
Rosa Amor del Olmo
Hubo un tiempo en que la literatura se escribía con los pies en el barro. No era una pose ni una elección estética: era una necesidad. El pobre, el arruinado, el desclasado no eran personajes secundarios, sino el centro mismo del relato. Hoy la miseria sigue existiendo —quizá con otros nombres—, pero ha dejado de ser materia literaria. No porque haya desaparecido, sino porque incomoda.
En siglos pasados, la propia tradición literaria elevó la pobreza a protagonista. Desde el pícaro Lazarillo de Tormes hasta el realismo de Benito Pérez Galdós o Pío Baroja, las novelas ponían su foco en los de abajo, narrando sus vidas sin épica ni condescendencia. Galdós, por ejemplo, publicó Misericordia (1897) con el objetivo declarado de “descender a las capas ínfimas de la sociedad matritense, describiendo y presentando los tipos más humildes, la suma pobreza, la mendicidad profesional, la vagancia viciosa, la miseria”. Para lograrlo pasó meses visitando hospicios y barrios bajos, observando de primera mano aquel mundo marginal. Por su parte, Baroja ambientó La busca (1904) en los arrabales más sórdidos de Madrid; en sus páginas “retrata con crudeza la vida en los bajos fondos madrileños” sin falsos romanticismos. En aquellas historias, el pobre era un sujeto con voz y humanidad propias, no un simple símbolo decorativo. La miseria se mostraba tal cual era, sin barnices embellecedores y sin que al final descendiera ningún deus ex machina a redimir a los desdichados.
Hoy, en cambio, la narrativa mira hacia otro lado (o quizá hacia dentro de sí misma). La literatura contemporánea, sobre todo la más difundida, tiende a orbitar alrededor del yo: proliferan la autoficción, las novelas intimistas, los relatos de trauma personal. Abundan protagonistas de clase media ilustrada que exploran sus neurosis cotidianas, sus memorias familiares, sus crisis existenciales. El trasfondo social pasa a segundo plano; las tramas transcurren en ciudades cosmopolitas, cafeterías de moda o talleres de escritura. Es como si el mundo ficticio se hubiera vuelto enteramente de clase media, tal y como apunta irónicamente un crítico: “Latinoamérica se convirtió en una región de clase media. No en la realidad, pero sí en la literatura”. Los novelistas de las últimas décadas han preferido revisar estadísticas optimistas antes que salir a pasear por los arrabales de la ciudad. Durante al menos un par de décadas, la literatura “repudió… la conciencia social para concentrarse en la eficiencia lingüística, narrativa [y] comercial”, buscando historias exportables, relatables y cómodas para un público global. En este panorama, los pobres de carne y hueso prácticamente no aparecen: no tienen voz literaria, no parecen atraer a los editores ni al público objetivo. Después de todo, la mayoría de quienes escriben provienen de entornos acomodados, dejando “fuera a los primeros siete deciles de las estadísticas de ingreso familiar” –es decir, a las clases trabajadoras y humildes– de sus experiencias narrables. ¿Sobre qué van a escribir los nuevos autores? Muchas veces, sobre lo que conocen: ellos mismos. Así, incluso la figura de la víctima en boga suele ser la del individuo alienado o angustiado, más que la de alguien aplastado por la miseria económica.
Y surge una pregunta incómoda: esta ausencia de los pobres en la literatura actual, ¿es una elección moral, estética o simplemente de mercado? ¿Se evita por pudor a cosificar el dolor ajeno, por preferir la belleza de lo íntimo sobre la fealdad de la pobreza, o porque se asume que la miseria no vende? Tal vez un poco de todo. Lo cierto es que, cuando la pobreza asoma en las novelas recientes, casi nunca lo hace en primer plano. Se la tolera apenas como telón de fondo o elemento pintoresco. Como señala Guzmán Rubio, “la pobreza aparece aquí… con un rostro exótico, tendiente al cliché demagógico, como inevitable causa y fondo, pero no como el interés principal. En el mejor de los casos, [es] un decorado que permite alguna reflexión; en el peor, la normalización de una situación tan natural que ni siquiera se presta al conflicto dramático”. En otras palabras, hemos sustituido la miseria real por una pobreza decorativa y domesticada, que no desafía ni incomoda demasiado al lector. Si antes la novela se metía en el barro hasta las rodillas, ahora suele contemplarlo desde la distancia, quizá con culpa, quizá con morbo, pero raras veces desde dentro.
