perdónalos porque no saben lo que hacen”. ¿Cómo puede expresarse de tal modo un hombre que es injustamente torturado? Sin duda este momento es elocuente porque muestra la apertura del corazón de Dios para liberarse del resentimiento y quitar las culpas de los ofensores. Es tal la magnitud del amor de Dios, que está dispuesto a liberar de las culpas. Sin embargo, esto no impide que Dios, por su perfección, pueda hacer justicia.

María en Mariucha también perdona a su familia por su forma de perder los negocios, sus maneras ociosas de ver la vida. Igualmente acepta y perdona el pasado de que será su nuevo amor. Las mujeres de Galdós casi siempre perdonan las faltas de los que quieren, véase el caso de Celia, Celia en los infiernos, quien perdona a todo lo que la rodea, a su posición, al amor de su vida, demuestra una bondad de espíritu grande, Celia es un alma solidaria que se da a los demás y se olvida de sí misma, es una heroína y como tal, ha olvidado a aquellos que le han producido dolor devolviéndolo con una actitud evangélica y cristiana que quiere ayudar y salvar a los demás, salvándose a si misma. Celia demuestra que el perdón es curativo, le hace progresar, le impulsa a su evolución personal y social y ello responde a una visión muy avanzada de la manera de ver por parte de Galdós la persona en su relación con sus semejantes.

Ni qué decir tiene Fortunata quien le perdona absolutamente todo a su Don Juan, Juanito Santa Cruz, y lo hace de manera natural, como una respuesta de la naturaleza a un amor. De los personajes de sus novelas, pro supuesto Isidora Rufete, quien también le persona todo a Pez, tienen en sus eslabones a los personajes del teatro.

Pero todo bien tiene su mal, la reconciliación puede existir o no, y la vida o el ser humano está lleno de contradicciones y de la misma manera que Tomás Orozco “perdona” aunque  le cueste a su mujer. Tal y como lo demuestra el hecho de que no se va de la casa ni ejerce medidas legales contra ella, aunque lo pudiera hacer. Es obvio que el matrimonio entre Tomás y Augusta ya no será lo mismo al darse cuenta el esposo del engaño de su mujer y con su mejor amigo. Él siente culpable a la mujer y no a Federico, por quien siente lástima al considerarlo una persona sensible, débil comparado con la fuerza de su esposa. Tomás sabe que Federico es un muñeco en manos de su mujer.

AUGUSTA.— (para sí.) No me ha creído… ¡Y yo noto un vacío en mi alma…! Me siento divorciada, sola, como si viviera en un páramo.

OROZCO.— (para sí.) Mi mujer ha muerto. Soy libre. Ningún cuidado me inquieta ya, sino es el de mi propia disciplina interior, hasta llegar a no sentir 
Página 427
nada, nada más que la claridad del bien absoluto en mi conciencia.

AUGUSTA.— (para sí.) He mentido… Su virtud no me convence ni despierta emoción en mí. ¡Divorciados para siempre…! Si viera en él la expresión humana del dolor por la ofensa que le hice, yo no mentiría, y después de confesada la verdad, le pediría perdón. Ningún rayo celeste parte de su alma para penetrar en la mía. No hay simpatía espiritual. Su perfección, si lo es, no hace vibrar ningún sentimiento de los que viven en mí. OROZCO.— (para sí.) ¡Pero qué solo estoy! Murió el encanto de mi vida. ¿Flaqueará mi ánimo en esta crisis tremenda? La conmoción interior es grande. ¿Conseguiré dominarla, o me dejaré arrastrar de este impulso maligno que en mí nace, o más bien resucita, porque es resabio de mis dominadas pasiones de hombre? (Detiénese detrás de AUGUSTA contemplándola. Ella no le ve.) ¿Por qué no te impongo el castigo que mereces, malvada mujer? ¿Por qué no te…? (Apretando los puños.)

AUGUSTA.— (para sí, sobresaltada y recelosa, al sentirle parado detrás de ella.) ¿Qué hace?

