¿Cuántos tipos de literatura infantil conocemos y cómo la aplicamos?

Rosa Amor del Olmo, Universidad Nebrija

En su Arte Poética, Horacio acuñó aquella máxima que decía: Prodesse et delectare, que ha sido comúnmente traducida al castellano como “enseñar deleitando”. Esta idea horaciana, ampliamente arraigada, sostiene la idea de que la literatura debe ser fuente de conocimiento y, a su vez, de placer.

Si la literatura infantil tiene una portentosa entidad dentro de la literatura general, con sus características propias que la diferencian de otros géneros, entonces, ¿cómo no hacer de ella el centro del contexto curricular de las etapas de infantil y primaria?

Mientras que la literatura general no se lee siempre con una finalidad didáctica, la infantil, desde el principio, ha estado unida a lo pedagógico y todavía apenas se ha desligado.

Pero el potencial educativo de un libro no está solo en utilizar un texto en el aula con finalidad pedagógica. Está, sobre todo, en que el niño aprenda a recurrir a la lectura como fuente de disfrute. En que se haga lector. Para esto, es fundamental que sienta la historia próxima a su inteligencia y nivel cognitivo.

¿Son los clásicos lecturas apropiadas?

Muchas de las lecturas que se han impuesto a lo largo de la historia no estaban creadas específicamente para los niños, y eran difíciles de analizar y entender. Planteaban mundos ajenos a la infancia.

Así sucede, por ejemplo, con la inmersión a destiempo, y en versiones que no eran para niños, de los clásicos o autores canónicos. Sin embargo, en Madrid, destacó como editor Saturnino Calleja (el del dicho “Tienes más cuento que Calleja”) con colecciones para literatura juvenil. Su selección de historias, como los Cuentos de Calleja, adaptaciones de historias populares y de clásicos, fueron un impacto importante para el sector educativo del momento. Un avance precursor del género literatura juvenil y de libros escolares, no solo en el valor innovador literario, sino como editorial especializada.

Cuentos de Perrault en edición de Saturnino Calleja (San Sebastián, 1941). BNE – Biblioteca Digital Hispánica, CC BY

Otros autores en España, consagrados y considerados como autores clásicos, escribieron para niños: Fernán Caballero, Juan Valera, Clarín, Pérez Galdós o Ramón Llull. La dificultad, cuando vemos estos textos hoy, reside en que aquellas temáticas y la forma en que están relatadas –a veces con léxico incomprensible– alejan al joven lector de su total comprensión.

Sirva como ejemplo, el cuento de La conjuración de las palabras de Benito Pérez Galdós, versionado, traducido y adaptado con actividades por la Casa Museo Pérez Galdós, pero con resultados de motivación no muy esperanzadores según los resultados de un estudio de próxima publicación titulado El impacto negativo de la literatura canónica en el mundo infantil: un alejamiento cognitivo histórico.

Literatura infantil en el siglo XX

La generación de la República o del 27 (Benavente, Valle Inclán, Alberti o Lorca) escribieron poesía y teatro destinados a la etapa infantil y juvenil.

En la década de los 30, lo hicieron Elena Fortún (Celia y su hermano Cuchufritín, entre otras) y Antonio Robles (Ocho cuentos de niños y muñecas y Los hermanos monigotes).

Actualmente estamos investigando el efecto que este tipo de literatura canónica tiene en los lectores infantiles. A pesar de ser buena literatura, destinada a un público joven, resulta demasiado alejada de su realidad como para cubrir las necesidades de “conversión a la lectura”.

Tres enfoques

De estas creaciones con poca sintonía con la mente infantil, la producción literaria para niños ha ido centrando su enfoque paulatinamente en explotar didácticamente ese contacto con lo literario, y no tanto en lo lúdico–creativo.

La clasificación más implantada de la literatura infantil es la desarrollada por Juan Cervera en su libro Teoría de la literatura infantil de 1989:

  1. La literatura ganada o recuperada: son las obras que no fueron creadas para niños pero que se han adaptado para la educación. Forman parte del canon literario infantil y se recrean como material de aprendizaje. Este es el caso de las adaptaciones de los Cuentos de Perrault, Alicia en el país de las maravillas de Lewis Carroll, o las ediciones de Las mil y una noches.
  2. La literatura creada para niños: textos destinados a ellos y creados con las necesidades creativas de los niños en mente. Es un tipo de creación literaria que se mantiene hoy día en forma de cuentos, poesías, canciones o textos de teatro. Los creadores se esfuerzan por hacer textos vivos, interesantes y atractivos, y pueden ir acompañados de ilustraciones extraordinarias que potencian la motivación. El principal problema es mantener dicho interés y hábito a lo largo del tiempo, en especial, en la secundaria.
  3. La literatura instrumentalizada: nos referimos a esa gran cantidad de publicaciones que se producen y que aparecen en series en las que, tras escoger un protagonista común, lo hacen pasar por distintos escenarios y situaciones: la playa, el monte, el circo, el mercado, el zoo, el campo, la iglesia, el colegio, la plaza… O bien aquellos que se crean específicamente para ejercicios de gramática u otras asignaturas. En estas obras predomina la intención didáctica sobre la literaria. Son libros que toman el esquema de la literatura pero no son literatura, aunque lo parezcan.

Lecturas que permitan crecer

Desde el punto de vista de la respuesta a las necesidades del niño, las modalidades ganada y creada llenan educativamente –no escolarmente– el tiempo de ocio de los niños y su presencia en la escuela es beneficiosa.

Especialmente, cuando se fomenta la comprensión lectora para un trabajo de predisertación, predebate o de juegos de campos semánticos, léxicos o hacia enfoques de talleres de escritura. Los pequeños lectores entenderán la potencia de la literatura a través de la lengua como instrumento comunicativo y creativo.

Sin embargo, la expansión de la literatura instrumentalizada comportaría la invasión del tiempo de ocio por la escuela. De este modo iríamos en contra de las nuevas tendencias pedagógicas con las que pretendemos que partiendo de lo lúdico el niño pueda crear sus mundos imaginarios.

Lectura como deleite

Para que los más pequeños entiendan la lectura como un deleite, como otra opción de entretenimiento y no como una extensión obligatoria de la escuela, deberíamos huir de esos cuentos que terminan con actividades para comprobar si el niño “se ha enterado”.

Lo ideal es alcanzar una actividad lectora que permita crecer en emociones y en autocrítica, en la que el aprendizaje sea a través de la exposición a contextos diferentes, y de un interés holístico en la obra.

Rosa Amor del Olmo, Prof. Dra. Grado Educación. Profesora de Lengua y Literatura, Lectoescritura, Adquisición del lenguaje. Neuropsicología, Universidad Nebrija

Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation. Lea el original.

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