Quizá el problema no sea que ya no existan pobres literarios, sino que quienes escriben han dejado de conocerlos. O peor aún: que prefieren no mirarlos. Porque la miseria, cuando se cuenta de verdad, no embellece a nadie.
Literatura reciente que narra la pobreza (2015-2025)
La siguiente es una selección de obras recientes –novelas, ensayos y crónicas, en español o traducidas al español– que abordan explícitamente la pobreza, la exclusión social y la desigualdad desde una perspectiva crítica. Son títulos publicados aproximadamente desde 2015 en adelante, reconocidos por su compromiso social o impacto crítico, que se atreven a narrar la miseria social “desde dentro” en contraste con la tendencia dominante que suele evitar este tema. Cada obra se acompaña de una breve descripción de su temática y de su relevancia en este contexto.
Novelas destacadas sobre la pobreza
Pobre – Katriona O’Sullivan (2025, traducción al español). Esta novela autobiográfica relata la infancia y juventud de su autora en un entorno de pobreza extrema en Reino Unido e Irlanda, con padres adictos y una vida de abandono y abusos. O’Sullivan describe cómo fue madre adolescente y vivió en la calle, hasta lograr estudiar y salir adelante gracias a la educación pública y el apoyo de mentores. Pobre no es solo una historia de superación personal, sino un manifiesto contra la falsa meritocracia: la autora denuncia la desigualdad estructural que limita las oportunidades de los más desfavorecidos y critica la hipocresía de celebrar casos aislados de éxito ignorando las barreras sistémicas. El libro, best seller en Irlanda, visibiliza la experiencia real de la pobreza y la exclusión, y reclama justicia social más que caridad.
- Las malas – Camila Sosa Villada (2019, Argentina). Novela semi-autobiográfica sobre una comunidad de travestis trabajadoras sexuales en Córdoba. La autora (una mujer trans) narra con crudeza y lirismo la vida diaria de estas personas marginalizadas, reunidas alrededor de la protectora “Tía Encarna” en un improvisado refugio. Es un retrato devastador de la violencia, el desamparo y la sororidad en el mundo transfemenino pobre: un “infierno diario” marcado por el abuso social y la represión policial hacia quienes viven en el corazón del travestismo, desamparado y agredido. Las malas fue aclamada por la crítica (ganó el Premio Sor Juana Inés de la Cruz 2020) por dar voz a un sector invisible y vulnerado de la sociedad con una prosa potente y empática.
- Temporada de huracanes – Fernanda Melchor (2017, México). Novela ambientada en La Matosa, un pueblo ficticio sumido en la pobreza en Veracruz. La trama gira en torno al asesinato de una mujer llamada “la Bruja”, cuyo cadáver aparece en un canal, y a partir de ahí Melchor explora la realidad brutal de la comunidad. Con un lenguaje visceral, la obra expone la violencia, el machismo y la degradación que imperan en ese entorno marginal, mostrando sin tapujos abusos, misoginia y desesperanza entre los más pobres. Temporada de huracanes obtuvo reconocimiento internacional (Premio Internacional de Literatura 2019, finalista del Man Booker International) gracias a su retrato implacable de la pobreza rural y la violencia estructural en la sociedad mexicana.
