Antonio Chazarra Montiel

El arte es una forma de rebelión contra la muerte

Auguste Rodin

Vivió en una época agitada, fronteriza y turbulenta donde aún imperaba una ortodoxia intransigente. Admiraba la convivencia en libertad, cuando la tolerancia todavía era minoritaria, aunque los espíritus sensibles de la Ilustración ya creían en ella.

Fue valiente y hasta temerario cuando la cordura aún permanecía soterrada. En un momento histórico cenital, supo entrever los caminos que había de seguir el arte escultórico en el futuro.

Las castas mesiánicas y autoritarias aún conservaban su fuerza… mas había que empezar a debilitar ese espíritu frío, hierático y con un añejo perfume a antiguo régimen.

Michelangelo Buonarroti con su genialidad creativa, sostenía en el Renacimiento que “Cada bloque de piedra tiene una estatua en su interior y es tarea del escultor descubrirla”. Jean-Antoine Houdon creía, con firmeza, en la veracidad de este aserto.

Por distintas razones no alcanzó la fama y el reconocimiento que merecía. Su espíritu fue inquieto. No temía ni adoptar los nuevos aires, ni las nuevas concepciones estéticas, que un tiempo después harían que el prerromanticismo triunfara. En lontananza un nuevo periodo se iba abriendo paso.

Fue un francés deslumbrado por la estética de Italia. Discípulo de Slodz, se desplazó a Roma, donde supo apreciar las formas, métodos y singularidades de Gian Lorenzo Bernini, pese a no compartir su barroquismo.

En la iglesia de Santa María degli Angeli, aún puede apreciarse su San Bruno. Si hubiera que destacar una característica suya, por encima de todas las demás, habría que fijarse detenidamente en sus estudios anatómicos que alcanzan un valor emblemático.

Cuando regresó a Francia su estilo ya había madurado y empezaba a sentirse un “hombre de la Ilustración”. Hoy, cuando la herencia del Siglo de las Luces está tan cuestionada y apagada, es admirable como quiso salvar para la posteridad en sus “retratos escultóricos” a las figuras más descollantes de la Ilustración.

Apréciese la belleza, la profundidad psicológica y el carácter de los bustos de Denis Diderot, Voltaire, Mirabeau,  d´Alembert, Molière, Rousseau, Gluck y un largo etcétera.

Buscaba con ahínco, los rasgos individuales sobre los genéricos. ¡Cómo no ver ahí los orígenes del romanticismo escultórico! La piedra o el metal en sus manos, se amansaba dócilmente, hasta representar lo que el artista había previamente concebido. Tal vez por eso, se ha dicho que son “símbolos transparentes”.

Si se tiene un espíritu inquisitivo, se pueden buscar y encontrar esculturas suyas en el Louvre y en otros importantes museos como el Metropolitan de Nueva York.

Más tarde, se desplazó a Estados Unidos, donde esculpió su célebre escultura de George Washington, que hoy se encuentra en el Capitolio de Richmond. Su admiración por los llamados prohombres de la Revolución Norteamericana, también, lo llevaron a esculpir a Thomas Jefferson y a  Benjamin Franklin, por ejemplo.  

Una de sus obras más conocidas es, sin duda, “Diana cazadora”, que esculpió en bronce, para Catalina II de Rusia. No es casual vincularlo con esta mujer que pertenecía al “Despotismo Ilustrado”, no obstante, supo proteger a artistas de mérito. Obsérvese esta escultura al detalle, valorando su movimiento y equilibrio.

Recuerdo la certera opinión de Pablo Picasso cuando expresó que “La escultura es el arte de la inteligencia”. Siempre he admirado estas palabras junto con las de Michelangelo Buonarroti que señalaba certeramente “Es necesario tener el compás en los ojos y no en la mano, porque las manos ejecutan, pero el ojo juzga”.

Houdon fue un hombre de su tiempo y sus simpatías son claras al respecto.  Durante la Revolución Francesa, plasmó los rostros de Lafayette o Napoleón Bonaparte, entre otros. Por sus elecciones pueden conocerse cuáles fueron sus preferencias.

