Madres y vírgenes

Francisco Massó Cantarero

El ser humano tiene una capacidad inmensa, posiblemente innata, para crear símbolos generales, que expresan sus necesidades y aspiraciones, tanto individuales como colectivas. Tales símbolos se expresan en los mitos, los cuentos, el folclore, los sueños y las ensoñaciones. El poder simbólico y transformador de estas últimas lo demuestra el ensueño dirigido de Robert Desoille.

Entre los símbolos encontramos al anciano sabio representando el saber de frónesis, la prudencia; la madre compasiva (Virgen María) y la madre destructora (Kali y Baba Yaga); el sol que simboliza energía creadora (Helios, el Inti), el niño divino de nacimiento prodigioso (Mitra, Jesús), la cruz (cosmovisión en la Chakana inca, redención universal en el cristianismo) y el número cuatro (la plenitud de los puntos cardinales, los cuatro elementos de la tierra, los cuatro humores, los vientos y los cuatro Evangelios sinópticos según el sorites de San Ireneo), el mandala, representación del orden y la armonía, que tranquilizan y relajan. Una relación exhaustiva de los símbolos agotaría nuestra paciencia.

Vamos a concentrar nuestra atención en el mito de la virgen y madre de dioses, que totaliza 19 advocaciones dentro del panteón universal. La fenicia Astarté, la egipcia Isis, las “doncellas” griegas Démeter y Kore, las romanas Ceres y su hija Proserpina, la ibera Tanit, la mesoamericana Chimalma o Tonantzin, Aditi en la tradición veda, o Anahita en persa, madre de Mitra, etc.

Los faraones, cuando ascendían al trono, declaraban virgen a su madre, porque ellos mismos eran la prueba palpable de haber sido concebidos por el Espíritu Santo de Amón, sin mediar cópula sexual. El faraón era un hombre-dios, que reunía ambas naturalezas en su persona y la fe en su condición divina anulaba que hubiera existido el proceso de engendramiento carnal.

Gaia en Grecia, Gea en Roma y la Pachamama en los Andes son las diosas que  simbolizan la Naturaleza, la autogeneración, vírgenes por tanto, pese a que son diosas ubérrimas, proveedoras de todas nuestras necesidades, incluida el agua, ya que Gaia parió también al Ponto, el mar.

La virginidad de la madre es un arquetipo del inconsciente colectivo, que resulta sagrado en las personas divinas porque las depura, las hace más espirituales e impasibles, a la vez que las empodera y libera sus energías para ejercer la maternidad a plenitud y en exclusiva.

Este epifenómeno cobra su máximo esplendor en el caso de  María, mortal, que no diosa, pero con atribuciones excelsas y telúricas, porque a su condición de Reina de los cielos suma otras muchas atribuciones como Trono de la Sabiduría, y aun ha perdido otras salutíferas como Salud de los enfermos y soteriológicas como Refugio de pecadores, que se han esfumado por los avatares del culto de hiperdulía pontificio.

No obstante, la Virgen María cuenta con innumerables advocaciones que la hacen patrona de otras tantas capillas y madrina de incontables instituciones. Entre las advocaciones, encontramos motivos místicos como Inmaculada Concepción, Gracia, Esperanza, Caridad, Luz, o Dulce Nombre; hay señalamientos por la peana, tal que Virgen del Pilar, del Pino, del Castañar o de la Higuera; otros aluden al lugar de aparición, cual Fuensanta, de la Cueva, de la Cabeza, de Pozo Amargo, Llanos, o Montserrat; también los hay que destacan la agonía de la Virgen como corredentora, significando los Dolores, las Angustias o la Soledad. Otras advocaciones indican incluso el barrio de pertenencia como Esperanza Macarena y Esperanza de Triana. Es muy prolija esta enumeración y contar la historia de cada advocación constituiría un tomo grueso en papel cebolla y letra menuda.