- Páradais – Fernanda Melchor (2021, México). Novela corta y brutal que aborda las desigualdades de clase en México. Narra la alianza inquietante entre dos adolescentes de orígenes opuestos: Polo, un chico pobre que trabaja como jardinero, y Franco, un joven rico y obeso que vive en la urbanización de lujo “Paradise”. Unidos por la frustración y deseos oscuros, sus acciones los llevan a un estallido de violencia. Melchor explora la violencia y la desigualdad de la sociedad contemporánea, mostrando situaciones extremas originadas por la pobreza y la brecha de privilegios. Páradais ha sido elogiada por su estilo descarnado y crítico, que funciona como una parábola feroz sobre el resentimiento de clase, la misoginia y la rabia latente en una sociedad injusta.
- Panza de burro – Andrea Abreu (2020, España). Novela revelación ambientada en un humilde pueblo rural del norte de Tenerife (Islas Canarias). Sigue las vivencias de dos niñas de clase baja en un barrio remoto, bajo el cielo gris conocido localmente como la “panza de burro”. A través de su mirada infantil, Abreu plasma una realidad precaria marcada por la pobreza, el lenguaje coloquial canario y las duras circunstancias familiares, pero también llena de humor negro e inocencia. La novela destaca por su voz auténtica y costumbrismo sucio, alejándose de visiones idealizadas de la vida rural: muestra maltrato, pobreza y ternura entre gente “ordinaria atrapada en vidas simples” en una comunidad olvidada por el progreso. Panza de burro tuvo gran repercusión por sacar a la luz este mundo marginal canario, con un estilo fresco (repleto de dialecto) que rompe con la literatura española convencional.
- Las maravillas – Elena Medel (2020, España). Primera novela de la poeta Elena Medel, aclamada con premios como el Francisco Umbral al libro del año. Es el retrato de dos mujeres trabajadoras de distintas generaciones, abuela y nieta, cuyas vidas separadas en el tiempo (años 60 y la actualidad) enfrentan la misma precariedad económica. Medel da voz a la falta de dinero, a la verdad en blanco y negro de la clase trabajadora española, abordando temas como la desigualdad de clase y de género, el trabajo de cuidados y las “historias invisibles” de mujeres humildes. La novela –que comienza y termina un 8 de marzo, día de la mujer, 2018– entrelaza las experiencias de María (emigrada de un pueblo andaluz a Madrid en 1969 como empleada del hogar) y Alicia (milennial precarizada en 2018) mostrando cómo ambas comparten una vida de sueldos bajos, barrios obreros y sueños postergados por la pobreza. Las maravillas se destaca por su sensibilidad poética y su crítica social: pone sobre la mesa el tema del dinero y la clase social en la vida de las mujeres, visibilizando la continuidad de la historia de la precariedad a lo largo de décadas.
- Lectura fácil – Cristina Morales (2018, España). Novela galardonada con el Premio Herralde y el Premio Nacional de Narrativa, celebrada por su originalidad y espíritu subversivo. Sigue la historia de cuatro mujeres jóvenes con discapacidad intelectual que comparten un piso tutelado en la Barcelona gentrificada, bajo la tutela de la Generalitat. A través de sus voces diversas (irreverentes, anarquistas, tendiendo al humor negro), la novela muestra su día a día precario: sus problemas económicos, deseos afectivos, asambleas libertarias, clases de baile inclusivo y procesos judiciales para mantener su autonomía. Morales utiliza una estructura experimental (fanzines, actas, WhatsApps) para impugnar el canon social y literario, denunciando cómo el sistema margina a quienes no encajan en la norma económica o mental. Con su “motosierra estilística” (en palabras de la jurado Marta Sanz), Lectura fácil ofrece una crítica feroz al orden social y a la hipocresía institucional, dándoles voz –con ironía y rabia– a personajes tradicionalmente excluidos tanto de la sociedad como de la literatura.