Por otra parte, se sintió atraído y supo plasmar, con sensibilidad y delicadeza, imágenes de la vida cotidiana. Puede considerársele, sin exageración, un representante cualificado de la escultura neoclasicista francesa. Sus bustos son algo más que realistas. Es como si contemplara las figuras desde dentro. Son, ciertamente, introspectivas.

No es casual que se interesara por figuras históricas: hombres de acción,  filósofos, inventores… por los que sentía admiración y respeto.

Es, significativo, para su carrera artística que ganase el “Prix de Rome”, esta distinción fue la que le puso en contacto con el arte escultórico clásico. Fue una experiencia formativa de un alto valor artístico y vitalista. En cierto sentido, puede afirmarse que captó de forma heterogénea y eficaz las representaciones y características  de distintos estilos escultóricos.  

En él hay que valorar por igual, su mérito artístico y su importancia histórica. Sus esculturas son un acicate para conocer y valorar el “gusto” ilustrado.

La crítica más perspicaz ha dicho de él, que elevó la “escultura de retrato” a cotas de profundidad psicológica hasta ese momento desconocidas.

El habernos apartado de la senda ilustrada ya tiene y tendrá en el futuro consecuencias nada agradables. Cada cierto tiempo me gusta repasar “Dialéctica de la Ilustración” de Max Horkheimer y Theodor W. Adorno. Es más que un ensayo, es un tratado admirable. Diagnostica la Ilustración con sus pros, contras y contradicciones. Establece con nitidez lo que significó, lo que le debemos y las consecuencias de abandonar el ideal ilustrado.

Jean-Antoine Houdon fue, con todas sus consecuencias, un hombre de su tiempo. De ahí, el intento de preservar los rasgos y el legado de pensadores, artistas, políticos y revolucionarios que moldearon y dejaron su huella en el pensamiento y la cultura occidental.

Hay voces que merece la pena escuchar. La de Jean-Antoine Houdon, es una de ellas. Sus esculturas son paradigmáticas por lo que se refiere a libertad creativa dentro de unos cánones. Bien miradas sus formas son distintas, atrevidas, profundas e indelebles.

El tiempo derrota muchas cosas. Sin embargo, el arte tiene una enorme capacidad de resilencia para perdurar por encima de cambios, transformaciones y ráfagas de aire gélido.

El sufrimiento facilita la creación artística. Su talante era reposado y sobrio. Sabe captar la exactitud de los relojes que marcan horas huidizas. Un artista cuando posee genio creativo “olfatea el viento” para intuir el tiempo que vendrá.

Las sombras adormiladas están esperando a un creador que las plasme y las rescate. Desde tiempos inmemoriales ha existido un ímpetu nocturno, cuyo aliento propicia, nada menos, que lo que podríamos llamar una lectura inédita del futuro.  

Lo que más me llama la atención en un escultor es su mirada y su capacidad para convertir las piedras y las sombras en arte. Estaba dotado, sin duda, de una inteligencia irónica y sagaz que contenía promesas de supervivencia en todo aquello en que fijaba su atención.

Sus esculturas, aunque representen personajes individuales, tienen mucho de  alegórico. No basta con que un artista tenga dudas y se haga preguntas… hay que tener la suficiente fuerza interior y valentía para acertar a responderlas.

El dolor moral ennoblece, dignifica y tiene una actitud resilente ante el afán destructor de la culebra del tiempo.

El rumano Constantin Brâncusi es autor de un pensamiento sobre el que creo que hay que volver una y otra vez “La simplicidad no es un objetivo en el arte, pero uno la alcanza sin querer al acercarse al verdadero sentido de las cosas”

Bien mirado, Houdon posee un no sé qué hipnótico que para muchos ha pasado desapercibido. Da la impresión de que la creatividad de sus formas surge del inconsciente. En este momento de demoledores terremotos políticos y económicos que han hecho desaparecer la racionalidad del horizonte… las creaciones artísticas, de quienes nos han proporcionado y siguen proporcionándonos serenidad al contemplarlas, son tremendamente valiosas.