Pero existen igualmente en ese sentido del bien—mal personas encarnados en personajes que no perdonan o que al menos no se siente esa “facilidad” para el perdón que demuestran las mujeres. Cuando se trata de personajes femeninos pero con perfil masculino como Perfecta o Juana Samaniego, entonces la crueldad aflora como un castigo para aquel que ha transgredido la ley. Perfecta es una mujer maltratada por su marido quien nunca la ha respetado, esto se trasluce entre las líneas que la protagonista esboza en su resentimiento con la vida. Perfecta no perdona la vida que le tocó vivir y por ello tiene que castigar a su hija y al novio de ésta. Ella siente que tienen el mismo poder que un Dios, ese que juzga y castiga todo lo que no es correcto. Perfecta castiga todo lo que considera falta o pecado, se mofa.

algo más que tú no tienes y que has venido a buscar entre nosotros.

Rey sintió el bofetón. Su alma se quemaba. Érale muy difícil guardar a su tía las consideraciones que por sexo, estado y posición merecía. Hallábase en el disparadero de la violencia, y un ímpetu irresistible le empujaba, lanzándole contra su interlocutora.

— Yo he venido a Orbajosa —dijo— porque usted me mandó llamar; usted concertó con mi padre…

— Sí, sí, es verdad —repuso la señora, interrumpiéndole vivamente y procurando recobrar su habitual dulzura—. No lo niego. Aquí el verdadero culpable he sido yo. Yo tengo la culpa de tu aburrimiento, de los desaires que nos haces, de todo lo desagradable que en mi casa ocurre con motivo de tu venida.

— Me alegro de que usted lo conozca.

— En cambio, tú eres un santo. ¿Será preciso también que me ponga de rodillas ante tu graciosidad, y te pida perdón?…

— Señora —dijo Pepe Rey gravemente, dejando de comer—, ruego a usted que no se burle de mí de una manera 
Página 127
tan despiadada. Yo no puedo ponerme en ese terreno… No he dicho más sino que vine a Orbajosa llamado por usted.

— Y es cierto. Tu padre y yo concertamos que te casaras con Rosario. Viniste a conocerla. Yo te acepté, desde luego, como hijo… Tú aparentaste amar a Rosario…

— Perdóneme usted —objetó Pepe—. Yo amaba y amo a Rosario; usted aparentó aceptarme por hijo; usted, recibiéndome con engañosa cordialidad, empleó desde el primer momento todas las artes de la astucia para contrariarme y estorbar el cumplimiento de las proposiciones hechas a mi padre; usted se propuso desde el primer día desesperarme, aburrirme, y con los labios llenos de sonrisas y de palabras cariñosas, me ha estado matando, achicharrándome a fuego lento; usted ha

Mayor crueldad demuestra doña Juana Samaniego con Casandra (Casandra) y con Rogelio hijo extramatrimonial del que fuera su marido. Juana demuestra no poder perdonar bajo ningún concepto las faltas de su marido, ni ninguna falta de nadie, ella busca una perfección que intuye que no existe pero quiere imponerlo a los que le rodean. Ni ha perdonado ni nunca conseguirá perdonar al igual que Perfecta tienen su “versión” de los hechos y dicha versión es inamovible. Están en la verdad.

Bárbara se repone bastante bien de la infamia a que es sometida y no se ve en ella sentimientos de culpa reales, no, al contrario, sus hechos justifican todos sus sentimientos.

Todo el texto de El abuelo es igualmente una lucha de la persona, del individuo en busca de la paz, en busca de la curación personal que puede llegar a ser el perdón. Para el Conde de Albrit su nuera, la esposa de su hijo, la Condesa, es una pervertida que no tiene derecho a la vida, porque engaño a su hijo, muerto por dejadez  y de tristeza para tener otra hija bastarda con un pintor bohemio. Como el conde se enterara de su traición quiere saber quién es la nieta “bastarda” fruto de la infidelidad por tanto no legítima y quien es la verdadera según dinastía de sangre. De otro lado, Lucrecia la condesa y nuera del Conde es insultada, ultrajada varias veces por su suegro, a quien considera un hombre que es fiel a sus tradiciones en este caso ciertamente tradicionalistas y poco liberales ante la vida y los cambios que esta propende a la persona.