Ensayos y crónicas recientes sobre la pobreza
- El hambre – Martín Caparrós (2015, Argentina). Un extenso ensayo-crónica periodística que investiga el que el autor denomina “el mayor fracaso del género humano”: la persistencia del hambre en pleno siglo XXI. El escritor y periodista Caparrós viajó durante años por países de África, Asia y América –de Níger a la India, de Madagascar a Argentina– recogiendo los testimonios de personas que sufren hambre por diversas causas (sequías, pobreza extrema, guerras, marginación). Con ese material construye un relato que combina análisis y narración, denunciando los mecanismos globales que condenan a casi mil millones de personas a no tener alimentos suficientes. El hambre es un libro incómodo que mezcla reportaje y reflexión, un “panfleto” en el buen sentido que clama contra la vergüenza sostenida de un mundo donde cada día mueren miles por falta de comida. Caparrós pone rostro humano a las estadísticas y cuestiona a gobiernos, religiones, empresas y a la indiferencia colectiva, buscando despertar conciencias sobre esta tragedia evitable.
- Desahuciados: Pobreza y lucro en la ciudad – Matthew Desmond (2016, EE.UU.; ed. española 2017). Investigación sociológica y crónica narrativa (original Evicted: Poverty and Profit in the American City) que sigue de cerca a varias familias pobres en Milwaukee (Estados Unidos) y su calvario para mantener un techo. Desmond, profesor de Princeton, convivió con ocho familias al borde del desahucio en los barrios más humildes, documentando casos como el de Arleen, madre soltera que tras pagar su destartalado apartamento se queda con solo 20 dólares al mes para sus hijos. También conocemos a un exenfermero atrapado por la heroína, a un hombre sin piernas cuidando niños de la vecindad, a trabajadoras con jornadas recortadas… Todos gastan casi todo su ingreso en el alquiler y quedan atrapados, siempre al filo de ser expulsados de sus casas. El libro expone cómo la pobreza urbana se ha convertido en un negocio rentable: propietarios de viviendas ruinosas, parques de caravanas, casas de empeño, prestamistas, etc., se lucran explotando la desesperación de los pobres. Desahuciados ganó el Premio Pulitzer y sacudió el debate público en EE.UU. al mostrar con crudeza esta realidad invisible de la pobreza contemporánea: familias trabajadoras enteras viviendo al día y un sistema que perpetúa su exclusión por beneficio privado.
- País nómada: Supervivientes del siglo XXI – Jessica Bruder (2017, EE.UU.; ed. española 2020). Una crónica periodística sobre el fenómeno de los nómadas modernos en Estados Unidos, personas (en su mayoría adultos mayores) que, tras perder sus ahorros y casas en la crisis de 2008, viven en furgonetas y trailers, deambulando de un trabajo precario a otro. La periodista Jessica Bruder pasó tres años conviviendo con este grupo de personas que lo perdieron todo por la crisis y “se buscan la vida en trabajos precarios muy duros”. Fruto de esa inmersión es este libro, que documenta cómo miles de estadounidenses expulsados del sistema tradicional han hecho de la carretera su hogar: recorren el país en sus campers en busca de empleos temporales (cosechas estacionales de remolacha, almacenes de Amazon, campamentos, etc.) para poder sobrevivir. País nómada retrata sin romantizar esta vida al margen: lejos de ser un viaje voluntario, es la consecuencia de un despojo económico y de la ausencia de red de seguridad. La obra ha sido comparada con Las uvas de la ira de Steinbeck por ofrecer un fresco de la nueva clase de desposeídos tras el derrumbe financiero moderno. Su impacto fue tal que inspiró la película Nomadland (Oscar 2021), aunque el libro es más directo en mostrar la dureza real de esta existencia nómada y precaria.
Cada una de estas obras, a su manera, arroja luz sobre las vidas de los pobres y excluidos en distintos contextos: desde barrios urbanos hasta pueblos rurales, desde memorias personales hasta investigaciones globales. Son ejemplos actuales de literatura comprometida que rompe el silencio y enfrenta la realidad de la miseria social con mirada crítica y empática, invitando a reflexionar sobre las causas de la desigualdad y la dignidad de quienes la padecen.