Muchas de las imágenes de estas advocaciones ciñen fajín rojo de general, otras llevan cetro como alcaldesa honoraria de la localidad y condecoraciones como la Rosa de Oro. Pero, en todas luce el lujo de los brillantes, collares de perlas, mantos recamados en oro, piedras preciosas en coronas y alfileres, y la plata de candelabros, sacras, floreros, palios y frontales. Sin duda, detrás de estos alboroques hay una puja de rivalidades, ancestrales y nada cristianas, por sobresalir, para quedar por encima de la virgen del pueblo de al lado, o del barrio adyacente, o de la cofradía contigua. Alzándose con el santo y la peana, se ejerce la ley yo gano – tú pierdes, aunque seamos cristianos.

La denominación de cada imagen y su puesta en escena origina identidad diferenciada, como si se tratase de ídolos distintos. Al menos, hay una clara singularidad taumartúrgica, con poderes específicos para conceder gracias y efectuar milagros, cuyo agradecimiento realimenta el tesoro acumulado y la fama alcanzada, ampliando también los negocios anejos. Recuerden la gestión de las velas y la venta del agua y abalorios en Lourdes, donde todo el pueblo son hospederías y tiendas alrededor de la basílica y el tránsito procesional utilizado a diario; o la cinta transportadora continua que retira las monedas, depositadas por indios pobres, en Guadalupe (México), donde se acumulan hasta cinco basílicas guadalupanas, en la misma plaza.

Una vez constituida la identidad, ésta genera una cultura paralitúrgica, ajena al culto, pero vinculada al mismo. Hay un folclore mariano, romerías portentosas, plagadas de Sin pecados como la del Rocío de Almonte; danzas paganas como los diablos de Almonacid del Marquesado travestidos en faunos para honrar a la Candelaria y cantos específicos como la “Guadalupana”, o la jota de la Pilarica que no quiere ser francesa”.

A su vez, muchos iconos marianos son símbolo del nacionalismo local, representan una opción política, cual ocurre con la Virgen de Czestochowa en Polonia, Loreto en Italia que, por cierto, alberga la casa de Nazaret transportada allí por los ángeles, Montserrat en Cataluña, Aránzazu en Euskadi, o Fátima en Portugal. Tales advocaciones son un paladín más, cuya maternidad incorpórea ampara y protege la idiosincrasia nacional y su historia de rivalidades con las comunidades vecinas.

La maternidad incorpórea se hace institucional en la Iglesia que acoge en su seno al cuerpo místico de Cristo, constituido por toda la feligresía. También la universidad es alma mater, o madre nutricia que alimenta las mentes con el saber. Incluso los acontecimientos icónicos, que han producido cambios sustanciales, reciben el apelativo de hechos-madre; así decimos, la madre de todas las batallas para significar una trayectoria diferente del proceso histórico, tras una gesta bélica. Son otras versiones de la maternidad incorpórea, como si el arquetipo flotara por doquier.

Después de la muerte de Dios, preconizada por Nietzsche, el sentido protector, compasivo y soteriológico que tenía la providencia divina, de la que participaba María inaugurada en las bodas de Canaán, ha descendido al Estado, que ejerce de gran proveedor de gracias y derechos, que subsumen a cierta parte de la población en un hipnótico dolce fare niente, siempre a la espera de los suplidos estatales.

Antes, las súplicas fallidas, provocaban resignación ante la Voluntad de Dios, que no accedía a conceder la gracia. Hoy, las demandas desatendidas, o de imposible cumplimiento, producen huelgas y algaradas ante las autoridades terrenales. Así, de un modo y otro, se camufla la responsabilidad personal que, o bien no hace lo que debe y puede para resolver sus problemas, o bien obedece a aspiraciones delirantes.

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    One thought on “Madres y vírgenes

    1. Sobre artículo de Francisco Massó: Madres y Vírgenes.
      Como siempre, muy bien documentado y muy bien escrito. En esta ocasión me parece el tema elegido muy interesante por las fechas en las que estamos y por la importancia de lo que aborda. Nos dice: «Cada puesta en escena origina identidad diferenciada» Los devotos quieren más a una Virgen que a otras y algunas representaciones no les gustan nada. No aman a la Virgen sino a esta representación de la misma. También es interesante que nos diga que «en muchos casos son un símbolo del nacionalismo local», que nos separan a unos de otros. Tremendo y cierto. Gracias Paco por compartir tu sabiduría.

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