Ella perdona todo a su suegro, incluso cuando animada por los enemigos del Conde –todos le traicionaron y él a ninguno perdona— deciden encerrar entre los muros de un convento al anciano, responde con valentía y al final de la obra demuestra su reconciliación cediéndole una de sus hijas, precisamente la que no es de sangre, la hija de aquel pintor bohemio con vivió un romance extramatrimonial. Dicha jovencita –contradiciendo la tradición y la historia, sin embargo se entiende de maravilla con el abuelo, y lucha por quedarse a cuidarle. El conde tiene un carácter fuerte “el león de Albrit” le apodan, no entiende como el santo de Pío Coronado, es héroe, prototipo del buen maestro, perdonó a su mujer una y otra vez su vida de adúltera trayéndole a casa una y otra vez hijas bastardas. Le parece de una bondad tan extrema que no le parece irreal, y no le extraña que diga de sí mismo: qué malo es ser bueno.

El caso de Gloria es uno de los más evangélicos que Galdós ha plasmado en su novelística, llegando con ella a crear un tipo de personajes de creencias verídicas, de comportamiento honesto, de obediencia a las leyes y de extrema sensibilidad.

— Te amé porque me parecía que Dios te había puesto delante de mí; te amé por tu lenguaje, por tus acciones, por tu persona, por una dulce concordancia de tu alma con la mía… ¿Qué sé yo por qué?… Pero no… tú me 
Página I, 309
estás engañando ahora… tú no puedes ser lo que dijiste, Daniel, porque tú has practicado la caridad.

— Nuestra ley nos dice: «Bienaventurado el que piensa en el pobre. En el día malo lo librará Jehová».

— Tú no puedes pertenecer a esa secta abominable —añadió Gloria asiéndose a su incredulidad como a un clavo ardiendo—. Aunque mil veces me lo jures, mil veces me negaré a creerlo… Si lo eres, ¡qué horrible disimulo el tuyo!

— He disimulado, sí. Esta es nuestra costumbre cuando viajamos por un país intolerante como el tuyo. Pero a ti debí decirte la verdad, lo conozco, lo confieso, declaro ante ti mi culpa, esperando perdón.

— Esto no puede perdonarse, no, de ningún modo —dijo Gloria con airada resolución.

— Tu Maestro —afirmó Morton—, te dice: «Perdona a tus enemigos, ama a tu prójimo como a ti mismo». ¿Es posible que tú participes del tradicional encono contra nosotros y de esa vulgar antipatía con que apacienta su ignorancia y sus malas pasiones la plebe cristiana?Gloria, ¡por el que hizo el cielo y la tierra! no puedo creer que degrades así tu preciosa inteligencia… 
Página I, 310
 Dentro de Jesús lo admito todo; fuera de él nada. No llames preocupación al horror que me inspiras.

— Horror que desaparece callando un nombre. ¿Por ventura esto no te dice nada? ¡Me amaste sin conocerme! Di: ¿no parece esto una burla de tu misma fe? O Yo estoy loco, o esto es la voz de la humanidad que a gritos reclama sus derechos.

— ¡Oh!

Obras consultadas

Arendt, Hannah
La condition de l’homme moderne. Paris, Calmann—Lévy, 1961, pp. 269—273.
La vie de l’esprit, t. II. Paris, PUF, 1983, pp. 211—213.

Freud, Sigmund
Le Moi et le Ça (1923), en Essais de psychanalyse, trad. fr. S. Jankélévitch, Paris, Payot, 1927; nueva trad. dir. por Andrée Bourguignon, Petite Bibliothèque Payot, 1981, pp. 105—108 y 205 y ss.
[= Obras completas, t. XIX, Buenos Aires, Amorrortu Editores, 1982].

Heidegger, Martin
Être et temps (1927), trad. fr. F. Vezin, Paris, Gallimard, 1986, §§ 54—60, esp. § 58, p. 344.
Nietzsche, t. I—II. Paris, Gallimard, 1971, esp. t. I, pp. 54 y 453.