Jean-Antoine Houdon parece que tiene una clara conciencia de lo que se pierde. Quizás, por eso, para él la piedra, el bronce, el mármol, la terracota son oportunidades para ennoblecer y resistir el paso del tiempo.

Frente a la sensación de vértigo y de un apresuramiento, que no va a ninguna parte, el arte es algo más que un refugio. Jean-Antoine Houdon estuvo en ocasiones cerca, muy cerca, de darse de bruces contra el absolutismo mas con habilidad de ágil esgrimista lograba evitar sus consecuencias sancionadoras.

Supo resistir lo que podríamos denominar una fuerte dosis de frustración histórica. Entonces, sólo entonces, la luz traspasa enigmáticamente los huecos de los ojos desvencijados. Es triste mas hermoso a la vez, esta protesta sutil contra el tedio.

En su tiempo y en el nuestro, el frio de la noche puede calar hasta los huesos. Tal vez por ese motivo, tiene una sensibilidad especial para descubrir aquellos que fueron y son sustancia y fundamento de la libertad.

Un escultor que se precie percibe como nadie los “acantilados de cristal” y todo lo que es ontológicamente ingrato mas forma parte de la sustancia de la vida. Los artistas de raza han buscado y buscan en el mundo un poco de esperanza.

Los ojos han de estar permanentemente abiertos al dolor, comprenderlo y en la medida de lo posible, transcenderlo. Si se profundiza adecuadamente, se puede conectar hasta con los silencios del tiempo.

Es una búsqueda que llena de alegría, cuando logra alcanzar lo que persigue, aunque esté soterrado y oculto a la vista de quienes no saben mirar en el interior de las cosas. Houdon percibió y transmite con exactitud “el eco de la Ilustración”. Es el suyo un laberinto que atrae y atrapa.

Me apasionan aquellos que podríamos denominar “los secundones en la Historia del Arte”. A veces, dan sorpresas. Ayudan a comprender lo que sin sus perspectivas y enfoques pasaría desapercibido.

Jean-Antoine Houdon es más, mucho más, que el autor de la Diana cazadora, con ser ésta bellísima y llena de dinamismo. Hay quien lo ha denominado, con acierto, “el escultor de los ilustrados”.

Logra transmitir sensaciones que quedan en nuestra retina para siempre. Así ocurre con la figura femenina, que mira al suelo y que es una personificación del invierno. Logra transmitir el frio que siente la muchacha esculpida, cuyo gesto tiene un cierto aire metafórico.

Es el nuestro un tiempo degradado y degradante. Aquellos que toman las decisiones geoestratégicas que nos afectan a todos no sólo son incultos y, con frecuencia mediocres… sino que están movidos por intereses espurios y en clara oposición a los derechos humanos y a un proceso de paz internacional.

Cuando miro las esculturas de Jean-Antoine Houdon, de Thomas Jefferson, Benajamin Franklin o George Washington, a quien representó en varias ocasiones… y luego desvío la vista hacia una fotografía de Donald Trump. Percibo con desaliento como nuestro presente es una caricatura deformada y siniestra del pasado.

Antes de finalizar quisiera añadir que recibió honores, distinciones y premios. Sin ir más lejos, fue nombrado “Chevalier de la Légion d’Honneur” distinción de la que por cierto, se sentía orgulloso. Está enterrado en el cementerio de Montparnasse, un lugar de reposo que tranquiliza el espíritu.  

No estaría de más, desde luego, visitar su tumba, tanto por el mérito artístico de sus obras como por su importancia histórica. Nunca lamentaremos lo suficiente haber abandonado la senda de la Ilustración, dando lugar a este presente inculto, ególatra, infantilizado y bastante miserable.

Me causa una indisimulada satisfacción, observar como en alguna de las pocas revistas de arte, que aún sobreviven, se le cita y se le admira. Quizás, sea cierto aquello de que “el que sabe que es profundo se esfuerza por ser claro; el que quiere parecer profundo se esfuerza por ser oscuro”.