Kristeva, Julia
Pouvoirs de l’horreur. Essai sur l’abjection. Paris, Seuil, 1980.
Soleil noir. Dépression et mélancolie. Paris, Gallimard, 1987.
La révolution du langage poétique. Paris, Seuil, 1974, pp. 22—30.
Histoires d’amour. Paris, Denoël, 1983; reed. Folio Essais, n.º 24, 1985, pp. 36—56.
La revuelta íntima. Literatura y psicoanálisis. Buenos Aires, Eudeba, 2001, cap. III: «El escándalo de lo fuera—del—tiempo».

Ricœur, Paul
Finitude et culpabilité. Paris, Gallimard, 1960.

Santo Tomás de Aquino
Summa Theologiae. Paris, Éditions du Cerf, 1984, Iª parte, cuestión 21.


[1] Julia Kristeva. La revuelta íntima. Literatura y psicoanálisis. Curso del Martes, 16 de enero de 1996, Julia Kristeva,Eudeba. Bs.As., 2001.

[2] Ricoeur Paul, Finitud y culpabilidad, Madrid, Editorial Trotta, 2004. Traducción de Cristina de Peretti, Julio Díaz Galán y Carolina Meloni.

[3] Santo Tomás de Aquino, Suma Teológica I, q. 21, art. 3

  • Related Posts

    Xavier Villaurrutia (1903 – 1950) gran poeta mexicano entre la angustia y la duda luminosa

    Antonio Chazarra Montiel, profesor emérito de Hª de la Filosofía Las dudas son cosa intelectual: hay que contar con ellas por honradez y dialéctica. Gonzalo Torrente Ballester El 25 de diciembre se cumplirán setenta y cinco años de la muerte…

    [i]Gerona: ‘una guerra a muerte en la animalidad hambrienta’

    Carmen Luna Sellés, Universidad de Vigo             Cuarenta y seis episodios agrupados en cinco series son los que componen ese monumental mosaico histórico-novelesco que forman los Episodios Nacionales de Benito Pérez Galdós (1843-1920) escritos entre 1873 y 1912. En ellos,…

    One thought on “El perdón cristiano en algunos personajes de la obra galdosiana

    1. My husband and i felt absolutely more than happy Louis managed to carry out his basic research while using the ideas he had through the site. It’s not at all simplistic just to always be giving for free procedures people have been trying to sell. And now we remember we have got the writer to give thanks to for this. The illustrations you’ve made, the simple web site navigation, the relationships you help to engender – it’s mostly superb, and it’s helping our son in addition to us feel that this issue is awesome, and that is unbelievably pressing. Thanks for all!

    Deja una respuesta

    Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

    ARTÍCULOS

    Fernando de los Ríos sobre Galdós en 1926: català/español

    Fernando de los Ríos sobre Galdós en 1926: català/español

    Pasteur entre los trabajadores cordobeses en 1923

    Pasteur entre los trabajadores cordobeses en 1923

    Reseña del volumen 37 de Isidora. Revista de estudios galdosianos

    Reseña del volumen 37 de Isidora. Revista de estudios galdosianos

    Encuentro con Saïd Benabdelouahad en la Universidad Hassan I de Settat

    Encuentro con Saïd Benabdelouahad en la Universidad Hassan I de Settat

    Benito Pérez Galdós y el billete de 1000 pesetas

    Benito Pérez Galdós y el billete de 1000 pesetas

    Bosques, jardines y sociedades secretas: un ensayo sugerente

    Bosques, jardines y sociedades secretas: un ensayo sugerente

    Isidora cumple 20 años ¡hoy!

    Isidora cumple 20 años ¡hoy!

    Fuego y patrimonio cultural: ¿cómo conservar lo irremplazable tras un incendio?

    Fuego y patrimonio cultural: ¿cómo conservar lo irremplazable tras un incendio?

    Zugazagoitia i el judici al passat

    Zugazagoitia i el judici al passat

    La represión de los testigos de Jehová en el tardofranquismo

    La represión de los testigos de Jehová en el tardofranquismo

    Cuando se quemaban libros en la posguerra

    Cuando se quemaban libros en la posguerra

    Los objetivos de la revista “Vida Socialista”

    Los objetivos de la revista “Vida Socialista”